Qu¨¦ aprendemos de la Selecci¨®n (Parte 1: de Pedernera a Maturana)
El trayecto de la Selecci¨®n, desde los momentos de agon¨ªa y pesadumbres hasta convertirse en fuente de energ¨ªa y ¨¢nimo, nos puede dar luces sobre lo que debe pasar en el pa¨ªs
Todo empieza con el sufrimiento. Sin ¨¦l no hay nada. Si no se sufre, no es futbol, no es deporte y no vale la pena.
Era la noche del 30 de marzo de 1977. Colombia jugaba con Brasil en el estadio Maracan¨¢ de R¨ªo de Janeiro, en las eliminatorias para el Mundial de Argentina de 1978. En esa ¨¦poca se alineaba a algunos extranjeros, y el arquero argentino Luis Jer¨®nimo L¨®pez tap¨®. Se sent¨ªa como cu?a de otro palo, pero qu¨¦ se le iba a hacer. Entonces empez¨® el sufrimiento, la agon¨ªa, la quemaz¨®n y la desesperaci¨®n de ver un gol tras otro, hasta completar un 6 a 0 ignominioso.
Ese d¨ªa sent¨ª por primera vez una experiencia metaf¨ªsica: ?Qu¨¦ somos? ?Qui¨¦nes somos? ?Para qu¨¦ somos? ?Cu¨¢nto tiempo m¨¢s seguiremos as¨ª? ?Qu¨¦ es el ser y por qu¨¦ duele?
Varias de estas preguntas se las repite hoy mucha gente, no frente al f¨²tbol, que se ha vuelto una fuente de alegr¨ªas, sino frente al pa¨ªs en general. En contraste, la actual selecci¨®n de mayores, las selecciones femeninas y las juveniles son de las cosas que le dan a uno una sensaci¨®n ¡°metaf¨ªsica¡± positiva. Mientras ver al Congreso, al presidente, al desaliento de la econom¨ªa, sus familias y empresas, nos recuerda la desaz¨®n de esa noche de 1977.
Por esa raz¨®n creo que el trayecto de la Selecci¨®n, desde ese momento de agon¨ªa y pesadumbre a convertirse hoy en fuente de energ¨ªa y ¨¢nimo, nos puede dar luces sobre lo que debe pasar en el pa¨ªs, para abandonar, ojal¨¢ pronto, la desaz¨®n metaf¨ªsica.
Hay que decir que en los a?os setenta Colombia tuvo una racha interesante de ¨¦xitos futbol¨ªsticos. En 1975 jugamos la final de la Copa Am¨¦rica contra Per¨², de la mano de estrellas como Willington Ortiz, V¨ªctor Campaz, Hern¨¢n Dar¨ªo Herrera y Pedro Zape. Perdimos dos de tres partidos y la copa se nos escap¨® de las manos. Luego vino la derrota en el Maracan¨¢, y tuvimos que esperar un cuarto de siglo, hasta 2001, para jugar de nuevo la final de la Copa Am¨¦rica, esa vez contra M¨¦xico, y ganarla en Bogot¨¢.
En estos 50 a?os de historia ha habido una constante, admitida por los conocedores tanto extranjeros como nacionales: Colombia produce talento. Los buenos jugadores se dan silvestres. Un talento como los de Willington Ortiz o Ernesto D¨ªaz (el primer colombiano en llegar a Europa, en 1976, al Standard de Lieja, B¨¦lgica). Dicho eso, el talento no bastaba para superar la garra de los uruguayos, el jogo bonito de los brasileros, la destreza en la pelota a¨¦rea de los paraguayos y la disciplina t¨¢ctica de los argentinos. Aparte, cada uno de esos equipos ten¨ªa sus cracks, m¨¢s fogueados internacionalmente que los nuestros.
Desde los a?os setenta en adelante la Selecci¨®n de mayores deb¨ªa aprender muchas cosas. Tal vez la primera era saber jugar en equipo, entender que los resultados del conjunto importan m¨¢s que la virtuosidad individual. Aprender eso tom¨® mucho tiempo. El trabajo en equipo requiere establecer una disciplina y unas jerarqu¨ªas frente al t¨¦cnico y al capit¨¢n, de manera que se juegue como lo indica la estrategia. Genios como Jairo Arboleda o Henry La Mosca Caicedo, considerado por Carlos Salvador Bilardo como el mejor jugador que hab¨ªa entrenado, podr¨ªan dejar la boca abierta a la hinchada, pero eso no alcanzaba para ganar partidos contra selecciones de talla mundial.
Una adici¨®n clave vino a ayudar en ese aprendizaje. En las d¨¦cadas de los a?os sesenta y setenta llegaron una serie de entrenadores yugoslavos. Toza Veselinovi?, uno de los m¨¢s influyentes en Colombia, enfatiz¨® la disciplina t¨¢ctica y la formaci¨®n de jugadores j¨®venes, inculcando un estilo de juego r¨¢pido y ofensivo, con solidez defensiva. Blagoje Vidinic lleg¨® inclusive a dirigir la selecci¨®n nacional para el Mundial de 1982; y Vladimir Popovic enfatiz¨® la preparaci¨®n f¨ªsica y cre¨® conciencia sobre la estructura de los clubes profesionales y su competitividad.
Tuvimos que esperar una larga noche, hasta 1990, y 28 a?os en la Siberia futbol¨ªstica por fuera de los Mundiales, para volver a ilusionarnos y que pasaran cosas significativas. En el Mundial de 1990, de la mano de Francisco Pacho Maturana, jugamos con jerarqu¨ªa contra Alemania y empatamos con el gol de Freddy Rinc¨®n, tal vez el m¨¢s emblem¨¢tico desde el gol ol¨ªmpico de Marco Coll, el 2 de junio de 1962. En el Mundial de 1990 clasificamos por primera vez a octavos de final y perdimos con Camer¨²n, por una equivocaci¨®n. Eso basta siempre, una equivocaci¨®n fatal.
Hay una an¨¦cdota reveladora sobre lo que pas¨® en 1990. Antes del Mundial, Maturana llam¨® a Franz Beckenbauer, la legendaria estrella alemana de los a?os setenta, para pedirle consejo. El alem¨¢n le dijo que Colombia hab¨ªa logrado mucho, pero que no iba a hacer un gran papel en el mundial. La raz¨®n: los jugadores sent¨ªan que con clasificar ya hab¨ªan cumplido. En cambio, se iban a encontrar con selecciones como Brasil, Italia, Alemania o Argentina, para las cuales regresar a su pa¨ªs sin jugar la final era una derrota aplastante. Ese hac¨ªa que cada uno de los 11 jugadores de esas selecciones se empleara al 200% en la cancha. Llegar al mundial para ellos no era suficiente. Para Colombia s¨ª. Esas palabras duras y sinceras resultaron premonitorias.
En la alineaci¨®n de 1990 estuvieron Ren¨¦ Higuita, Andr¨¦s Escobar, Luis Carlos Perea, Leonel ?lvarez, Rinc¨®n, Carlos El Pibe Valderrama, Bernardo Red¨ªn, Adolfo El Tren Valencia y Arnoldo Iguar¨¢n. Con esos nombres, llamados la ¡°generaci¨®n dorada del f¨²tbol colombiano¡± de los a?os noventa, iban a pasar muchas cosas. En la Copa Am¨¦rica de 1991, celebrada en Chile, la selecci¨®n Colombia derrot¨® 4-1 a Uruguay, pero perdi¨® contra Brasil y Argentina. Quedamos de cuartos.
Esa selecci¨®n, a la que se sumaron Faustino El Tino Asprilla y el portero ?scar C¨®rdoba, lleg¨® en 1993 el hist¨®rico 5-0 en el estadio Monumental de River Plate frente a Argentina. Ese fue tal vez el momento culminante de una Selecci¨®n que cre¨ªa que le pod¨ªa ganar a cualquiera. Los muchachos repitieron la haza?a de clasificar al Mundial de Estados Unidos. Tanto Adolfo Pedernera en 1962, como Maturana en la generaci¨®n dorada, le ense?aron al equipo a agrandarse. Solo as¨ª se puede jugar con los grandes. Ambos part¨ªan de equipos con poca exposici¨®n frente a los mejores del mundo, cosa que pronto se notar¨ªa, pero fueron fundacionales a su manera. Maturana recuper¨® algo de la fe en la capacidad del equipo, en lo que Pedernera hab¨ªa sido precursor. Tal vez se mantuvo una falla que ven¨ªa desde los a?os sesenta, Colombia a¨²n no sab¨ªa defender al nivel de los mejores, y eso le pes¨®. A eso se sum¨® otra falla, las fracturas internas del equipo.
?Qu¨¦ fue lo especial de los a?os noventa, aparte de la colecci¨®n de talento? Una opini¨®n experta se?ala el papel del dirigente Le¨®n Londo?o Tamayo. Ya Alfonso Senior hab¨ªa demostrado en los setentas que dirigentes ambiciosos y visionarios son clave. Senior consigui¨® la sede del mundial de 1986 para Colombia, ?nada menos! Pero la irresponsabilidad de los presidentes gastones dar¨ªa al traste con ese sue?o. Londo?o parti¨® de una camada notable de t¨¦cnicos de los clubes, donde hab¨ªa personas como el m¨¦dico Gabriel Ochoa Uribe y Carlos Salvador Bilardo en particular.
Maturana trajo un nuevo enfoque sobre la persona del jugador. ¡°Se juega como se vive¡±, les dec¨ªa. Los hac¨ªa usar corbata en los viajes de la selecci¨®n, y les ped¨ªa que en la cancha tuviera orden, al igual que en la vida privada. Si iban a invitar a una pareja, la deb¨ªan llevar a la mejor discoteca, si iban a beber, deb¨ªan pedir un buen whiskey. En la cancha impuso un mayor orden t¨¢ctico, fuerza, correr todo el tiempo y meter garra. Eso parec¨ªa estar en contra del f¨²tbol exquisito, pero estaba a tono con un cambio de ¨¦poca que atribuyen a la derrota en 1982 de la selecci¨®n Brasil de Zico, S¨®crates y Falcao, que cay¨® frente a los italianos de Paolo Rossi, menos preciosistas pero m¨¢s eficaces.
Algo esencial estaba pasando en el interior de los jugadores. Un conocedor se?ala la ¨¦tica de trabajo, autoexigencia y rectitud que empezaron a reflejar lleg¨® a ra¨ªz de que muchos adoptaron el cristianismo evang¨¦lico. Se volvieron frecuentes las reuniones de grupos de jugadores en la concentraci¨®n para comentar apartes de la Biblia y escuchar comentarios edificantes. Ten¨ªan una actitud m¨¢s seria frente a la rumba, el trago y las apuestas; sus carreras se alargaron hasta durar 15 a?os, no los ef¨ªmeros cinco a?os de antes, cuando a una estrella el ¨¦xito se le sub¨ªa pronto a la cabeza.
Esos avances inducidos por Maturana fueron el fundamento del equipo de 1994. Ya Colombia era no solo talento, sino disciplina t¨¢ctica, capacidad f¨ªsica, disposici¨®n mental, e incluso innovaci¨®n, pues Higuita jugaba de libero y mov¨ªa las l¨ªneas hacia adelante, cosa que se comentaba internacionalmente. Maturana fortaleci¨® la amistad en el grupo, y esa mezcla los llev¨® a una racha de 27 partidos sin perder. Pel¨¦ dijo que Colombia pod¨ªa ganar el mundial.
Pero entonces vino el tal¨®n de Aquiles de esa gran selecci¨®n: los temperamentos y la inmadurez. El rumor fue que algunos jugadores empezaron a gastar no lo que ten¨ªan sino lo que se iban a ganar despu¨¦s del Mundial. Luego hubo una fractura en el grupo porque no hab¨ªa suficientes boletas para los familiares; fue una falla de la organizaci¨®n que se convirti¨® en la manzana de la discordia, hasta el desenvolvimiento fatal. En medio de esa falta de esa desconcentraci¨®n se cometi¨® el error m¨¢s grave: subestimar a un rival. La Ruman¨ªa de George Hagui nos gan¨® 3-1. Quedaban Estados Unidos y Suiza, dos partidos ganables. Pero la fatalidad ya estaba en contra del equipo. En el partido con Estados Unidos, Valderrama hizo lo impensable, 32 entregas equivocadas. As¨ª era imposible. Luego sucedi¨® el autogol de Andr¨¦s Escobar, que nos ha pesado a todos los colombianos desde entonces.
La gran lecci¨®n de esa ¨¦poca es que se requieren muchas cosas funcionando bien, casi todas, para aparecer con ¨¦xito en la escena internacional. Desde los dirigentes, los t¨¦cnicos, los clubes y las divisiones inferiores, hasta la ¨¦tica, la disciplina personal, la jerarqu¨ªa en la cancha e inclusive la pinta. Por lo tanto, cuando se ve a un buen equipo, se debe pensar que detr¨¢s suyo hay al menos 10 a?os de preparaci¨®n, en que se alinean todos esos elementos, para que el conjunto juegue al un¨ªsono. Eso refleja decisiones y acciones que van desde que los jugadores eran ni?os y adolescentes, hasta entrenadores que sepan tanto de sicolog¨ªa como de la evoluci¨®n de la t¨¦cnica a nivel internacional, y a la base, dirigentes que est¨¦n a la altura de ese proceso de largo plazo.
Lecciones de Pedernera a Maturana:
1. Si bien el talento es local, Pedernera y los yugoslavos mostraron que la t¨¦cnica, la disciplina t¨¢ctica, la exigencia f¨ªsica para jugar a nivel internacional, no las ten¨ªamos en de Colombia. Uruguayos, argentinos y brasileros tuvieron un nivel internacional desde muy temprano en el siglo XX. Colombia debi¨® aprenderlo lentamente. Como en el caf¨¦, tener los mejores granos no significa saber la t¨¦cnica para prep¨¢ralo bien. Los italianos la desarrollaron. Lo que uno no tiene lo debe importar. Requiere humildad y paciencia aprender eso.
2. En Colombia pasamos del cielo al infierno demasiado r¨¢pido. Nos desconcentramos y perdemos lo arduamente ganado, como sucede ahora en econom¨ªa, legislaci¨®n y regulaci¨®n. En escasos dos a?os mostramos un fuerte problema de inconsistencia (1975-1977). Dejamos de hacer las cosas bien y las empezamos a hacer mal.
3. Nos toma demasiado tiempo despertar de las horribles noches de mal desempe?o, a veces d¨¦cadas (1977-1990).
4. La nueva ¨¦tica de muchos jugadores vino de la mano de una experiencia religiosa y una teolog¨ªa diferentes. El cristianismo evang¨¦lico result¨® mejor que el catolicismo victimista para infundir la autodisciplina y el poder mental para competir internacionalmente.
5. Bast¨® una manzana de la discordia para socavar una organizaci¨®n que hab¨ªa tomado tiempo construir (1994). Un personaje nocivo y una actitud equivocada disolvieron la unidad de prop¨®sito y la concentraci¨®n. El liderazgo del t¨¦cnico y el capit¨¢n se diluy¨® muy r¨¢pido.
6. Que haya que hacer muchas cosas bien, no implica hacerlas todas al tiempo. Hay que establecer prioridades; resolver primero lo primero, dejarlo consolidado, que el equipo lo aprenda, lo vuelva parte de su cultura; s¨®lo entonces avanzar a otras prioridades.
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