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LECTURA

Mi primer encuentro con Jean Genet, mentiroso sublime

Tahar Ben Jelloun recuerda en este texto la llamada que, siendo ¨¦l un joven de 30 a?os, recibi¨® de un autor consagrado de 64, volcado en la militancia pol¨ªtica, cansado de la literatura y de su propia imagen de maldito. Aquel d¨ªa naci¨® una amistad a la que el autor marroqu¨ª ha dedicado un libro, ¡®Jean Genet, mentiroso sublime¡¯, que esta semana llega a las librer¨ªas de la mano de la editorial Huerga & Fierro

Jean Genet, en  Chicago en 1968.
Jean Genet, en Chicago en 1968.Lee Friedlander / Fraenkel Gallery, San Francisco
Tahar Ben Jelloun

Blanca escarlata, la voz de Jean Genet. El recuerdo de una voz tiene un color; la de Genet ten¨ªa algo de luminoso y al mismo tiempo de juguetona. Todav¨ªa la oigo. Voz trabajada por el tabaco, un poco ronca, casi femenina, pero una voz sonriente. Con el tiempo se volvi¨® gruesa, calma y siempre presente, urgente. Escribir¨¢ en Un cautivo enamorado: ¡°Como todas las voces, la m¨ªa est¨¢ falsificada, y si no se adivinan las falsificaciones ning¨²n lector es consciente de su naturaleza¡±.

Yo estaba lejos de advertir sus efectos especiales. Hab¨ªa cierta constancia en aquella voz, un tono que variaba poco. Nunca hablaba en voz alta y, hasta cuando estaba enojado, solo expresaba su exasperaci¨®n con palabras escogidas. Era natural en ¨¦l. Pero cuando escrib¨ªa o¨ªa su voz interior, que deb¨ªa ser diferente de la que utilizaba en p¨²blico. A veces murmuraba o recalcaba ciertas palabras para hacer sentir mejor su importancia. Las acompa?aba con gestos precisos como si dibujara caras y expresiones corporales. La voz de la falsedad. La voz de la verdad. La voz correcta. Pasaba de una a otra sin previo aviso. Proced¨ªa, ingenuamente, de un modo tan burdo que produc¨ªa risa. Mentir es hacer piruetas. ?l estar¨ªa de acuerdo con lo que dec¨ªa Cavafis: ¡°La verdad solo pertenece a los vencedores¡±, y a?ad¨ªa: ¡°La verdad no es suficiente, pero el poeta da testimonio incluso de lo que no ha visto¡±. Genet no se reconoc¨ªa ¡°en el hilo de las evidencias¡± (Ren¨¦ Char); lejos de ello, todo le parec¨ªa complejo y desconfiaba de todo y de todos salvo de los que amaba. Pasaba as¨ª de un exceso a otro y no le incomodaba. Era el hombre de la palabra dada, palabra que daba muy raramente. Del resto, firma, contrato, promesa, le daba por burlarse y re¨ªrse.

En ning¨²n momento sent¨ª que su voz era ¡°falsa¡±, salvo cuando imitaba a la gente. M¨¢s de 40 a?os despu¨¦s, a¨²n la conservo claramente en la memoria. La escucho, regreso al pasado y vuelvo a ver aquella ma?ana soleada de primavera, el 5 de mayo de 1974; yo ten¨ªa treinta a?os y ¨¦l la edad que yo tengo hoy, cuando escribo estas l¨ªneas: 64 a?os. Mucho m¨¢s que sus escritos, a los que vuelvo a menudo, es su voz la que m¨¢s me acompa?a. Para m¨ª era la voz de un hombre verdadero, no la de un mentiroso, de un embustero, de un jugador o de un comediante. Sobre todo no la de un santo.

Me habl¨® por tel¨¦fono, y me esforc¨¦ en represent¨¢rmelo. Hab¨ªa solo visto una foto suya con los Black Panthers en Am¨¦rica. Me acordaba de su nariz de boxeador y de su cabeza calva. No estaba seguro de reconocerlo si me lo encontrara por la calle. Hab¨ªa o¨ªdo hablar de ¨¦l cuando se posicion¨® en favor de los prisioneros negros en Am¨¦rica. Fue en julio de 1969, en el Festival Panamericano de Argel. Unos hombres ven¨ªan de caminar por la luna, y nosotros, incr¨¦dulos, prefer¨ªamos la compa?¨ªa de los militantes negros con Angela Davis a la cabeza. Fue all¨ª cuando o¨ª por primera vez el nombre de Genet en boca de Jean S¨¦nac, poeta franc¨¦s que se hizo argelino, asesinado en 1973 en Argel porque era homosexual, porque era rebelde, porque molestaba a un r¨¦gimen militar duro y al¨¦rgico a la poes¨ªa, al pensamiento libre, a la imaginaci¨®n creadora.

¡°Me llamo Jean Genet, usted no me conoce, pero yo s¨ª, lo he le¨ªdo y me gustar¨ªa quedar con usted... ?Est¨¢ libre para comer?¡±. Me dije: resulta gracioso, el mundo al rev¨¦s. ?Un mito de las letras francesas que me invita a m¨ª! No me lo pod¨ªa creer. Estaba vagamente al corriente de sus bromas, de sus pol¨¦micas, de sus esc¨¢ndalos y de sus obras prohibidas. Cuando estaba escribiendo mi primera novela, Harrouda, entre 1970 y 1972, descubr¨ª el Diario del ladr¨®n, que un amigo me hab¨ªa recomendado. ¡°L¨¦elo, habla de T¨¢nger, un T¨¢nger que ni t¨² ni yo conocimos¡±. Efectivamente, me qued¨¦ sorprendido y al mismo tiempo me intrig¨® lo que aquel hombre relataba de su viaje de Barcelona a T¨¢nger. Aquella lectura me conmocion¨®, pero fue una conmoci¨®n saludable, formidable.

¡°Me llamo Jean Genet, usted no me conoce, pero yo s¨ª, lo he le¨ªdo y me gustar¨ªa quedar con usted... ?Est¨¢ libre para comer?¡±. Me dije: resulta gracioso, el mundo al rev¨¦s. ?Un mito de las letras francesas que me invita a m¨ª!

?Jean Genet quer¨ªa conocerme! ?Por supuesto que estaba libre! Lo habr¨ªa anulado todo para aceptar su invitaci¨®n. Fue la ¨²nica vez en que me habl¨® de usted. El tuteo era en ¨¦l inmediato, salvo con las personas que quer¨ªa tener a distancia.

Yo sab¨ªa que hab¨ªa le¨ªdo Harrouda, aparecida en 1973, en Maurice Nadeau. Hab¨ªa hablado de ella en una emisi¨®n de France Culture. Su intervenci¨®n se public¨® en L¡¯Humanit¨¦. Un amigo librero de la Rue de Rennes me lo comunic¨® algunos d¨ªas despu¨¦s, pero demasiado tarde para encontrar el diario en los kioscos. Me dijo que Genet se meti¨® con Sartre. ¡°Harrouda de Tahar Ben Jelloun, Une vie d¡¯Alg¨¦rien de Ahmed, Le Cheval dans la ville de Pel¨¦gri, Le Champ des oliviers de Nabile Far¨¨s ¨Dhab¨ªa declarado Genet el 2 de mayo de 1974¨D son los libros que uno tendr¨ªa que leer para conocer la miseria de los emigrantes, su soledad y sus desdichas, que son tambi¨¦n las nuestras. [...] Es necesario que hable, y volver¨¦ a hablar de estas voces m¨¢s l¨²cidas que lastimeras, ya que nuestros intelectuales, a los que todav¨ªa se les llama est¨²pidamente pensadores, escurren el bulto; los que supuestamente son los mejores se callan; uno de los m¨¢s generosos, Jean-Paul Sartre, parece haber cometido un error y complacerse en el mismo. No se atreve a pronunciar una palabra, una palabra que podr¨ªa ayudar a esas voces de Tahar Ben Jelloun y Ahmed. Pero Sartre ya no es el pensador de nadie, salvo de una pintoresca banda ya desbandada¡±.

Jean Genet

Estas palabras me hab¨ªan en un principio sorprendido, pues eran inexactas: mi novela no trataba de la miseria de los inmigrantes, sino de la historia de un ni?o que descubre la sexualidad entre las ciudades de Fez y T¨¢nger. Genet solo hab¨ªa retenido la figura de la madre del ni?o y la de aquella anciana prostituta convertida en mendiga que los ni?os apodaban ¡°Harrouda¡±. A la espera de leer todo el art¨ªculo, me dije ¡°he de darle las gracias¡± y envi¨¦ una carta bastante banal a Gallimard con mi direcci¨®n en el dorso del sobre: ¡°Maison de la Norv¨¨ge, Cit¨¦ Universitaire, boulevard Jourdan, Paris XIV¡±.

Estaba muy lejos de imaginar que me responder¨ªa y no pod¨ªa adivinar que elegir¨ªa telefonearme. En la Ciudad universitaria no ten¨ªamos tel¨¦fono en las habitaciones, solo una campana para avisarnos. Hab¨ªa entonces que bajar a recepci¨®n para atender la llamada. Yo estaba en pijama y, mientras me vest¨ªa, solo me invad¨ªa un temor: que el comunicante no hubiera ya colgado.

Me llamaban raramente. Deb¨ªan de ser, pens¨¦, mis padres o mi hermano seguramente de paso por Par¨ªs. Cuando tom¨¦ el auricular, su primera frase sali¨® de una vez. Ni una sola vacilaci¨®n, ni el m¨¢s m¨ªnimo silencio entre las palabras. Como aprendida de memoria, como recitada por un comediante sin derecho a equivocarse: ¡°Me llamo Jean Genet...¡±.

Me pidi¨® que nos encontr¨¢ramos en el restaurante L¡¯Europ¨¦en, frente a la Gare de Lyon. Tom¨¦ el metro con la emoci¨®n de ir a conocer al escritor con el que nunca hubiera esperado encontrarme un d¨ªa. Pero he aqu¨ª que, perturbado por la invitaci¨®n, me equivoco de estaci¨®n y me encuentro en la Gare du Nord. Baj¨¦ de nuevo al metro volviendo a pensar en las p¨¢ginas del Diario del ladr¨®n, un libro que me hab¨ªa dejado noqueado por su virulencia, su crueldad y su audacia. Me acordaba de los escupitajos, de los piojos y de las palabrotas: ¡°Los piojos nos habitaban. Proporcionaban tal animaci¨®n a nuestras ropas, tal presencia, que, al desaparecer, parec¨ªa que estaban muertas. Nos gustaba saber, y sentir, pulular las bestias transl¨²cidas que, sin ser domesticadas, eran tan buenas con nosotros que el piojo de otro nos asqueaba. Las caz¨¢bamos, pero con la esperanza de que en el d¨ªa hubieran nacido las liendres. Con nuestras u?as las aplast¨¢bamos sin asco y sin odio¡±.

Se me hab¨ªa quedado este pasaje en la memoria porque me regresaba con precisi¨®n a aquellas noches pasadas en el campo disciplinario del ej¨¦rcito cazando chinches (cuando uno los aplasta, desprenden un olor insoportable) y piojos que se ocultaban en las s¨¢banas, ya que nuestras cabezas eran sistem¨¢ticamente rasuradas cada dos d¨ªas.

Tahar ben Jelloun, novelista e intelectual, premio Goncourt.
Tahar ben Jelloun, novelista e intelectual, premio Goncourt.BERNARDO P?REZ

Despu¨¦s de haber atravesado todo Par¨ªs en metro, llegu¨¦ finalmente con mucho retraso. Era un d¨ªa particularmente soleado, Genet estaba en la acera, con un libro en la mano. Me sorprendi¨® el rosa fresco de sus mejillas, un rosa caramelo. Un beb¨¦ risue?o, peque?o de talla, camisa de un blanco relumbrante, pantal¨®n beige no muy limpio, gastado chaquet¨®n de gamuza, restos de nicotina en los dedos. Fumaba cigarrillos Panter, el humo ol¨ªa fatal. Al entrar en el restaurante, cre¨ª que hac¨ªa bien dici¨¦ndole que admiraba su obra. Sin enfadarse, me dijo: ¡°No me vuelvas a hablar nunca m¨¢s de mis libros; escrib¨ª para salir de prisi¨®n, no para salvar a la sociedad; he salvado mi piel aplic¨¢ndome como un buen escolar, ya lo sabes, eso es todo¡±.

Me qued¨¦ sorprendido, un poco desconcertado, sin saber c¨®mo reparar la metedura de pata. Me hab¨ªa hecho ciertas ilusiones y pensaba que un gran escritor no hablar¨ªa as¨ª de su obra. Era el lado ingenuo de mis inicios en la literatura. Pero confieso que esta reacci¨®n violenta, sorprendente, me ayud¨® enormemente en mi vida y en mi trabajo. Era la primera vez que me encontraba con un escritor que no soportaba que se mencionara delante de ¨¦l su obra. Resultaba muy raro. Le pregunt¨¦ por qu¨¦. Me mir¨® y me dijo: ¡°?Qu¨¦ es lo importante, un hombre o una obra?¡±. Puso ante m¨ª la obra que ten¨ªa en la mano, un libro en ¨¢rabe. Me dijo: ¡°Son Las mil y una noches, estar¨ªa bien que las tradujeras¡±. Le respond¨ª que ya hab¨ªa buenas traducciones de aquel libro. No insisti¨® y comenz¨® a hablarme con m¨¢s detenimiento: ¡°Vengo de Palestina y, al final, de Jordania y de los campos palestinos. La polic¨ªa jordana me arrest¨® y luego me expuls¨®. Yo hablaba del Septiembre Negro, de la responsabilidad del peque?o rey; en pocas palabras, no fui bienvenido. En fin, tienes que saber que es horrible lo que he visto; s¨ª, horrible, la gente tiene que saber lo que pasa all¨ª. He visto a ni?os deshidratados, a madres implorar al cielo, a combatientes salir al alba a luchar contra el ocupante; he visto tales cosas que he escrito un texto que me ha pedido Arafat. Ha sido traducido al ¨¢rabe. No lo tengo, pero me gustar¨ªa mucho pas¨¢rtelo para que me dijeras si est¨¢ bien traducido, ?comprendes?, para los palestinos. Las palabras han de ser precisas, sin contrasentidos, es importante¡±.

Pidi¨® una ca?a y pur¨¦. El camarero le dijo: ¡°Pur¨¦, ?con qu¨¦?, ?carne, pescado?¡±. ¡°Carne picada¡±. Me dijo: ¡°En Par¨ªs, no se puede comer un plato de pur¨¦. Apenas me quedan dientes, de modo que no puedo masticar la carne, me alimento de pur¨¦; pero es necesario que pida carne, o no hay pur¨¦. Aunque, t¨², toma lo que te apetezca. Eres mi invitado¡±. Durante el resto de la comida, en ning¨²n momento habl¨® de Harrouda ni de su intervenci¨®n en France Culture; me habl¨® de los campos palestinos, de Hamza, un combatiente palestino que hab¨ªa conocido, de la madre de Hamza, de los ni?os que jugaban con balones pinchados, de las polvaredas, de la falta de agua, de la dignidad de las mujeres. Insisti¨® sobre este ¨²ltimo punto y luego me dijo: ¡°Hay que hacer algo, es necesario que los europeos sepan lo que pasa all¨ª; les promet¨ª que les ayudar¨ªa informando a la gente. El otro d¨ªa recib¨ª una carta de Claude Mauriac de Le Figaro, me ped¨ªa escribir algo sobre ya no s¨¦ qu¨¦ y me daba una p¨¢gina entera, le telefone¨¦ proponi¨¦ndole contar mi viaje a Palestina. Marc¨® un tiempo de espera y luego me dijo: ¡°?No, lo que te pido es una p¨¢gina literaria!¡±. Pero ?yo no tengo nada que ver con eso, con la literatura! Lo que yo quiero es dar testimonio, ?denunciar! ?La literatura! ?Menuda patra?a!¡±.

Cre¨ª que hac¨ªa bien dici¨¦ndole que admiraba su obra. Sin enfadarse, me dijo: ¡°No me vuelvas a hablar nunca m¨¢s de mis libros; escrib¨ª para salir de prisi¨®n, no para salvar a la sociedad; he salvado mi piel aplic¨¢ndome como un buen escolar, ya lo sabes, eso es todo¡±.

Hablando lentamente, como si dictara un texto aprendido de memoria, me dijo una frase parecida a la que ahora leo al principio de Un cautivo enamorado: ¡°En Palestina, m¨¢s que en otros lugares, me pareci¨® que las mujeres pose¨ªan una cualidad m¨¢s que los hombres. Por muy bravo, valiente, atento con los dem¨¢s, todo hombre est¨¢ limitado por sus propias verdades. A las suyas, las mujeres, por otra parte no admitidas en las bases pero responsables de los trabajos del campo, a?aden a todas estas una dimensi¨®n que parece implicar una risa inmensa¡±.

Me di cuenta de que, para ¨¦l, era de las mujeres palestinas de quienes deber¨ªamos hablar con prioridad si tuvi¨¦ramos que hacer algo juntos. Era incluso la raz¨®n secreta de aquella comida. No me decepcion¨®; al contrario, aquello me estimul¨®. Yo mismo estaba bastante comprometido con los palestinos en Par¨ªs y acababa de perder a un amigo, a Mahmoud Hamchari, asesinado en su casa al explotarle su tel¨¦fono. Los servicios secretos israel¨ªes proced¨ªan de ese modo, en aquel tiempo, cuando quer¨ªan eliminar a tal o a cu¨¢l representante de Palestina en Europa. Yo hab¨ªa escrito un poema en su memoria, que se convirti¨® en un cartel que distribu¨ªan los simpatizantes belgas de la causa palestina.

Jean Genet en la playa de Cannes, durante el festival de cine de 1957.
Jean Genet en la playa de Cannes, durante el festival de cine de 1957.georges dudognon (album)

Le propuse de inmediato a Genet encargarme de escribir un art¨ªculo sobre el asunto en Le Monde, donde justamente hab¨ªa comenzado a colaborar. Me mir¨® aturdido y luego me dijo: ¡°No creo que quieran publicar algo que vaya a enojar a sus amigos israel¨ªes¡±. Estaba convencido, y lo estuvo el resto de su vida, de que los medios franceses estaban ¡°bajo la f¨¦rula de los sionistas¡±...

Al d¨ªa siguiente de nuestro encuentro, visit¨¦ a Pierre Viansson-Pont¨¦, el redactor jefe de Le Monde, para el que deb¨ªa escribir en aquel diario desde que me lo presentara mi amigo Fran?ois Bott. Viansson me aconsej¨® que me viera con Claude Julien, que dirig¨ªa Le Monde diplomatique. Lo que hice inmediatamente. Julien era un hombre elegante, cort¨¦s y atra¨ªdo por los dem¨¢s. Me dijo: ¡°Eso me interesa mucho; le reservo la ¨²ltima p¨¢gina del mes de julio, es muy le¨ªda; espero su escrito¡±.

Comenz¨® luego un verdadero taller de trabajo con Genet. Ven¨ªa casi a diario a mi cuarto de la Maison de la Norv¨¨ge y me hablaba. Yo tomaba notas. Cuando no consegu¨ªa imaginarme los lugares, cog¨ªa ¨¦l un bol¨ªgrafo y me dibujaba el campo con unos trazos. Quer¨ªa ser preciso, exacto, y repet¨ªa varias veces la misma frase. Yo escrib¨ªa casi bajo su dictado. ?l me rele¨ªa luego; con un bol¨ªgrafo rojo, tachaba las frases que no le gustaban. Ven¨ªa a durar aquello unas dos horas. Todo lo contrario del Monde des livres, que me hab¨ªa ense?ado a ser r¨¢pido pidi¨¦ndome a veces un obituario justo antes del cierre. Yo sab¨ªa trabajar con urgencia. Hab¨ªa hecho ya reportajes y enviaba mis art¨ªculos por telex porque la actualidad no espera. Lo que no le imped¨ªa al gran Jacques Fauvert, director de Le Monde en aquel tiempo, repetir: ¡°Una informaci¨®n ha de verificarse m¨¢s de una vez antes de ser publicada, incluso si hemos de aparecer despu¨¦s de los dem¨¢s¡±. Eran otros tiempos, otras exigencias.

Me di cuenta de que, para ¨¦l, era de las mujeres palestinas de quienes deber¨ªamos hablar con prioridad si tuvi¨¦ramos que hacer algo juntos. Era incluso la raz¨®n secreta de aquella comida.

Ya no me acuerdo cu¨¢ntas ma?anas y tardes trabajamos, Genet y yo, aquel texto. Una ma?ana muy temprano, ¨¦l se levantaba a las seis, me llam¨® simplemente para cambiar una palabra. Me dijo: ¡°?Sabes?, se trata de los palestinos, hombres y mujeres sin patria; no podemos adem¨¢s maltratarlos con palabras incorrectas o impropias, se merecen nuestras mejores palabras; es por lo que hemos de ser precisos, muy precisos, y no dejar ninguna deficiencia o ambig¨¹edad en el texto¡±. Deb¨ª teclear el art¨ªculo una decena de veces en mi vieja m¨¢quina de escribir. ?l lo rele¨ªa con un bol¨ªgrafo Bic rojo en la mano; subrayaba ciertos pasajes, escrib¨ªa en el margen, tachaba algunas de sus propias palabras, le¨ªa en voz alta y luego me lo devolv¨ªa para que lo volviera a teclear. Yo ya no era a sus ojos un periodista, sino un c¨®mplice al que le encargaba transmitir un mensaje. Estaba apasionado, decidido a hacer lo que fuera para dar testimonio de todo lo que hab¨ªa visto all¨ª y de las condiciones inhumanas en las que viv¨ªan los refugiados palestinos. Se tomaba su papel tan en serio que hab¨ªa perdido el sentido del humor. Estaba serio, impaciente y, cuando hac¨ªa una pausa, despotricaba contra la prensa francesa que daba la espalda a la desgracia de aquel pueblo.

Deb¨ª teclear el art¨ªculo una decena de veces. ?l lo rele¨ªa con un bol¨ªgrafo rojo en la mano; subrayaba, escrib¨ªa en el margen, tachaba, le¨ªa en voz alta y luego me lo devolv¨ªa para que lo volviera a teclear. Yo ya no era a sus ojos un periodista, sino un c¨®mplice al que le encargaba transmitir un mensaje.

Terminado por fin el art¨ªculo, tras innumerables revisiones y correcciones, Genet puso una condici¨®n sine qua non para su publicaci¨®n: Azzedine Kalak, el representante de la OLP en Par¨ªs, deb¨ªa darme su autorizaci¨®n. Y aqu¨ª se encontraban ya reunidos en torno al texto, en mi peque?¨ªsima habitaci¨®n de la Ciudad universitaria: Jean Genet, Azzedine Kalak y Mahmoud Darwich, que, de paso por Par¨ªs, se nos hab¨ªa unido. Yo le¨ªa en franc¨¦s y, seguidamente, traduc¨ªa al ¨¢rabe para Azzedine Kalak y Mahmoud Darwich. Estaban orgullosos y conmovidos por toda la atenci¨®n que les prestaba Genet. Mahmoud lo conoc¨ªa ya un poco, se hab¨ªan conocido en Amm¨¢n. Iniciamos una conversaci¨®n entre nosotros cuatro, en una mezcla de franc¨¦s y ¨¢rabe. Genet se lo tomaba todo tan en serio que lleg¨® a parecernos un poco demasiado meticuloso, demasiado riguroso, lo que hizo incluso sonre¨ªr a Azzedine y a Mahmoud, en particular a este ¨²ltimo, dotado de un gran sentido del humor. Frente a ellos, Genet se encontraba totalmente desprovisto del mismo. Pero conservo de aquel encuentro el recuerdo de un general buen humor y de una relaci¨®n muy fraternal. ?C¨®mo pod¨ªa imaginar entonces que Azzedine Kalak ser¨ªa asesinado cuatro a?os despu¨¦s, en aquella misma ciudad y probablemente por los servicios secretos iraqu¨ªes? Genet idealizaba sin duda a los palestinos y su causa, pero sab¨ªa lo que hac¨ªa; no era aquel su primer combate, y su lucha junto con los negros americanos le hab¨ªa ense?ado que uno deb¨ªa ser muy exigente y estar muy vigilante si quer¨ªa ganar la partida.

Le llev¨¦ el escrito a Claude Julien, quien me dijo que estaba muy contento de publicar un texto inspirado por Jean Genet y su lucha en favor de la causa palestina. El art¨ªculo apareci¨® en el n¨²mero de julio de 1974. Tuve muy pocas reacciones a su contenido; en compensaci¨®n, mis amigos no dejaban de repetirme que frecuentaba a quien ellos consideraban un enorme escritor. Por m¨¢s que rectificara y dijera que el Genet que conoc¨ªa era m¨¢s un militante que un escritor, no dejaban de repetirme que la suerte me sonre¨ªa. ¡°No solamente ha escrito sobre ti ¨Dme dijo uno de ellos¨D, sino que ahora escribe contigo¡±. M¨¢s tarde comprend¨ª hasta qu¨¦ punto era Genet quien eleg¨ªa siempre a las personas que frecuentaba y no al rev¨¦s. Era ilocalizable, inasequible, fuera de alcance. Cuando nos ve¨ªamos, hac¨ªa todo lo posible por evitar a los que llamaba los ¡°latosos¡±, una categor¨ªa que englobaba a los agentes del fisco como a los antiguos conocidos que esperaban retomar el contacto con ¨¦l. En cuanto a la amistad, era intratable.

Traducci¨®n de Pedro Gand¨ªa Buleo.

¡®Jean Genet, mentiroso sublime¡¯. Tahar Ben Jelloun. Traducci¨®n de Pedro Gand¨ªa Buleo. Huerga & Fierro, 2021. 184 p¨¢ginas. 16 euros. Se publica el 15 de abril.

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