Martin Buber, un jud¨ªo universal
El menos conocido de los genios de la Viena de fin de siglo construy¨® un pensamiento en el que amistad, la vivencia del amado, constituye el pilar fundamental
Martin Buber es quiz¨¢ el menos conocido de los genios de la Viena de fin de siglo. Tiene algo de existencialista y anarquista, es moderno y antiguo, es amigo Lev Shestov e interlocutor de Heidegger, y erige una filosof¨ªa inclusiva del di¨¢logo que tiene algo de la m¨ªstica polaca. Buber es un pensador fundamental apenas le¨ªdo en nuestro pa¨ªs, situaci¨®n que ahora remedian rigurosas ediciones de Hermida, S¨ªgueme y Trotta. Tras una infancia en Polonia, marcada por la sinagoga y el pietismo de su abuelo, se forma en la Universidad de Viena, donde conoce grandes maestros, como Dilthey y Simmel. Su idea de la filosof¨ªa es sencilla y a la vez vertiginosa. La soledad es falaz, sin el otro no es posible realizarse. La vida real del yo es el encuentro con el t¨².
Buber se define a s¨ª mismo como archijud¨ªo, lo que no le impide abandonar la ortodoxia de su religi¨®n. Como Spinoza, es amigo de cristianos, ateos y musulmanes. Se enamora de la poeta gentil Paula Winkler y se compromete con el sionismo, aunque mantendr¨¢ siempre la distancia con sus derivas pol¨ªticas y nacionalistas. Participa en la fundaci¨®n del Estado de Israel pero apuesta por un modelo binacional, donde ¨¢rabes y jud¨ªos convivan en un r¨¦gimen de respeto y autonom¨ªa. Desencantado de la pol¨ªtica, se refugia en el estudio de las t¨¦cnicas arcaicas del ¨¦xtasis, ya sean de helenos, ¨¢rabes o hind¨²es, y entiende que el servicio del juda¨ªsmo a nuestra civilizaci¨®n es el de hacer de puente entre Oriente y Occidente.
Tras escapar en ¨²ltimo momento de la Alemania nazi se refugia en Palestina. Publica en hebreo y ocupa una plaza en la Universidad de Jerusal¨¦n, mientras desarrolla una intensidad actividad en favor de los inmigrantes ¨¢rabes que acuden a la regi¨®n. Asomarse a los textos de Buber supone adentrarse en un di¨¢logo ¨ªntimo m¨¢s que en una argumentaci¨®n. ¡°Yo no tengo doctrina, s¨®lo muestro algo. Algo apenas visto o no visto en absoluto. Si alguien me escucha lo tomo de la mano y lo llevo a la ventana¡±. La mirada objetiva es necesaria, pero insuficiente. El otro es presencia irreductible, no objetivable. La verdad del coraz¨®n permite el acceso a presencias reales que dan sentido a la vida.
La eterna conversaci¨®n
Martin Buber lee a Spinoza y Nietzsche en sus a?os universitarios, mientras escribe una tesis sobre Meister Eckhart, m¨ªstico de la nada. Un c¨®ctel explosivo con cuyos ingredientes fabrica el Eclipse de Dios, una de las grandes obras de la filosof¨ªa del siglo XX. En ella cuenta c¨®mo Dios y lo absoluto se han vuelto irreales para el hombre de hoy. Pero la muerte de Dios es para Buber un fen¨®meno pasajero, una sombra en movimiento que cubre eventualmente la sensibilidad contempor¨¢nea y que desaparecer¨¢. En pleno auge del C¨ªrculo de Viena, que busca un lenguaje com¨²n a todas las ciencias (y relega la filosof¨ªa a discriminar qu¨¦ es ciencia y qu¨¦ no), Buber entiende que el camino hacia lo real tiene que prescindir de las abstracciones (que se elevan sobre el fen¨®meno para objetivarlo) y escoger el de la conversaci¨®n y el encuentro.
Buber no se deja seducir por el mito de la historia (marxistas), ni por el mito de la ciencia (positivistas). Prefiere otro mito, el dial¨®gico
Toda filosof¨ªa que se precie contiene al menos tres ingredientes. El asombro, que decanta la b¨²squeda y desarrolla el humor inquisitivo. La simpat¨ªa, que hace posible el magnetismo er¨®tico del conocimiento, la b¨²squeda de correspondencias y afinidades que decantan las leyes. Y finalmente, la libertad, que establece una distancia respecto a las propias creencias y que, en cierto sentido, cierra el c¨ªrculo, regresando al punto de partida: el asombro y la inquisici¨®n. La filosof¨ªa de Buber re¨²ne las tres. No se deja seducir por el mito de la historia (marxistas), ni por el mito de la ciencia (positivistas). Prefiere otro mito, el dial¨®gico, que entiende como una conversaci¨®n con ciertas presencias reales. Una idea del ser que implica reciprocidad, espontaneidad y presencia. El sujeto de la filosof¨ªa moderna, el yo, es insuficiente. La amistad, la vivencia del amado, constituye el pilar fundamental de una obra que distingue entre vivencia y experiencia. La vivencia est¨¢ m¨¢s all¨¢ de la experiencia pues es anterior a ella. Esta ¨²ltima est¨¢ sometida a la causalidad y la circunstancia, mientras que la primera se encuentra tocada por la gracia. Dicho en t¨¦rminos jungianos, la idea es que hay cosas en la mente que se producen por s¨ª mismas, que tiene vida propia. Es posible observar estos fen¨®menos como espectador, pues no son expresiones de la propia personalidad. Un fen¨®meno que crea la extra?a sensaci¨®n de compartir la propia mente con otro, con un t¨² metaf¨ªsico.
El principio dial¨®gico postula un suerte de filosof¨ªa de los pronombres. La vivencia metaf¨ªsica no puede estar anclada en un ¨¦l (idolatr¨ªa), ni tampoco en un yo (megaloman¨ªa). Lo divino para Buber es, como para Machado, una eterna conversaci¨®n con aquel ¡°que siempre va conmigo¡±. La relaci¨®n sujeto-sujeto es el fundamento del principio dial¨®gico y constituye el mundo del ¡°t¨²¡±, mientras que la relaci¨®n sujeto-objeto constituye el mundo del ¡°eso¡±. En la primera participa el ser en su totalidad, en la segunda s¨®lo una parte de ¨¦l. Lo genuino de esta vivencia reside en el grado de implicaci¨®n en el di¨¢logo yo-t¨², donde se sit¨²a la vida verdadera. La vida seg¨²n otros mitos es un mero simulacro. Buber no intenta convencernos de prescindir de la relaci¨®n yo-eso, caracter¨ªstica de las ciencias, sino que se esfuerza por evitar que lo abarque todo o sustituya a la relaci¨®n yo-t¨². Su propuesta, en estos tiempos de pandemia global, resulta m¨¢s necesaria que nunca. Sin esa relaci¨®n yo-t¨² el hombre no es hombre. No se trata tan s¨®lo de mirar al otro en su singularidad irreductible, sino de reeditar la actitud de Dante, que encuentra en Beatriz el medio para contemplar lo divino. Una propuesta que vuelve imposible la teolog¨ªa tradicional, que hace de Dios un ello o un ¨¦l que existe al margen de la experiencia humana de lo divino y que, en el fondo, constituye una nueva forma de idolatr¨ªa. No se trata, como propone Eckhart, de ¡°ser con ¨¦l¡±, sino de dialogar. ¡°S¨®lo vamos a hablar de qu¨¦ es Dios en su relaci¨®n con un ser humano¡±. A Buber no le interesa Dios en s¨ª mismo (que en su filosof¨ªa parece no existir), sino la relaci¨®n del yo con ese t¨² eterno. Es como si Dios no pudiera existir al margen de dicha relaci¨®n, como si lo impidiera la naturaleza misma del universo. Estamos cerca del amor intellectualis de Spinoza, que transforma las pasiones en una intuici¨®n que permite atisbar la Unidad de todas las cosas (una Unidad que tampoco existe al margen de los que dialogan con ella). Dios entra en relaci¨®n directa con nosotros mediante vivencias creativas, reveladoras o redentoras, y nada significa al margen de esa relaci¨®n. ¡°Vive all¨ª donde el hombre lo deja entrar¡±. Aqu¨ª Buber recuerda la oraci¨®n sin destinatario de William James, y su obra es el recuento de los meandros de esa conversaci¨®n. Aceptamos que uno pueda estar inspirado, pero nadie pregunta qui¨¦n otorga el esp¨ªritu. Esa relaci¨®n no es inherente a la condici¨®n humana sino una gracia para la que hay que preparase. La existencia de ese di¨¢logo es tan indemostrable como la existencia de Dios, pero es algo que se puede experimentar.
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