Colombia, un conflicto plateado en medio de una agenda verde
Ojal¨¢ la proclama final de la COP16 incluya un llamado mundial por la defensa de la vida de quienes defienden la vida y son exterminados en medio de la mayor impunidad
La guerra en Colombia siempre ha estado te?ida de horror y sangre, un arco¨ªris de dolor ha dominado el horizonte por d¨¦cadas y dejado una estela de muertes, desaparecidos, desplazados, fosas comunes, falsos positivos, v¨ªctimas an¨®nimas y m¨¢rtires. Y, tambi¨¦n, acuerdos de paz, unos cumplidos a cabalidad, en la d¨¦cada del noventa del siglo pasado, y otros, languidecidos en el tiempo, firmados hace apenas unos a?os, despu¨¦s de un mar de euforia, esperanzas y oc¨¦anos de titulares.
Hoy esa guerra tiene un tono plateado, producto de destellos de bombardeos e intensos combates en medio de las monta?as del departamento del Cauca, dominadas durante d¨¦cadas por las guerrillas de las FARC, primero, y ahora por las disidencias de esa organizaci¨®n, comandadas por Iv¨¢n Mordisco. All¨ª tambi¨¦n hacen presencia el ELN y el Clan del Golfo, que sobreviven gracias a la miner¨ªa criminal, la extorsi¨®n, el secuestro y el negocio de la coca.
La actividad criminal ha sido abonada con plomo, mercurio y sudor de milicianos enmontados que han oprimido a las comunidades ancestrales y desafiado la democracia, el Estado y la pol¨ªtica de paz total del presidente Petro, quien contradice con autoridad y sensatez el llamado de quienes buscan devolver el p¨¦ndulo de la historia a los a?os de guerra total, tierra arrasada, cero negociaciones de paz y falsos positivos.
Tras casi siete d¨¦cadas, el conflicto armado interno en Colombia no encuentra el punto de cierre definitivo y, por el contrario, se transforma de manera permanente, encontrando la forma de resistir y mutar a nuevos estadios de horror y sufrimiento, reclutando nuevos guerreros, mientras surgen nuevos liderazgos que amenazan el futuro de la democracia, con ej¨¦rcitos privados, se?ores de la guerra, narrativas para justificar en nombre del pueblo la opresi¨®n de la poblaci¨®n, el control de los territorios, la supresi¨®n de la democracia, la imposici¨®n de reg¨ªmenes de terror y desaf¨ªo al Estado.
A pesar de muchos esfuerzos, Colombia sigue siendo laboratorio de guerras, en un mundo en erupci¨®n que tiene puestos los ojos en Ucrania o Gaza. Es, adem¨¢s, una naci¨®n con una geograf¨ªa bendecida con recursos naturales y una poblaci¨®n resiliente, que no se rinde ante la adversidad e insiste, sin miedo, en defender la democracia del asalto permanente de la ilegalidad y el odio.
La recuperaci¨®n por la legalidad del corregimiento de El Plateado, en el coraz¨®n del Ca?¨®n de Micay, zona estrat¨¦gica que conduce al litoral Pac¨ªfico, es la respuesta del presidente Petro al desaf¨ªo de una guerrilla desideologizada y desconectada de la poblaci¨®n urbana, incapaz de ganar la guerra o lograr la paz, dedicada a las econom¨ªas ilegales, que ha cruzado todas las l¨ªneas rojas y despreciado la mano tendida del Estado, no una, sino muchas veces, cuyo ¨²nico norte pareciera permanecer en el tiempo echando plomo y mercurio a los r¨ªos, destruyendo la naturaleza, matando el ma?ana, sin posibilidad alguna de derrotar al Estado.
En El Plateado, el presidente ha lanzado una ofensiva militar de recuperaci¨®n de ese territorio, olvidado por otras administraciones que dejaron crecer el problema hablando de victorias militares sin llegar con ayuda real a la poblaci¨®n. Petro envi¨® una avanzada del m¨¢s alto nivel gubernamental para llevar una oferta institucional de transformaci¨®n social. Se trata, como lo pidi¨® durante a?os la sociedad civil, de que el Estado llegue a donde no ha estado, y su presencia no sea una foto que se borra a los pocos d¨ªas, sino un hecho contundente que cambie la vida de las personas, con hospitales, escuelas, carreteras y oportunidades.
El clamor hoy de la sociedad civil que cree en la paz es que El Plateado deje de ser un enorme laboratorio de guerra y destrucci¨®n y se transforme en un laboratorio de vida, donde garantizar que siempre habr¨¢ semilla para revivir la democracia.
No es una tarea sencilla. Es una misi¨®n compleja, de largo aliento, que demanda inteligencia, coraje y enorme esfuerzo fiscal, para redireccionar recursos nacionales y regionales, y coordinaci¨®n interinstitucional en el que se escuche y valore la voz de las autoridades regionales y las organizaciones sociales. El reto es lograr que un Estado investido de autoridad, pero tambi¨¦n de solidaridad, democracia e institucionalidad llegue a territorios dominados por la incertidumbre de la guerra. Un Estado justo que libere, no que oprima con el fuego y la desconexi¨®n con las comunidades, como ocurri¨® durante d¨¦cadas en que se crey¨® en teor¨ªas revaluadas de lucha contra el terrorismo y el enemigo interno.
Colombia tiene hoy la oportunidad de consolidar una nueva estrategia para ganar territorio para la vida, la libertad y la democracia. Aplicar el Plan Nacional de Desarrollo, llevar a las regiones su mandato, llegar con una escuela, un hospital, una carretera, un camino vecinal, un escenario deportivo, un espacio l¨²dico ser¨¢ un argumento poderoso en la transformaci¨®n de la vida de los j¨®venes a quienes atrae el destello plateado del dinero f¨¢cil, el poder transitorio de las armas, y las balas de plata que matan la esperanza y se roban el ma?ana. Un joven con oportunidades que ve transformar su territorio no ser¨¢ carne de ca?¨®n de guerras fracasadas.
Con la ofensiva en El Plateado, adem¨¢s, el Gobierno le ha quitado la almendra a la narrativa de la oposici¨®n m¨¢s radicalizada, seg¨²n la cual Petro, el firmante de paz que mantiene en alto la bandera del M-19 y la proclama de la lucha por el poder, desafiando la ofensiva de un golpe de Estado y del lawfare, est¨¢ al servicio de la ilegalidad, mantiene a la fuerza p¨²blica con las manos atadas y las disidencias son jefes de debate de la eventual reelecci¨®n del proyecto pol¨ªtico petrista.
La estrategia militar en marcha, asimismo, tiene un enorme componente pol¨ªtico. Un cambio de doctrina. No se trata solo de combatir y reducir la capacidad de da?o de las disidencias y los carteles de droga, golpear su infraestructura econ¨®mica y fuentes de financiaci¨®n, y demostrar que el Estado es capaz de llegar a cualquier rinc¨®n de la geograf¨ªa porque no hay zonas vetadas por la ilegalidad, sino de liberar, adem¨¢s, a las comunidades del yugo opresor de los fusiles de la criminalidad organizada, que suplantan los liderazgos sociales, asesinan a quienes contradicen sus ¨®rdenes o defienden su territorio. Se trata, en esencia, de llevar la Constituci¨®n en donde rige un orden de sumisi¨®n e irrespeto a los derechos humanos, instrumentalizando a las comunidades.
Esta nueva p¨¢gina del conflicto armado y la consolidaci¨®n del territorio se da, adem¨¢s, cuando Colombia es anfitriona en Cali de la m¨¢s importante cumbre ambiental del planeta y ratificar¨¢ su liderazgo en la construcci¨®n de una agenda global que garantice minutos extra en el reloj que marca la existencia del hombre sobre la tierra.
La COP 16 ser¨¢ escenario para ratificar el compromiso del Gobierno nacional con la paz con la naturaleza y en defensa de la vida de las especies, pero ojal¨¢ tambi¨¦n lo sea para que se comprometa y logre recursos de cooperaci¨®n internacional para garantizar la vida de los lideres ambientales, que son en su gran mayor¨ªa las v¨ªctimas de la acci¨®n de los grupos armados ilegales.
Ojal¨¢ la proclama final de esa cumbre incluya un llamado mundial por la defensa de la vida de quienes defienden la vida y son exterminados en medio de la mayor impunidad sin que se escuche el coro ¡°nos est¨¢n matando¡±. La agenda verde reverdece en un pa¨ªs que urge superar 70 a?os de un conflicto armado plateado que hiede y duele.
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