El tiempo de los narcisistas
El ascenso de Donald Trump mostr¨® que el trastorno egoc¨¦ntrico en los l¨ªderes tiene consecuencias reales; las redes sociales han potenciado en los ciudadanos esa clase de personalidad fr¨¢gil y t¨®xica y est¨¢n desterrando el debate serio
De un tiempo para ac¨¢, una palabra que antes era especializada, o que formaba parte solamente del l¨¦xico de ciertas profesiones, ha estado apareciendo en la prensa y en discursos diversos, como si hubiera descubierto de repente los placeres de vivir al aire libre. La palabra es narcisista; la hemos visto aplicada a Donald Trump, por ejemplo, y, como narcissist es un sustantivo, ha venido acompa?ado de adjetivos para describir mejor al expresidente: maligno es uno de los m¨¢s usados. No s¨¦ cu¨¢ndo haya empezado esta palabra a hacerse presente en nuestra conversaci¨®n de todos los d¨ªas, pero hace poco me encontr¨¦ ¡ªes la maldici¨®n de los que acumulamos revistas¡ª un art¨ªculo de Vanity Fair publicado all¨¢ por los meses remotos de 2015, cuando el mundo era otro en parte porque Donald Trump no hab¨ªa sido elegido todav¨ªa. En ¨¦l, un grupo de psic¨®logos y psiquiatras se atrev¨ªa a lanzar por primera vez su veredicto: est¨¢bamos ante un narcisista de libro de texto, un caso extremo en un oficio ¡ªel de los pol¨ªticos¨D de casos extremos, y la idea de que un hombre semejante llegara a la presidencia ten¨ªa que ser motivo de preocupaci¨®n.
Todo en el art¨ªculo era alarmante. Para George Simon, profesor de seminarios sobre comportamientos manipuladores, Trump era un narcisista tan perfecto que sus apariciones p¨²blicas eran inmejorables como ilustraci¨®n de las caracter¨ªsticas de este desorden; si no tuviera a Trump, dec¨ªa Simon, se ver¨ªa obligado a contratar actores y dibujar vi?etas. Hablando del bullying, los constantes comportamientos de mat¨®n y la tendencia a la humillaci¨®n del otro que Trump hab¨ªa convertido en estrategia cotidiana, el psic¨®logo cl¨ªnico Ben Michaelis hac¨ªa un diagn¨®stico preciso. ¡°El narcisismo es una defensa extrema contra los propios sentimientos de inutilidad¡±, dec¨ªa. ¡°Degradar a la gente es en realidad parte de un trastorno de personalidad¡±. Wendy Behary, que aparec¨ªa en el art¨ªculo como autora de un estudio titulado Desarmar al narcisista, hablaba de la relaci¨®n que tienen los narcisistas con la verdad: ¡°Los narcisistas no son necesariamente mentirosos, pero se sienten notoriamente inc¨®modos con la verdad. La verdad significa la posibilidad de sentirse avergonzados¡±. La verg¨¹enza que les causan sus carencias o sus fracasos es lo que los especialistas llaman la herida narcisista; en el caso de Trump, la herida es del tama?o de su ego.
El art¨ªculo de Vanity Fair, recuerdo bien, caus¨® un revuelo predecible. Dar semejantes diagn¨®sticos romp¨ªa con un precedente de la vida pol¨ªtica estadounidense: la llamada ¡°regla Goldwater¡±. En 1964, la revista Fact public¨® una suerte de encuesta en la que los psiquiatras opinaban sobre la idoneidad psicol¨®gica del senador Barry Goldwater, candidato a la presidencia. El senador demand¨® a la revista y gan¨®, y desde entonces se instal¨® un tab¨² entre los profesionales de la salud mental, que dejaron de emitir diagn¨®sticos sobre los pol¨ªticos¡ hasta que apareci¨® Trump, y la inquietud fue demasiada como para quedarse callados. Siete a?os despu¨¦s del art¨ªculo, todo el que haya estado medianamente despierto ha podido ver las consecuencias de poner a un narcisista en posiciones de poder, pues los hay varios y en varios pa¨ªses: donde hay un Trump hay un Putin. No hay nada nuevo en el hecho mismo, por supuesto: desde que Havelock Ellis lo identific¨® a finales de siglo XIX, el narcisismo como desorden mental nos ha permitido entender mejor a Hitler y a Stalin, y fantasear con la idea de todo lo que no habr¨ªa ocurrido si alguien le hubiera dicho al uno que pintaba bien y al otro que no era mal escritor.
Pero el diagn¨®stico de narcisismo es algo serio, y el narcisista es una persona t¨®xica que hace da?o a quienes lo rodean. Pues bien, en los ¨²ltimos tiempos hemos recurrido al mismo t¨¦rmino para describir un fen¨®meno muy distinto: la emergencia en las redes sociales de un nuevo egocentrismo que hoy nos parece s¨ªntoma de algo m¨¢s. Hay un ensayo de Falso espejo, el libro de Jia Tolentino, que lo explica con elocuencia. Tratando all¨ª de analizar el fen¨®meno por el cual nuestra actividad en internet suele limitarse a lo que est¨¢ de acuerdo con nuestras opiniones y prejuicios, Tolentino llega a esta conclusi¨®n que me parece inapelable: el problema con las redes sociales tal como est¨¢n concebidas es que sit¨²an la identidad personal en el centro del universo. ¡°Es como si nos hubieran puesto en un mirador desde el cual se ve el mundo entero¡±, dice, ¡°y nos hubieran dado unos prism¨¢ticos que hacen que todo se parezca a nuestro propio reflejo. A trav¨¦s de las redes sociales, muchas personas han llegado r¨¢pidamente a ver toda nueva informaci¨®n como una especie de comentario directo sobre qui¨¦nes son¡±.
Me gusta ese ensayo porque Tolentino, aparte de ser buena ensayista, es una milenial muy activa en redes, con lo cual habla o parece que hablara desde una autoridad que otros esc¨¦pticos no tenemos. Pero cualquiera que tenga la mirada l¨²cida, o que pueda salir a mirar el mundo sin esos prism¨¢ticos que todo lo distorsionan, se ha dado cuenta recientemente de que detr¨¢s de muchos de nuestros enredos contempor¨¢neos est¨¢ la misma causa: la hipertrofia de las identidades, que responde tambi¨¦n a su fragilidad o a su incertidumbre. En Corre a esconderte, una de las novelas m¨¢s inteligentes que he le¨ªdo en los ¨²ltimos meses, Pankaj Mishra pone a un personaje (no muy simp¨¢tico, dicho sea de paso) a hablar de estos tiempos en los que todo el mundo se ha convertido en una marca, y, por lo tanto, en promotor de s¨ª mismo. ¡°Nadie¡±, dice, ¡°ni siquiera los m¨¢s ricos y bellos y famosos, est¨¢ seguro de qui¨¦n es, y todos luchan por ser reconocidos en la econom¨ªa de la atenci¨®n de las redes sociales¡±.
Y esto es un problema. Son esas identidades demasiado fr¨¢giles e inciertas las que han desterrado de tantos lugares el debate serio, aunque a veces sea airado y aun hiriente, y han anulado la diversidad de puntos de vista cuando alguno parece escandaloso o simplemente heterodoxo, y han reemplazado el enfrentamiento y el conflicto, tan necesarios y saludables en una sociedad abierta, por la cancelaci¨®n (otra de las palabras clave de nuestro tiempo) y el silenciamiento del contradictor: que deja de ser contradictor, por supuesto, para convertirse en amenaza y enemigo. Estos individuos exigen al mundo entero que los vea como quieren ser vistos, aunque para ello sea necesario que el mundo cambie su comportamiento, sus opiniones y su lenguaje; tienen una sensibilidad hipertrofiada, y se han convencido de que el mundo entero debe tener como m¨¢xima prioridad cuidar sus emociones y protegerlos de las ofensas. Las ofensas pueden ser imaginarias, es decir, s¨®lo existir en la mente del ofendido; pero el ofendido seguir¨¢ exigiendo que se le respeten a toda costa, porque son suyas y para ¨¦l son reales, y eso es lo ¨²nico que importa.
Un d¨ªa sabremos medir hasta qu¨¦ punto estas distorsiones han afectado nuestra forma de dialogar, de negociar y, sobre todo, nuestra forma de votar. Pero si es necesario nombrar el mundo con precisi¨®n, habremos de convenir que una cosa son los narcisistas malignos tipo Donald Trump, cuyas patolog¨ªas y carencias (como lo sabe todo el que haya le¨ªdo a Shakespeare) tienen un efecto muy real en nuestras vidas pol¨ªticas, y otra muy distinta el ¡°narcisismo¡±, entre comillas muy grandes, como rasgo de car¨¢cter del mundo virtual. Sin duda los dos est¨¢n comunicados por pasajes subterr¨¢neos. Tambi¨¦n esto habr¨ªa que explorarlo alguna vez.
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