?A las armas, ciudadanos!
Es dif¨ªcil pensar que un se?or que se tom¨® varias cervezas va a desaparecer porque quiere mostrarle a otro que es m¨¢s macho. Es dif¨ªcil pensar que la violencia pueda ser tan f¨¢cil, tan barata. Pero lo es, cuando la gente tiene armas
Acabo de ver un v¨ªdeo navide?o: a las nueve o diez de la ma?ana del 25 de diciembre de 2024, un se?or mayor, quiz¨¢ setenta, gordo, cruza la calle de su casa en un suburbio de clase media baja, Buenos Aires, para decirles a dos se?ores cuarentones, gordos, apoyados en el ba¨²l de un coche, que bajen la m¨²sica, que la tienen muy fuerte. Parece que est¨¢ as¨ª desde la Nochebuena, que sigui¨® siendo buena, buenaza, bien buenorra, regada como se merece. La m¨²sica suena tropical y los dos se?ores le contestan que les chupe un huevo, que ellos la ponen como se les canta el orto, y lo van empujando de vuelta hacia el otro lado de la calle. El se?or mayor saca un rev¨®lver del bolsillo y se lo hunde en la panza al cuarent¨®n que lo sigue empujando e insultando. El se?or mayor dice que es polic¨ªa, que es federal, que con ¨¦l no se juega; sigue retrocediendo. Los dos hombres llevan pantalones cortos, viejos; anteojos el se?or mayor, camisa hawaiana el otro. Toda la escena dura menos que lo que tardo en contarla: el cuarent¨®n empuja y grita, el se?or mayor le vuelve a hundir su rev¨®lver en la panza; el gesto no se entiende pero ahora el cuarent¨®n camina para atr¨¢s como quien titubea. Cuando al fin llega junto a su amigo se desploma: entonces se entiende que el viejo le ha pegado un tiro. El diario cuenta que lo llevaron al hospital y se muri¨® poco m¨¢s tarde.
Es dif¨ªcil pensar una forma m¨¢s est¨²pida de hacerse matar, una forma m¨¢s imb¨¦cil ¨Cliteralmente imb¨¦cil¨C de la violencia. Es dif¨ªcil pensar que un se?or que se tom¨® varias cervezas va a desaparecer porque quiere mostrarle a otro que es m¨¢s macho. Es dif¨ªcil pensar que la violencia pueda ser tan f¨¢cil, tan barata. Pero lo es, cuando la gente tiene armas.
Durante milenios la mayor¨ªa de los hombres port¨® armas: filos y puntas, m¨¢s que nada. Era, entre otras cosas, una parte penosa del negocio de ser hombre. Y era la forma en que esa gente se relacionaba: precisabas tener un arma encima porque casi todos los dem¨¢s ten¨ªan y nadie te respetaba si t¨² no. Alguien desarmado era un pelele muy barato. Los conflictos se arreglaban con armas: en la Edad Media europea las muertes en homicidios simples ¨Creyertas y querellas¨C eran entre 50 y 100 veces m¨¢s que ahora.
Siempre hubo, sin embargo, grupos sociales que quisieron limitar el porte. No lo hac¨ªan por piedad ni pacifismos violeteros sino para guardar el monopolio: los senadores romanos o los se?ores feudales intentaron prohibirlo a los dem¨¢s. En general no lo consegu¨ªan; tuvo que venir un grupo con mucho m¨¢s poder llamado Estado para arrogarse con relativo ¨¦xito el famoso ¡°monopolio de la violencia¡±.
Y as¨ª fue como poco a poco, sobre todo en Europa, empezamos a vivir sin armas. La enorme mayor¨ªa de mis vecinos y paisanos no ha disparado nunca una pistola. Espa?a, ahora, por ejemplo, es uno de los pa¨ªses menos violentos del mundo: 0,6 homicidios cada 100.000 personas cada a?o, cuando la media mundial est¨¢ entre cinco y seis. En ?am¨¦rica la situaci¨®n es m¨¢s compleja: en los a?os 80, grupos empresariales que pretend¨ªan hacer lo que hicieron siempre los ricos ?americanos ¨Cextraer y exportar materia prima¨C decidieron asegurarse el monopolio de su comercio de coca armando grupos armados, muy armados: fue, en tiempos de privatizaciones, la privatizaci¨®n de la violencia, su uso mercantil.
Pero en el resto de los pa¨ªses de la regi¨®n la violencia, pese a las apariencias, no excede las medias mundiales. S¨ª lo hace en ciertos bolsones especiales: los suburbios de Buenos Aires, por ejemplo. All¨ª muchos se matan por minucias: una moto, una rabieta de Navidad, un ataque de celos, mostrar que soy muy macho. Pueden hacerlo porque tienen pistolas y rev¨®lveres, la mayor¨ªa ilegales, alegales. Ahora el Gobierno del se?or Milei, tan dedicado como siempre, acaba de dar un primer paso para cumplir una de sus promesas: la liberaci¨®n del mercado de armas. Por un decreto ¨Cni siquiera una ley, ni siquiera un debate¨C su Gobierno acaba de bajar de 21 a 18 a?os la edad m¨ªnima para poseer y portar armas legales; tambi¨¦n ¨Cen medio de la austeridad m¨¢s bruta¨C redujo los impuestos a la importaci¨®n de armas de fuego y municiones. As¨ª, dicen, ¡°los argentinos de bien¡± podr¨¢n defenderse y defender sus bienes. Quiz¨¢, con un poco de suerte, en breve podamos ser como Estados Unidos de su papi Trump, donde los chicos aburridos le sacan la M-15 al suyo para ir a matar compa?eritos a la escuela. O, al menos, seremos un pa¨ªs donde cada vez m¨¢s personas intenten llevar a la pr¨¢ctica los insultos y amenazas que lanza sin parar su presidente.
Cuantas m¨¢s armas hay, m¨¢s muertes hay: es ley de Perogrullo. Pero lo m¨¢s notable puede ser la ideolog¨ªa: la noci¨®n de que no sea el Estado el que se haga cargo de defender a las personas sino que cada una de ellas se defienda sola, como pueda. Es, en ¨²ltima instancia, una exacerbaci¨®n de esa proclama liberal que opone a la regulaci¨®n del Estado la libertad del Mercado: que se maten entre ellos, que cada cual te venda lo que pueda al precio que consiga, que te haga trabajar todo lo que te dejes, que los m¨¢s grandes ¨Cque los m¨¢s armados¨C aprovechen su tama?o para lograr ventajas. Total, lo que importa es la famosa libertad ¨Cde joder a todos los dem¨¢s para sacarles lo que tienen. Es lo que hacen, parece, las personas de bien.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.