Gertrud Erdstein, las memorias de una sobreviviente del holocausto de 103 a?os
Los nietos de esta mujer, que escap¨® de la II Guerra Mundial y rearm¨® su vida en Argentina, comparten su historia con EL PA?S
A sus 103 a?os, Gertrud Erdstein duerme abrazada a una tortuga de crochet que le regalaron sus nietos. Sus dedos finos y largos, que a¨²n presumen un esmalte color rojo, acarician el recuerdo de otra tortuga, Otilia, con la que huy¨® de Viena por la ocupaci¨®n nazi. Era 1939, Gertrud ten¨ªa 18 a?os y reci¨¦n terminaba el secundario. Todav¨ªa no percib¨ªa el horror que se avecinaba y que a¨²n hoy la persigue en pesadillas.
¡°Se termin¨® todo a una edad en la que todo deb¨ªa empezar¡±, le cont¨® Gertrud a su nieta, Magdalena Goyheneix, cuando por fin estuvo lista para relatar su historia. ¡°Un d¨ªa, sin explicaci¨®n, a los jud¨ªos nos hicieron formar una fila aparte en la escuela¡±.
Oma, como le dice toda su familia, estuvo muchas d¨¦cadas sin hablar de esta parte de su vida. Pero Magdalena, su primera nieta, despert¨® algo en ella que la hizo cambiar de opini¨®n. Desde entonces la familia ha intentado recuperar la historia de su abuela, que lleg¨® a Buenos Aires en 1941 escapando de la II Guerra Mundial.
Su padre, Hermann Erdstein, hab¨ªa fundado una f¨¢brica de chocolates que le permiti¨® a su familia tener una muy buena posici¨®n econ¨®mica. Es f¨¢cil imaginarse el lujo en el que viv¨ªan los Erdstein en la Viena de 1930, una de las ciudades m¨¢s progresistas de Europa, antes de que los nazis les despojaran de su empresa y vivienda, un edificio en uno de los distritos m¨¢s lujosos de Viena que la familia reclama hasta hoy.
Entonces, Gertrud estaba de novia con un joven llamado Harry, de su misma edad, y pensaban estudiar medicina y viajar por el mundo juntos. Su vida era c¨®moda y feliz. Amaba ir a la ¨®pera, bailar, leer. Comenzaba a desarrollar un pensamiento feminista que conservar¨ªa durante toda su vida.
Pero entre 1938 y 1940, 117.000 jud¨ªos tuvieron que huir del pa¨ªs mientras Hitler anexaba Austria a Alemania. En 1939, Hermann y Minna Erdstein, padres de Gertrud, sab¨ªan que no iban a sobrevivir en esa ciudad donde los escup¨ªan, les hac¨ªan limpiar las calles, los echaban de lugares que antes frecuentaban y muchas de sus amistades ya no les hablaban. Con la confiscaci¨®n de sus propiedades intentaron liquidar los bienes valiosos que le quedaban para reunir dinero y escapar.
¡°Recuerdo estar sentada en el living de mi casa y ver que la gente compraba por pocas monedas nuestros cuadros y tapices¡±, cont¨® Gertrud a?os despu¨¦s a sus nietos. ¡°En un momento, increp¨¦ a una mujer que ofreci¨® un precio rid¨ªculo por el piano de cola y ella me mir¨® y me dijo con desprecio: ¡®?Para qu¨¦ lo quer¨¦s si pronto vas a estar muerta, jud¨ªa?¡±.
Su hermano Erich, nueve a?os mayor que ella, escap¨® a Brasil como poliz¨®n y logr¨® sobrevivir. Sus padres lograron huir a Argentina, pero Gertrud no los pudo acompa?ar. ¡°Separarme de mis padres fue desgarrador. Ten¨ªa 18 a?os, era la primera vez que viajaba sola y no sab¨ªa si los volver¨ªa a ver¡±, le cont¨® a sus nietos.
Con una valija peque?a y su tortuga Otilia, Gertrud termin¨® en Londres, donde la deb¨ªa esperar una familia amiga. Al llegar, le negaron el albergue y la enviaron a una casa de refugiados, que entre 1938 y 1940 recibir¨ªa a m¨¢s de 10.000 ni?os, ni?as y j¨®venes jud¨ªas que hu¨ªan de los pa¨ªses ocupados por el Tercer Reich. Algunos fueron cuidados; otros, explotados como servicio dom¨¦stico.
Gertrud llor¨® mucho la soledad en la que se encontr¨® de golpe. Se endureci¨® tanto en aquellos a?os que su familia no recuerda haberla visto llorar. A sus nietos les inculc¨® que siempre hay que mirar para adelante, ser independientes y ser fuertes.
Las adolescentes como ella se quedaban en Inglaterra con una visa especial para trabajar como empleadas dom¨¦sticas. Gertrud fue r¨¢pidamente destinada a una casa donde la hac¨ªan trabajar m¨¢s de 15 horas diarias, salir al campo con temperaturas heladas y cortar le?a para mantener el hogar todo el d¨ªa encendido. Nada igual a la vida que hab¨ªa dejado en Viena.
En Argentina, mientras tanto, sus padres lograron acomodarse en una pensi¨®n de San Telmo, un barrio de conventillos del sur de Buenos Aires. Su padre se dedicaba a comerciar telas y su madre se convirti¨® en costurera. Solo dos a?os despu¨¦s pudieron reunieron el dinero para traer a su hija desde Inglaterra. Gertrud ya no era m¨¢s esa adolescente que hab¨ªan dejado en 1939. ¡°La imagen que tuve al verlos por primera vez fue muy perturbadora. No pod¨ªa creer c¨®mo hab¨ªan cambiado nuestras vidas¡±, record¨® a?os despu¨¦s.
Pero eso no la deprimi¨®. Con sus cuatro idiomas y su formaci¨®n acad¨¦mica, enseguida encontr¨® trabajo como ni?era en la casa de una familia inglesa que viv¨ªa en un barrio residencial de Buenos Aires, donde, a?os m¨¢s tarde, ella se ir¨ªa a vivir hasta hoy. Se nacionaliz¨® argentina y nunca m¨¢s quiso volver a su pa¨ªs.
Conoci¨® a Erwin Forr¨®, un inmigrante jud¨ªo que hab¨ªa huido de Hungr¨ªa. La pareja se cas¨® al a?o de conocerse, en 1942, en Montevideo. Tuvo dos hijas a las que decidi¨® darles una educaci¨®n biling¨¹e e internacional. A Erwin le fue muy bien en los negocios, despu¨¦s de varios emprendimientos que fracasaron. Viaj¨® por el pa¨ªs y en el norte argentino encontr¨® el origen de su fortuna. Unas campos con plantaciones de naranjas le dieron la idea de fundar una empresa de jugos concentrados, una novedad con la que tuvo mucho ¨¦xito.
Pero los fantasmas de la persecuci¨®n nazi nunca desaparecieron y, por ello, Gertrud decidi¨® darles una educaci¨®n cat¨®lica a sus hijas. A Argentina hab¨ªan llegado muchos jud¨ªos que escaparon del holocausto, pero tambi¨¦n algunos nazis que se refugiaron en todo el pa¨ªs tras la ca¨ªda del Reich. ¡°El miedo no se fue nunca¡±, confes¨® Gertrud. ¡°Y como Argentina es cat¨®lica y nosotros no ¨¦ramos jud¨ªos practicantes, sent¨ª que lo mejor es que mis hijas se educaran con la cultura de este pa¨ªs. No quer¨ªa que vivieran la persecuci¨®n y el sufrimiento que hab¨ªamos vivido nosotros¡±.
Su matrimonio con Erwin dur¨® m¨¢s de cuatro d¨¦cadas, hasta que enviud¨® en 1987. Ahora tiene 7 nietos y 11 bisnietos que la cuidan y, desde hace unos a?os, la ayudan a reconstruir estas memorias.
Hasta antes de la pandemia, Gertrud jugaba al bridge y tomaba clases de gimnasia, m¨²sica, cer¨¢mica y hasta aprendi¨® a usar el Facebook, en donde se encontr¨® con Harry, su primer amor, al que jam¨¢s hab¨ªa olvidado. Viv¨ªa en Estados Unidos, era fot¨®grafo y se hab¨ªa casado con una mujer que se llamaba Gertrud, igual que ella. La visit¨® al cumplir 85 a?os y no hablaron del pasado, pero sus ojos se llenaron de l¨¢grimas al mirarse.
Gertrud ya no puede hablar como antes ni salir a pasear con sus nietos. La pandemia afect¨® sus facultades cognitivas, pero est¨¢ rodeada de amor y cuidados, lo que hace sus d¨ªas pl¨¢cidos y tranquilos. Pero por las noches, los fantasmas vuelven a aparecer en forma de pesadillas. Siente que su casa est¨¢ ocupada por nazis que se la quieren llevar. Se despierta con terror, apretando entre sus dedos la tortuga de crochet que le regalaron sus nietos. Se siente aliviada, pero una vida feliz no basta para enterrar tanto dolor, aunque ella siga dando batalla.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S Am¨¦rica y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la regi¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.