Bukele: la mentira en democracia
La profec¨ªa autocumplida de Nayib Bukele alerta (una vez m¨¢s) sobre la fragilidad del dispositivo electoral como ant¨ªdoto ¨²nico contra el autoritarismo
La profec¨ªa autocumplida de Nayib Bukele alerta (una vez m¨¢s) sobre la fragilidad del dispositivo electoral como ant¨ªdoto ¨²nico contra el autoritarismo. El nuevo caudillismo medi¨¢tico, edificado sobre viejos mecanismos de mentira y ¡°soluci¨®n de problemas¡±, amenaza la salud democr¨¢tica de pa¨ªses desesperados por la violencia y la inequidad.
La regi¨®n enfrenta el auge de viejos fen¨®menos pol¨ªticos encarnados en nuevos personajes. Todos tienen un par de rasgos que aqu¨ª en Colombia conocimos hace d¨¦cadas. Uno, satanizar a todo el que ponga en duda la honradez de los prop¨®sitos de un presidente iluminado, o la necesidad de sus decisiones. Y el otro, promover un estado de opini¨®n como faceta superior del Estado de Derecho, que permite invocar la popularidad del presidente para deslegitimar los controles formales de la democracia y desconocer l¨ªmites constitucionales o decisiones judiciales.
La mentira en pol¨ªtica es parte de los mecanismos que sostienen estas anomal¨ªas democr¨¢ticas ¡ªcada vez m¨¢s frecuentes¡ª. Hannah Arendt lo advirti¨® hace m¨¢s de 50 a?os: el pol¨ªtico mentiroso construye mentiras m¨¢s cre¨ªbles y atractivas que la realidad. No s¨®lo porque sabe lo que su audiencia necesita o¨ªr, sino porque las fundamenta en ideaciones y teor¨ªas que, por su impaciencia, nunca han sido sometidas a procesos de constataci¨®n. A cambio, para ahorrar tiempo y evitar riesgos, el mentiroso modifica la realidad presente y la del pasado, para que concuerde con la l¨ªnea de sus tesis y, as¨ª, liberar su ¨¦xito de la inc¨®moda y desconcertante contingencia de la realidad.
Hoy s¨®lo vemos los presos de las mega c¨¢rceles que Bukele quiere que veamos. Los tatuados y fortachones pandilleros semidesnudos, disciplinados por las armas de la guardia estatal. A los dem¨¢s presos no los vemos. Desaparecen de la realidad medi¨¢tica todos los muchachos de barriadas marginadas, cuyas detenciones arbitrarias inundan de habeas corpus el sistema judicial salvadore?o. Lo mismo pas¨® con los falsos positivos y los miles de guerrilleros muertos en combate que nos mostraron en los cuerpos uniformados abatidos a bala de fusil. Cuando no eran m¨¢s que j¨®venes empobrecidos ajenos al conflicto, disfrazados a las malas de soldados para que el estigma funcionara. Su verdad desapareci¨®, tambi¨¦n, de la realidad medi¨¢tica.
La regi¨®n conoce este perfil de gobernante. Los ha visto subir al poder en elecciones. Siempre hombres iluminados que han modificado la realidad, agigantando horrores y desapareciendo datos y biograf¨ªas, en sofisticadas y poderosas estrategias de mercadeo que los convierten en f¨®rmulas necesarias. Y los ha visto tambi¨¦n llegar a instalarse en tiran¨ªas declaradas. La pendiente es resbaladiza.
El peligro ha sido advertido. No s¨®lo hace 50 a?os por Arendt. Hace cuatro siglos por ?tienne de La Bo¨¦tie en su discurso sobre la servidumbre voluntaria. Si se mantiene el dispositivo electoral como ¨²nico escudo contra el totalitarismo, la regi¨®n no ver¨¢ la victoria sobre la dominaci¨®n de la mentira. Los pueblos deben asumir sin titubeos que las garant¨ªas democr¨¢ticas son su mejor escudo. Que son ellos quienes se hacen siervos de la codicia de sus gobernantes cuando, pudiendo escoger entre la servidumbre y la libertad, eligen la primera. Abandonan la promesa de los derechos, en una imprudente traici¨®n a su propia historia, porque esa promesa es una conquista popular que ha costado luchas exigentes y, a veces, sangrientas. Eligen, a cambio, cargar con un yugo que causa su da?o y les aturde hasta dormirlos en la m¨¢s inexplicable sumisi¨®n.
Muchos votantes salvadore?os, parad¨®jicamente, engrosan las cifras (lejanas al imaginario prometido) de quienes no est¨¢n protegidos de la pobreza y la exclusi¨®n por garant¨ªas democr¨¢ticas, ni viven en la anunciada libertad frente a la violencia. El Salvador de Bukele, con su reelecci¨®n prohibida y su populismo punitivo se perfila como un pa¨ªs Ni-Ni. Ni democr¨¢tico, ni libre. Como Colombia en tiempos de Uribe, sus referendos reeleccionistas y sus falsos positivos. O como Argentina en la reci¨¦n inaugurada era Milei. La desgracia de ser un pa¨ªs Ni-Ni, aunque parece ser una enfermedad eruptiva altamente contagiosa, no se conjura con un ¨²nico brote. El ¨²nico ant¨ªdoto es la consciencia. ?Atentos!
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