Don Rodrigo no muri¨® en Guadalete
¡®Espada, hambre y cautivero. La conquista isl¨¢mica de Spania¡¯ reconstruye la invasi¨®n musulmana analizando los textos ¨¢rabes y confront¨¢ndolos con los cristianos y las evidencias arqueol¨®gicas
Conclusi¨®n: ni existi¨® Guadalete, ni don Rodrigo muri¨® ahogado o lanceado junto a este r¨ªo gaditano. Reconstruir la historia a partir de textos escritos a?os o siglos despu¨¦s de los hechos resulta una cuesti¨®n complicada cuando no imposible. Sin embargo, Yeyo Balb¨¢s (Torrelavega, 1972), en su magn¨ªfico Espada, hambre y cautiverio. La conquista isl¨¢mica de Spania hace un esfuerzo por recomponer el puzle cronol¨®gico que supuso la invasi¨®n musulmana de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica. Y lo hace, a diferencia del conocido e inexacto relato desde el lado cristiano, con el an¨¢lisis de los documentos ¨¢rabe-bereberes, recordando que tambi¨¦n el discurso de los isl¨¢micos es tan impreciso y manipulado como el de sus enemigos. ¡°A nivel metodol¨®gico, la interpretaci¨®n de las fuentes exige un proceso inicial de cr¨ªtica textual y cribado para soslayar los topoi [figuras ret¨®ricas] y los pasajes legendarios. El alto n¨²mero de contradicciones al mismo tiempo implica que las consabidas citas a las fuentes carecen de valor probatorio¡±, escribe el historiador.
Que las guerras, adem¨¢s de batallas, muerte y destrucci¨®n, tambi¨¦n comportan la manipulaci¨®n informativa es algo innegable, pero en el caso de este hecho hist¨®rico la tergiversaci¨®n de la verdad no solo se mantiene durante la duraci¨®n de su periodo cronol¨®gico, sino que se extiende hasta la actualidad. Pol¨ªticos e historiadores han retorcido la historia para acoplarla a sus intereses, profesionales o ideol¨®gicos. Se ha llegado, incluso, a negar la existencia de la batalla de Covadonga o la presentaci¨®n de la invasi¨®n musulmana como un acto acordado con el reino visigodo, una especie de ¡°transferencia de soberan¨ªa pactada¡± en la que los soldados bereberes vendr¨ªan a formar parte de un movimiento migratorio como los actuales.
Por eso, Balb¨¢s lleva al lector directamente hasta final de los reinos de Witiza y Rodrigo, inmersos en el llamado ¡°morbo g¨®tico¡±, esa costumbre de los nobles n¨®rdicos de asesinar a aquellos reyes que ¡°no eran de su agrado¡±. Y de all¨ª, el ensayista se retrotrae al inicio de un movimiento pol¨ªtico-religioso que se inicia con La H¨¦gira, el viaje de Mahoma desde la Meca a Medina en el a?o 622, un momento donde la demanda de los productos suntuarios de Asia est¨¢ a la baja y provoca la desesperaci¨®n de sus pobladores. ¡°El Cor¨¢n menciona el colapso de la civilizaci¨®n de los Zamud y de los Ad como castigo divino¡± y a medida que los Estados ¨¢rabes se desintegraban por falta de recursos, las estructuras tribales se fortalec¨ªan. La organizaci¨®n social, tanto de los pueblos n¨®madas como de los sedentarios, se transforma en la qabila, una tribu formada por individuos que compart¨ªan un ancestro com¨²n, ya fuera real o m¨ªtico, y que se divid¨ªa, a su vez, en clanes y familias. ¡°El Islam¡±, dice el autor, ¡°no es solo una religi¨®n, sino tambi¨¦n un proyecto pol¨ªtico, un modelo de Estado, un conjunto de leyes, la shar¨ªa, un credo con una marcada tendencia a regir la vida cotidiana del creyente, desde la indumentaria hasta la dieta¡±. Y los ¨¢rabes lo extienden a su paso, al precio que sea.
En el a?o 627, Mahoma ya dominaba buena parte de la pen¨ªnsula Ar¨¢biga, momento en el que comienza la gigantesca y violenta expansi¨®n. ¡°Una guerra sacralizada que fue acompa?ada de recompensas, tanto en este mundo como en el Mas All¨¢; jardines perfumados con alcanfor en los que manan r¨ªos de leche y miel, donde se satisfar¨¢ cada deseo de los m¨¢rtires y, adornados con brazaletes de oro y ropas de seda, descansar¨¢n en lechos servicios por doncellas de grandes ojos, todas amorosas y v¨ªrgenes. Unos versos tan exuberantes encendieron la imaginaci¨®n de generaciones venidas y los hadices [narraciones del Profeta recogidas por sus compa?eros] magnificaron una y otra vez los placeres del M¨¢s All¨¢¡±.
El progreso hacia la Spania goda fue r¨¢pido tras arrebatar los ¨¢rabes Egipto y Jerusal¨¦n a los bizantinos. El avance hacia el Atl¨¢ntico result¨® imparable hasta llegar a Ifriquiya (actual T¨²nez) y de all¨ª a las columnas de H¨¦rcules, a Ceuta, el ¨²ltimo reducto godo antes de Europa. Y aqu¨ª, Balb¨¢s emprende la reconstrucci¨®n de los hechos partiendo de los ajbar (cr¨®nicas con base oral). ¡°Es posible que los tradicionalistas alterasen el orden real [de los hechos]¡±, detalla, ¡°o que presentaran como inmediatos los que ocurrieron en a?os distintos. La adulteraci¨®n de los hechos hist¨®ricos no responde tanto al deseo deliberado de manipular la memoria hist¨®rica, sino al resultado del proceso de compilaci¨®n y sistematizaci¨®n, a la necesidad de abrir contenidos y ampliar otros, de superar contradicciones, de establecer una cronolog¨ªa¡±.
Se sabe que Tariq inici¨® la incursi¨®n en Spania con solo 7.000 hombres, tras desembarcar en Gibraltar, entre el 24 de abril y el 23 de mayo del 711. En ese momento, el rey Rodrigo se hallaba en Pamplona luchando contra los vascones, por lo que se vio forzado a cruzar la Pen¨ªnsula de norte a sur (m¨¢s de mil kil¨®metros), al tiempo que el caudillo bereber ¨Dsi lo era, ya que nadie sabe su origen cierto¨D recib¨ªa otros cinco mil hombres como refuerzo. En julio del 711, se libr¨® la c¨¦lebre e inexistente batalla de Guadalete.
Lo primero que hizo Tariq fue apoderarse de la bah¨ªa de Algeciras, escasamente protegida. Rodrigo respondi¨® con un ¡°ejercito [de unos 14.000 hombres] encabezado por los estandartes y un relicario dorado cruciforme con un fragmento de la cruz en la que hab¨ªa muerto Cristo, donada por el papa Gregorio I al rey Recaredo en el 599. Mientras sus huestes marchaban hacia el sur, cruzando el puente romano de Toledo, los religiosos entonan el himno lit¨²rgico In profectiones exercitus¡±, explica el historiador. ¡°La popularmente conocida como la batalla de Guadalete, en realidad no tuvo lugar en ese r¨ªo¡±, sino en el conjunto de sierras que rodea por el norte y noreste la bah¨ªa de Algeciras, junto a la laguna de La Janda, un humedal de 4.000 hect¨¢reas situado al norte de Tarifa, desecado a mediados del siglo pasado para obtener tierras de uso agrario¡±. Lo del r¨ªo Guadalete tiene su origen en obras del siglo XIII, aunque en el XIX ya se puso en duda la ubicaci¨®n. Pero el enorme prestigio de Claudio S¨¢nchez Albornoz y su Estudio sobre la invasi¨®n de los ¨¢rabes en Espa?a (1891) devolvi¨® a Guadalete su preeminencia.
La pregunta es ?por qu¨¦ Rodrigo acept¨® librar una gran batalla cuando esto contradec¨ªa la filosof¨ªa militar imperante? Siempre resultaba mejor desgastar al enemigo y esperar el momento propicio. La respuesta es que ¡°en el reino visigodo imperaba una concepci¨®n providencialista acerca de la guerra, ya que el desenlace de una contienda supon¨ªa una manifestaci¨®n de la voluntad divina. Los imperativos del honor exig¨ªan respuestas inmediatas y contundentes ante cualquier agresi¨®n, de acuerdo a la ley del tali¨®n. Tal vez, [el honor] estuviera presente en las decisiones de Rodrigo, necesitado de prestigio y legitimidad, tras ce?ir la corona de forma violenta¡±.
¡°La derrota en el lago result¨® completa y sin paliativos. Ahogado en la laguna, el cad¨¢ver del rey jam¨¢s fue encontrado, aunque s¨ª algunos ornamentos y arreos del caballo¡±, seg¨²n algunos relatos ¨¢rabes. Sin embargo, la Cr¨®nica de Alfonso II afirma que, un siglo y medio despu¨¦s, cuando el reino asturiano repobl¨® la ciudad de Viseo, en Portugal, se descubri¨® un sepulcro cuya inscripci¨®n dec¨ªa: ¡®Aqu¨ª yace Rodrigo, el ¨²ltimo rey de los godos¡±. Nunca se ha podido comprobar.
No fue hasta siete a?os despu¨¦s de la derrota, en el 718, donde S¨¢nchez Albornoz ubica el inicio de la rebeli¨®n astur y sit¨²a la batalla de Covadonga en el 722. ¡°Los motivos de la rebeli¨®n pelagiana, en definitiva, pudieron ser m¨²ltiples e incluir factores como las identidades ¨¦tnicas y las diferencias de credo. La aparici¨®n de un enemigo externo pudo servir para afianzar la jefatura de Pelayo entre los asturromanos y visigodos¡±. La llegada, como reacci¨®n a la derrota de Covadonga, del ej¨¦rcito del general Alqama se sald¨® con un nuevo desastre musulm¨¢n en el valle del r¨ªo Deva. Comenz¨® el mito. ¡°El hecho de que se otorgue una funci¨®n etiol¨®gica a un suceso pret¨¦rito no significa que se trate de un mito, en el sentido de algo ficticio, sino que a ese hecho se le atribuye un significado espec¨ªfico dentro de un sistema ideol¨®gico¡±, mantiene Balb¨¢s.
De hecho, el historiador asegura que la dinast¨ªa borb¨®nica present¨® Covadonga como un acto de restauraci¨®n nacional liderado por un nuevo rey, mientras que los liberales lo convirtieron en un modelo de gobernante y de virtudes c¨ªvicas. Jovellanos, a su vez, mostr¨® la batalla como un acto para restaurar la patria y las leyes heredadas de los godos y legadas a los espa?oles. Manuel Jos¨¦ Quintana lo transform¨® a principios del XIX en s¨ªmbolo de la lucha contra la dominaci¨®n francesa, el liberal duque de Rivas estableci¨® un paralelismo entre Musa, gobernador de Al-?ndalus, y Fernando VII y la Comuni¨®n Tradicionalista convirti¨® el santuario ¨Den 1868 se construy¨® la bas¨ªlica de Santa Mar¨ªa la Real¨D en un s¨ªmbolo contra la laicista Segunda Rep¨²blica...
Y todo esto, frente a ¡°la historiograf¨ªa contempor¨¢nea, con una marcada tendencia a presentar la conquista musulmana de Spania como un fen¨®meno netamente distinto a cualquier expansi¨®n militar¡±. ¡°A partir de los a?os setenta del siglo pasado surgi¨® una corriente revisionista en relaci¨®n con los procesos de islamizaci¨®n y arabizaci¨®n de la pen¨ªnsula, desde posiciones pr¨®ximas al materialismo hist¨®rico¡±. Dentro de esta corriente destaca la obra de Pedro Chalmeta, para quien no se puede afirmar que Espa?a fuera conquistada, sino que habr¨ªa que ¡°hablar de entrega de capitulaciones. Algo que no cuadra, por ejemplo, en la toma de Gallaecia [noroeste peninsular] que solo ocurri¨® despu¨¦s, seg¨²n las narraciones musulmanas, de ¡°que no quedara iglesia por derribar ni campa por quebrar¡±, a lo que Chalmeta atribuye simplemente ¡°un sentido metaf¨®rico¡± para cuadrar su tesis. ¡°A todas estas objeciones cabe a?adir la inexplicable presencia en el mapa de pactos [de rendici¨®n o acuerdo, como supone Chalmeta] de enclaves que las fuentes ni siquiera mencionan, como Salamanca, Le¨®n o incluso Burgos, ciudad fundada en el a?o 884¡å, replica Balb¨¢s.
¡°En realidad, los ej¨¦rcitos musulmanes tomaban por la fuerza aquellas ciudades y territorios incapaces de mostrar resistencia, lo cual les permit¨ªa apropiarse de tierras y bienes, adem¨¢s de esclavizar a una parte significativa de la poblaci¨®n¡±. Lo que ven¨ªan haciendo desde La H¨¦gira, y a lo que la conquista de Espa?a no fue ajena, aunque Rodrigo no muriese en Guadalete, ni Santiago encabezase las tropas cristianas en la batalla de Clavijo.
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