El fin de la educaci¨®n como la conocemos
Hoy, aunque persiste la convicci¨®n de que hay que seguir apost¨¢ndole a la educaci¨®n, es cada vez m¨¢s dif¨ªcil defender el sistema que conocemos
Hago parte de la generaci¨®n que creci¨® bajo la premisa de que a trav¨¦s de la educaci¨®n se acceder¨ªa a las oportunidades y a la posibilidad de mejorar la calidad de vida. Muchos de nosotros invertimos tiempo, recursos y esfuerzo para formarnos tras ese El Dorado, y el mercado laboral, no siempre de manera sencilla o respondiendo a nuestros deseos, nos fue recibiendo. Ser profesional, tener una especializaci¨®n, una maestr¨ªa e incluso un doctorado eran la llave hacia un futuro promisorio para miles de personas y sus familias. Sin embargo, esto cambi¨® y para las nuevas generaciones, formadas y con unas expectativas diferentes, la promesa se rompi¨®.
La escolaridad influye en la calidad de ingresos econ¨®micos de las personas. Desde esta perspectiva, estudiar s¨ª paga. Sin embargo, en nuestro pa¨ªs es una fuente de desigualdad. La deserci¨®n es enorme. Por cada 100 ni?os que entran a primaria, solo 44 se grad¨²an como bachilleres. De estos, ¨²nicamente el 40% entra a la universidad y apenas un 18 % la termina. Un embudo total.
La mayor parte de la educaci¨®n formal de calidad est¨¢ en las principales ciudades del pa¨ªs, y se resume en 300 instituciones de educaci¨®n superior, entre p¨²blicas y privadas, que atienden aproximadamente 2,4 millones de estudiantes. En esos lugares tambi¨¦n est¨¢n ubicadas las principales fuentes de trabajo. Entonces, ?qu¨¦ pasa con las regiones m¨¢s alejadas o las ciudades m¨¢s peque?as? Se calcula que la tasa de cobertura nacional de la educaci¨®n superior es cercana al 54%; sin embargo, hay departamentos que no llegan al 20%. La educaci¨®n entonces no es para todos.
La otra pata es que, en la carrera por mejorar los ingresos a partir de la educaci¨®n, las personas est¨¢n entrando en un camino muy dif¨ªcil en el que no se trata de la mejor educaci¨®n, sino la que se puede pagar. Esto marca otra diferencia. En Colombia, a febrero de 2024, solo 92 de 300 instituciones de educaci¨®n superior ten¨ªan la acreditaci¨®n de alta calidad del Ministerio de Educaci¨®n Nacional, dentro de las cuales est¨¢n varias de las universidades privadas con las matr¨ªculas m¨¢s altas del pa¨ªs, que por semestre pueden oscilar entre 17 y 34 millones de pesos. Teniendo en cuenta que el salario m¨ªnimo en el pa¨ªs qued¨® para este a?o en 1,4 millones de pesos, a no ser que se logre ser parte de alg¨²n plan especial de acceso a la educaci¨®n superior, estudiar en una universidad de alta calidad es impagable para la gran mayor¨ªa. Y la alternativa de hacerlo en una p¨²blica no es tan sencilla porque la competencia es dura, y muchos estudiantes no tienen una preparaci¨®n que les permita superar el proceso de admisi¨®n o sus niveles de exigencia.
Pero el problema no es solo la educaci¨®n. El mercado laboral castiga duro a los j¨®venes. Seg¨²n el Departamento Administrativo Nacional de Estad¨ªstica (DANE), la tasa de desempleo juvenil para el trimestre septiembre-noviembre de 2023 fue del 16%, siete puntos porcentuales por encima de la tasa nacional. La situaci¨®n se hace muy grave si hacemos un zoom en la poblaci¨®n que deber¨ªa estar en la universidad o trabajando luego de graduarse como profesional. Seg¨²n un estudio de la Universidad del Rosario, el 28,67% de los j¨®venes de entre 18 y 24 a?os y el 19,3% de los que tienen entre 25 y 29 a?os se clasifican como ninis, o sea que ni estudian ni trabajan. Las oportunidades no son para todos.
Actualmente estamos frente a la generaci¨®n m¨¢s preparada acad¨¦micamente de nuestra historia, pero en un entorno menos prometedor y esperanzador. Hace unos d¨ªas Probogot¨¢ public¨® la tercera encuesta de mercado laboral, Presente y Futuro del Empleo en Bogot¨¢ Regi¨®n 2023. Los resultados son poco alentadores. Tres datos as¨ª lo evidencian. Casi el 60% de los empresarios consideran que los j¨®venes llegan a los trabajos con habilidades regulares o malas; el 34% de los empleadores no cuenta con ning¨²n joven entre 18 a 28 a?os contratado; y solo el 17% de los empleados adquiri¨® sus habilidades laborales en instituciones educativas. Si esto pasa en Bogot¨¢, que representa m¨¢s del 25% del producto interno bruto (PIB) nacional ¡ªo el 31% si se agrega el aporte de Cundinamarca¡ª, ?c¨®mo ser¨¢ esta situaci¨®n en el resto del pa¨ªs?
Con un panorama en que las universidades cada vez son m¨¢s caras y sus egresados o ganan menos o tienen muchas dificultades para encontrar trabajos; que en muchos casos, lo que aprenden tras varios a?os de estudios poco o nada sirve para desempe?arse en un entorno altamente cambiante y de gran incertidumbre; que se observa un aumento sostenido en el n¨²mero de personas que no quieren ir a la universidad porque sienten que no les ofrece el acceso al mundo que ellos quieren; que la inteligencia artificial reemplazar¨¢ o mutar¨¢ profundamente algunas carreras que hoy conocemos; hoy, aunque con la convicci¨®n de que hay que seguir apost¨¢ndole a la educaci¨®n, es cada vez m¨¢s dif¨ªcil defender el sistema que conocemos.
Me he centrado en lo que pasa en Colombia, pero esta crisis es mundial. Sabemos que muchas cosas no van bien, pero no hay alternativas de transformaci¨®n profunda. La riqueza est¨¢ hiperconcentrada y el acceso a las oportunidades m¨¢s restringido. Si no nos repensamos como sociedad, seguiremos acumulando dolores y frustraciones.
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