La soledad de Peter Grimes
En situaciones de verdadera gravedad uno exige a las artes no que se midan con otras artes, sino con la vida misma
En tiempos de m¨¢xima emergencia les pedimos mucho m¨¢s a las artes, si es que tenemos el tiempo y el sosiego necesarios para ocuparnos de ellas. Recuerdo una noche, hace unos meses, en el Teatro Real, viendo Don Giovanni. En un momento de la funci¨®n empez¨® a notarse una agitaci¨®n contenida en el espacio de sombra del patio de butacas. Ocurr¨ªa algo pero la ¨®pera no se deten¨ªa. Alguien se hab¨ªa desmayado, o hab¨ªa sufrido un ataque, y a su alrededor se organizaba una ayuda. La mayor parte de los espectadores no se daba cuenta de nada. Hab¨ªa personas que se levantaban de sus localidades, acomodadores que aflu¨ªan desde los pasillos, una puerta lateral que se abr¨ªa, alguien con una linterna, con un malet¨ªn. Yo estaba entre dos mundos. La ficci¨®n que hasta un momento antes me manten¨ªa hipn¨®ticamente concentrado en el escenario y en la m¨²sica ahora se desvanec¨ªa ante mis ojos, revelaba su insostenible artificio. Personas encorvadas y sigilosas para reducir al m¨ªnimo la perturbaci¨®n se ocupaban de alguien enfermo que hasta un momento antes hab¨ªa estado tan sumergido como yo en la partitura de Mozart, en el milagro de las voces, en el enga?o evidente del decorado y la puesta en escena. Todo se desarroll¨® con una extrema eficiencia. En ning¨²n momento se detuvo la representaci¨®n, el fluir alado de la fantas¨ªa de Mozart y Da Ponte. Al enfermo o enferma se lo llevaron y apenas se oy¨® el golpe suave de una puerta al cerrarse.
Habitualmente uno acepta que las artes sucedan en el espacio inocuo del arte. En situaciones de verdadera gravedad lo que uno exige de ellas es que se midan no con otras artes, sino con la vida misma, que act¨²en como un alimento, como un refugio, como una herramienta para fortalecernos en la intemperie agresiva de la realidad. Para los ciudadanos de Leningrado que resist¨ªan en medio de la destrucci¨®n y el hambre al asedio militar alem¨¢n, la S¨¦ptima sinfon¨ªa de Shostak¨®vich era mucho m¨¢s que una de esas obras musicales que se escuchan con agrado o decepci¨®n o distra¨ªdamente en una tarde de concierto. La S¨¦ptima, para los m¨²sicos y para los espectadores, era la prueba de que el arte pod¨ªa resplandecer por encima de la barbarie, afirmar la belleza, la exaltaci¨®n espiritual y la concordia frente a la embestida de la metralla y las bombas, el espanto del hambre, la cotidianidad de la muerte. En el Madrid de los ¨²ltimos meses de la Guerra Civil el diplom¨¢tico chileno Carlos Morla Lynch anotaba en su diario que hab¨ªa ido al teatro a escuchar a Pastora Imperio, y se acordaba de una noche de tan solo tres a?os atr¨¢s en que hab¨ªa asistido, en el Teatro de la Comedia, a un recital de negro spirituals de Marian Anderson, en compa?¨ªa de Federico Garc¨ªa Lorca.
Otros han vivido desgracias mayores que las nuestras. Otros mor¨ªan en terrible soledad hace un a?o en las residencias de ancianos. Otros siguen enfermando ahora, a pesar de la distracci¨®n informativa y la frivolidad sin excusa de una parte de la ciudadan¨ªa, y se asfixian con neumon¨ªas dobles en las salas de cuidados intensivos de los hospitales, y mueren cuando ya no habr¨ªa sido dif¨ªcil que sobrevivieran. No cuesta mucho acordarse de ellos: todos tienen nombre, y algunos son conocidos, amigos, familiares nuestros, no ya ancianos sino hombres en la plenitud de la edad, expulsados inapelablemente de esa normalidad en gran medida irresponsable que bulle en las terrazas y en los interiores atestados de los bares y los restaurantes. Mientras ellos sufren y temen ahogarse y morir, y los sanitarios agotados se esfuerzan por salvarlos, arrecia el estr¨¦pito miserable de la bronca pol¨ªtica espa?ola. Abrir el peri¨®dico o escuchar la radio lo sume a uno de golpe en la desolaci¨®n y la verg¨¹enza, sin la menor necesidad de bajar a las cloacas de las redes sociales.
La m¨²sica es la m¨¢s abstracta de las artes y tambi¨¦n es la m¨¢s visceral, porque act¨²a directamente sobre el cuerpo, lo estremece con ritmos tan inmediatos como el de los latidos del coraz¨®n
Entonces busca uno su huida, su exilio virtual, su refugio en el amor, en la amistad, en la vida familiar, en la naturaleza, en las artes, entre las cuales la m¨¢s protectora puede que sea la m¨²sica, porque ofrece una perfecci¨®n sin adherencias exteriores, mundos bellamente edificados que suscitan por igual la emoci¨®n pura de la forma y el arrebato de los sentimientos. La m¨²sica es la m¨¢s abstracta de las artes y tambi¨¦n es la m¨¢s visceral, porque act¨²a directamente sobre el cuerpo, lo estremece con ritmos tan inmediatos como el de los latidos del coraz¨®n o el de los pasos, lo impulsa al extrav¨ªo de la felicidad y a la congoja de las l¨¢grimas. Incluso lo puede incitar a la violencia.
En el Teatro Real, hasta el 10 de mayo, se sigue representando el Peter Grimes de Benjamin Britten. El montaje es de Deborah Warner. Ivor Bolton dirige admirablemente la orquesta, y Andr¨¦s M¨¢spero el coro prodigioso, abrumador en su poder¨ªo sonoro. No hay una ¨®pera m¨¢s adecuada para estos tiempos. Britten la estren¨® en junio de 1945, apenas acabada la guerra en Europa. Parece escrita ayer mismo. Hubo un tiempo en que Britten fue tratado con mucha condescendencia por los guardianes de la ortodoxia atonal. Su m¨²sica posee una furia y una capacidad de sutileza y arrebato que a m¨ª me hace acordarme de Porgy and Bess y del gran musical americano. Como en Porgy and Bess, que Gershwin hab¨ªa estrenado unos a?os antes, en Peter Grimes el coro es la voz un¨¢nime de una comunidad entregada al trabajo y cerrada sobre s¨ª misma, tan poderosa que sostiene en la adversidad a cada uno de sus miembros pero que tambi¨¦n puede ahogar las voces singulares. En las dos ¨®peras. Los cantos de trabajo y los himnos de iglesia son el cimiento sonoro de la comunidad. Pero en Peter Grimes el coro es mucho m¨¢s sofocante que en Porgy and Bess: su fuerza sonora llena entero el espacio del teatro, lo inunda como la crecida destructiva del mar. Pocas veces he sentido con tanta claridad la violencia de una conjunci¨®n de instrumentos musicales y de voces que derivan del entusiasmo religioso al clamor de la fiesta y a la determinaci¨®n aterradora de una marcha militar, todo con el prop¨®sito comunitario de perseguir a un solo disidente, de aplastar una voz solitaria y m¨¢s d¨¦bil, una presencia que no cuadra, la de alguien que sobra, que suscita la persecuci¨®n sin tener otra culpa segura que la de su singularidad. Cualquiera que se encuentre solo y por lo tanto desprotegido en estos tiempos de unanimidades feroces comprender¨¢ de coraz¨®n la desgracia de Peter Grimes y la m¨²sica que la expresa.
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