Las buenas (y malas) noticias de Concha Jerez
La artista multidisciplinar ocupa el espacio de EL PA?S en Arco con ¡®Men¨²(s) de d¨ªa¡¯, una instalaci¨®n sobre la censura que recrea una sala de cine en la que se proyectan varias historias. Elegir est¨¢ en nuestras manos
Concha Jerez ha visto todas las pel¨ªculas. Ni siquiera hace falta conocerla mucho para adivinarlo, pues en sus conversaciones salen a menudo alusiones al cine. Estaba viendo un estreno cuando la has llamado, ma?ana ir¨¢ al cine, parece interesante el programa de esta semana en la Filmoteca, quiere volver a ver la pel¨ªcula que ponen ma?ana, no se quiere perder ese ciclo. Las suyas son alusiones de asidua en la ¡°Filmo¡±, gesto reiterado de una generaci¨®n que encontr¨® en el cine cierta estrategia para entender los relatos, adivinarlos, reescribirlos y rescatarlos, cuando ir al cine ten¨ªa mucho de acto pol¨ªtico. El cine fue, durante muchos a?os en este pa¨ªs, la ¨²nica ventana veros¨ªmil al mundo, pese a que el cine contara ficciones hasta cuando part¨ªa de historias reales. Por ejemplo, la que cuenta Ciudadano Kane en 1941, la vida de Hearst, magnate de esos medios de comunicaci¨®n que intrigan desde siempre a Concha Jerez; due?o de infinitos diarios y revistas desde los cuales controlar el mundo. Adem¨¢s, en nuestras salas de cine, durante mucho tiempo las pel¨ªculas nos desvelaron lo que los peri¨®dicos no pod¨ªan acabar de decir.
Joan Brossa, otro artista enredado igual que Jerez entre el poder de las im¨¢genes y las palabras y sus malentendidos, pasaba las tardes en la Filmoteca de Barcelona. Citaba a veces en su tertulia a la hora de comer para ir luego al cine como van los cin¨¦filos: a ver todas las pel¨ªculas. Del cine no hay que salirse nunca. No importa que se haya entrado con la pel¨ªcula empezada y se pierda el hilo; al fin y al cabo, el mundo y sus visualidades son los fragmentos que desenmascaran las obras de Jerez. Se entra en la sala oscura y tiene algo de vuelta a la casa de la infancia. Andr¨¦ Breton propon¨ªa en su novela Nadja entrar sin premeditaci¨®n en el ¨¢mbito oscuro, con la pel¨ªcula empezada, sin conocer de antemano el programa, arrastrados por el azar. Hay que sentarse en la butaca, abandonarse a las sensaciones sin dirigirlas por opiniones ni sinopsis. Hay que ver, en suma, lo que aparezca en la sala oscura y descartar despu¨¦s. O no descartar nada, pues el cin¨¦filo tiene la extra?a cualidad de los espigadores de Agn¨¨s Varda: algo de recolector, el que sabe c¨®mo es imprescindible guardar cada imagen para el futuro, por si acaso.
Concha Jerez habla de la pel¨ªcula de Varda ¡ªaunque Duras la emociona incluso m¨¢s, confiesa¡ª y en su acopio tenaz de noticias, las que custodian los archivadores, se revela como la recolectora implacable. Sabe ¡ªConcha Jerez lo sabe todo de esa censura sobre la cual lleva a?os reflexionando¡ª que en el cine lo importante es lo que no se acaba de explicitar; la met¨¢fora, la metonimia. Ocurr¨ªa en las pel¨ªculas de ciencia ficci¨®n en plena Guerra Fr¨ªa. Las vainas vegetales eran en realidad esp¨ªas rusos y por ese motivo el macartismo, otro instrumento de control del pensamiento, dio la vuelta al c¨®digo Hays y abri¨® su famosa caza de brujas. Ah¨ª estaban las dos eternas listas: los que quedan dentro y los que quedan fuera.
La censura ha sobrevolado el cine y los medios, y se ha erigido en el nuevo narrador invisible de los relatos: el adulterio de Mogambo se convert¨ªa en incesto (qu¨¦ broma del destino). Entonces, el asiduo a la ¡°Filmo¡± deb¨ªa aprender a leer entre l¨ªneas en ese cine con noticias que llegaban desde lejos y permit¨ªan vislumbrar, pese al lenguaje de lo que se dice y no se dice, otra forma de mirar al mundo. El cine ense?aba a sacar conclusiones, a intuir la noticia. Y los recolectores escarbaban en las pel¨ªculas como en los peri¨®dicos, igual que se rebusca en lo desechado. Era un modo de liberarse de la autocensura que nos imponemos cuando nos es impuesta.
Por primera vez, la artista habla de las redes sociales, gobernadas por la censura pese a su apariencia de lugar sin filtros
En su intervenci¨®n en el espacio de EL PA?S en Arco, Concha Jerez ha pintado las paredes en negro. Ha reproducido, me parece, la sensaci¨®n de una sala de cine donde se proyectan, metaf¨®rica y literalmente hablando, varias historias a la vez: elegir est¨¢ en nuestras manos. A los lados, ha colocado los v¨ªdeos de noticias de prensa, que Jerez lee y recolecta. En Men¨²(s) del d¨ªa, las cl¨¢sicas listas se han convertido en enumeraciones de malas y buenas noticias ¡ªaunque le haya costado encontrar estas ¨²ltimas¡ª, abiertas a la libre elecci¨®n de los espectadores. Aunque solo sea por esta vez, podemos quedarnos con las buenas noticias en un acto de rebeld¨ªa.
En el centro del espacio, la artista ha organizado unas mesas, con cubiertos, platos y copas, dentro de los cuales ha colocado cristales rotos, tema recurrente en obras anteriores de Jerez, cuyo trabajo es una especie de obra expandida. La mesa puesta fue, adem¨¢s, el leitmotiv para la instalaci¨®n Men¨² del d¨ªa, realizada en 2003 en un peque?o bar de El Cabanyal de Valencia. Frente al supuesto comensal, las pantallas televisivas proyectan im¨¢genes banales ¡ªapuestas, teletienda, programas de explotaci¨®n infantil camuflada de concurso televisivo, programas del coraz¨®n; instagrammers, tiktokers, youtubers¡ Las alusiones llegan r¨¢pidas a la mente. De pronto, en este set de Ciudadano Kane ¡ªlas instalaciones de Jerez son siempre muy cinematogr¨¢ficas¡ª, se inmiscuyen los comentarios sobre la simulaci¨®n de Jean Baudrillard en los ochenta: las im¨¢genes de los medios entran en nuestra casa a trav¨¦s de la pantalla, a la hora de comer, y nos pillan con la guardia baja. Acaban por ser m¨¢s reales que la realidad.
En esta ocasi¨®n, Concha Jerez ha vuelto la mirada tambi¨¦n hacia las redes sociales; influencia de sus nietos, comenta ella sonriendo. No ser¨¢ la ¨²ltima, casi seguro. Puede convertirse en un tema apasionante para la artista: la censura gobierna las redes bajo la falsa apariencia de lugar sin filtros, abierto a todos, democr¨¢tico. Y tras la censura, la autocensura que los usuarios se imponen para cosechar likes. De modo que las palabras no ser¨¢n borradas, disimuladas, sino no escritas: garabatos. Esas son las palabras de Jerez en esta instalaci¨®n. ?Puede haber un gesto m¨¢s radical contra la autocensura? La radio sigue sonando casi imperceptible al fondo, sin fijar el dial en ninguna emisora.
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