Ayacucho (diciembre 9, 1824): el final de un imperio y el inicio de ¡°Am¨¦rica Latina¡±
Hoy recordamos la batalla que cierra el ciclo independentista hispanoamericano. Tiempo de conmemorar y de celebrar, pero tambi¨¦n tiempo para repensar un periodo cuyo legado, contrariamente a lo que se repite con frecuencia, es ambiguo
Hoy se cumplen 200 a?os de la batalla de Ayacucho, en la que Antonio Jos¨¦ de Sucre, el mejor de los lugartenientes de Sim¨®n Bol¨ªvar, sell¨® el destino del imperio espa?ol en Am¨¦rica y quien, gracias a esa victoria, se convertir¨ªa poco despu¨¦s en el ¡°Mariscal de Ayacucho¡±. Esta fecha, 9 de diciembre de 1824, es, m¨¢s que ninguna otra, la que marca en el imaginario latinoamericano el inicio de la historia independiente de lo que en la actualidad denominamos, por buenas o malas razones, ¡°Am¨¦rica Latina¡±. Ahora bien, en 1824 Bolivia estaba todav¨ªa a un a?o de distancia, Uruguay a cuatro y el surgimiento de Venezuela, Colombia y Ecuador como pa¨ªses independientes a m¨¢s de un lustro. Exactamente, en 1830, el a?o de la muerte de Bol¨ªvar, cuyo deceso coincidi¨® con el desmembramiento de su proyecto m¨¢s anhelado: Colombia (o ¡°Gran Colombia¡±, como la denominan los historiadores para distinguirla del pa¨ªs que surge, como entidad aut¨®noma, en ese 1830). Coincidi¨® tambi¨¦n con el ignominioso asesinato del ¡°Mariscal de Ayacucho¡±; un hecho que, m¨¢s que ning¨²n otro, pes¨® sobre el ya deca¨ªdo ¨¢nimo de Bol¨ªvar.
Sobre Sim¨®n Bol¨ªvar se ha escrito tanto, que no cabe agregar casi nada. Salvo que nadie como ¨¦l vio con tanta claridad todo lo que estuvo en juego entre 1810 y 1830 en tierras americanas. A base de citar tantas veces la Carta de Jamaica y el Discurso de Angostura, que a menudo parece ser lo ¨²nico que se lee en la actualidad de ¡°El Libertador¡±, y a causa de las apropiaciones ideol¨®gicas de las que ha sido objeto en su natal Venezuela, su figura ha sido simplificada hasta la caricatura. Cualquiera que se tome la molestia de leer algunas de sus cartas se dar¨ªa cuenta que Bol¨ªvar fue, sin duda, el analista m¨¢s perspicaz de los procesos emancipadores hispanoamericanos. El hecho de que haya terminado su vida sumido en la tristeza y en la m¨¢s profunda decepci¨®n respecto a su incansable labor de dos d¨¦cadas completas debiera hacernos reflexionar m¨¢s y alabar menos a la persona que logr¨® la independencia de cinco pa¨ªses de la regi¨®n, pero los latinoamericanos hemos optado por encomiar sin medida al Bol¨ªvar militar y a repetir exang¨¹es f¨®rmulas sobre su grandeza (En una misiva suya de 1823: ¡°Yo valdr¨ªa algo si me hubiesen alabado menos.¡±). Lo cierto es que no era un gran estratega (perdi¨® incontables batallas) y su grandeza no est¨¢ en ser el precursor de todo lo que queramos incluir dentro del ¡°bolivarianismo¡±. Su grandeza, me parece, est¨¢ sobre todo en su voluntad inquebrantable por hacer libre a la Am¨¦rica espa?ola y en su capacidad para identificar y sondear los diversos dilemas pol¨ªticos, sociales y hasta existenciales que implicaba y que implicar¨ªa en el futuro inmediato la lucha en la que estuvo inmerso, repito, cuatro largos lustros.
En todo caso, se puede decir que en Ayacucho respir¨® su ¨²ltimo aliento el imperio espa?ol en la Am¨¦rica continental. Diecis¨¦is a?os antes, en 1808, se hab¨ªa desencadenado la llamada ¡°crisis hisp¨¢nica¡±, provocada por la invasi¨®n napole¨®nica de la pen¨ªnsula ib¨¦rica; una crisis que primero los liberales peninsulares y despu¨¦s Fernando VII no supieron o no pudieron resolver. Los liberales, por cierto, tuvieron una ¨²ltima oportunidad cuando regresaron al poder en Espa?a en 1820, la cual tambi¨¦n desperdiciaron. Una oportunidad que es imposible de explicar si no fuera porque un porcentaje considerable de los habitantes de la Am¨¦rica espa?ola quer¨ªan seguir formando parte del imperio (las guerras de emancipaci¨®n fueron eminentemente, no se olvide, guerras civiles). Contrariamente a lo que es posible leer todav¨ªa en textos latinoamericanos, en ese entonces Espa?a ya era una potencia de segundo orden y por eso perdi¨® sus territorios americanos como los perdi¨®. Es decir, no fue la p¨¦rdida de dichos territorios la que convirti¨® a Espa?a en lo que fue a todo lo largo del siglo XIX en el escenario europeo y mundial; hasta concluir la centuria, noventa a?os despu¨¦s del inicio de la ¡°crisis hisp¨¢nica¡±, en 1898, con la p¨¦rdida de las ¨²nicas dos islas que le quedaban de su antiguo y enorme imperio americano (Cuba y Puerto Rico).
Volvamos a la Hispanoam¨¦rica de hoy. Con las declaraciones, declamaciones, discursos y art¨ªculos que el bicentenario de Ayacucho traer¨¢ consigo se cerrar¨¢n, pr¨¢cticamente, las conmemoraciones bicentenarias en el subcontinente. En ellas hemos estado inmersos los estudiosos de las emancipaciones americanas desde 2008. En otras palabras, son poco m¨¢s de tres lustros de estar recordando y escribiendo sobre eventos, batallas, h¨¦roes, hero¨ªnas, declaraciones de independencia, constituciones y dem¨¢s hechos hist¨®ricos que conforman el periodo independentista. En Espa?a, por su parte, los bicentenarios de las Cortes de C¨¢diz (1810-1814) y unos a?os despu¨¦s del Trienio Liberal (1820-23) dieron mucho de qu¨¦ hablar y escribir. Como siempre con las conmemoraciones historiogr¨¢ficas, el oportunismo desempe?¨® un papel importante, por lo que mucho de lo producido por las academias latinoamericana y espa?ola durante estos a?os no valdr¨¢ m¨¢s que el papel en el que est¨¢ escrito. Sin embargo, junto a eso o en medio de eso, tambi¨¦n est¨¢ una producci¨®n historiogr¨¢fica notable. La cual no surge de la nada, pues hab¨ªa despegado desde antes, sobre todo desde principios de la d¨¦cada de 1990.
En esta tercera d¨¦cada del siglo XXI la academia occidental ya no puede seguir estudiando a las independencias hispanoamericanas en un solo idioma, el ingl¨¦s, ese esperanto de la academia mundial, que tambi¨¦n es un esperpento intelectual. ?En qu¨¦ medida? Exactamente en la medida en que una parte considerable de lo mejor que se ha escrito sobre dichas independencias est¨¢ en la lengua de Cervantes. Si los historiadores angl¨®fonos quieren seguir ignorando este dato, que me parece incontrovertible, el ¨²nico perdedor es el conocimiento de la historia moderna. Los procesos independentistas de Hispanoam¨¦rica son parte integral de las revoluciones atl¨¢nticas y de la llamada ¡°Era de las revoluciones¡± (c. 1750-1850) y, en diversas ¨¢reas del estudio de la historia, as¨ª es que como hay que aproximarse a ellos si queremos calibrar realmente su entidad historiogr¨¢fica.
El final de las conmemoraciones nos abre la posibilidad de seguir estudiando las independencias de la Am¨¦rica espa?ola con menos prisa, menos oportunismo, menos nacionalismo y, por tanto, menos apasionamiento. En tiempos como los que corren, en los que, a diestra y siniestra, la historia se subordina a triunfalismos, victimismos y simplificaciones, propongo que una vez que las celebraciones sobre Ayacucho se hayan apagado, pasemos al tiempo del recogimiento y, un poco m¨¢s adelante, al de los balances. Por lo pronto, por supuesto que cabe recordar y conmemorar Ayacucho y lo que esa batalla signific¨® para todo el subcontinente hispanoamericano. Los esfuerzos, sacrificios y actos diversos de miles y miles de personas durante la segunda y tercera d¨¦cadas del siglo XIX merecen recordarse, sin duda. Sin esos esfuerzos, no habr¨ªan surgido siete nuevos pa¨ªses en la regi¨®n hacia 1824 y, si mis c¨¢lculos no me fallan, once hacia 1830.
En suma y con las variaciones que se derivan de las diferencias entre los distintos territorios que formaban parte del imperio espa?ol americano, en estos a?os estamos cumpliendo 200 a?os de vida independiente de los pa¨ªses de Am¨¦rica Latina y, hoy concretamente, recordamos la batalla que cierra el ciclo independentista hispanoamericano. Tiempo de conmemorar y de celebrar, pero tambi¨¦n, me parece, tiempo para repensar un periodo cuyo legado, contrariamente a lo que se repite con frecuencia, es ambiguo. Lo anterior, aunque solo sea por el lugar que, sin propon¨¦rselo, concedi¨® a los militares en la vida pol¨ªtica de la regi¨®n y porque, salvo un par de excepciones, sus l¨ªderes m¨¢s destacados pr¨¢cticamente no se ocuparon de eso que, no mucho tiempo despu¨¦s de consumadas las independencias, empez¨® a ser denominada ¡°la cuesti¨®n social¡±. Desde diversos puntos de vista, el liberalismo y el republicanismo hispanoamericanos fueron revolucionarios en ese momento hist¨®rico, pero, como hijos de su tiempo que eran, ten¨ªan otras preocupaciones y otras prioridades. Sin pretender adjudicar responsabilidades a nadie, labor ahist¨®rica donde las haya, lo cierto es que las consecuencias de dicha despreocupaci¨®n respecto a ¡°la cuesti¨®n social¡± est¨¢n a la vista, de muy diversas maneras, en casi toda Am¨¦rica Latina.
Sea como sea, entre los fuegos artificiales y la fiesta, por un lado, y la tristeza y la decepci¨®n bolivarianas, por otro, el margen de maniobra es muy amplio. Creo que Ayacucho es un final y un comienzo en m¨¢s de un sentido y har¨ªamos bien en dar cuenta y raz¨®n de todos ellos.
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