?Qui¨¦n tiene la culpa de la polarizaci¨®n?
No pasa una semana sin que me averg¨¹ence de la gente a la que esta sociedad desorientada ha puesto en posiciones de poder
El Foro econ¨®mico de Davos, que termin¨® hace unos d¨ªas, dej¨® muchas buenas intenciones que no quedar¨¢n en nada, un ligero optimismo por haber evitado las peores previsiones y alguna semilla de futuro incierto, pero tambi¨¦n la sensaci¨®n generalizada, una vez m¨¢s, de que ni siquiera la voluntad de algunos l¨ªderes ¨Cporque los hay buenos, a pesar de que sean pocos¨C puede vencer las inercias m¨¢s nocivas de nuestro momento pol¨ªtico. En medio de todo aquello, es normal que no haya merecido mayores discusiones el informe de una consultora cuyos resultados, visibles desde hace rato para quien haya puesto atenci¨®n, no deber¨ªamos tomarnos a la ligera. ¡°Navegando en un mundo polarizado¡±, se llama el estudio, con ese gerundio que les fascina a los que escriben estos informes, y una de sus conclusiones es ¨¦sta: Colombia es uno de los seis pa¨ªses m¨¢s polarizados del mundo.
Es muy dif¨ªcil, por supuesto, que la revelaci¨®n nos sorprenda. En la lista hay otros pa¨ªses, como Espa?a, que lleva cerca de una d¨¦cada en un estado intenso de divisi¨®n interna, y como Suecia, reci¨¦n llegado al club de los estragos democr¨¢ticos: all¨ª, en una de las democracias m¨¢s igualitarias, la extrema derecha populista y xen¨®foba, la misma que por todas partes va subiendo como la espuma (la espuma t¨®xica del r¨ªo Bogot¨¢, digamos), acaba de obtener los mejores resultados electorales de su historia. En el caso colombiano, el estado de crispaci¨®n presente comenz¨® para m¨ª en el 2012, cuando se anunciaron las negociaciones de paz del gobierno Santos con la guerrilla de las FARC. Entre las muchas formas de reaccionar, la derecha colombiana escogi¨® con los ojos cerrados la que m¨¢s nos enfrentara entre nosotros. Por eso me parecen tan justas en su sencillez las preguntas que Francisco de Roux le hizo a Uribe en esa conversaci¨®n ingrata del a?o 2021: ?por qu¨¦ se decidi¨® convertir los Acuerdos de paz en una raz¨®n de conflicto? ?Por qu¨¦, pudiendo unir a los colombianos detr¨¢s de un proyecto com¨²n, se prefiri¨® dividirlos?
Y yo pregunto: s¨ª, ?por qu¨¦? La pregunta es elemental y nos la hemos hecho todos, pero mucho lograr¨ªamos si descubri¨¦ramos las razones de esa tradici¨®n nacional del enfrentamiento, que es m¨¢s fuerte y m¨¢s antigua que cualquier otra. Quiero decir con esto que el asunto de fondo no es nuevo. En una p¨¢gina de El general en su laberinto que he citado con frecuencia, el Sim¨®n Bol¨ªvar de Garc¨ªa M¨¢rquez se pregunta: ¡°?Por qu¨¦ todas las ideas que se les ocurren a los colombianos son para dividir?¡± La novela cuenta los a?os en los cuales esta rep¨²blica comenzaba a formarse, pero tambi¨¦n hace lo que hacen todas las novelas hist¨®ricas que valen la pena: reflejar por v¨ªas indirectas las inquietudes del momento en que fueron escritas. ?sta se escribi¨® en los a?os ochenta, que en muchas partes de Colombia fueron una ¨¦poca de pugnas irreconciliables, negociaciones de paz saboteadas por nosotros mismos y una capacidad inveros¨ªmil para se?alar al contrario, culparlo de todos los males y justificar incluso su eliminaci¨®n f¨ªsica. Es decir, un mundo que no se distingue del de ahora tanto como deber¨ªa.
Nadie me tiene que se?alar que hoy las condiciones objetivas han cambiado. S¨¦ muy bien, y lo he escrito en muchas partes, que los acuerdos del Teatro Col¨®n tuvieron un efecto ben¨¦fico e inmediato sobre la vida de miles, y que adem¨¢s han desarmado, con el simple recurso del paso del tiempo, las mentiras que us¨® la oposici¨®n para tratar de sabotearlos sibilinamente. Pero, aunque se haya firmado una parte de la paz (o se haya acabado una parte de nuestras guerras innumerables) y se haya salvado la vida de mucha gente, en ninguna parte se ha producido lo que de verdad se necesita, que es un cambio de mentalidad. Seguimos siendo los mismos, y casi da grima recordar la ilusi¨®n que algunos tuvimos en cierto momento: que el desarme de la guerrilla m¨¢s grande y poderosa de Am¨¦rica Latina, la investigaci¨®n de las verdades que no han dejado dormir a m¨¢s de un colombiano en a?os y el hecho de mirar a la cara los horrores que hemos cometido, nos llevar¨ªa a recapacitar a todos sobre el precio alt¨ªsimo que pagamos por la satisfacci¨®n ef¨ªmera de odiar al otro.
Nada de eso ha pasado. ?De qui¨¦n es la culpa? Refiri¨¦ndose a las democracias en general, no a la colombiana en particular, el art¨ªculo que public¨® este peri¨®dico sobre el informe de Davos habla de ¡°contracci¨®n de los niveles de civismo, respeto mutuo y convicci¨®n de que el progreso y una vida tranquila son posibles para quien cumple las reglas de juego o es capaz de zanjar las diferencias por la v¨ªa del respeto¡±. Y no hay que ser tan pesimista como somos algunos para ver, en la vida colombiana de todos los d¨ªas, sobradas pruebas diarias de que eso del civismo, el respeto o la negociaci¨®n de nuestras diferencias no ha pegado mucho por estos lados. No hay nada de eso en nuestros comportamientos ciudadanos, y estoy seguro de no ser el ¨²nico que ha notado, desde la pandemia, una degradaci¨®n dram¨¢tica de nuestra convivencia: por lo menos en ciudades como la m¨ªa, que se ha vuelto invivible. Y s¨ª: eso tiene que ver con las decisiones francamente incomprensibles de las autoridades, sobre las cuales se podr¨ªa escribir un libro entero, pero tambi¨¦n con asuntos m¨¢s abstractos de confianza entre los ciudadanos, tolerancia y una solidaridad primaria.
Estos valores est¨¢n en horas bajas. Claro, tampoco en esto deber¨ªa haber sorpresa, porque es lo que proyectan con demasiada frecuencia los deplorables personajes de nuestra escena p¨²blica, que han descubierto como tantos otros la mejor estrategia para esconder su venalidad profunda, su mediocridad intelectual y sus carencias morales: poner a los ciudadanos a pelearse entre ellos. No hablo por nadie m¨¢s ni asumo la vocer¨ªa de ning¨²n grupo, pues veo a estos mezquinos tanto a la derecha como a la izquierda; pero no pasa una semana sin que me averg¨¹ence de la gente a la que esta sociedad desorientada ha puesto en posiciones de poder. Con la excepci¨®n luminosa de dos pu?ados de hombres y mujeres a quienes tengo muy presentes, cuya rareza en nuestro paisaje hace que les agradezca y los respete por la simple terquedad de estar ah¨ª, la conversaci¨®n que nos llega desde los pol¨ªticos est¨¢ marcada por la ignorancia, la ordinariez, el sectarismo, la violencia ret¨®rica y la voluntad abierta de envenenar a unos ciudadanos contra otros.
Y nosotros, los que no hemos sentido nunca demasiado aprecio por estas personas ni hemos dado demasiado cr¨¦dito a sus opiniones, olvidamos con facilidad cu¨¢nta influencia ejercen sobre miles de colombianos, cu¨¢nto moldean con sus agresiones o sus memeces o sus escupitajos tuiteros la manera en que miles entienden el pa¨ªs. Son ellos, los que usan sus meg¨¢fonos virtuales para azuzarnos, para enfrentarnos entre nosotros, para espolear el odio o el desprecio del otro, los responsables en parte de la degradaci¨®n de nuestra vida de ciudadanos. La otra parte de responsabilidad es nuestra: por nuestra credulidad, claro, pero tambi¨¦n por nuestra cobard¨ªa. Pues se necesita valor para rechazar a los que nos polarizan, aunque nos hagan sentir bien, y para pensar por nosotros mismos, reemplazando las c¨®modas jaulas de los prejuicios y las ideolog¨ªas por el intento, terriblemente dif¨ªcil, de hacer un pa¨ªs donde podamos vivir todos.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S sobre Colombia y reciba todas las claves informativas de la actualidad del pa¨ªs.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.