Acuerdo Nacional, desacuerdos y reconciliaci¨®n
En un pa¨ªs en el que los gobiernos han tenido m¨¢s capacidad de hablar con los armados que con los civiles, quiz¨¢ el camino sea volver al reconocimiento de la diversidad y la diferencia planteado en la Constituci¨®n del 91
El Acuerdo Nacional propuesto por el Gobierno del presidente Gustavo Petro coincide con una tendencia hist¨®rica en Colombia: de tanto en tanto y con distintos nombres se buscan pactos o acuerdos. Al final todas las ideas apuntan a conseguir la esquiva y a?orada paz. En otras ¨¦pocas se llam¨® acuerdo sobre lo fundamental, di¨¢logo nacional o Frente Nacional. Este ¨²ltimo se hizo para atajar la violencia entre liberales y conservadores, los...
El Acuerdo Nacional propuesto por el Gobierno del presidente Gustavo Petro coincide con una tendencia hist¨®rica en Colombia: de tanto en tanto y con distintos nombres se buscan pactos o acuerdos. Al final todas las ideas apuntan a conseguir la esquiva y a?orada paz. En otras ¨¦pocas se llam¨® acuerdo sobre lo fundamental, di¨¢logo nacional o Frente Nacional. Este ¨²ltimo se hizo para atajar la violencia entre liberales y conservadores, los partidos se turnaron en el poder, pero como fue un pacto de ¨¦lites que dej¨® por fuera a los dem¨¢s, termin¨® sembrando m¨¢s violencia.
Adem¨¢s del Acuerdo Nacional, el presidente Gustavo Petro propuso una Ley de Reconciliaci¨®n Nacional y al hacerlo se refiri¨® de manera particular a los narcotraficantes para decir que ellos tambi¨¦n tienen un camino. Tal parece que la idea no estaba lista ni cocinada y sorprendi¨® a su propio equipo al lanzarla, pero de nuevo la oferta de reconciliaci¨®n fue para los delincuentes. Esto tampoco es nuevo.
En esa b¨²squeda de acuerdos y paz en este pa¨ªs los gobiernos han tenido en las ¨²ltimas d¨¦cadas mayor capacidad de hablar con los armados que con los civiles desarmados. Ser¨¢ tal vez porque es m¨¢s evidente y visible el da?o que producen las armas y m¨¢s dif¨ªcil de ver el que viene por formas m¨¢s sutiles como la discriminaci¨®n, la exclusi¨®n o la corrupci¨®n y por eso no nos empe?amos como deber¨ªa ser en desactivar las muchas formas de esa violencia desarmada y atender las demandas sociales.
Hemos estado dispuestos a tragar sapos y culebras para desmovilizar a paramilitares y guerrilleros, autores de masacres, pero los gobiernos cierran puertas con facilidad a quienes no portan armas sino ideas, banderas o intereses de un sector. ?Se necesita apuntar con un arma para ser escuchado? Y no lo pregunto solamente por la coyuntura y el Gobierno actual, en general al Estado le cuesta hablar con los civiles, con unos grupos o con otros dependiendo de cada gobierno, pero no es f¨¢cil establecer comunicaci¨®n productiva con sectores sociales o econ¨®micos ll¨¢mense comunidades ind¨ªgenas, l¨ªderes sociales y manifestantes o empresarios, comerciantes y prestadores de salud.
Llama la atenci¨®n entonces que se busque reconciliaci¨®n con los narcotraficantes y no con otros que esperan ser escuchados. Sobre esa idea, fallida por el momento, se me ocurre que una ley de reconciliaci¨®n ya la tenemos y es de hecho mucho m¨¢s que una ley: La Constituci¨®n del 91 que, con todos sus defectos y ajustes, ha resultado el acuerdo mejor logrado hasta el momento porque con ella se ha podido sumar, incluir y consignar el deseo de convertir a Colombia en un Estado Social de Derecho. Sin embargo, que est¨¦ escrito no significa que est¨¦ hecho. El camino es largo, pero si en alg¨²n momento decidimos cumplirla, La Constituci¨®n podr¨ªa ser otra vez el centro de un gran acuerdo nacional.
Tambi¨¦n considero que una de las muchas dificultades para lograr un acuerdo definitivo es querer estar de acuerdo, cuando la realidad es que por esencia la democracia es diversidad de pensamiento, de ideas, de propuestas. Mejor objetivo ser¨ªa tratar de encontrar maneras de convivir en el desacuerdo sin violencia. Ponernos de acuerdo en que no estamos de acuerdo y entender que eso no nos hace enemigos. Que haya debates contundentes y calientes sin que se le niegue al otro el derecho a existir. Que se roten en el poder las ideas de distintas tendencias y que el Congreso tramite las diferencias. Es mucho pedir, lo s¨¦, aunque no sobra recordar que lo mejor de la Constituci¨®n del 91 es el reconocimiento a la diversidad, la misma que se estigmatiza en cada debate.
Para avanzar en un proyecto de reconciliaci¨®n, de acuerdo o de reconocimiento de la diferencia hay que recuperar la confianza en el otro, esa confianza que nos ha robado una violencia de d¨¦cadas, esa que hemos perdido tambi¨¦n por el efecto perverso de l¨ªderes pol¨ªticos que la han justificado, la han usado para sus prop¨®sitos empujando a sus seguidores a odiar, estigmatizar y discriminar. Recuperar la confianza significa poder escuchar con algo de apertura de pensamiento y jugar a que el otro de pronto puede tener raz¨®n en algo. Dialogar es hablar, pero es sobre todo escuchar y estar dispuestos a ceder como pasos para avanzar en alg¨²n proyecto com¨²n. Ojal¨¢ el presidente logre concretar el Acuerdo Nacional, aunque las muchas peleas que plantea o que responde son los peores caminos para lograrlo.
Sin embargo, es bueno seguir creyendo en las posibilidades de un acuerdo en el desacuerdo porque si no, nos queda el cinismo de aceptar el enfrentamiento perpetuo. Hay que so?ar con esa idea aunque las posibilidades de ¨¦xito sean pocas. Estamos en tiempos de polarizaci¨®n, posverdad, algoritmos y ciudadanos necesitados de entretenimiento y emociones que no vienen propiamente de los acuerdos. Desde las grader¨ªas piden sangre y muchos, muchos de los que est¨¢n en el escenario de lo p¨²blico, ofrecen el espect¨¢culo que se pide mientras se habla de acuerdos y reconciliaci¨®n.
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