Para un nuevo contrato social
Este a?o nos toparemos todo el tiempo con desinformaciones de diversas clases, y yo creo que una parte de los ciudadanos tienen derecho a exigirse entre ellos un cierto grado de responsabilidad
Llevo un tiempo pensando que necesitamos un nuevo contrato social, y que esta vez debe girar alrededor de la informaci¨®n. Muchos comienzan a enterarse ahora del da?o profundo que las redes sociales han causado en nuestras sociedades democr¨¢ticas, a pesar de que todos los d¨ªas se publican art¨ªculos y se lanzan documentales sobre los excesos de Facebook y de Twitter, sobre los estropicios de Cambridge Analytica, sobre la indolencia o la complicidad o la connivencia de los Zuckerberg y los Musk: esos curiosos individuos que navegan entre el autismo, el infantilismo y la sociopat¨ªa, y a los cuales hemos entregado (voluntariamente: eso es parte del esc¨¢ndalo) todas las herramientas necesarias para enriquecerse a costa de la estabilidad misma de nuestra sociedades. S¨ª: muchos ciudadanos se han enterado de que llevan a?os siendo manipulados, y sus odios azuzados y sus inseguridades explotadas, por esos mecanismos opacos e incomprensibles para la mayor¨ªa. Pero las redes sociales no han cambiado su modelo de negocio. ?Para qu¨¦ iban a hacerlo, si los usuarios siguen ah¨ª?
Pero este a?o hay un peque?o p¨¢nico creciendo en las esquinas, pues se aproximan elecciones en medio mundo: es decir, medio mundo se va a hundir durante los meses que vienen en una marejada de desinformaci¨®n, mentiras y distorsiones. Ser¨¢n meses de tensiones sociales, de iras y odios desatados en las redes, de calumnias y manipulaciones, y no ser¨¢ para sorprenderse que entren en acci¨®n las posibilidades imprevisibles de la inteligencia artificial para confundir todav¨ªa m¨¢s a los confundidos votantes. (Hoy, mientras escribo, me entero de un mensaje de voz del mism¨ªsimo Joe Biden que pide a los votantes ¨Ceh¨C no votar. El mensaje fue generado artificialmente, pero ya habr¨¢ convencido a algunos.) Y el p¨¢nico del que hablo, que no sienten todos, se debe a algo muy sencillo: para votar se necesita informaci¨®n confiable, y nuestra relaci¨®n ciudadana con la informaci¨®n est¨¢, por decirlo con amabilidad, pasando por un mal momento: porque est¨¢ rota ¨Co severamente magullada¨C nuestra relaci¨®n con nosotros mismos. Es decir: nuestra confianza. No s¨¦ si tenga que poner en palabras una obviedad semejante, pero ah¨ª va: sin confianza, las sociedades fracasan. Para reparar la confianza rota o magullada es necesario cobrar conciencia de lo que nos ha pasado en los ¨²ltimos a?os, como consumidores de informaci¨®n y tambi¨¦n como propagadores.
Y lo que nos ha pasado, cuando pensamos en el asunto crucial de la informaci¨®n, es preocupante. La informaci¨®n que recibimos es la ¨²nica herramienta para tomar decisiones pol¨ªticas, ya no digamos para llegar a una cierta conclusi¨®n sobre lo que es verdadero en nuestro mundo compartido. Pues bien, hace rato que nuestras sociedades abandonaron la idea misma de verdad com¨²n: aquello de las verdades alternativas, creaci¨®n impagable de los a?os Trump, ya suena a viejo de tanto que nos hemos acostumbrado a su presencia. Desde entonces, los movimientos populistas y antiliberales han confirmado con enorme provecho ¨Cesto no es nuevo, pero creer que es lo de siempre es un error¨C que nada es tan rentable como la confusi¨®n. Es decir, que no es necesario mentir todo el tiempo, sino que basta abrir una ventana de duda en la mente del ciudadano para imponer su versi¨®n del mundo, lo que llamamos ¡°relato¡± o ¡°narrativa¡± (dos palabras que tambi¨¦n se van desgastando a pasos agigantados). Los movimientos que se dicen o se creen democr¨¢ticos pronto lo entendieron tambi¨¦n, y no han renunciado a la rentabilidad inmensa de esa forma de hacer pol¨ªtica.
Ahora bien: su ¨¦xito, el ¨¦xito de la desinformaci¨®n como estrategia, necesita siempre de la colaboraci¨®n del ciudadano. Aqu¨ª entran en juego otros factores de nuestra humanidad demasiado humana. Entra en juego la ignorancia voluntaria (y a veces cultivada con esmero) de los que se niegan a saber, no vaya a ser que enterarse de algo ponga en riesgo sus convicciones, adquiridas todas con un enorme esfuerzo de la superstici¨®n. Entran en juego las mil formas de irracionalidad, que nos hacen tan vulnerables al enga?o directo o a la distracci¨®n m¨¢s o menos grosera, m¨¢s o menos h¨¢bil. Entre ellas est¨¢n, por ejemplo, nuestros sesgos: la tendencia a creer en lo que nos confirma nuestra visi¨®n del mundo y a rechazar lo que la cuestiona; la tendencia a creer lo que dice una figura de autoridad, aunque sea descabellado, y a descreer de lo que dice una figura que rechazamos, aunque sea sensato y aun comprobable.
Se me ocurren muchos ejemplos, pero prefiero uno: el hecho inveros¨ªmil de que los republicanos est¨¢n a punto de convertir en candidato presidencial a un hombre que les recomend¨® beber desinfectante para curar el Covid. Hubo varias v¨ªctimas de su fr¨ªvola irresponsabilidad, claro, pero de eso ya no se acuerda nadie, o eso no basta para descalificar: Trump sigue siendo el que mejor representa sus prejuicios o vindica su identidad. Si sus votantes le creyeron cuando les dijo que se tomaran un vaso de Cl¨®rox para curar un virus respiratorio, ?por qu¨¦ no van a creerle ahora cuando dice que los procesos en su contra son una cacer¨ªa de brujas, o que los inmigrantes envenenan la sangre de su pa¨ªs? El instinto tribal es fascinante: puede llegar incluso a desactivar la raz¨®n. En el mejor de los casos, nos lleva a pensar lo que piensa el grupo o, si hay duda, a aceptar la opini¨®n prevalente. Por supuesto, en ello hay enormes ganancias sociales, pues para casi todo el mundo es m¨¢s c¨®modo equivocarse en grupo que tener raz¨®n en soledad, y se necesita de un cierto valor para llevar hasta sus ¨²ltimas consecuencias la tarea nada f¨¢cil de pensar por uno mismo.
Este a?o nos toparemos todo el tiempo con desinformaciones de diversas clases, y yo creo una parte de los ciudadanos tiene derecho a exigirse un cierto grado de responsabilidad. No me refiero a todos, como digo: a una parte grande la doy por perdida. Pero todav¨ªa los hay que no quieren enga?ar si pueden evitarlo, que no aceptan por comodidad ser enga?ados, que creen todav¨ªa en la existencia de la verdad com¨²n y en la gravedad de su deterioro. Estos ciudadanos tienen derecho a exigirles a los dem¨¢s que cuiden la informaci¨®n y tienen la obligaci¨®n de cuidarla ellos mismos: ?ser¨¢ demasiado pedir? Avergonzarse si comparten por negligencia o credulidad una noticia que calumnia o miente; avergonzarse m¨¢s todav¨ªa si la comparten por inter¨¦s pol¨ªtico, por sectarismo o por hipocres¨ªa.
Ahora he encontrado un concepto util¨ªsimo en un libro que es como una caja de herramientas. El libro es Son molinos, no gigantes, de Irene Lozano, y lleva este t¨ªtulo sin dobleces: ¡°C¨®mo las redes sociales y la desinformaci¨®n amenazan nuestra democracia¡±. El concepto es la ¡°vigilancia epist¨¦mica¡±, y se refiere a esos mecanismos del conocimiento que nos permiten a los seres humanos saber si la informaci¨®n que recibimos, ya sea de otros seres humanos o de instituciones, es digna de confianza. En otras palabras: la facultad de saber a qui¨¦n hay que creerle, y por qu¨¦. Y en otras: el talento de leer bien la realidad. No es algo inalcanzable, pero s¨ª exige ciertas actitudes que no todos est¨¢n dispuestos a tener: se?alar la mentira, aun si nos conviene; apoyar la verdad, aun si nos molesta. A ver si este a?o no termina tan mal como podr¨ªa.
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