Entregados al nacer
Judith Butler, la pensadora que revolucion¨® el feminismo con ¡®El g¨¦nero en disputa¡¯, defiende en ¡®La fuerza de la no violencia¡¯ una igualdad radical sin paternalismos
Se llamaba Eric Garner y muri¨® en 2014 en EE UU, despu¨¦s de que un polic¨ªa le pusiera un torniquete en el cuello. Era evidente que se asfixiaba, pero lo llevaron deliberadamente al borde de la muerte hasta que dej¨® de respirar. El caso de Walter Scott, tambi¨¦n en 2015, fue distinto. Asustado, le dio la espalda a un polic¨ªa y ech¨® a correr. Lo liquidaron por detr¨¢s como a una presa de caza. Es dif¨ªcil de entender c¨®mo la vida de estos j¨®venes negros se convirti¨® en una amenaza que deb¨ªa eliminarse. Y es sobre ello, sobre el fantasma que se apodera de la mente de un polic¨ªa, capaz de ¡°justificar por adelantado cualquier acci¨®n letal que se pueda realizar¡±, sobre lo que se interroga la pensadora estadounidense Judith Butler en su ¨²ltima obra, La fuerza de la no violencia.
La autora que puso patas arriba el feminismo introduciendo la teor¨ªa queer con El g¨¦nero en disputa vuelve a situar la igualdad en el centro de su reflexi¨®n. Y lo hace con distinciones que pertenecen a su universo: solo ser¨¢ posible un nuevo imaginario pol¨ªtico que parta de una idea radical de igualdad si reconocemos que toda vida es digna de ser llorada. Es as¨ª como Butler nos habla de la distribuci¨®n diferenciada de su valor, de c¨®mo muestra una estructura de desigualdad: ¡°La prohibici¨®n de matar, por ejemplo, solo se aplica a aquellas vidas que son dignas de duelo¡±. Es el subtexto sobre el que se aprehenden las vidas, o m¨¢s bien su ¡°violenta negaci¨®n¡±, pues al perderlas ni siquiera se las llora. Dejar morir es un acto de violencia que a veces se nombra ladinamente como defensa propia, algo que solo es posible desde una fantasmagor¨ªa que jerarquiza el valor de la vida. Por eso apagaron deliberadamente la existencia de Eric Garner o Walter Scott, porque ¡°sus vidas nunca fueron vidas¡±, porque jam¨¢s se les dio ese valor, esa dignidad. Y esto, que parece tan lejano, sucede tambi¨¦n cuando en Europa dejamos morir a miles de inmigrantes en el Mediterr¨¢neo. Son vidas que ¡°no se consideran dignas de salvaguardarse¡±, personas prescindibles. Eliminar la vida, dejar morir constituyen casos concretos de c¨®mo se reparte diferencialmente su dignidad y valor, de por qu¨¦ algunas vidas se consideran defendibles o ¡°no merecen perderse¡± frente a otras atendiendo a criterios epid¨¦rmicos o geogr¨¢ficos. Por eso el compromiso con la igualdad solo tiene sentido a trav¨¦s de una ¨¦tica de la no violencia. Ese es el coraz¨®n de la obra de Butler.
Es interesante que el ¨¢ngulo elegido para pensar la igualdad sea el de la violencia. Pocos temas son tan controvertidos en el campo de la teor¨ªa pol¨ªtica. La violencia es algo ¡°l¨¢bil¡±, dice Butler: antes de afirmar si estamos a favor o en contra, debemos dilucidar c¨®mo la definimos y a qui¨¦nes consideramos violentos. Nuestra tradici¨®n filos¨®fica afirma que el Estado ostenta su monopolio leg¨ªtimo, pero ?qu¨¦ ocurre con las formas de violencia que eluden tal calificaci¨®n, por ejemplo al presentar como violentos el poder disidente, a las minor¨ªas raciales o a quienes est¨¢n fuera de la identidad nacional? Es desde ah¨ª donde la cuesti¨®n de la no violencia como perspectiva ¨¦tica se conecta con el ideal de igualdad, concretamente en un lugar donde tengamos en cuenta c¨®mo nuestras vidas est¨¢n implicadas con otras vidas, esto es, desde su interdependencia. Para imaginar algo as¨ª, la manera en la que ¡°nuestros destinos est¨¢n unos en manos de los otros¡±, es preciso salir del individualismo liberal.
Con tal objetivo, Butler acude al viejo Hobbes como uno de los fundadores de la idea de individuo y del pacto que otorga al soberano, el Leviat¨¢n, el monopolio de la violencia leg¨ªtima. Es uno de los pasajes m¨¢s fascinantes del libro porque introduce preguntas inesperadas, distinciones con las que no solemos pensar el mundo. El estado de naturaleza de Hobbes arroja a un mundo en guerra a un sujeto libre de cualquier dependencia: ¡°Siempre dispuesto y capacitado, nunca ha sido mantenido o apoyado por los dem¨¢s, ni llevado en otro cuerpo para nacer, ni alimentado cuando no estaba en condiciones de alimentarse por s¨ª mismo, nunca fue arropado por alguien con una manta los d¨ªas de fr¨ªo¡±. Por el contrario, se?ala la autora, emerge resplandeciente, adulto, sin v¨ªnculo social, armado de ira y deseo. Es desde el inicio un ser completo, sin alteridad. Pero para Butler la fantas¨ªa del estado de naturaleza ¡°no es una tabula rasa, sino una pizarra borrada¡±, un ¡°crimen que no deja huellas¡± en el que no cabe la idea de interdependencia, pues el individuo quedar¨ªa expuesto a la precariedad, a su condici¨®n vulnerable.
Sin embargo, mal que nos pese, lo cierto es que ¡°todos comenzamos siendo entregados¡±. Es nuestro verdadero inicio: una entrega incierta, sin pacto que presuponga que quien nos toma en sus brazos vaya a cuidarnos, como s¨ª pactamos la protecci¨®n del Leviat¨¢n al firmar el contrato social. Eliminar la interdependencia (la idea de la persona como ser relacional) del origen fundacional del acuerdo entre iguales con el soberano implica la imposibilidad de pensar la cuesti¨®n de las obligaciones mutuas, incluso las globales: la pregunta de por qu¨¦ hemos de ocuparnos de quienes nos son ajenos o viven lejos. Pero, advierte Butler, cuidado con construir a los vulnerables desde la pasividad o el paternalismo. La vulnerabilidad debe pensarse desde los espacios de resistencia que ella misma abre, para volver a imaginar la igualdad desde una visi¨®n progresista. La defensa de la vida no puede cederse a los reaccionarios, como ocurre con el discurso provida. Es ah¨ª, con un nuevo vocabulario que piense en la igualdad radical y no en el clich¨¦ identitario, donde la izquierda debe dar la batalla. Palabra de Butler.
La fuerza de la no violencia
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