El viejo malestar del Nuevo Mundo
¡®El viejo malestar del Nuevo Mundo¡¯ es un ejemplar ex¨®tico o por lo menos inusual en la tradici¨®n colombiana. Mauricio Garc¨ªa Villegas ha encontrado una mezcla precisa y muy personal de filosof¨ªa, sociolog¨ªa, historia y autobiograf¨ªa
Hace dos a?os y medio, cuando Mauricio Garc¨ªa Villegas public¨® El pa¨ªs de las emociones tristes, me pareci¨® que est¨¢bamos ante uno de esos momentos que son mucho menos frecuentes de lo que podr¨ªa pensarse: la intuici¨®n de una manera genuinamente fresca, verdaderamente ¨²til, de pensar en el mundo que compartimos todos. La intuici¨®n sal¨ªa de Baruch Spinoza, el fil¨®sofo holand¨¦s que llam¨® ¡°emociones tristes¡± a todas aquellas que corroen nuestra vida, sabotean nuestras posibilidades y nos causan sufrimiento: la envidia, la rabia, el odio, la venganza, el miedo, la c¨®lera, el desprecio, la malevolencia (y la lista sigue). Las llam¨® ¡°tristes¡± en lugar de ¡°malvadas¡±, por ejemplo, o ¡°destructivas¡±, porque prefer¨ªa evitar la condena moral, que tan f¨¢cil es, y tratar m¨¢s bien de entender de d¨®nde salen esas emociones y ad¨®nde conducen, y por qu¨¦ nos hacen da?o y qu¨¦ podemos hacer para remediarlo. Garc¨ªa Villegas ech¨® mano del concepto de Spinoza y lo us¨® para pensar en Colombia, y el resultado fue revelador: como si nos hubieran dado una lupa nueva para ver mejor el pa¨ªs afligido que ya cre¨ªamos comprender.
Ahora Garc¨ªa Villegas publica un nuevo libro, El viejo malestar del Nuevo Mundo, que de alguna manera es una ampliaci¨®n del anterior, pero que es al mismo tiempo una profundizaci¨®n en sus temas: lo que aqu¨¦l hac¨ªa con Colombia, ¨¦ste lo hace con toda Am¨¦rica Latina. Es como si el continente se hubiera acostado en el div¨¢n del psicoanalista, y confesara sus fragilidades y dejara que se hable de sus problemas, tanto los que ha heredado como los que se ha creado ¨¦l mismo; y el resultado es un examen duro pero extra?amente cari?oso de nuestras carencias y nuestras esperanzas, y una exploraci¨®n franca y desenga?ada de las razones m¨¢s rec¨®nditas ¨Dlas razones emocionales, si me permiten ustedes el ox¨ªmoron¨D por las cuales somos inevitablemente como somos. Aunque diga Garc¨ªa Villegas, y lo subraye cada vez que puede, que no estamos condenados a seguir siendo as¨ª para siempre, y aunque se atreva incluso a hacer propuestas muy concretas sobre la ruta que deber¨ªamos seguir para evitar los peores riesgos que hoy corren nuestras democracias.
Son diversas las emociones tristes que consumen a Am¨¦rica Latina, pero Garc¨ªa Villegas les da m¨¢s espacio a tres de ellas: el miedo, la desconfianza y el delirio. El miedo es el que le tenemos con frecuencia al otro, al venido de fuera, al distinto, al que tiene m¨¢s poder y tambi¨¦n al que tiene menos. Y al del otro lado de la frontera: s¨ª, las fronteras son inventos detestables en El viejo malestar del Nuevo Mundo, culpables de nuestra incapacidad para cooperar o perseguir objetivos comunes, testimonios de nuestra tendencia a dividirnos cada vez que podemos, incluso cuando lo m¨¢s sencillo ser¨ªa trabajar juntos. La desconfianza, en cuanto a ella, es una de nuestras enfermedades m¨¢s nocivas: las latinoamericanas somos sociedades en las cuales los ciudadanos desconf¨ªan del gobierno (que miente o roba), los gobiernos conf¨ªan de los ciudadanos (que desobedecen o hacen trampa) y los ciudadanos desconf¨ªan de los ciudadanos (e incumplen las normas porque ser¨ªa una idiotez cumplirlas si sabemos que el vecino no lo hace).
En cuanto al delirio ¨Dque Garc¨ªa Villegas discute echando mano con frecuencia del extraordinario libro de Carlos Gran¨¦s, Delirio americano¨D, es una de las emociones m¨¢s complejas que nos agobian, pues tiene que ver con ese rasgo fascinante del car¨¢cter latinoamericano: m¨¢s que el homo sapiens, dice Garc¨ªa Villegas, somos el homo fictitius. Necesitamos ficciones, vivimos en ellas, entendemos el mundo a trav¨¦s de ellas; y esto, que nos ha dado un arte y una literatura de enorme riqueza, es fatal cuando se habla de pol¨ªtica. ¡°La ficci¨®n¡±, escribe Garc¨ªa Villegas, ¡°pertenece al mundo de la imaginaci¨®n tanto como la pol¨ªtica al mundo de la realidad. Sin embargo, hay mucho de realidad en la ficci¨®n y mucho de imaginaci¨®n en la pol¨ªtica¡±. El resultado es novelas que cuentan lo que la historia oficial suele callar, pero tambi¨¦n pol¨ªticas de la utop¨ªa o la desmesura que desprecian los l¨ªmites de la realidad o la raz¨®n como si aceptarlos fuera hacer concesiones al enemigo.
Al igual que el libro anterior, El viejo malestar del Nuevo Mundo es un ejemplar ex¨®tico o por lo menos inusual en la tradici¨®n colombiana. Garc¨ªa Villegas ha encontrado una mezcla precisa y muy personal de filosof¨ªa, sociolog¨ªa, historia y autobiograf¨ªa, y se permite referencias constantes a sus amigos y a su familia y a su entorno m¨¢s ¨ªntimo en la misma l¨ªnea en que discute una teor¨ªa historiogr¨¢fica sobre las formas de la monarqu¨ªa o un pasaje de El para¨ªso perdido, de Milton, sobre nuestra relaci¨®n con la naturaleza. Yo tengo para m¨ª que ah¨ª est¨¢ el secreto de estos dos libros de Garc¨ªa Villegas, y tal vez la raz¨®n de que me parezcan tan inusuales: en esa voz que es como la voz de un amigo, pero un amigo que sabe muchas cosas, o, por decirlo mejor, la voz de un compa?ero de viaje por carretera que es tambi¨¦n un erudito. Y yo dir¨ªa que el resultado de todo esto es novedoso si no me pareciera evidente algo mucho mejor: que viene en l¨ªnea directa del siglo XVI.
Hablo de la presencia en el libro de Michel de Montaigne. Son muchas m¨¢s las razones por las cuales me siento cerca de los libros de Mauricio Garc¨ªa Villegas, pero la presencia de Montaigne, uno de los pocos escritores de los que se puede decir sin grandilocuencia ni cursiler¨ªa que nos ense?an a vivir mejor, es una de mis predilectas. Montaigne es el hombre que un buen d¨ªa de 1571, harto de la vida p¨²blica que hab¨ªa llevado como alcalde y magistrado en Burdeos, se encerr¨® en una torre de piedra que ten¨ªa su propiedad y se puso a escribir un libro ¨Dde varios tomos publicados a lo largo de varios a?os¨D distinto de cualquier cosa que se hubiera escrito antes. As¨ª es: una mezcla muy particular de autobiograf¨ªa, filosof¨ªa, historia y poes¨ªa. Lo llam¨® Ensayos, y no s¨®lo es muy posible que haya inventado un g¨¦nero con ¨¦l, sino que dio forma a una manera de estar en el mundo: una actitud, por decirlo as¨ª, inseparable de ciertos valores que hoy echamos brutalmente de menos en nuestras sociedades enfermas.
¡°Una manera de estar en el mundo¡±, digo, pero podr¨ªa decirlo con menos palabras: una ¨¦tica. ?Y en qu¨¦ consistir¨ªa? En la pr¨¢ctica de la tolerancia (esa palabra desgastada), en el terco intento por comprender al otro, en la confesi¨®n de nuestras imperfecciones; pero tambi¨¦n en el rechazo del dogmatismo y de los fan¨¢ticos, en el escepticismo ilustrado y en la mesura frente a los excesos de los radicales. Todo pasa por lo que El viejo malestar del Nuevo Mundo llama la ¡°educaci¨®n sentimental¡± o, a veces, ¡°educaci¨®n emocional¡±: la comprensi¨®n o el dominio de esos demonios que llevamos dentro, que convierten al contradictor en enemigo, que nos impide pensar sin las muletas de la ideolog¨ªa y provocan la ilusi¨®n de que tenemos, cada uno de nosotros, la verdad revelada. Ver el mundo con mirada clara, leer la realidad correctamente, siempre ha sido una tarea dif¨ªcil: requiere tiempo, informaci¨®n y una mente abierta, y eso no parece estar al alcance de todos en estas sociedades nuestras, que adoran los sectarismos y tienen m¨¢s respeto por los fan¨¢ticos que por los moderados. Y as¨ª nos va.
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