Ragnar Kjartansson, un artista en el coraz¨®n podrido de Am¨¦rica
Las celebradas e hipn¨®ticas instalaciones de vi?deo del creador island¨¦s, expuestas en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, inspeccionan el lado oscuro de los mitos estadounidenses
El concierto tiene lugar dentro de una vieja mansi¨®n situada junto al r¨ªo Hudson, que a tantos artistas estadounidenses inspir¨® hace un par de siglos. Entre molduras doradas y bustos neocl¨¢sicos, nueve m¨²sicos islandeses ¡ªentre ellos, miembros de M¨²m y Sigur R¨®s¡ª interpretan una canci¨®n folk en habitaciones distintas. Alguien toca el banjo en la biblioteca. El pianista sorbe un whisky en el sal¨®n y el bater¨ªa marca el ritmo desde la cocina. La violoncelista a¨²lla desde la planta de arriba, mientras el guitarrista acaricia sus cuerdas en una cama deshecha, con una mujer durmiendo a su lado. Metido en la ba?era, Ragnar Kjartansson interpreta una triste cantinela que repite hasta la saciedad una misma frase: ¡°Una y otra vez, vuelvo a caer en lo femenino¡±.
Esta hipn¨®tica instalaci¨®n de v¨ªdeo, repartida en nueve pantallas gigantes, es el plato fuerte de Paisajes emocionales, la exposici¨®n que el Museo Thyssen-Bornemisza dedica al artista island¨¦s, la primera de esta envergadura en Espa?a. Dura 64 minutos, pero se hace corta. Su significado es un tanto opaco, pero se dir¨ªa que Kjartansson ejerce de portavoz de una mujer ausente, que se someti¨® a los deseos de su compa?ero en detrimento de los suyos propios. M¨¢s tarde, descubriremos que la letra fue escrita por su ex, la artista ?sd¨ªs Sif, que dej¨® constancia del fracaso de su matrimonio con esta canci¨®n pensada como ¡°un coro g¨®spel nihilista¡±, que describe c¨®mo las estrellas explotan en el cielo sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo. No es casualidad que el v¨ªdeo en cuesti¨®n se titule The Visitors, como el ¨²ltimo disco de Abba, con la doble separaci¨®n de sus miembros como tel¨®n de fondo. Poco despu¨¦s de su ruptura, Kjartansson grab¨® este r¨¦quiem por su relaci¨®n, en el que la parte entonada por cada m¨²sico se escucha con mayor nitidez cuando el visitante se acerca a cada pantalla. Este impecable ejercicio de sincronizaci¨®n requiri¨® una semana de ensayos. Despu¨¦s se rod¨® en una sola toma al atardecer, en esa parad¨®jica hora dorada que suele llegar cuando se marcha el sol.
Hace un par de a?os, The Guardian la escogi¨® ¡ªen una lista extremadamente discutible, como lo son todas¡ª como la obra de arte m¨¢s importante de lo que llevamos de siglo. Desde 2012, no ha dejado de ganar adeptos a su paso por los grandes museos del mundo, maravillando con su eleg¨ªa por un amor que fenece cuando la juventud acaba, en la fase terminal de la treintena. De repente, Kjartansson dej¨® de ser un nombre pujante para convertirse en estrella de un videoarte convertido, por fin, en un invento apto para las masas. ¡°No fue deliberado. No quise convertirme en el Ed Sheeran del arte¡±, sonre¨ªa Kjartansson, enfundado en un impecable traje de raya diplom¨¢tica de terciopelo, durante su paso por Madrid para inaugurar la muestra. Impulsada por TBA21, la fundaci¨®n de arte contempor¨¢neo que preside Francesca Thyssen, la exposici¨®n propone un di¨¢logo apasionante entre cuatro instalaciones de Kjartansson, todas ellas de tem¨¢tica estadounidense, y la colecci¨®n de arte americano del museo madrile?o. Los v¨ªdeos del artista island¨¦s aparecen rodeados de id¨ªlicos cuadros pintados por Thomas Cole, Frederic Church, Winslow Homer o George Catlin, que desprenden una fascinaci¨®n beata por el paisaje, pilar del patriotismo estadounidense.
Su mayor influencia es el arte feminista, ¡°lo mejor que le ha pasado al siglo XX despu¨¦s de Duchamp y Mal¨¦vich¡±
Kjartansson, en cambio, se esfuerza en examinar el coraz¨®n oscuro que late bajo esos cuadros, otro cl¨¢sico del repertorio cultural de EE UU. ¡°Me parecen un poco perversas. Son estampas bell¨ªsimas, pero esconden algo. Pueden ser entendidas como pinturas de guerra que reclaman una tierra e incluso justifican la masacre de los nativos americanos¡±, asegura. El car¨¢cter ilusorio de ese imaginario reaparece en el resto de sus obras. Sobre todo, en The End (2009), evocaci¨®n del mito de la frontera con la que represent¨® a su pa¨ªs en Venecia. Al descubrir sus paisajes nevados, se dio por seguro que la hab¨ªa rodado en Islandia. En realidad, la film¨® en Canad¨¢, invirtiendo el pastiche de aquellos artistas decimon¨®nicos que pintaron las Monta?as Rocosas como si fueran los Alpes.
La dilataci¨®n temporal y la repetici¨®n ad nauseam de una misma frase son elementos recurrentes en su obra, como vuelve a demostrar God (2007), donde satiriza el imaginario de los crooners como Frank Sinatra o Tony Bennett. Una posible influencia de la liturgia religiosa en el artista adolescente, que iba para cura antes de perder la fe. ¡°Me sent¨ªa rid¨ªculamente superior frente a quienes no cre¨ªan en la existencia del ni?o Jes¨²s¡±, se carcajea. Otra constante: en casi todas sus obras, Kjartansson tiene un papel protagonista ante la c¨¢mara, tal vez por un gusto casi innato por la interpretaci¨®n, al ser hijo de actores. ?l encuentra otra explicaci¨®n m¨¢s convincente: cuando era estudiante en Reikiavik, curs¨® un seminario sobre arte feminista que le cambi¨® la vida. En ¨¦l descubri¨® la obra de artistas como Marina Abramovic o Carolee Schneemann, su futura mentora. Les bastaban sus cuerpos, un pu?ado de ideas radicales y una c¨¢mara de v¨ªdeo para hacer arte. ¡°Me pareci¨® brutal respecto a los tibios artistas hombres de la ¨¦poca. Es lo mejor que le ha pasado al arte del siglo XX despu¨¦s de Duchamp y Mal¨¦vich¡±, dice. Le dej¨® tambi¨¦n una profunda marca personal: ¡°Entend¨ª que mi identidad era el problema. A¨²n estoy lleno de masculinidad t¨®xica. Aspiro a desprenderme de ella, y eso se refleja en mi trabajo¡±.
Rus¨®filo declarado y residente en San Petersburgo en su juventud, vive con perplejidad los ¨²ltimos acontecimientos. Hace unos d¨ªas suspendi¨® su nuevo proyecto en el centro de arte GEC-2 de Mosc¨²: una reconstituci¨®n, cap¨ªtulo a cap¨ªtulo, de Santa Barbara, la primera serie estadounidense que se emiti¨® tras la ca¨ªda de la URSS, recreada en directo ¡°con un 30% de actores ucranios¡±. ¡°Mi obra hablaba de la Rusia que emergi¨® tras la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Esa Rusia ha terminado. Ahora ya es un Estado fascista en toda regla¡±.
¡®Paisajes emocionales¡¯. Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid. Hasta el 26 de junio.
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