La coca, un soporte econ¨®mico vital con beneficios fugaces para la Colombia m¨¢s apartada
Un grupo de investigadores determina que los cultivos y el comercio il¨ªcito de pasta base ha aportado un crecimiento del 0,4% de toda la econom¨ªa del pa¨ªs
Algo est¨¢ sucediendo con el negocio ilegal del cultivo de la hoja y venta de la pasta base de coca en la que algunos llaman la ¡°Colombia invisible¡±. Ese pa¨ªs que se extiende m¨¢s all¨¢ de lo que los soci¨®logos han etiquetado como fronteras agrarias y donde la presencia estatal parece un eco lejano. Un grupo de investigadores, la mayor¨ªa de la Universidad de los Andes, en Bogot¨¢, acaba de publicar un estudio revelador sobre una de las partidas m¨¢s sombr¨ªas de la econom¨ªa colombiana. Las conclusiones m¨¢s s¨®lidas de este nuevo aporte para comprender una actividad tan poco dada a la exactitud estad¨ªstica son tres. La principal es que la contribuci¨®n de los productores campesinos ¨Del primer eslab¨®n de la cadena¨D al crecimiento del pa¨ªs ronda el 0,4%, en a?os donde la econom¨ªa total del pa¨ªs aumentaba un promedio del 3%
El segundo resultado es que su impacto local, sin embargo, es vital. En los peque?os municipios cocaleros vertebra la vida, con un peso de alrededor del 10,5% de su PIB. Por ¨²ltimo, se trata de un campo tan lucrativo a corto plazo como poco rentable a mediano o largo para los campesinos involucrados en las primeras fases. Es un negocio que a duras penas ha mitigado la pobreza en las regiones productoras. Varias de ellas, de hecho, hoy atraviesan una crisis humanitaria y alimentaria in¨¦dita en d¨¦cadas. Tambi¨¦n, de acuerdo con la investigaci¨®n titulada Crecimiento local basado en la coca y su impacto socioecon¨®mico en Colombia, se ha convertido en un sin¨®nimo voraz de deforestaci¨®n.
A los da?os ambientales generados por la tala de ¨¢rboles, necesaria para extender las cosechas de hoja de coca, se ha sumado un acelerado aumento en la transici¨®n de tierras cocaleras hacia hatos y pastizales para la cr¨ªa de ganado: ¡°En la Amazon¨ªa colombiana el incremento fue de 302% entre 2014 y 2019¡å, explica el economista Lucas Mar¨ªn-Llanes, director de la investigaci¨®n.
Esta cercan¨ªa entre ganader¨ªa y coca se ha estrechado en algunos puntos de Colombia. Entre las explicaciones se halla el hecho de que parte importante de los beneficiarios de los programas estatales para la sustituci¨®n de cultivos de uso il¨ªcito ha optado por migrar hacia proyectos ganaderos. ¡°El ganado tiene unos beneficios y arroja alguna rentabilidad. Sirve como flujo de ingresos a trav¨¦s de la venta de leche e inversi¨®n para los hogares. Pero nuestra conclusi¨®n es que hay una interacci¨®n directa entre esas dos econom¨ªas y que su promoci¨®n se ha convertido en los principales motores de la deforestaci¨®n en Colombia¡±, aclara Mar¨ªn.
El trabajo ha sido publicado por el Centro de Estudios sobre Desarrollo Econ¨®mico de la Universidad de los Andes. Su alcance no llega a las cadenas de tr¨¢fico, distribuci¨®n, exportaci¨®n o lavado de activos asociados a la dimensi¨®n criminal de la coca¨ªna. Los ¨²ltimos estudios sobre ese mundo datan de 2019 y cifraban por entonces su peso en el PIB colombiano en un 1,88%.
El foco de esta investigaci¨®n, que dur¨® algo m¨¢s de tres a?os, se posa sobre la producci¨®n rural de las hojas y su transformaci¨®n en pasta base, un estadio previo que incluye la utilizaci¨®n de algunos qu¨ªmicos para elaborar el polvo blanco. Mar¨ªn-Llanes cuenta que a partir de 2019 el sector ha tenido un giro significativo. La par¨¢lisis en el comercio mundial a ra¨ªz de la pandemia oblig¨® a los traficantes a repensar la f¨®rmula para el negocio. Colombia presenci¨® una sobreproducci¨®n de hoja de coca que a¨²n se acumula por monta?as en las parcelas de departamentos como Norte de Santander, Nari?o o Putumayo, en la frontera con Ecuador.
Los precios se desplomaron y la vida en cientos de municipios sufri¨® una metamorfosis latente: ¡°Las consecuencias socioecon¨®micas son impresionantes. En per¨ªodos de bonanza los municipios de departamentos como Caquet¨¢ abren almacenes, el comercio se llena de tenis y ropa de todas las marcas. Los restaurantes, las discotecas y los bares y billares se llenan. Pero con la ca¨ªda de los precios en el mercado hay un impacto evidente. Esos mismos lugares ahora parecen desiertos, deshabitados, la infraestructura se ve descuidada y la actividad desaparece¡±, explica Mar¨ªn.
Se trata de un retrato ajustado para una industria que mueve millones de d¨®lares en otros rangos m¨¢s altos de la cadena criminal, pero que en los pueblos y campos de las regiones cocaleras de Colombia apenas sostiene una endeble estructura econ¨®mica. Queda claro que, si en los d¨ªas espumosos sirve como un oasis de progreso, no resuelve las ra¨ªces estructurales de vulnerabilidad y marginalidad de una Colombia que a menudo parece olvidada. ¡°Es el principal sector econ¨®mico en estos territorios. Incluso cuando hay intervenciones estatales para atajarlo, tambi¨¦n hay problemas. Cualquier choque a una fuente que produce el 10% del PIB genera desequilibrios en la organizaci¨®n de la sociedad¡±, afirma el investigador.
Se refiere especialmente a las zonas en las que las cosechas y el negocio han crecido durante d¨¦cadas por su cercan¨ªa a pa¨ªses vecinos o a las rutas de salida mar¨ªtimas. Las pistas clandestinas de aterrizaje y muelles de atraque para submarinos y otras embarcaciones se reproducen en las costas de departamentos como Nari?o, el Cauca o Choc¨®, sobre el Pac¨ªfico. Pero tambi¨¦n en zonas del Casanare, Meta o Guaviare, en los llanos orientales del pa¨ªs.
Otro hallazgo revelador del estudio ri?e con los postulados acad¨¦micos cl¨¢sicos que han engarzado la correlaci¨®n entre violencia y coca como un binomio inseparable. Al igual que en trabajos recientes sobre el tema, como los de la historiadora Lina Britto sobre la marihuana, este estudio tambi¨¦n elaborado por los economistas Mar¨ªa Alejandra V¨¦lez y Manuel Fern¨¢ndez, y el ge¨®grafo Paulo Murillo-Sandoval, establece que la violencia no es ¡°inherente ni un comportamiento estrat¨¦gico dentro de las organizaciones o comunidades que participan en este mercado¡±, detalla Mar¨ªn.
Los indicadores recogidos durante la investigaci¨®n se?alan que en aquellos a?os de bonanza cocalera (2014-2019), cuando las im¨¢genes satelitales suger¨ªan que el pa¨ªs estaba inundado de cultivos, la violencia, medida en la presencia de grupos armados, tasas de victimizaci¨®n u homicidios, no aument¨® en los municipios.
Si bien la investigaci¨®n no desestima las sangrientas luchas entre grupos criminales que hoy se disputan la primac¨ªa de los territorios y el control de la producci¨®n, el coautor Manuel Fern¨¢ndez recuerda que durante los a?os que escudri?a no hubo un aumento visible en los registros de desplazamiento forzado: ¡°Esto, quiz¨¢s, contrasta con una parte de la literatura que muestra una asociaci¨®n muy grande entre las econom¨ªas il¨ªcitas y la violencia, pero el boom cocalero no agudiz¨® ese factor¡±.
El auge ha terminado, a pesar de que el n¨²mero de hect¨¢reas cultivadas sigue en niveles altos, seg¨²n el monitoreo de agencias como la ONU. Los precios en m¨¢s de una zona se mantienen por el suelo y las ventas estancadas. ?Qu¨¦ m¨¦todo emplearon los investigadores para sustentar su trabajo?: ¡°Usamos datos satelitales producidos por diferentes fuentes sobre el nivel de luminosidad¡±, explica Fern¨¢ndez. ¡°Los incrementos en la luminosidad en las cabeceras municipales est¨¢n altamente relacionados con los cambios en la actividad econ¨®mica. Esa informaci¨®n sobre la cantidad de luz en zonas rurales emitida en el tiempo nos sirvi¨® para relacionar otros procesos estad¨ªsticos¡±, a?ade.
Mar¨ªn plantea que la producci¨®n de cada hoja de coca funciona como un eje multiplicador de recursos: ¡°Por cada peso adicional en la producci¨®n, al PIB del pa¨ªs le est¨¢n entrando entre 1,17 y 2,3 pesos adicionales. Por ese motivo genera una gran liquidez y dinamiza toda la vida econ¨®mica de estas zonas. Sin embargo, la evidencia parcial que tenemos, y sobre la que seguimos trabajando, sugiere que los cinco a?os de bonanza no promovieron cambios estructurales o variables sostenibles de desarrollo en salud o capital humano¡±, concluye el economista.
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