La posibilidad de un museo
La crisis derivada de la pandemia, un descalabro ecol¨®gico que exige repensar nuestros h¨¢bitos y la necesidad de crear estructuras antirracistas y permeables al conocimiento no occidental han puesto en duda la propia definici¨®n de instituci¨®n
?Qu¨¦ queremos que sean los museos? Bajo ese t¨¦rmino se acogen instituciones que ni siempre son lo mismo ni persiguen las mismas cosas. Inmersos en una crisis derivada de la pandemia que, tras a?os de austeridad, ha dejado al sector art¨ªstico al borde del abismo, enfrentados a un descalabro ecol¨®gico que exige repensar nuestros h¨¢bitos m¨¢s rapaces y en plena concienciaci¨®n sobre la necesidad de una reparaci¨®n hist¨®rica y del impulso de estructuras antirracistas permeables a formas de conocimiento no occidental, el museo ya no puede funcionar por inercia ni aposentarse en pr¨¢cticas que lo hacen anacr¨®nico, en el mejor de los casos, o irrelevante, en el peor. Debemos decidir si queremos un museo como servicio p¨²blico, como bien com¨²n, como espacio de relaciones y experiencias, como preservador de patrimonios, como escaparate de colecciones, como atractivo tur¨ªstico o centro l¨²dico, o como cualquier otra cosa. Todas estas opciones, algunas m¨¢s compatibles entre s¨ª que otras, determinar¨¢n hacia d¨®nde podr¨ªamos movernos, pero en el camino ganaremos algunas cosas y perderemos otras. Es importante, por tanto, dejar claro lo que ahora est¨¢ en juego.
En las ¨²ltimas d¨¦cadas, en Espa?a hemos tenido el enorme privilegio de contar con un mapa bastante extenso de instituciones art¨ªsticas relativamente estables. Es cierto que la especulaci¨®n constructora utiliz¨® el arte para justificar edificios que, sin aparente contenido, generaron un resentimiento social justificado, al que todav¨ªa nos toca responder. Pero, por otro lado, tal vez no reconozcamos lo suficiente que nuestros museos y centros de arte han sido espacios de experimentaci¨®n institucional realmente ejemplares. Pienso, por ejemplo, en el Medialab Prado, un modelo ¨²nico en el mundo donde se combin¨® la innovaci¨®n art¨ªstica y tecnol¨®gica con la participaci¨®n ciudadana y que, desgraciadamente, hemos perdido. En el propio Macba, la propuesta de los programas p¨²blicos como motor del museo, el tejido de redes con colectivos sociales en la ciudad y la consolidaci¨®n de un archivo como extensi¨®n e interlocutor de la colecci¨®n fueron f¨®rmulas que se ensayaron y que, al margen de sus resultados, permitieron desnaturalizar h¨¢bitos institucionales que se hab¨ªan perpetuado de forma bastante acr¨ªtica abriendo paso a otras formulaciones.
Aun as¨ª, queda mucho por hacer. Toca, por ejemplo, comenzar a trabajar de maneras m¨¢s horizontales, desacelerando ritmos, arrojando luz sobre pr¨¢cticas a menudo invisibilizadas, como el registro, la conservaci¨®n, la formaci¨®n del personal m¨¢s joven y los formatos educativos participativos, nunca en primera plana de las tareas y misiones del museo. Todo ello, adem¨¢s, favoreciendo una sostenibilidad que se extienda a las condiciones materiales de las personas que se dedican al arte dentro y fuera de la instituci¨®n. El museo de arte contempor¨¢neo, que hemos definido junto al equipo del Macba y la te¨®rica Yaiza Hern¨¢ndez como ¡°el museo posible¡±, no puede imaginarse sin una red de agentes mucho m¨¢s amplia que sostiene todo el ecosistema art¨ªstico. Pienso en los herederos de las contraculturas. En Barcelona, por ejemplo, formatos transgresores y transdisciplinares como los establecidos por proyectos colectivos como FOC o el Instituto de Estudio del Porno, o bien plataformas como el Anarchivo Sida y muchos otros que ahora se me escapan.
La relaci¨®n con estos agentes, sin embargo, ha sido a menudo muy poco generosa, incluso extractivista, y esto es algo que tenemos que cuestionarnos de forma concertada. El museo posible debe tener en cuenta otros formatos y velocidades, sin miedo a poner en duda su idiosincrasia o su misi¨®n productiva. V¨¦anse gestos tan valiosos como el de la nueva directora de Hangar (Barcelona), Anna Manubens, poniendo a la propia instituci¨®n en ¡°residencia¡± para darse el tiempo necesario para repensarse, o bien el encuentro el pasado septiembre alrededor de nociones como el ¡°museo precario¡± impulsado por el gerente del TEA, Jer¨®nimo Cabrera, en el que apelaba a una gesti¨®n socialmente responsable del museo. No es normal que las grandes instituciones dependamos tanto de personas que en ocasiones no solo no reciben una retribuci¨®n adecuada a su trabajo, sino que incluso deben endeudarse para llevarlo a cabo. El museo ser¨ªa entonces un laboratorio experimental de su propia condici¨®n que actuar¨ªa como si el mundo que reclama a las Administraciones e instituciones ya existiera.
Se ha tratado a los p¨²blicos no especializados con paternalismo, como si invitarles al museo fuera hacerles un favor
Ese museo posible no tiene por qu¨¦ abandonar su deseo de dialogar con otras instituciones internacionales, pero debe imaginar esas relaciones m¨¢s all¨¢ del afamado formato de la exposici¨®n blockbuster, que implica una movilidad de obra alrededor del mundo con su consecuente huella de carbono. Como nos recordaba Jessica Morgan en el Verbier Art Summit de 2020, debemos cuestionar c¨®mo hacer mejores cosas con menos en esta era de fagotizaci¨®n incesante de los recursos. Pero quiz¨¢ tambi¨¦n es importante imaginar m¨¢s colecciones compartidas, cambiar ese deseo de conquista y apropiaci¨®n que heredamos del museo como aparato colonial. Y, por supuesto, entender qu¨¦ significa encontrarnos de nuevo en los espacios del arte, por qu¨¦ es importante la experiencia de estar juntos, pero tambi¨¦n qu¨¦ suceder¨ªa si damos una oportunidad al mundo digital para que no sea una mera representaci¨®n subalterna del mundo real.
Quiz¨¢ la cuesti¨®n m¨¢s acuciante es c¨®mo podemos hacer que estas infraestructuras sean lugares permeables a los grupos a los que se dirige y a los que no se sienten interpelados por ellas. Nos toca preguntarnos: si cerraran ma?ana los museos, ?qui¨¦n vendr¨ªa a reclamarlos? Las instituciones deben dejarse transitar, habitar y transformar por las personas que las rodean de una forma mucho m¨¢s abierta de lo que viene siendo habitual. Muchas personas no conocen los museos de arte de su ciudad. Muchas m¨¢s, aun conoci¨¦ndolos, apenas los visitan y, desde luego, no se los apropian. Durante a?os, los museos han tratado a los p¨²blicos no especializados con cierto paternalismo, como si invitarles al museo fuera un favor que se les hac¨ªa, pero sin explicar necesariamente por qu¨¦ deb¨ªan interesarse por una cultura que o no era la suya, o no era de su inter¨¦s, o no se interesaba por ellos. Hemos entrado en otro momento en el que los presupuestos del museo moderno como estandarte de una alta cultura que deb¨ªa ser transmitida al pueblo ya no resultan cre¨ªbles. Lo importante es permitir oportunidades para que el museo sea intervenido, hackeado. Vivido, en suma. El museo debe ser pensado desde la corresponsabilidad para invitar al espectador a ser no solo su usuario, sino tambi¨¦n su productor.
Elvira Dyangani Ose es directora del Museo de Arte Contempor¨¢neo de Barcelona (Macba).
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