Viaje a las entra?as del Teatro Col¨®n: 20.000 metros de talleres, 80.000 vestidos y 20.000 pares de zapatos
El mayor teatro l¨ªrico de Argentina es tambi¨¦n uno de los pocos en el mundo que a¨²n f¨¢brica todo lo necesario para sus puestas en escena
El artesano pasa un cabello natural por el orificio min¨²sculo de una red y lo anuda con la ayuda de una aguja. Est¨¢ haciendo una peluca para la ¨®pera Carmen, pelo por pelo. El trabajo le demandar¨¢ dos semanas. Al terminar, el artista sobre el escenario podr¨¢ peinarse como si se tratase de su propia cabellera, en una pieza ¨²nica hecha a su medida. Cuesta imaginar en que mundo paralelo este esfuerzo descomunal vale la pena. La respuesta est¨¢ bajo tierra, en los talleres del Col¨®n, el mayor teatro l¨ªrico de Am¨¦rica Latina y uno de los ¨²ltimos en el mundo que a¨²n produce en sus talleres la escenograf¨ªa, el vestuario, las pelucas y hasta los zapatos.
En los s¨®tanos del Col¨®n trabajan cada d¨ªa 430 personas. Es un teatro ciudad, con 56.000 metros cubiertos, m¨¢s de cinco manzanas api?adas unas sobre otras en pleno centro de Buenos Aires, de las cuales 20.000 est¨¢n destinados a talleres que se extienden bajo la avenida 9 de julio, a metros del Obelisco. All¨ª trabajan carpinteros, herreros, escultores, pintores, zapateros, peluqueros, maquilladores, sastres, electricistas. Ese ej¨¦rcito sin nombre est¨¢ detr¨¢s de aquellos que tras cada funci¨®n cruzan sus manos sobre el pecho y se rinden extasiados a los aplausos de la platea. Bajar por las escaleras hacia las entra?as el Col¨®n es sentir olor del cuero a?ejado y telas v¨ªrgenes, escuchar el sonido industrial de las m¨¢quinas de coser o los martillazos de quien clava un taco. Tambi¨¦n el silencio de quienes est¨¢n concentrados en los detalles, como aquel que teje la peluca o pone los canutillos de un collar.
Los saberes se pasan de generaci¨®n en generaci¨®n. Y todos hablan con pasi¨®n. Como Mar¨ªa Eugenia Palafox, que cuida en su oficina una peluca de cordones que alguna vez us¨® el grandioso bailar¨ªn ruso Vaslav Nijinsky o un tocado que adorn¨® la cabeza de Maria Callas. Palafox lleva 25 a?os en el Col¨®n. En los pasillos del dep¨®sito abre cajas, muestra tocados y pelucas y se entusiasma con las crines blancas de yak que el teatro ha comprado para los postizos blancos. ¡°Vienen del Tibet, son oro en polvo¡±, dice, y acaricia los cabellos largos como si fuesen un peque?o cachorro. ¡°El pelo blanco es muy dif¨ªcil de conseguir y entonces usamos pelo de yak, de la panza y la cola, que puede llegar a tener un metro. Bien mantenido se puede usar durante muchos a?os¡±, explica.
Un piso m¨¢s abajo, Blanca Villalaba se mueve entre los estantes donde se acumulan 20.000 pares de zapatos, cinturones de cuero de todas las ¨¦pocas y estilos y hasta mochilas militares. Hay botas ordenadas por n¨²mero, zapatos de taco alto y sandalias romanas. Villalba hace zapatos desde los 16 a?os, y a los 67 se entusiasma con unas zapatillas de baloncesto que el taller bajo su mando hace para la ¨®pera El elixir de amor, de Gaetano Donizettiel. El Col¨®n no adapta zapatos de calle para sus artistas: los hace desde cero, a raz¨®n de unos 500 por a?o, advierte Villalba. ¡°Se confeccionan zapatos nuevos para las primeras figuras. El resto se recicla: se les cambia el color, se limpian y se les ponen o sacan elementos. El cuero puede pintarse y despintarse muchas veces¡±, cuenta.
En el dep¨®sito hay estanter¨ªas grandes para pueblos y coros y otras en las que se exhiben algunas piezas cl¨¢sicas, como la sandalia usada por el espa?ol Pl¨¢cido Domingo cuando interpret¨® a Sans¨®n en la ¨®pera Sans¨®n y Dalila en 1997. Siempre se trabaja contra el tiempo, apurados por la fecha del estreno. En los s¨®tanos del Col¨®n no valen las excusas de una m¨¢quina rota o un artesano enfermo. Carlos P¨¦rez, jefe de sastrer¨ªa, repita varias veces que el mayor desaf¨ªo es cumplir con el calendario. En el camino deben enfrentar la ansiedad de los vestuaristas, la demora de los proveedores y el ego de los primeros artistas, que suelen llegar desde el extranjero al l¨ªmite del estreno.
¡°Hay ropa complicada y tambi¨¦n personajes complicados¡±, dice P¨¦rez, criado entre telas y tijeras por una familia de sastres. Hoy tiene a su cargo a casi 50 personas del Col¨®n. " Para Falstaff vino (el bar¨ªtono italiano) Ambrogio (Maestri), que tiene un f¨ªsico particular. Casi dos metros, 200 kilos, complicado. Ambrosio nos dijo que era la primera vez que la ropa le entraba, que le iba bien y no hab¨ªa que tocarla¡±, dice con una sonrisa en el rostro. Luego recorre decenas de armarios de metal y abre las puertas al azar, saca una percha y levanta el vestido para la foto. Calcula que en ese laberinto hay 80.000 prendas acumuladas desde la d¨¦cada del treinta, que es cuando el Col¨®n dej¨® de ¡°importar¡± las puestas y decidi¨® ser una f¨¢brica de cultura.
¡°El 25 de mayo de 1908 se inaugura el edificio y el 25 de mayo de 1925 se termina de concebir el Col¨®n tal cual lo conocemos, con sus talleres y sus elencos¡±, dice Jorge Telerman, director de Teatro Col¨®n. Est¨¢ sentado sobre un sill¨®n de terciopelo rojo en el Sal¨®n Dorado del teatro, un espacio enorme inspirado en el de los espejos del Palacio de Versailles. ¡°A partir de 1925, el Col¨®n deja de ser una caja de resonancia de productos extranjeros y empieza a pensar la actividad como pol¨ªtica cultural argentina¡±, dice. Con el tiempo, el Col¨®n se convirti¨® en espejo de las aspiraciones culturales de Argentina. ¡°Al Col¨®n se lo ama a¨²n aunque no se venga, porque sigue siendo el lugar donde volvemos a tomar fuerza para decir esto es posible. Es un lugar donde son posibles los grandes prodigios¡±, dice Telerman.
Puede ser prodigioso subir al escenario un Cadillac dorado. O que una gigantesca cinta de Moebius cuelgue de las parrillas para la opera Nabucco, de Verdi, hoy en cartel. En los talleres de escenograf¨ªa se cuece la pr¨®xima obra, Elixir de Amor, ambientada por Enrique Bordolini en una peque?a cancha de b¨¢squet callejero. Las exigencias de seguridad obligaron a sacar las m¨¢quinas del teatro, y hoy los pintores, escultores y carpinteros trabajan en el barrio de Chacarita, a media hora en coche del teatro. Aqu¨ª no hay espacios para peque?eces. Chillan las sierras y vuela el aserr¨ªn; las soldadoras sacan chispas y los escultores hacen una Venus de Milo en Telgopor. Bordolini recorre los talleres como escen¨®grafo, pero tambi¨¦n como director general de Escenont¨¦cnica del Teatro Col¨®n. Es el responsable de que toda la maquinaria funcione.
¡°El Col¨®n es uno de los pocos teatros latinoamericanos que tiene talleres propios y que hace 100% de la producci¨®n. Es un est¨¢ndar que se est¨¢ perdiendo en todo el mundo y afortunadamente en el Col¨®n tenemos los artesanos y los talleres para seguir realiz¨¢ndolo¡±, explica Bordolini. El resultado est¨¢ en un producto final, cuidado en todos lo detalles, resultado del arte de un crisol de gremios. ¡°La calidad distingue al teatro, porque tenemos buena mano de obra. La Scala de Mil¨¢n y nosotros somos de los mejores¡±, dice convencido Antonio Gallelli, que lleva 60 a?os en el teatro. Hoy tiene 80 y coordina el trabajo escenot¨¦cnico. Pero es adem¨¢s la memoria viva del Col¨®n. Recuerda cuando entr¨® en los sesenta y las escenograf¨ªas se pintaban en telas de lino o papel, el secreto para que conviviesen hasta 25 obras por temporada. Y que en los talleres se hablaba sobre todo italiano, como el que ¨¦l mismo trajo del sur de Italia en el barco que lo cruz¨® hacia Am¨¦rica siendo un adolescente.
El Col¨®n es una f¨¢brica de arte y tambi¨¦n un escuela. Gallelli calcula que se necesitan al menos 10 a?os para aprender el oficio en los talleres; y que por suerte hay j¨®venes suficientes para mantener la tradici¨®n. ¡°Lleva tiempo, porque no haces siempre lo mismo. Hoy haces una casa, ma?ana un barco, pasado un avi¨®n. En el Col¨®n¡±, dice, ¡°hemos hecho cualquier cosa¡±.
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