Cuentos de ni?os
Pulgarcito pertenece al linaje de Ulises y el Lazarillo. El arrogante Juan sin Miedo aprende que sentir temor no es una bajeza
El cuento que m¨¢s miedo me ha hecho pasar en mi vida era tan austero en sus elementos narrativos que casi no era un cuento, sino m¨¢s bien una letan¨ªa, una de esas cantinelas infantiles en las que se preserva la unidad arcaica que debi¨® de haber entre las historias y la m¨²sica, igual que la hubo entre la poes¨ªa y el canto. Era un relato o m¨¢s bien un di¨¢logo a tres voces, una madre, una hija, una presencia innominada y amenazadora que se iba acercando. Dec¨ªa la ni?a: ¡°Ay mama m¨ªa m¨ªa m¨ªa, ?qui¨¦n ser¨¢?¡±, y la madre contestaba: ¡°C¨¢llate hija m¨ªa m¨ªa m¨ªa, que ya se ir¨¢¡±. Pero entonces aparec¨ªa la tercera voz, y el narrador o la narradora volv¨ªa m¨¢s grave la suya: ¡°Que ya estoy entrando por la puerta¡¡±. El cuento consist¨ªa, musicalmente, en la repetici¨®n de las dos primeras voces y en la variaci¨®n gradualmente aterradora de la tercera, que cada vez anunciaba una mayor cercan¨ªa hacia la madre y la hija amenazadas. La ni?a preguntaba una y otra vez qui¨¦n ser¨ªa aquella presencia, y la madre repet¨ªa palabra por palabra la misma respuesta cada vez menos tranquilizadora, porque despu¨¦s de cada ¡°c¨¢llate hija m¨ªa m¨ªa m¨ªa, que ya se ir¨¢¡±, aquella criatura hecha de oscuridad y amenaza indicaba el lugar cada vez m¨¢s pr¨®ximo en el que ya se encontraba. Un refinamiento improvisado del narrador era adaptar los pasos de esa aproximaci¨®n a la topograf¨ªa de la vivienda donde la historia se contara: el portal, la escalera, el rellano, por fin la misma puerta que el ni?o estaba viendo, abierta sin defensa contra el enemigo, o bien cerrada y sin embargo f¨¢cilmente vulnerable, o entornada, dejando paso a una penumbra dom¨¦stica que las palabras llenaban de misterio y hasta de terror. El cuento no suced¨ªa en un castillo, en un pa¨ªs fabuloso, sino all¨ª mismo, en nuestra propia casa, en los espacios m¨¢s familiares, el portal, la escalera por la que sub¨ªamos y baj¨¢bamos a diario, los pasillos que llevaban a los dormitorios, en los que m¨¢s de una vez, si tard¨¢bamos en llegar al conmutador de la luz, ya empez¨¢bamos a sentir la sospecha del miedo.
Es ahora, al cabo de tantos a?os, cuando caigo en la cuenta de la eficacia de aquella despojada econom¨ªa narrativa. No hab¨ªa introducci¨®n, no hab¨ªa nombres, no se describ¨ªa nada. Eran las tres voces sucedi¨¦ndose, manejadas por el mismo narrador, con una parte de reiteraci¨®n y otra de novedad, y con un margen para la improvisaci¨®n dentro de la forma invariable que tambi¨¦n es muy propio de las artes orales. El ¡°Ay mama m¨ªa m¨ªa m¨ªa¡± y el equivalente ¡°C¨¢llate hija m¨ªa m¨ªa m¨ªa¡± marcaban un ritmo obsesivo y mon¨®tono, como un impulso de fatalidad hacia lo inevitable. El narrador, ni?o o adulto, pod¨ªa multiplicar seg¨²n su albedr¨ªo los pasos intermedios, retardando o acelerando el ataque final, que no se llegaba a saber en qu¨¦ consist¨ªa, igual que no se sab¨ªa nada sobre esa presencia, esa criatura invasora, m¨¢s temible a¨²n por ese motivo. La palabra ya es en s¨ª misma un medio de m¨¢xima sobriedad: que tenga tanta fuerza de sugesti¨®n sin el adorno de los detalles, ni de las im¨¢genes, ni de m¨¢s efectos especiales que sus propios dones de sonido y sentido es uno de tantos prodigios usuales en los que casi nunca se repara.
En aquellos tiempos muy anteriores a la psicopedagog¨ªa, los adultos disfrutaban sin remordimiento asustando a los ni?os con cuentos espeluznantes. ?ramos ni?os antiguos que ni siquiera hab¨ªamos visto la televisi¨®n, y que, aunque ¨ªbamos mucho al cine, hab¨ªamos nacido mucho antes de que llegaran las pel¨ªculas de v¨ªsceras y asesinos con motosierras. En los cuentos que nos contaban los mayores hab¨ªa lobos feroces, gigantes can¨ªbales y brujas que engordaban a los ni?os en jaulas antes de cocinarlos y com¨¦rselos. Pero tambi¨¦n hab¨ªa ni?os valientes e ingeniosos que acababan prevaleciendo sobre los enemigos m¨¢s temibles, y casi siempre esos h¨¦roes inesperados eran el hijo peque?o, la hija abandonada, el personaje astuto y ma?oso que en todas las mitolog¨ªas vence al gigant¨®n ensoberbecido por su fuerza bruta. Pulgarcito pertenece al linaje de Ulises y al del Lazarillo. El bravuc¨®n y el temerario acaban recibiendo su merecido a manos de ese esmirriado al que despreciaron. El arrogante Juan Sin Miedo aprende que sentir temor no es una bajeza, sino una estrategia de supervivencia, y tambi¨¦n puede ser una actitud de razonable humildad. A los ni?os nos daban mucho miedo aquellas historias que nos contaban los adultos, y como ten¨ªamos m¨¢s agudeza de la que ellos pensaban, nos irritaba que se divirtieran a nuestra costa. Pero ¨¦ramos nosotros mismos quienes las ped¨ªamos, y quienes exig¨ªamos que se repitieran exactamente cada vez: saber de antemano el desenlace no anulaba el misterio, sino que lo enriquec¨ªa, tal vez con la intuici¨®n de lo inevitable, con la incorregible esperanza humana de que por una vez pueda ser evitado.
Los ni?os empiezan a disfrutar de verdad de los cuentos hacia la misma edad en la que empiezan a recordar sue?os y a despertarse por las noches con pesadillas terror¨ªficas. En los cuentos orales y en las nanas est¨¢ la evidencia de que la narraci¨®n y la m¨²sica son hechos culturales arraigados en un instinto humano que es universal. Las personas que fabricaron flautas con f¨¦mures de buitre hace 50.000 a?os sin la menor duda contar¨ªan tambi¨¦n historias y dormir¨ªan con cantos a los ni?os. Lo que empez¨® en las culturas humanas m¨¢s antiguas empieza tambi¨¦n en cada vida infantil. Lo que llamamos literatura coincide demasiado exactamente con los registros escritos y, por tanto, no se remonta mucho m¨¢s all¨¢ de unos 3.000 a?os, desde que la epopeya de Gilgamesh se copi¨® en tablillas de barro. Pero antes de la invenci¨®n de la escritura, y despu¨¦s de ella y al margen, existieron y en parte siguen existiendo todav¨ªa universos formidables de historias, igual que han existido m¨²sicas de las que no sabemos nada, porque no hubo sistemas de notaci¨®n que las recogieran y desaparecieron antes de que se inventara la grabaci¨®n del sonido.
A algunos de nosotros el entusiasmo por la literatura se nos ti?e de desaliento cuando la vemos convertida en un espect¨¢culo m¨¢s bien s¨®rdido de pedanter¨ªa, de mezquindad, de arrogancia de presuntos expertos, de impostura consentida, de tr¨¢fico de influencias. Un ant¨ªdoto de esa tristeza es recordar su origen como proveedora de historias asombrosas, de lecciones tan profundas que ya se transmit¨ªan hace muchos milenios y siguen vivas ahora en los cuentos que les contamos a los ni?os.
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