Aprender a mirar aves para imaginar un futuro lejos de la calle
En San Bartolo, un balneario cercano a Lima, un grupo de ni?os que vivieron en la calle o sufrieron malos tratos aprenden a avistar aves para transformar su vida
EL PA?S ofrece en abierto la secci¨®n Am¨¦rica Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscr¨ªbete aqu¨ª.
¡°?Es un gaviot¨ªn! ?Est¨¢ all¨ª en ese hueco de la pe?a!¡± dice Ahren, un joven de 16 a?os, con entusiasmo, a primera hora de la ma?ana. A pesar de que este verano es algo m¨¢s caliente de lo normal, sobre los acantilados de San Bartolo, un balneario a 50 kil¨®metros al sur de Lima, flota una leve niebla. El sol a¨²n no descerraja sus rayos insoportables, mientras numerosas aves revolotean entre la orilla, el cielo y algunas rocas. Entre ellas, el gaviot¨ªn zarcillo (Larosterna inca) que acaba de ver Ahren.
?l se sabe el nombre cient¨ªfico, distingue con claridad los colores del ave (pico rojo, plumas blancas y grises) y la diferencia incluso de otras especies de gaviotines. Binoculares en mano, y a veces a simple y aguda vista, se est¨¢ volviendo un birdwatcher, un observador de aves sagaz. Para ¨¦l, sus hermanos y el resto de compa?eros de Casa Generaci¨®n, un hogar que acoge a ni?os y adolescentes en riesgo de exclusi¨®n, mirar al cielo es tambi¨¦n una forma de revivir.
¡°Mirarlas, buscarlas, les desarrolla la sensibilidad¡±, explica la fundadora de Casa Generaci¨®n, Lucy Borja. En los m¨¢s 30 a?os de funcionamiento de la instituci¨®n, ella dice haber acogido al menos un millar de ni?os que vivieron en la calle y que en ocasiones fueron maltratados, golpeados y detenidos. Ahora la organizaci¨®n tiene tres casas hogar en la zona de Lima. Y el programa ¡°Saber y sentir¡±, puesto en marcha su hija Lucytania Baz¨¢n en 2021, que entrena a 25 ni?os y adolescentes de entre 6 y 16 a?os para conocer y distinguir las 50 especies de aves que hay en este balneario de hermosos acantilados.
Los primeros pobladores prehisp¨¢nicos se asentaron por estas tierras hace 4.000 a?os. Despu¨¦s, vinieron las culturas Ichma, Huari e Inca, que observaban aves y las plasmaban en telares o cer¨¢micas. Y¨¦ricko, un chico de 15 a?os y que vive en Generaci¨®n, procura recoger ese legado mientras observa un grupo de pel¨ªcanos que se estira cerca del gaviot¨ªn zarcillo, sobre una pe?a blanquecina que de rato en rato es ba?ada por las olas.
¡°Mi ave preferida es el cormor¨¢n de pata roja (Phalacrocorax gaimardi)¡±, explica desde una casa que mira el mar. Como hace Ahren con los gaviotines, sabe distinguir a las otras especies de cormoranes. ¡°Es ch¨¦vere saber reconocer las aves. Cuando sea grande quiero estudiar en la universidad, quiz¨¢s arquitectura o biolog¨ªa; esto me va a hacer mejorar, porque yo antes era muy rebelde¡±, dice Y¨¦ricko. El joven no olvida los tiempos dif¨ªciles que vivi¨® de peque?o, cuando su madre tuvo que hacer milagros para alimentarlo a ¨¦l y a sus hermanos en Lima. Llegar a San Bartolo, como le ocurri¨® a otros muchachos, lo invit¨® a ver otras posibilidades, otras rutas de vida. Y conocer las aves parece invitarlo a volar con sus sue?os.
¡°Las aves son libres¡±, afirma Borja, aludiendo al esp¨ªritu de Generaci¨®n. A diferencia de otras casas, esta es de ¡°r¨¦gimen abierto¡±, lo que significa que los chicos pueden irse cuando deseen. No est¨¢ exenta de problemas (algunos adolescentes, en efecto, se fueron y no volvieron m¨¢s), pero desde 1988 lucha a brazo partido para generar esperanza.
Mirar y reparar
En la parte alta del ¡®Bufadero¡¯, una formaci¨®n rocosa tiene grietas por donde, cuando hay gran oleaje, el agua sale hacia arriba y bufa. Yolanda, de 14, atisba un ostrero americano (Haematopus palliatus), un ave de pico rojo y plumaje negro en la cabeza y marr¨®n en el cuerpo. Seg¨²n cuenta, sabe distinguir los gaviotines de distintas especies que hay en esta zona, como el peruano (Stemula lorata), el elegante (Thalasseus elegans) y el de pata negra (Thalasseus sandvicensis). La manera como ella y los otros j¨®venes manejan los nombres comunes y cient¨ªficos (a veces dudando si estos ¨²ltimos los pronuncian bien) es admirable.
Lucytania Baz¨¢n cuenta que esta iniciativa les ayuda a diferenciar ¡°lo que conocen de lo que no conocen¡±, y que cuando lo hacen se sienten m¨¢s en su ecosistema y en su comunidad. De hecho, los participantes han percibido un cambio en su vida al pasar de simplemente ¡°ver las aves¡± a entender sus secretos, su comportamiento o de qu¨¦ se alimentan. ¡°Es importante ser conscientes de la hermosura de la fragilidad¡±, afirma Luis Hutchinson, psic¨®logo de la instituci¨®n. Para ellos, sostiene, esta actividad es un posible camino de reparaci¨®n interior, un ver la naturaleza y verse a ellos mismos. Los sit¨²a, adem¨¢s, en un momento de una historia que viene de siglos atr¨¢s,
¡°Las aves son fr¨¢giles¡±, advierte Lucytania. ¡°Si no eres cuidadoso, destruyes sus huevos, sus nidos¡±. Estos chicos, varios de los cuales crecieron en la calle o en un tormentoso n¨²cleo familiar, tambi¨¦n lo son. Al aprender a ser avistadores, salen un poco de sus tormentas interiores, y se sienten parte del entorno. Ven el mundo, literalmente, con otros ojos. Cambian un poco y conocen otros mundos, distintos a los que vivieron. En octubre pasado, fueron invitados a la XI Feria de Aves de Sudam¨¦rica en Cusco. As¨ª sienten tambi¨¦n que empiezan a ser reconocidos, algo que no pasaba en sus vidas anteriores en las que se sent¨ªan despreciados. Ahora aspiran a ir al Global Bird Fair, que se realizar¨¢ en julio de este a?o en Reino Unido.
Al caminar con estos j¨®venes por los cerros empinados, las orillas y las rocas se respira una atm¨®sfera de entusiasmo contagioso. En Generaci¨®n, tambi¨¦n se da clases de tabla hawaiana, de capoeira, de malabares y m¨²sica. Todas ellas son parte del camino para recuperar la confianza.
En otra parte de este balneario, en un lugar con botes anclados, un muchacho intenta distinguir un surf sinclodes (Cinclodes taczanowskii), ave end¨¦mica de Per¨², peque?a y de color marr¨®n. Carlos (nombre ficticio porque prefiere no dar el suyo) reconoce que reci¨¦n est¨¢ comenzando en el arte del avistamiento y le falta aprender. Cuando ten¨ªa 7 a?os, se escap¨® de su casa con su hermano mayor, cansado de los malos tratos. Ambos vivieron dos meses en la calle en un cerro de un distrito popular de Lima. Se ganaban la vida vendiendo caramelos. Con eso, compraban un plato de comida para los dos. Carlos pas¨® por varias casas hogar, por un centro preventivo de menores y finalmente recal¨® en Generaci¨®n, donde vive hace ya algunos meses y donde su vida parece estar empezando a encaminarse.
¡°El avistamiento me ayuda a investigar, y el taller me ayuda a relajarme¡±, asegura. Este aprendizaje despierta, adem¨¢s, sus impulsos art¨ªsticos en un taller donde los participantes pintan las aves que ven y otras que reconocen en fotos. En uno de los talleres, Yolanda, de 17 a?os, muestra los tres tipos de gaviotines que ha pintado. ¡±Se diferencian por el pico y por las patas¡±, explica, y muestra con orgullo sus cuadros, algunos de los cuales han aparecido en afiches y camisetas.
En el parque Miguel Grau de San Bartolo, los integrantes de Saber y sentir est¨¢n tambi¨¦n pintando las aves del lugar, como el violinista o tangara (Thraupis episcopus) o el gallinazo de cabeza roja (Cathartes aura) en un mural en construcci¨®n. El fin es ofrecer a los vecinos la oportunidad de saber qu¨¦ aves viven su ecosistema. Con frecuencia, invitan a otros ni?os del balneario o de otros distritos de Lima a compartir la experiencia de avistar aves. En el futuro, Saber y sentir proyecta convertirse en una actividad ecotur¨ªstica rentable y sostenible.
Una bandada de gaviotas de Franklin (Leucophacus pipixcan) acaba de sobrevolar el Bufadero, bajo la mirada atenta de los muchachos. Se pierde entre los acantilados sin posarse a¨²n en tierra. El d¨ªa ya est¨¢ bien despejado y cuesta un poco caminar por las arenas y caminos ya un poco calcinantes. Las aves siguen en tierra, en el cielo, en los pe?ascos, en el mar, en los ¨¢rboles. Jos¨¦, un ni?o que tuvo una infancia dif¨ªcil, dice que ya est¨¢ aprendiendo a avistar aves. Pronuncia los nombres de algunas con dificultad, pero su rostro destila cierto brillo de futuro. Ester, otra de las ni?as, explica con una dulce timidez y delante del mural, qu¨¦ come la garza huaco (Nictycorax nictycorax), una de las aves preferidas de los muchachos. Y la vida sigue volando.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.