Juan Carlos Livraga, ¡°el fusilado que vive¡± y que revel¨® a Rodolfo Walsh la ¡®Operaci¨®n masacre¡¯
En 1956, durante la dictadura que hab¨ªa derrocado a Juan Domingo Per¨®n, sobrevivi¨® a un fusilamiento. Su huida y su testimonio nutrieron la investigaci¨®n period¨ªstica m¨¢s famosa de la historia argentina
Juan Carlos Livraga es la secuela viviente de una de las mayores atrocidades pol¨ªticas del siglo XX en Argentina. El 10 de junio de 1956, veinte a?os antes del incio de la ¨²ltima dictadura militar, un comando de la polic¨ªa fusil¨® en un descampado a una decena de personas acusadas de levantarse contra el presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, uno de los generales responsables del golpe contra Juan Domingo Per¨®n. Livraga ten¨ªa entonces 23 a?os, viv¨ªa con sus padres en la localidad de Florida, a las afueras de Buenos Aires, y era chofer de autob¨²s. No participaba en pol¨ªtica, no sab¨ªa de ninguna revoluci¨®n y esa noche ten¨ªa una cita con una chica. Pero nunca lleg¨®. Un hecho fortuito lo desvi¨® y lo hizo chocar de frente con el hito que determinar¨ªa su vida: lo fusilaron, sobrevivi¨® y desencaden¨® la investigaci¨®n period¨ªstica m¨¢s famosa de la historia argentina: Operaci¨®n masacre (1957), de Rodolfo Walsh.
El fusilado que vive, como lo llam¨® Walsh, tiene 90 a?os y lleva casi seis d¨¦cadas en Estados Unidos, donde se exili¨®. Su memoria sigue anclada al fusilamiento y sus consecuencias. ¡°En la noche me acuerdo de todo. No me duermo hasta que no habl¨¦ todo. Todav¨ªa siento los tiros. Los escucho. No me olvido¡±, dice Livraga en La Plata, Buenos Aires, donde est¨¢ de visita.
El hombre trabajaba en la l¨ªnea 10 de autobuses, que un¨ªa las localidades de Munro y Chacarita, en la capital. En los a?os cincuenta, los coches ten¨ªan un estribo cerca del asiento del chofer y era com¨²n ver de pie a alguna mujer que lo acompa?aba durante el recorrido. Fue as¨ª que Livraga conoci¨® a la chica con la que iba a salir a bailar el 9 de junio de 1956, y de quien luego nunca volvi¨® a saber.
Esa noche sali¨® hacia la cita bien vestido, con una campera de gamuza. Iba en camino cuando se top¨® con su amigo Vicente Rodr¨ªguez, que lo invit¨® a la casa de otro compa?ero para escuchar por radio la pelea en el Luna Park del campe¨®n argentino Eduardo Lausse y su retador, el chileno Estanislao Loayza. La casualidad ya hab¨ªa decidido por Livraga, como escribir¨ªa Walsh. Porque la rebeli¨®n contra Aramburu hab¨ªa estallado en distintas ciudades, donde civiles y militares intentaban copar regimientos, cuarteles y edificios p¨²blicos. El r¨¦gimen buscaba esa noche a sus cabecillas, los generales Juan Jos¨¦ Valle y Ra¨²l Tanco. Y la Polic¨ªa Bonaerense estaba a punto de irrumpir en la casa donde Livraga y el resto escuchaban la pelea. Solo una persona del grupo sab¨ªa de la revoluci¨®n en marcha. El propio jefe de la Polic¨ªa, Desiderio Fern¨¢ndez Su¨¢rez, estaba al mando.
Todo el grupo qued¨® detenido. Un rato m¨¢s tarde, entrado ya el 10 de junio, los fusilaron en un descampado de Jos¨¦ Le¨®n Su¨¢rez, al noroeste de la ciudad de Buenos Aires. A su amigo Rodr¨ªguez lo mataron de once tiros. Livraga se salv¨®. Cuenta que se tir¨® en una zanja y qued¨® a salvo de la luz del veh¨ªculo policial y de las balas. Despu¨¦s lo vieron, lo supusieron medio moribundo y le dispararon en la cara: las balas le destrozaron la mand¨ªbula, pero no lo mataron. Comenzaba la odisea de un hombre com¨²n que estuvo en el lugar equivocado en el momento inoportuno.
Los milagros de Livraga
El 10 de junio, las enfermeras del Policl¨ªnico de San Mart¨ªn lo curaron. Adem¨¢s, cumplieron un rol heroico: preservaron ¡°un papelito¡± que el moribundo llevaba en un bolsillo. Era el recibo de sus efectos personales, emitido por la Unidad Regional donde hab¨ªa estado detenido antes del fusilamiento. Era la prueba de que no se hab¨ªa tiroteado con polic¨ªas, como pretend¨ªa instalar el r¨¦gimen militar, sino que hab¨ªa sido fusilado cuando estaba bajo su custodia.
Despu¨¦s del hospital, Livraga estuvo preso dos meses y medio. Primero, 28 d¨ªas en una comisar¨ªa, desnudo en un calabozo y desaparecido para sus familiares. ¡°Ah¨ª estuve m¨¢s muerto que vivo. Fui un invisible. Hab¨ªa un perro al que tapaban con un sobretodo. En cambio por m¨ª no ven¨ªan. Estuve en ese calabozo tirado, con fr¨ªo, sin comida ni bebida. No exist¨ªa. El perro s¨ª: lo ven¨ªan a ver, le daban huesos. A m¨ª me quisieron dar un hueso, cuando no ten¨ªa dientes. Todo esto ¨Cse se?ala la boca¨C hab¨ªa desaparecido con la bala, que destroz¨® todo¡±.
Livraga era un espectro: la cara desfigurada, muchos kilos menos, la boca putrefacta de las heridas infectadas y el pelo crecido. Estaba enloqueciendo. Su primera comida en semanas fueron unas naranjas y mandarinas que le dieron dos polic¨ªas j¨®venes que se apiadaron: ¡°Me devor¨¦ hasta las c¨¢scaras¡±. Ah¨ª se sinti¨® resucitar. Dice que oy¨® una voz suave y ¡°extra humana¡± que le indic¨® que su suerte comenzaba a cambiar.
Y as¨ª fue. Al otro d¨ªa lo vistieron con una ropa extra?a que hab¨ªa en la comisar¨ªa: zapatos marrones y blancos y una camisa de buena marca. Le sirvieron un mate cocido caliente, el ¡°el champ¨¢n m¨¢s rico que tom¨¦ en mi vida¡±, dice Livraga. Y lo trasladaron al penal de Olmos, en La Plata, sin siquiera esposarlo. Vaya si su suerte hab¨ªa cambiado.
Pero la c¨¢rcel super¨® todas sus expectativas. Alguien hab¨ªa esparcido el rumor de que ven¨ªa de matar a cuatro polic¨ªas y los presos lo recibieron como un h¨¦roe. El espectro hediondo de la comisar¨ªa era ahora el ¨ªdolo del penal. ¡°Un mec¨¢nico de carros finos que parec¨ªa Don Corleone, al que todos respetaban, orden¨® que me dieran vino y un bife jugoso, como a mi me gustaba. Me lo cortaron chiquito, para poder comerlo. Fue mi primera comida en mucho tiempo. De golpe todo cambiaba. ?Yo era un grande!¡±, se r¨ªe Livraga. Nunca supo qui¨¦n le invent¨® un prontuario salvador: ¡°Yo no preguntaba ni hablaba, porque me favorec¨ªa. Mi verdad la ten¨ªa adentro¡±.
En la c¨¢rcel, Livraga encontr¨® a un compa?ero de fusilamiento que tambi¨¦n hab¨ªa sobrevivido: Miguel ?ngel Giunta. Estaba detenido con los presos pol¨ªticos y ya le hab¨ªa contado su historia al abogado M¨¢ximo von Kotsch, que no le crey¨®.
Pero Von Kotsch crey¨® en Livraga, habl¨® con su padre e hizo valer el papelito rescatado por las enfermeras, prueba del fusilamiento clandestino. El 16 de agosto de 1956, los fusilados quedaron libres. A Livraga se le pone la piel de gallina cuando recita de memoria la ¡°voz de ultratumba¡± del altoparlante del penal que informaba su libertad y la de Giunta, con sus nombres completos.
Von Kotsch tambi¨¦n fue el nexo con Rodolfo Walsh. ¡°El doctor me dijo: ¡®Si te quieren matar, te van a matar hablando o sin hablar. Te conviene hablar¡¯. Y ah¨ª me reun¨ª con el periodista¡±. Walsh ya hab¨ªa o¨ªdo en un bar la famosa frase ¡°hay un fusilado que vive¡±, germen de Operaci¨®n masacre.
Livraga le dio tres entrevistas a Walsh y su compa?era de trabajo, la periodista espa?ola Enriqueta Mu?iz. Tirando de este testimonio, la pareja lleg¨® al resto de los sobrevivientes, siete en total. La historia prob¨® que los fusilaron en nombre de una ley marcial dictada despu¨¦s de que estaban secuestrados (se promulg¨® el 10 de junio y ellos estaban detenidos desde la v¨ªspera). Y que los fusilamientos en Jos¨¦ Le¨®n Su¨¢rez no fueron un hecho aislado: la represi¨®n al levantamiento del general Valle produjo 27 fusilamientos de civiles y militares.
Livraga atraves¨® siete cirug¨ªas de rostro, nunca volvi¨® a escuchar bien y se tuvo que ir del pa¨ªs. Poco despu¨¦s de la segunda edici¨®n del libro (1964), migr¨® a Estados Unidos ¡°Yo ten¨ªa los rev¨®lveres detr¨¢s de m¨ª¡±, explica. ¡°Llor¨¦ en el avi¨®n el 26 de junio de 1965, por la mentira que les dije a mis padres¡±. Dijo que part¨ªa en busca de progreso econ¨®mico, pero se fue para sobrevivir.
En EE UU casi no habl¨® de la historia que no lo deja dormir. Le gusta compartirla en su lengua materna y cuando vuelve a su pa¨ªs: ¡°El cari?o de Argentina es muy distinto, y all¨¢ muy pocos saben de mi vida. Hoy siento cari?o y reconocimiento. Me siento halagado cuando preguntan por mi historia. Pens¨¦ que no iba a llegar a la vejez y llegu¨¦. Soy un agradecido de la vida¡±.
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