La soledad ¨¦tica
Basta la mala suerte de cruzarse con las rutas de la violencia, para que el delirio de unos u otros se cobre la vida de alguien y le deje estampado un estigma que martirice a toda su familia por generaciones
Hay un tipo de abandono que no se remedia con el paso del tiempo. Jill Stauffer le ha llamado soledad ¨¦tica. Es el aislamiento que sienten quienes han sido perseguidos o atrozmente da?ados, cuando constatan que fueron apartados de la humanidad, que no son escuchados por quienes tienen poder sobre sus vidas. Aunque parece una condena insuperable en crueldad, puede ser peor si se sufre mientras se espera que un familiar o amigo regrese del ¡°pueblo de las sombras¡±. Ese lugar al que, seg¨²n Cortazar, han ido a dar los miles de desaparecidos por la dictadura argentina, y al que se han agregado los ciento cuatro mil desaparecidos de Colombia.
Carlos Alfredo Castro Aguirre era el quinto de los siete hijos de Maria Otilia Aguirre. Sus hermanos cuentan que era el m¨¢s alegre. ?l promet¨ªa acompa?ar los sue?os de todos: una casa mejor para su mam¨¢, o la profesi¨®n de una hermana que se quer¨ªa convertir en crimin¨®loga. El 29 de junio de 2004 le ofrecieron un trabajo en una finca. Acept¨® con la ilusi¨®n de ganar un poco m¨¢s. Fue enga?ado por paramilitares que hab¨ªan acordado entregarlo al comandante Carlos Yobani Medina Bayona, a cargo de la Bater¨ªa Bombarda del Batall¨®n La Popa (en Valledupar ¨C Cesar). Al otro d¨ªa lo mataron.
Medina ha contado ante la JEP, que Carlos Alfredo fue asesinado junto con otros cuatro civiles inocentes enga?ados y entregados a ¨¦l por paramilitares a cambio de material de guerra. La JEP ha establecido que los cuerpos fueron trasladados por los asesinos, presentados como guerrilleros dados de baja en combate, sepultados como NN y desaparecidos.
Entre la esperanza de encontrarlo vivo, y el miedo inoculado por su desaparici¨®n y por el asesinato aun impune de otro hermano que lo buscaba, la familia Castro Aguirre llevaba tres a?os tras sus rastros. Se enteraron de la muerte de Carlos, por un peri¨®dico local que public¨® los nombres de esos muchachos. Pese a estar plenamente identificado, la familia aun espera recuperar su cuerpo.
En la dimensi¨®n mordaz de los falsos positivos, la desaparici¨®n forzada es un instrumento del estigma. La desaparici¨®n del cuerpo se lleva la huella de la atrocidad, emborrona la biograf¨ªa y deja espacio para el efecto de la palabra estigmatizante, para el fantasma de la deshonra. Las veces que do?a Maria Otilia fue al Batall¨®n con la madre de otro de los desaparecidos, las atendi¨® una mujer que les dec¨ªa que no se llamaran al enga?o, que sus hijos eran guerrilleros aunque ellas, como cualquier madre, los creyeran inocentes. As¨ª funciona la arbitraria geograf¨ªa de nuestra guerra. Basta la mala suerte de cruzarse con las rutas de la violencia, para que el delirio de unos u otros se cobre la vida de alguien y le deje estampado un estigma que martirice a toda su familia por generaciones.
Aunque Medina Bayona ya cont¨® lo que pas¨® y reconoci¨® su responsabilidad por esas conductas ante la JEP, hace apenas unas semanas, el Ministerio de Defensa apel¨® la sentencia de primera instancia en que el Tribunal Administrativo del Cesar conden¨® al Estado por la muerte de Carlos Alfredo Castro Aguirre. Seg¨²n la abogada de ese Ministerio, ¡°est¨¢ plenamente demostrado que el Ej¨¦rcito Nacional actu¨® bajo los par¨¢metros legales¡±. Es el mantra repetido durante a?os por ese Ministerio ante el Consejo de Estado. Una estrategia de litigio que perpet¨²a la tralla del estigma, porque lo dicho solo podr¨ªa ser cierto si hubiera habido un combate, y si el quinto de los Castro Aguirre hubiera sido un guerrillero. Y no. Ni hubo combate, ni ¨¦l era guerrillero.
Esas estrategias del Ministerio de Defensa denotan el desprecio por un mandato judicial del Consejo de Estado, que en agosto de 2019 orden¨® a Agencia Nacional para la defensa jur¨ªdica del Estado, que dise?ara un protocolo para prevenir ese tipo de litigio abusivo, anti¨¦tico y revictimizante en casos de delitos de lesa humanidad y cr¨ªmenes de guerra. Y, lo que es peor, diluyen a¨²n m¨¢s la majestad del Estado, y su autoridad que, como dice Paul Kahn, deber¨ªa estar fundada en la verdad y no en otros c¨¢lculos.
Do?a Maria Otilia muri¨® buscando a su hijo Carlos Alfredo. Sus hermanos dicen que su muerte les arranc¨® el futuro, que los mantiene viviendo atrapados en un pasado de dolor. Pero que no descansar¨¢n hasta recuperar su cuerpo, para honrar su memoria, limpiar su nombre y hacer un homenaje a su mam¨¢. Para constatar que su soledad ¨¦tica, por fin ha terminado.
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