Adelanto de ¡®Madrid ser¨¢ la tumba¡¯: Elizabeth Duval se adentra en una organizaci¨®n radical
La nueva novela de la escritora y fil¨®sofa, que confronta dos ¡®okupaciones¡¯ de signos opuestos, contiene las se?as de identidad de sus art¨ªculos y ensayos. ¡®Babelia¡¯ adelanta unas p¨¢ginas del libro, que se publica el 24 de noviembre
Feliz noche de Reyes. Pens¨®, como quien piensa en cualquier cosa, en el cari?o entre Primo de Rivera y Lorca, en cu¨¢ntas cosas habr¨ªan compartido. Unos versos en su cabeza: si tu madre quiere un rey, la baraja tiene cuatro: rey de oros, rey de copas, rey de espadas, rey de bastos. Guillotinar monarcas siempre hab¨ªa sido una buena idea: con una l¨¢mina afilada hacer desaparecer esos puros fen¨®menos sah¨¢ricos de espejismo, reba?ar estrellas sin aurora, hombres sin aura, muertos en vida. Con ardor jacobino desplegar una bandera nacionalista, popular y exasperada; alz¨¢ndose, saliendo de la tr¨¢quea de deformes eunucos consangu¨ªneos, cuelgan bien los estandartes. El rey viejo y el rey nuevo recordaban a los se?oritos cuyas casas limpiaba siempre su madre, las casas, tantos libros en las estanter¨ªas y tan poco cari?o. En casa rica siempre hab¨ªa mucho espacio y a veces se votaban hasta partidos socialistas. Los defensores del sistema demoburgu¨¦s pod¨ªan permitirse tener largu¨ªsimos pasillos uniendo habitaciones entre ellas; ya no practicaban ning¨²n eclecticismo carpetovet¨®nico, ni eran capaces de decorar distintas habitaciones como si estas integraran ¨¦pocas diferentes. Primaba un nuevo y singular malasa?ismo como est¨¦tica, en dos vertientes: los pobres ¡ªa?adido reciente, como subcategor¨ªa: de un tiempo atr¨¢s, entre hablantes de neolenguas perversas, el proletariado se hab¨ªa visto sustituido por el precariado, es decir, por los clasemedianos en descomposici¨®n¡ª ten¨ªan todos los mismos muebles, a los que olvidaban arrancar las etiquetas, capaces de trazar su origen hasta alg¨²n enorme edificio muy concreto y hormigonado de IKEA en el extrarradio madrile?o; los que no eran pobres ¡ªlos hijos de puta¡ª encargaban sus muebles a medida, ped¨ªan dise?os, valoraban opciones y ahorraban dinero o incluso se permit¨ªan sobrecostes. Los pobres compraban ¡°Sparkle Girlz¡± o cualquier mierda y los hijos de puta encargaban sus juguetes a medida, dise?aban tablas sensoriales, llevaban a sus hijos a colegios Montessori; quer¨ªan que desarrollaran su inteligencia, pero sobre todo que no se mezclaran con parias de muy diversa cala?a. Nunca crey¨® en esos mitos. La luz era una cuesti¨®n gen¨¦tica, espa?ola, de raza. Lola Flores diciendo que el brillo de los ojos no se opera; s¨®lo puede maquillarse el blanco de los dientes. Insoportables arrogantes encocados, estat¨®latras, creyentes en el progreso, mareados de tantas vueltas que daba su peonza pero siempre siendo quienes tiran del hilillo, felices, radiantes, siempre familias y nunca colectivos, siempre conservadores y progresistas y nunca revolucionarios, camale¨®nicos, capaces de acostarse siendo algo y levantarse en su contrario, ahorradores y amantes del despilfarro, sin necesidad del dinero, sin necesidad de las clases, sin alma, sin vida pero aparentemente felices, absortos, exhaustos, carro?eros de tanto trabajo ajeno y de tantas manos y cuerpos que se rompen todos los d¨ªas. A ellos les declaraba la guerra. Ninguno vendr¨ªa hoy con sus hijos a probar el rosc¨®n de Reyes comprado en el s¨²per. Si militar ten¨ªa alg¨²n sentido era ser la voz de los mudos, el resguardo de los sintecho.
¡°Las l¨¢grimas, pensaba siempre Santiago, purgan las bajas pasiones (precisamente por parecerse tanto a la sangre). Exorcizan lo real¡±
Ven a probar nuestro rosc¨®n de Reyes. Extendamos el rosc¨®n, y con ¨¦l la felicidad, y con la felicidad la patria. No cab¨ªa perversi¨®n en las c¨®rneas de ninguno de los padres que aquel d¨ªa traer¨ªan a sus hijos. Las l¨¢grimas, pensaba siempre Santiago, purgan las bajas pasiones (precisamente por parecerse tanto a la sangre). Exorcizan lo real. En los ojos de los padres que vinieron, y era por esto por lo que algo pod¨ªa merecer la pena, se apreciaba la gratitud ilumin¨¢ndose. No acudir¨ªan si tuvieran alg¨²n otro recurso. ?Comer¨ªan algo tan repugnante si pudieran permitirse otra cosa? No rechazaban ni siquiera las rodajas de fruta escarchada, aunque las verdes fueran las m¨¢s asquerosas. Viva el Rey de Espa?a.
Por m¨¢s poder que tuviera, sab¨ªa que la suya no era la opini¨®n mayoritaria en el seno de la organizaci¨®n, as¨ª que ten¨ªa que convivir con las de los dem¨¢s y aprender a doblegarlas. Siempre hab¨ªa sido posible hacer de la diversidad ideol¨®gica una virtud organizativa. La Capitana lo repet¨ªa insistentemente: poco importa de donde vengamos si nuestros objetivos son los mismos. ?Con qui¨¦n, sin contarla a ella, ten¨ªa confianza? Sab¨ªa que sus tres Reyes Magos eran la Naci¨®n, la Rep¨²blica y la Socializaci¨®n; la patria, el trabajo, el pan. En otra ¨¦poca habr¨ªan empu?ado juntos espadas y martillos. Ocultaban las muestras demasiado evidentes de ideolog¨ªa y se deshac¨ªan de los s¨ªmbolos habituales. ?Qui¨¦n hab¨ªa dicho esto? No haremos nuestra propaganda ni alcanzaremos nuestra victoria al grito de lo desfasado. Hab¨ªa que aprender a vivir en territorio hostil: cuando la reacci¨®n ante algo aparece antes que la semilla de la cosa en s¨ª misma. Ser sentido com¨²n y ser sentido com¨²n del pueblo. ?Adelante, pueblo de la libertad! ?Vivan los mitos uniformes que s¨®lo pueden sustentarse en la guerra, en la violencia! No hay violencia en entregar pan a quien llega con las manos vac¨ªas, pero s¨ª que hay construcci¨®n mitol¨®gica, y hay amor. Estamos estableciendo comunidad, dir¨ªa ella, y escogiendo a quienes a ella (a la comunidad, que no a ella: importante el matiz) pertenecen. Nos rebelamos contra quienes van al centro comercial a comprar patatas de Israel, cebollas venidas de la otra punta del mundo ¡ªliteralmente: de Nueva Zelanda¡ª cuando otrora pod¨ªamos cultivarlas localmente. Detestamos la nutrici¨®n de res proveniente de la Amazonia brasile?a, que ya no es ni pulm¨®n, alg¨²n d¨ªa no ser¨¢ nada, s¨®lo barbecho y muerte. So?amos con otro mundo en el que nos queremos, nos amamos y luchamos todos juntos. Todos ten¨ªan algunas cosas m¨ªnimas en com¨²n, unos cuantos factores: odiaban espectros poblacionales parecidos, viv¨ªan rutinas m¨¢s o menos semejantes, eleg¨ªan los mismos animales de compa?¨ªa. Nadie en toda la organizaci¨®n ten¨ªa gato.
La presencia de los gatos ¡ªque ya tienen la consideraci¨®n de peste o invasi¨®n en lugares como Chipre¡ª era vista como primer s¨ªntoma de la degeneraci¨®n. Sus chucher¨ªas contienen cereales, carnes y subproductos animales, aceites y grasas, sustancias minerales, subproductos de origen vegetal, aceite de palma, aceite de muerte. Los perros, en cambio, protegen de algo: no son mascotas o sumisos, son camaradas, herramientas, escudos o armas; exactamente iguales a los pobres, los parias, los fam¨¦licos, quienes llegaban entonces con sus hijos y ve¨ªan en el edificio regalos, comida y un oasis. La caridad cristiana era una inspiraci¨®n, pero la importancia no era neocat¨®lica: si controlamos el flujo de aquello que se llevan a la boca, dec¨ªa la Capitana, controlaremos tambi¨¦n sus aspiraciones, sus deseos, sus metas y objetivos, su visi¨®n colectiva del mundo y de las cosas. Quien maneja lo que alguien se lleva a la boca maneja tambi¨¦n sus dedos, los dientes, las enc¨ªas, el hueso maxilar y la mand¨ªbula.
Habr¨ªa a?adido: tienen incluso m¨¢s poder aquellos que llegan a dominar los sue?os, el v¨ªnculo que un ni?o puede desarrollar con los objetos. Hab¨ªa algo genuinamente emocionante en c¨®mo la Capitana los cog¨ªa, en brazos o de la manita, para llev¨¢rselos a Melchor, es decir, a Juanma. Los dem¨¢s no hac¨ªan demasiado ruido mientras ella gritaba ¡ªpor turnos¡ª el nombre de cada uno; recib¨ªan un regalo, posaban para c¨¢mara, escog¨ªan otro de entre todos los disponibles. Santiago se olvidaba durante unos instantes de la fuerza de repulsi¨®n que lo alejaba de muchos de los presentes. Emilio. Aitana. ?Hola, Aitana! Vamos a hacernos una foto, una foto y un regalito, una foto y un regalito con nuestra bandera de fondo, nuestro logotipo tan bellamente dise?ado, una fortaleza y un oso madrile?o y espa?ol mientras t¨² te chupas el pulgar, o el ¨ªndice, como quien no quiere la cosa. Las caras eran conocidas. Los pobres se multiplican, pero quienes ya lo eran siguen si¨¦ndolo. El mecanismo, una vez accionado, no puede detenerse sin intervenci¨®n externa. ?Hola, Gabriela! Supuso que todo hab¨ªa merecido la pena: ?qui¨¦n en aquel lugar no era moment¨¢neamente feliz al contagiarse por la felicidad de los otros? Puedes coger el regalo que quieras, campe¨®n¡ pero no vayas a coger una de esas mariconadas. Toma, Trist¨¢n, corre. ?No quieres? No, no quiere. ?Te gusta el caballito? ?Adi¨®s! ?Cu¨¢ntos a?os tiene Diego? Yo me voy al balc¨®n a fumar. Daniela. ?Te llamas Daniela? ?Daniela! ?Y cu¨¢ntos a?os tienes? ?Has sido buena este a?o? Has sido muy buena. La m¨¢s buena de todas. ?C¨®mo te llamas? Jorge. ?De qu¨¦ equipo eres? Del Real Madrid. ?Ole! Pues puedes coger el que quieras.
Se dio cuenta de que tambi¨¦n en su infancia ¨¦l hab¨ªa sido un miserable: el capital inocula enfermedades as¨ª, convierte a los ni?os en desagradecidos, transforma la pobreza en una cuesti¨®n gen¨¦tica, prepara para el odio y lo peor y la tristeza. A los ocho a?os, un seis de enero, su padre le regal¨® un libro, y un libro no vale lo mismo que un juguete, un libro no vale nada, si se compra en el Carrefour ni siquiera es un signo distintivo de clase, se da la vuelta sobre s¨ª mismo y se repliega y se convierte en una verg¨¹enza: grit¨® y llor¨® por no tener regalos como los otros ni?os, por tener que ir a clase desclasado a ?presumir? de un cuadernillo rid¨ªculo y verde. Un padre no tendr¨ªa que limpiar el cementerio y oler a mierda. Pens¨® en si el olor tambi¨¦n se hereda. Contempl¨® la funci¨®n un rato m¨¢s; sali¨® a fumar un cigarrillo mientras esperaba el final del parip¨¦.
¡°?l hac¨ªa entonces lo que le habr¨ªa gustado que alguien hubiera hecho por ¨¦l, cuando era ni?o, y quer¨ªa cuidar de los dem¨¢s tal y como calculaba que ellos tendr¨ªan que haberlo cuidado¡±
Apuntemos algunos matices. Santiago no detestaba tanto a sus compa?eros, no en exceso; sus discrepancias, aun con los matones, ten¨ªan que ver con peque?as desavenencias ideol¨®gicas, diferencias formales, alg¨²n que otro desajuste en el c¨¢lculo. Sab¨ªa que ¨¦l hab¨ªa sido detestable, pero all¨ª y entonces, al ver en los ni?os caritas de alegr¨ªa, supuso que aquel ingrato de esp¨ªritu que fue en su infancia pod¨ªa quedar redimido por sus obras presentes. No se identificaba con el sentimiento m¨¢s com¨²n de las miserias: aquel que lleva a alguien a decir que, ya que no posey¨® algo, nadie m¨¢s lo tendr¨¢ nunca, extendiendo sus carencias al mundo entero; recordaba siempre que la envidia era uno de los siete pecados capitales. Por ella los huesos se pudren. ?l hac¨ªa entonces lo que le habr¨ªa gustado que alguien hubiera hecho por ¨¦l, cuando era ni?o, y quer¨ªa cuidar de los dem¨¢s tal y como calculaba que ellos tendr¨ªan que haberlo cuidado. Su proyecto no era angosto, sino extensivo: una ampliaci¨®n generalizada del reino de los cielos, su grand¨ªsimo ensanche por toda la superficie.
Pas¨® un largo rato hasta que sali¨® al balc¨®n la Capitana. Santiago record¨® sus interminables noches de conspiraci¨®n, dos a?os atr¨¢s; los actos por encima de las palabras, las ideas en la medida exacta de sus efectos, la transformaci¨®n radical del mundo siempre por delante del discurso y no al rev¨¦s. Sus figuras vistas por la espalda: la gasa en el tobillo de ella, con su permanente herida imaginaria; las chaquetas escudo que llevaba ¨¦l, la forma estirada y esbelta, la pisada territorial. Pens¨® en las pizarras y en los calendarios, en la matem¨¢tica controlada de aquellos d¨ªas, en los golpes de efecto, las revelaciones, la construcci¨®n narrativa del mundo. Aquella noche, mientras ve¨ªa c¨®mo el paseo de la Castellana se iluminaba con las luces de la cabalgata, mientras contemplaba el paso de unos Reyes a¨²n m¨¢s postizos que los suyos, supo por primera vez que todo el guion que ¨¦l hab¨ªa escrito podr¨ªa fracasar; contempl¨® la posibilidad de que alguien le arrancara la batuta de las manos.
No llegaron a cruzar palabra, porque a la Capitana no le dio tiempo a saludar efusivamente; Santiago tir¨® la colilla, bien consumida, y volvi¨® a entrar en el Castillo.
Madrid ser¨¢ la tumba
Lengua de Trapo, 2021.
210 p¨¢ginas, 17,50 euros.
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