Suicidio ind¨ªgena: la epidemia de las cuerdas en Murutinga
Una comunidad ind¨ªgena logr¨® frenar el suicidio, pero se enfrenta a nuevos factores de riesgo
Empecemos esta historia con un mapa. Basta un vistazo para entenderlo.
Los tri¨¢ngulos verdes simbolizan casas de familias. Los c¨ªrculos amarillos que est¨¢n sobre esos hogares indican que all¨ª hubo miembros que intentaron suicidarse. Los azules, que hubo personas con ideaciones suicidas, y los rojos, que alguien se quit¨® la vida. Eso quiere decir que de las 34 casas que formaban este ¡°vecindario¡±, el suicidio ha rondado en la mitad.
El mapa es de una comunidad de ind¨ªgenas llamada Murutinga, a unas dos horas por trocha de Mit¨², la capital de Vaup¨¦s. Cuando Camila Rodr¨ªguez y varios de sus colegas lo elaboraron en 2013, junto a los habitantes de aquel lugar, qued¨® en shock. ¡°No pod¨ªamos creer lo que est¨¢bamos viendo¡±, recuerda. ¡°Era fuert¨ªsimo. No ten¨ªamos muy claro lo que ten¨ªamos que hacer y era la primera vez que Murutinga se enfrentaba a esa situaci¨®n¡±.
Como m¨¦dica e integrante de la oeneg¨¦ Sinergias, Rodr¨ªguez, m¨¢ster en Salud P¨²blica de la Universidad de Washington y especialista en atenci¨®n en contextos interculturales, ha recorrido el Vaup¨¦s desde hace unos 10 a?os. Conoce bien sus caminos de r¨ªos y los vericuetos de la selva. Cuando lleg¨® esa vez a Murutinga para hacer otra campa?a de salud materna, los l¨ªderes la sorprendieron. La epidemia de suicidios que, cre¨ªan, baj¨® desde Yavarat¨¦, en la frontera con Brasil, hab¨ªa tocado sus puertas y necesitaban ayuda porque no entend¨ªan lo que estaba sucediendo. El suicidio ya era un tema de conversaci¨®n frecuente en ese departamento, pero en Murutinga se les estaba saliendo de las manos.
¡°Y no ten¨ªamos ni idea de qu¨¦ hacer¡±, dice ahora, en un espa?ol pausado, Gregorio L¨®pez, de 58 a?os y uno de los pocos sabedores de la comunidad, mientras fuma un cigarrillo pierlroja.
Murutinga es un sitio aislado al que no llega casi nadie que no tenga alg¨²n arraigo. A¨²n hoy es un caser¨ªo atravesado por una carretera polvorienta que unos kil¨®metros m¨¢s adelante desemboca en la tupida selva. Las 58 familias de sirianos, desanos, guananos, cubeos, bar¨¢s, barasanos, makunas, tuyucas y tukanos, por mencionar algunas de las etnias que se han mezclado all¨ª desde hace cinco d¨¦cadas, no tienen agua potable. Recogen agua lluvia en tanques de 500 litros. Solo un par de casas tienen luz de la red p¨²blica. Para cocinar usan le?a.
A diferencia de lo que est¨¢ sucediendo en varias comunidades del Vaup¨¦s, que cargan con el sello de estar en el departamento con la tasa m¨¢s alta de suicidios de Colombia, lograron frenar esas muertes. ¡°Despu¨¦s de a?os tan dif¨ªciles, por fin, estamos descansando¡±, a?ade L¨®pez.
?C¨®mo un cacer¨ªo en el que casi en cada casa hab¨ªa alguien ideando, intentando o cometiendo un suicidio, logra pausar la llamada ¡°epidemia de las cuerdas¡±, como empezaron a llamarla en el departamento? ?Por qu¨¦, cuando preguntan por un caso de ¨¦xito, en medio de la tragedia, quienes trabajan en el Vaup¨¦s mencionan a Murutinga?
Para comprender esa historia es inevitable asomarse a la tragedia. Un par de gr¨¢ficas la resumen mejor. La primera es la tasa de suicidios ocurridos en Vaup¨¦s en los ¨²ltimos siete a?os. Es notable la diferencia con la de Colombia (los datos de 2020 y 2021 est¨¢n distorsionados por la pandemia).
La segunda muestra los grupos donde m¨¢s han ocurrido casos de suicidio. La mayor¨ªa son j¨®venes entre los 19 y 26 a?os; tambi¨¦n hay un buen porcentaje de menores de edad.
En Murutinga el tiempo pasa diferente y nadie lleva las fechas exactas de las cosas. Pero el caso de Miguel Betancur ¡ªpara algunos, el primero en suicidarse¡ª ocurri¨® el 25 de diciembre de 2011. A eso de las 3 a.m. se ahorc¨®. Su hermana lo encontr¨® en ¡°un tronquito; completamente tieso¡±. Estaba ebrio. Despu¨¦s, lo siguieron Mois¨¦s y Raimundo G¨®mez, de 22 a?os. Ambos eran hermanos de Javier, el actual capit¨¢n, algo as¨ª como el alcalde de una ¡°ciudad¡±.
Tiempo despu¨¦s, Javier, un hombre menudo, lampi?o y de bozo fino, tambi¨¦n intent¨® quitarse la vida. Ese d¨ªa se hab¨ªa coronado campe¨®n de f¨²tbol en la comunidad vecina de Villa F¨¢tima. La celebraci¨®n termin¨® en una borrachera con Corote, una cachaza brasilera. Ebrio, se puso un guindo al cuello y se colg¨® de un palo. Dice que vio a un demonio de 2,5 metros y a la virgen Mar¨ªa. ¡°Ella me dio un cetro para quitarme la soga del cuello, pero no pude por falta de fe¡±. Era 13 de mayo de 2013; lo descolgaron a tiempo.
Detener el suicidio
Cuenta Gregorio L¨®pez que cuando la epidemia de las cuerdas se les empez¨® a salir de las manos, una de las recomendaciones que le dio el equipo de Sinergias fue crear un equipo de vigilancia comunitaria para monitorear la situaci¨®n y descubrir qu¨¦ pod¨ªa estar causando esa tragedia. Lo integraba una mujer, el profesor de la escuela, el l¨ªder de juventud, el capit¨¢n (Javier) y Gregorio, el sabedor.
Su tarea era muy sencilla: deb¨ªan identificar casa por casa a las personas con ideas suicidas o con intenciones de autolesionarse. ¡°Si ve¨ªa a alguien triste¡±, recuerda Gregorio, ¡°me sentaba y le hablaba con cari?o; lo escuchaba y lo aconsejaba. ?C¨®mo se siente? ?En qu¨¦ piensa? ?C¨®mo est¨¢ la familia?¡±.
Algunos de los m¨¢s j¨®venes, que ven¨ªan de estudiar en uno de los internados de Mit¨², le manifestaban su profunda tristeza por no tener ¨²tiles escolares. Gregorio dice que intentaba buscarlos como fuera. Cuando sospechaba que las cosas iban mal, les ¡°hac¨ªa prevenci¨®n¡± con tabaco en polvo, usado como medicina tradicional por sus abuelos.
La especialista en Salud Familiar y Comunita, Adelia Prada, y Camila Rodr¨ªguez, ambas integrantes de Sinergias, tambi¨¦n los entrenaron en primeros auxilios psicol¨®gicos y les ense?aron la ruta para notificar un intento de suicidio ante la Secretar¨ªa de Salud. En un departamento selv¨¢tico y remoto, donde el 95% de sus habitantes no tienen acceso a internet, el camino para comunicarse con el hospital era ?y es? un radiotel¨¦fono y armarse de paciencia.
La otra estrategia fue a¨²n m¨¢s simple. Los l¨ªderes de Murutinga empezaron a establecer acuerdos antes de cada fiesta. ¡°Vamos a compartir; no queremos que se emborrachen ni piensen en los guindos¡±, les dec¨ªa Javier. Porque los suicidios, como dice Gregorio, siempre ocurren en una borrachera. ¡°Ah¨ª es donde nos toca entrar a controlar porque se exceden con la chicha¡±.
Usada como bebida ritual por las viejas generaciones, es dif¨ªcil encontrar en el Vaup¨¦s a una comunidad ind¨ªgena que no haga chicha, un licor fermentado, de yuca brava (o Manihot esculenta, su nombre cient¨ªfico). Algunos antrop¨®logos sospechan que este tub¨¦rculo se ha cultivado en esas tierras desde el a?o 1000 antes de Cristo. Javier, el capit¨¢n de Murutinga, tiene una buena analog¨ªa para explicar su valor: ¡°Aqu¨ª es como la plata. El que no tiene yuca brava, no come¡±.
Pero su uso como bebida ritual por las viejas generaciones se ha perdido y ahora se consume de forma recreativa. Es un trago hecho en casa, barato y siempre disponible. Como cuenta Pablo Montoya, m¨¦dico y director de Sinergias, pas¨® de ser uno de los elementos con los que los pay¨¦s se comunicaban con los ¡°due?os de la naturaleza¡± ?junto a la coca y el tabaco? a ser una bebida que est¨¢ causando estragos en la vida de las comunidades.
No hay nadie que al hablar sobre la chicha, servida en cuyas de m¨¢s 300 mililitros, trate de ser precavido. No quieren estigmatizarla porque es un camino para transmitir conocimientos y fortalecer lazos de amistad, pero saben que algo no est¨¢ bien con su consumo excesivo como tampoco con el abuso de otras bebidas alcoh¨®licas que han ganado popularidad, como el guarapo o el guarapo macho, otro destilado casero, hecho a partir de ca?a.
A la par que las 256 comunidades del Vaup¨¦s estrecharon su contacto con quienes llaman los ¡°blancos¡±, se expandi¨® su fabricaci¨®n. El guarapo macho es tan fuerte, dicen, que en diez minutos un mal bebedor puede estar completamente perturbado. Para Reynel Ortega, un pay¨¦ -es decir, un ¡°gran sabedor¡±- que vive en Mit¨², pero hace curaciones en la regi¨®n del Pir¨¢, m¨¢s cerca de Brasil que de Colombia, el efecto se puede sintetizar en una frase: ¡°corta la sangre y duerme el cerebro¡±.
El abuso del alcohol se ha convertido en un asunto tan preocupante que algunas mujeres lideresas de Vaup¨¦s se unieron para crear un ¡°instructivo¡± en el que advierten qu¨¦ pasa cuando se desborda la toma de chicha. En el ¡°chich¨®metro¡±, como lo llamaron, muestran c¨®mo afecta los diferentes ¨®rganos del cuerpo y establecen una escala de riesgo. En todos los ¡°niveles¡± de riesgo siempre sale a flote el suicidio.
Por eso, si hab¨ªa un acuerdo que pod¨ªa cambiar el rumbo de aquellas muertes en Murutinga, ten¨ªa que ver, primero, con hacer pactos en torno al alcohol. Lo dif¨ªcil ahora es rescatar algo que se les est¨¢ diluyendo con el paso del tiempo y que no saben c¨®mo resolver: su cultura.
¡°Ya no nos quedan pay¨¦s¡±, se?ala Gregorio. ¡°No hay un solo joven que quiera ser pay¨¦, que es el m¨¢s sabio; quien protege y previene las enfermedades. Es el ¨²nico que puede curarlas. Yo s¨¦ hacer danzas, toco el carrizo, pero ni eso quieren aprender. Aqu¨ª tenemos solo uno, Tom¨¢s, pero los j¨®venes ¡®civilizados¡¯ que llegan del colegio est¨¢n m¨¢s preocupados por el celular y la televisi¨®n. Se nos acabaron los pay¨¦s. Y eso est¨¢ destruyendo todo¡±.
Carlos Rodgr¨ªguez, PhD en Ciencias Naturales de la Universidad de ?msterdam y quien durante unas cuatro d¨¦cadas ha tratado de divulgar y promover los saberes tradicionales de las comunidades de la Amazon¨ªa, cree que perder ese conocimiento significa una verdadera tragedia para todos. ¡°Hay que hacer todos los esfuerzos por fortalecer la transmisi¨®n de esa cultura entre las generaciones; no podemos perderla¡±, dice desde la sede en Bogot¨¢ de Tropenbos, la ONG que dirige.
Como escribi¨® ¨¦l hace un tiempo en El Espectador, ¡°las ancianas y ancianos son fundamentales en las comunidades ind¨ªgenas. Cuando perdemos a un anciano perdemos una biblioteca, se pierde una maestr¨ªa, una tradici¨®n y una cultura¡±.
Si desaparece esa figura, a?ade Montoya, la sociedad queda coja.
Otra rareza del Vaup¨¦s
A la primera llamada, el psiquiatra Juan David P¨¢ramo, especialista en Salud Mental Comunitaria y profesor de la Universidad Javeriana en Bogot¨¢, se niega a dar entrevistas. No todos quieren a los periodistas en Mit¨². Despu¨¦s de que se popularizara la idea del departamento con la tasa m¨¢s alta de suicidios, varios han ido a recopilar historias. Para algunos de sus habitantes, la sensaci¨®n es que quedaron varios titulares que los rotulaba como el departamento con m¨¢s suicidios del pa¨ªs, pero muy pocos ayudaban a entender las razones daban luces sobre c¨®mo enfrentarlo.
Pero P¨¢ramo cede. Quiere explicar que la realidad de Vaup¨¦s, aunque sigue siendo inquietante, ha mejorado. Mientras hace diez a?os, el ¨²nico hospital del departamento ?el Hospital San Antonio de Mit¨²? ten¨ªa apenas un psic¨®logo para sus m¨¢s de 51.000 kil¨®metros cuadrados, un tama?o equivalente a 31 ¡°bogot¨¢s¡±, hoy hay tres psic¨®logas cl¨ªnicas, dos psic¨®logos comunitarios, y servicios de psiquiatr¨ªa casi de tiempo completo. P¨¢ramo, contratado luego de la sentencia de la Corte Constitucional (la T 357 de 2017) que orden¨® a todo el departamento mejorar la atenci¨®n en salud (y en salud mental), se rota con un colega para atender pacientes 20 d¨ªas del mes en Mit¨².
¡°Revise qu¨¦ otro departamento de la Amazon¨ªa tiene un servicio similar¡±, sugiere. ¡°No lo va a encontrar¡±. Basta un vistazo a la base de datos del Ministerio de Salud para confirmar su diagn¨®stico.
En 2014, cuando visit¨¦ Mit¨² para investigar las primeras alertas por los suicidios, tambi¨¦n hab¨ªa una Gobernaci¨®n que, con dos personas encargadas de asuntos de ¡°Convivencia social y salud mental¡±, chapaleaba para poder entender lo que suced¨ªa. Hoy hay cuatro y una de ellas tiene un cargo llamativo: ¡°referente para suicidio¡±. Luego de la pandemia, crearon un ¡°equipo de respuesta inmediata¡± para reaccionar ante eventos de salud mental. Claro, ¡°inmediato¡± en un departamento donde un vuelo a una comunidad lejana puede valer $2,5 millones, depende de en qu¨¦ tan buenas condiciones est¨¦ el bolsillo de la Secretar¨ªa de Salud. El pasado 21 de julio, por ejemplo, les lleg¨® la alerta por seis casos de intento de suicidio en Tapurucuara, a unos siete minutos en avioneta, pero fue imposible viajar. No pudieron, por el momento, atenderlos.
La pregunta, en este punto, es ?por qu¨¦, pese a esfuerzos institucionales, contin¨²a existiendo una alta tasa de suicidios? Una parte de la respuesta, aseguran desde el equipo de Sinergias, est¨¢ en que los actores que juegan un papel en la salud mental est¨¢n tratando de hallar soluciones por separado en vez de encontrar una salida conjunta.
Otra parte, responde Johana Guevara, gerente del hospital de Mit¨², tiene que ver con el trabajo que nos cuesta a los periodistas leer las cifras: ¡°?No ser¨¢ que tenemos m¨¢s casos porque hacemos m¨¢s presencia en la zona rural y eso nos ha ayudado a entender mejor lo que est¨¢ sucediendo?¡±
La mala noticia es que en la ecuaci¨®n, dice la doctora Rodr¨ªguez, hay cada vez m¨¢s variables. Una de ellas, el creciente urbanismo. Otra, un poco m¨¢s preocupante: el consumo de sustancias psicoactivas.
Lleg¨® el narcotr¨¢fico
A Roc¨ªo G¨®mez, l¨ªder del grupo de salud mental de la Gobernaci¨®n, hay varias cosas que le quitan el sue?o cuando le preguntan por los suicidios. La m¨¢s reciente tiene que ver con los casos de adolescentes que consumen marihuana, bazuco o coca¨ªna. Si bien, a?ade, han detectado m¨¢s en la parte urbana de Mit¨², ya han registrado casos en las comunidades rurales. Al ser el Vaup¨¦s una v¨ªa para llevar drogas il¨ªcitas de Colombia hasta Brasil, en la Gobernaci¨®n sospechan que los traficantes est¨¢n pagando a los m¨¢s j¨®venes con droga. As¨ª, intuyen, los ¡°enganchan¡± y alimentan el microtr¨¢fico.
La situaci¨®n la expuso el Secretario de Salud ante el Ministerio de Defensa y las Fuerzas Armadas en febrero de este a?o, inquieto por lo grave de la situaci¨®n en la frontera con Brasil. En su respuestas, el Ej¨¦rcito reconoc¨ªa la ¡°inexistencia¡± de tropas en ese lugar por, entre otras razones, ¡°las condiciones topogr¨¢ficas y clim¨¢ticas¡± y la estrechez de la pista de aterrizaje. Para la Armada tambi¨¦n era imposible llegar debido a los ¡°raudales¡±.
¡°El error en Vaup¨¦s es que siempre le achacan los temas de suicidio a la salud p¨²blica, pero la salud aqu¨ª es lo de menos¡±, apunta Pablo Montoya. ¡°Podemos volcarnos a robustecerla, pero continuar¨¢n los problemas de base¡±. Dicho en t¨¦rminos de P¨¢ramo, si los desaf¨ªos del departamento fueran un iceberg, el suicidio apenas ser¨ªa la punta.
?Qu¨¦ hay m¨¢s abajo? Un art¨ªculo que public¨® la Revista Colombiana de Psiquiatr¨ªa en 2021 daba algunas pistas. Encabezado por el m¨¦dico y antrop¨®logo Pablo Mart¨ªnez, hac¨ªan una lista de sus hallazgos tras entrevistar a autoridades tradicionales, pobladores y funcionarios de Vaup¨¦s. Entre ellos, mencionaban un ¡°profundo proceso de aculturaci¨®n¡± que estaba causando mayor inter¨¦s por residir en el casco urbano, mayor consumo de alcohol destilado, deterioro de redes familiares y violencia intrafamiliar. Escasez de oportunidades y dificultades para subsistir en esos contextos for¨¢neos eran otros de los factores que mencionaban. La combinaci¨®n parec¨ªa ¡°remover¡± la identidad y, en parte, por eso, recomendaban trabajar m¨¢s con las autoridades tradicionales.
En t¨¦rminos un poco m¨¢s acad¨¦micos, pod¨ªa leerse como ¡°la anom¨ªa social¡± que ?mile Durkheim, uno de los padres de la Sociolog¨ªa, populariz¨® en 1897 en uno de sus libros m¨¢s c¨¦lebres: El suicidio. Se trata, dijo, de ¡°un estado donde los valores tradicionales han dejado de tener autoridad, mientras que los nuevos ideales, objetivos y normas todav¨ªa carecen de fuerza (...) Cada individuo o cada grupo buscan por s¨ª solos su camino, sin un orden que lo conecte con los dem¨¢s¡±.
La ¡°muerte cultural¡± lo hab¨ªa llamado otro grupo de psiquiatras de la Universidad Javeriana en un art¨ªculo en el que hicieron una revisi¨®n de los estudios sobre suicidios en ind¨ªgenas de Am¨¦rica Latina. El equipo liderado por la psiquiatra Zulma Urrego Mendoza, profesora de la facultad de Medicina de la Universidad Nacional, hizo un ejercicio similar. Luego de examinar todas las publicaciones entre 1993 y 2013 relacionadas con suicidios ind¨ªgenas, concluy¨® en 2018 que los j¨®venes en territorios con pocos recursos y escasas oportunidades, ¡°suelen entrar en conflicto con la construcci¨®n de su identidad, alteran su balance y armon¨ªa, y pueden enfermar, o morir por suicidio¡±.
En su ecuaci¨®n, el problema no ten¨ªa mucho que ver con la salud. Hab¨ªa procesos econ¨®micos, como la producci¨®n agroindustrial, la deforestaci¨®n y la contaminaci¨®n; y procesos pol¨ªticos y culturales como ¡°la imposici¨®n de nuevas formas de concebir el mundo¡±. Tambi¨¦n mencionaba otro que no pod¨ªa apartar de la f¨®rmula: la educaci¨®n.
Para ella y el resto de autores, los internados (o ¡°residencias escolares¡±, como se llaman oficialmente) que a¨²n existen en comunidades amaz¨®nicas como las del Vaup¨¦s han implicado un ¡°proceso destructivo¡± relacionado con los suicidios. ¡°Es un mito que estigmatiza a estos lugares¡±, aseguran desde el Ministerio de Educaci¨®n.
En el grupo de estudiantes de uno de las dos residencias que hay en Mit¨², llamado la Escuela Normal Superior Ind¨ªgena Mar¨ªa Reina (Enosimar), el suicidio m¨¢s reciente se present¨® el semestre pasado (aunque no fue dentro de las instalaciones). Plinio Restrepo, su rector, recuerda que fue una joven de unos 20 a?os, que ten¨ªa una hija. La coordinadora acad¨¦mica recuerda otro: el de una ni?a de 12 a?os.
Luis Pe?a P¨¦rez, director del Internado Rural de Murutinga, no olvida uno m¨¢s: un estudiante de 14 a?os, al que quer¨ªa como si fuera de su familia. ¡°No estoy preparado para estas situaciones¡±, dice.
Se para; hace calor. Es hora de volver a clase con los hijos de Javier, el capit¨¢n. Esta noche pasar¨¢n en familia horas frente al televisor para repetir, por en¨¦sima vez, la pel¨ªcula animada La era del hielo 3.
Producci¨®n general: Pedro Samper
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