Fr¨ªo, verg¨¹enza y liberaci¨®n: Maxim ?sipov escribe la cr¨®nica del viaje que ha truncado su vida
Desde Tarusa, al sur de Mosc¨², hasta Erev¨¢n, en Armenia. Y de all¨ª a Alemania. As¨ª fue la salida al exilio de uno de los grandes autores rusos vivos, contrario a la invasi¨®n de Ucrania
Las tres palabras del t¨ªtulo aparecen al final del libro de Sebastian Haffner Historia de un alem¨¢n. Escrito antes de la Segunda Guerra Mundial, nosotros le¨ªamos este estudio sobre la formaci¨®n del fascismo el a?o pasado, buscando y encontrando en el libro coincidencias con la realidad en la que viv¨ªamos en los ¨²ltimos tiempos. Y ahora muchos de nosotros, aquellos que nos hemos marchado aqu¨ª y all¨¢ ¡ªa Erev¨¢n, Tbilisi, Bak¨², Astan¨¢, Estambul, Tel Aviv, Samarcanda¡ª, tambi¨¦n nos vemos obligados a sentir en nuestra propia piel estas palabras.
Nosotros ¡ªy con ¡°nosotros¡± me refiero a los que nos hemos marchado (largado, huido) del pa¨ªs al poco de que Rusia hubiera atacado Ucrania¡ª odiamos la guerra, odiamos a quien la ha desencadenado y no nos hab¨ªamos propuesto abandonar el pa¨ªs (la patria, nuestra tierra). Cualquier palabra que escribas, la que sea, empiece o no en may¨²scula, se ha visto mancillada, deshonrada. La tentaci¨®n de considerarse como la flor y nata de la sociedad (el Barco de los fil¨®sofos de los a?os 20 del siglo pasado, frases como ¡°Nos llevamos Rusia con nosotros¡± y otras expresiones insensatas) conviene considerarla como una peligrosa estupidez. Hay una expresi¨®n que dice que, cuando uno pierde, ve claro lo que vale; pronto sabremos su significado. Porque somos los perdedores, tanto en lo hist¨®rico como en lo espiritual. Centenares de miles, millones de personas que piensan como nosotros se han quedado en el pa¨ªs del que nosotros hemos huido y se dedican a sus quehaceres: a curar a enfermos, a ocuparse de sus padres, de los ancianos, los unos de los otros. Pero por mucha verg¨¹enza que sientan los que se han ido ante los que se han quedado, ser¨ªa bueno recordar que ahora la l¨ªnea divisoria entre los compatriotas pasa por otro espacio completamente distinto: entre los que est¨¢n contra esta guerra y los que est¨¢n a favor.
¡ª?Ad¨®nde viaja? ¡ªte preguntan en la frontera.
Quisieras responderle: no ad¨®nde, sino de d¨®nde; pero respondes:
¡ªA Erev¨¢n, de vacaciones.
A los m¨¢s j¨®venes y que vuelan solos los separan y los someten a un interrogatorio, les revisan el contenido de bolsas y m¨®viles. Seg¨²n dicen, buscan a los que se marchan para luchar junto con los ucranianos, pero (ah, los excesos de los que cumplen ¨®rdenes) se dejan llevar por el placer de humillar a los muchachos y a las chicas de buena familia: si se trata de unas vacaciones, ?para qu¨¦ los diplomas, los certificados de nacimiento, las cartas y las fotos del pasado, los perros y los gatos? ?Por qu¨¦ el billete de ida, pero sin la vuelta? ?Y de verdad val¨ªa la pena gastarse mil d¨®lares en el vuelo? ?Que si val¨ªa? Y tanto que val¨ªa.
Caos con los vuelos: unos se suspenden y algunos aviones dan media vuelta y regresan a Mosc¨². La mayor¨ªa de los pasajeros son gente joven. Para ellos se trata de un giro en su biograf¨ªa; un cambio, por cierto, que no es el peor. Pero para nosotros, mayores que ellos, es una vida truncada.
Un detalle divertido: en el vuelo Mosc¨²-Erev¨¢n no hay ni un armenio. Pero aqu¨ª se acaba la diversi¨®n.
1
Los primeros d¨ªas de la guerra han transcurrido escuchando petrificados las noticias, redactando y firmando cartas contra la guerra y consumiendo enormes cantidades de agua (el alcohol ni te calmaba ni te embriagaba). Tratas de fijar, de retener algo importante (la memoria a corto plazo se ha deteriorado), llamar a los conocidos de Ucrania.
Sobre el estado de ¨¢nimo de nuestros compatriotas: los que tienen familiares en Ucrania (que son minor¨ªa) est¨¢n profundamente abatidos. Pero tambi¨¦n hay muchos que se muestran beligerantes y para ellos los fracasos de los ataques contra Kiev se explican por la humanidad del ej¨¦rcito ruso.
¡°Verduras para el caldo¡± ¡ªme llega del televisor (no podemos permitir, oigo, que se encarezcan las verduras para el caldo)¡ª ser¨ªa una buena definici¨®n para los partidarios de esta guerra y de todo lo dem¨¢s que hace el gobierno. ¡°Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos¡± (Mateo 27:25): ?de qu¨¦ gentuza estaba formada aquella caterva que en lugar de asistir al S¨¦der pascual se dirigi¨® al Palacio del procurador? Las ¡°verduras para el caldo¡± est¨¢n presentes en todos los tiempos y en cualquier naci¨®n. En momentos como el actual, la gente com¨²n, sost¨¦n y fundamento de la civilizaci¨®n, se convierte en una masa de monstruos, de seres malignos. Y he aqu¨ª el resultado: la sangre inocente cae sobre nosotros, sobre nuestros hijos y sobre los hijos de nuestros hijos.
Al pronunciar las palabras ¡°verduras¡± y ¡°ellos¡± nos situamos en un terreno resbaladizo (?no deshumanic¨¦is a vuestros oponentes! ¡ªdir¨ªa un liberal), pero se trata de una guerra, una guerra civil incluso, y nosotros no la hemos empezado. Ya es tarde para ch¨¢charas, ahora cada uno ha de elegir de qu¨¦ lado est¨¢, es tarde para culparse: no hemos sabido ofrecer nada atractivo, no hemos escrito canciones democr¨¢ticas como en otros tiempos, y la idea de vivir como seres humanos a ellos no les ha parecido atractiva.
A veces ni los familiares te salvan.
¡ª?Mam¨¢! ¡ªgrita al tel¨¦fono una muchacha que vive en Kiev¡ª. ?Nos est¨¢n bombardeando!
¡ªTe equivocas, hijita ¡ªle responde la madre desde Petersburgo¡ª: a la poblaci¨®n civil no se la toca; lo han dicho por la tele.
Existe tambi¨¦n otra forma de apoyar la guerra, un modo relativamente suave, femenino: por Dios, que todo esto acabe cuanto antes, porque nunca sabremos toda la verdad: solo Dios la conoce. De acuerdo, ?pero acaso esto nos libera de la responsabilidad de buscarla? Porque Dios no es un joker, un comod¨ªn que nos podemos sacar de la manga cuando convenga.
Ya es tarde para ch¨¢charas, ahora cada uno ha de elegir de qu¨¦ lado est¨¢, es tarde para culparse
Ahogo, verg¨¹enza, odio ¡ªson las palabras m¨¢s pronunciadas estos d¨ªas. Justo al principio de marzo corri¨® el rumor de que iban a declarar de un d¨ªa para el otro el estado de guerra; es decir, que se prohibir¨ªa salir del pa¨ªs, se declarar¨ªa una movilizaci¨®n general y se instaurar¨ªa la censura. En las calles de las ciudades aparecieron letras Z y la fant¨¢stica proclama, algo inimaginable hasta entonces: ¡°No nos da verg¨¹enza¡± (en oposici¨®n a la ¡°verg¨¹enza de ser rusos¡± expresada por algunos representantes de la intelligentsia). El muelle interior se tensa y se niega a relajarse. Llegamos a entender a Jan Palach, el estudiante que se quem¨® ante la represi¨®n de la primavera de Praga. De nuevo nos encierran en la sucia y asfixiante pocilga en la que nacimos. ?Para que a nuestros hijos y nietos los hagan formar dibujando la Z? ?Jam¨¢s!
Los preparativos duran solo un d¨ªa.
?Y si hubieras muerto qu¨¦ te llevar¨ªas?
Quedarte a oscuras, en silencio, respirar el aire fr¨ªo de Tarusa, orar ante las tumbas de tus padres. Despedirte de la casa. Con los objetos es f¨¢cil: uno no est¨¢ para sensibler¨ªas cuando las bombas rusas caen sobre J¨¢rkov y Kiev, sobre Mariupol y Lviv.
Mosc¨²: la atravesamos camino del aeropuerto. Aunque has nacido, estudiado y vivido aqu¨ª, desde hace mucho tiempo que la percibes como una ciudad enemiga. Separarse de los amigos resulta doloroso, imposible, pero no de Mosc¨².
El vuelo a Erev¨¢n sale puntual. ?Qu¨¦ sientes? ?Sientes que debes sentir algo o de verdad lo has sentido? Dios sabr¨¢. Lo que te domina es la curiosidad: como si te dejaran ver la vida que te espera tras la muerte. Por lo dem¨¢s, un vuelo como cualquier otro, lo ¨²nico es que en lugar de las dos horas habituales, son cuatro (rodeando Ucrania).
2
¡°Nuestras almas heridas buscan la paz justamente tras unas cortinas color crema como estas¡¡± ¡ª escribe Bulg¨¢kov en su Guardia blanca sobre la guerra civil en Kiev.
Ya estamos en Erev¨¢n, que nos recibe con su sabrosa cocina, con la primavera y con los alquileres por las nubes, pero con la posibilidad de recobrar el aliento. Sin la ayuda de los amigos que viven aqu¨ª, recuperarte f¨ªsica y moralmente hubiera sido casi imposible. Mi agradecimiento a ellos.
Por el centro de Erev¨¢n deambulan grupitos de moscovitas; muchas caras conocidas, a los que quieres saludar, pero descubres que no recuerdas sus nombres. Respiramos aceleradamente, se nos seca la boca, llevamos en la mano botellas de agua y los m¨®viles (que nos ayudan a orientarnos), a muchos se les agrietan los labios de lam¨¦rselos nerviosamente. Nadie lleva mascarilla: con el trasfondo de esta guerra, hasta el coronavirus parece perderse en un pasado lejano y nada peligroso, algo parecido a ¡°la garganta inflamada de los ni?os¡± de los versos de Mandelshtam.
Pasados dos o tres d¨ªas, se nos hacen m¨¢s comprensibles las proporciones de la cat¨¢strofe (recordemos que aqu¨ª han llegado personas que hac¨ªa una semana no ten¨ªan intenci¨®n alguna de abandonar el pa¨ªs), cuando tenemos el tiempo suficiente para detenernos y reflexionar, pensar en concreto sobre nuestra propia vida, y valorar la gravedad de lo sucedido.
Conversaciones en los caf¨¦s: ?Quedarse aqu¨ª o trasladarse a Tbilisi?; all¨ª no quieren mucho a los rusos, aunque Georgia no depende tanto de Mosc¨². ¡ª?Por qu¨¦ limitarse a Europa? Pensemos por ejemplo en Uruguay, o Colombia. A m¨ª me han propuesto curarme de la tuberculosis en Somalia¡
¡ª?Salud, desertores! ¡ªsaluda a voz en grito un tipo que entra en el caf¨¦ a un grupo de j¨®venes con aspecto de h¨ªpsters. Los j¨®venes sonr¨ªen educadamente, pero no r¨ªen: la broma no ha funcionado.
Algunos ya se han puesto en marcha: unos se han colocado en el Archivo de manuscritos antiguos, o en un taller de arquitectura, otros organizan c¨ªrculos teatrales, o buscan entrenador de f¨²tbol rusoparlante para sus hijos, aprenden armenio (de momento el alfabeto) y leen en voz alta los letreros y los nombres de las calles. Otros se lamentan de que no pueden sacar dinero, abrir una cuenta en un banco local, pero se quejan en voz baja: todo el mundo entiende la necesidad de relativizar sus dificultades ante lo que padece Ucrania. Algunos lloran: la familia rota, el marido en Mosc¨², el hijo, a punto de cumplir los 18 y que quiere regresar para ir a la universidad (aunque es muy probable que lo llamen a filas). Otros ya necesitan de un psiquiatra: la pesadilla de la culpa, los intentos de suicidio. Y todo esto a¨²n no pasadas dos semanas de la guerra.
Qu¨¦ c¨²mulo de desgracias ha ocasionado un individuo bastante mediocre (nadie pronuncia su nombre) a decenas de millones de personas: a los ucranios, en primer lugar, pero tambi¨¦n a tantos rusos. A unos les ha afectado al raciocinio y a otros, como a nosotros, nos ha destrozado la vida. ?C¨®mo es ¨¦l y por qu¨¦, a pesar de su talante escrupuloso y prudente, ha cometido errores tan descomunales? Errores que est¨¢n a punto de provocar que el pa¨ªs, en palabras de R¨®zanov, se ¡°difumine¡± en pocos d¨ªas.
?A qu¨¦ personaje literario nos recuerda?
Un gris agente de las fuerzas de seguridad apodado El Polilla, que ha observado el mundo europeo a trav¨¦s de la televisi¨®n de Alemania Occidental, so?ando, quiz¨¢s, en convertirse alg¨²n d¨ªa en parte de ¨¦l y vivir, por ejemplo, en Stuttgart. Luego, hubo alguna cosa m¨¢s, trabaj¨® al parecer de taxista, ocupaci¨®n a la que se refiere, no se sabe por qu¨¦, con cierta verg¨¹enza. Luego lleg¨® a la jefatura del Estado. Un d¨ªa sinti¨¦ndose aburrido se puso a tocar con dos dedos Murka al piano, una conocida melod¨ªa del mundo del hampa, y a jugar a hockey sobre hielo marcando adem¨¢s hasta 12 goles por partido.
Veinte a?os se pas¨® pervirtiendo a la gente, luego se sinti¨® a¨²n m¨¢s aburrido y en esto lleg¨® el coronavirus.
No s¨®lo pervert¨ªa a la gente, tambi¨¦n mataba, claro. Pero lo hac¨ªa sin pasi¨®n, no hab¨ªa emoci¨®n en sus actos, sino m¨¢s bien displicencia. Y adem¨¢s, se trata de un individuo sin un asomo de cultura. Pero en alg¨²n momento habr¨¢ le¨ªdo algo (?o le habr¨¢n pasado un resumen?): alg¨²n fil¨®sofo de pacotilla o un autor de ciencia ficci¨®n. Y le ha pasado lo que les suele suceder a los rusos que no saben distinguir la realidad de los cuentos, de la ficci¨®n, como ocurre con los personajes de Andrei Plat¨®nov, con la diferencia de que las del escritor son, en su mayor¨ªa, almas puras, luminosas, y la del exagente, en cambio, es oscura, malvada. De modo que el ejemplo que le resulta m¨¢s cercano es el de Smerdiakov de Los hermanos Karam¨¢zov. Si Iv¨¢n Karam¨¢zov perora, escribe poemas, Smerdiakov en cambio agarra un pisapapeles y golpea con ¨¦l una y otra vez a Fi¨®dor P¨¢vlovich en la cabeza.
?Qui¨¦n hace en nuestro caso el papel de Iv¨¢n, el que contaba en Los hermanos Karam¨¢zov dulces cuentos sobre el ¡°mundo ruso¡±? No lo sabemos: ?el fil¨®sofo Ilin, Solzhenitsin, el empresario graf¨®mano Y¨²riev, los disc¨ªpulos del metod¨®logo Schedrovitski? ?O han sido el actual patriarca, o alg¨²n santo var¨®n quienes han desviado de su recto camino a nuestro Smerdiakov?
¡°Ser¨ªa bueno hablar con alg¨²n hombre inteligente¡±, dec¨ªa Smerdiakov; como nuestro personaje que confes¨® que despu¨¦s de Gandhi no ten¨ªa con qui¨¦n hablar. (?Gandhi, d¨®nde est¨¢ Gandhi!).
Conviene notar otro punto de coincidencia con el personaje literario de Smerdiakov: ambos captan lo bajo, lo miserable en los dem¨¢s y enseguida encuentran en los otros sus puntos d¨¦biles.
Cinco de marzo. Este d¨ªa, como el 16 (la festividad del Purim en el nuevo calendario) fue un d¨ªa de grandes esperanzas (pues coincid¨ªa con el d¨ªa de la muerte de Stalin).
En la mesa de al lado se oye un suspiro y recitar (a Pushkin):
¡ª¡±No somos nosotros quienes contamos de nuestros d¨ªas el correr¡¡± ¡ª
En seguida se ve que es alguien de letras.
¡ª?Muri¨® aquel y tambi¨¦n caer¨¢ este! ¡ª y se oye el chocar de las copas.
En todas partes se expresa el deseo de ver muerto al dictador; hasta en su propia casa, Mosc¨², y el hecho da lugar a historias como ¨¦sta.
Algunos lloran: la familia rota, el hijo que quiere regresar (lo pueden llamar a filas) la culpa, los intentos de suicidio
Una encantadora moscovita, redactora de profesi¨®n, tiene una amiga creyente, la llamaremos Olga Vlad¨ªmirovna (hemos cambiado el nombre, no el patron¨ªmico). Al poco de iniciarse la guerra, la redactora recibe un mensaje de Olga Vlad¨ªmirovna en el que le pide a su amiga que vaya a una iglesia y encargue unas misas de difuntos para el reci¨¦n finado Vlad¨ªmir. Esta cumple de inmediato el encargo de la amiga y la llama para transmitirle sus condolencias: no sab¨ªa que su padre, el pobre Vlad¨ªmir Aleks¨¢ndrovich hab¨ªa fallecido. ¡ª?Ha sido el coraz¨®n? ¡ª Tras una pausa Olga Vlad¨ªmirovna le responde: Me crees mejor de lo que soy en realidad. (Rezar por una persona como si se tratara de un muerto, encargar funerales, ponerle velas cabeza abajo son diferentes formas probadas durante siglos de mandar al otro mundo a alguien [incluido, a mortales, como Putin, llamados Vlad¨ªmir]).
Ya has recorrido la calle de Tumany¨¢n y la avenida de Mashtots, visitado la ciudad de Echmiadzin, el templo de Garni y el monasterio de Geghard. No obstante, las impresiones tur¨ªsticas son en general poco duraderas y ahora no queda lugar para recuerdo alguno. Regresar cuanto antes al ordenador: escribir cartas, escuchar noticias.
Y las noticias son, al parecer, que a nuestro ej¨¦rcito le espera una derrota. Cuesta alegrarse de ello, pero una victoria ser¨ªa algo mucho m¨¢s espantoso todav¨ªa. Ya en los primeros d¨ªas de la guerra se instal¨® una sensaci¨®n de hundimiento que con el tiempo no ha hecho m¨¢s que crecer. Porque el poder del ej¨¦rcito ruso se ha sobrevalorado y porque su propia imagen, inventada por la propaganda (como los ¡°hombrecillos verdes¡± de Crimea), es completamente falsa. No solo se diferencia de la situaci¨®n real de las cosas, sino tambi¨¦n de la creada por la literatura rusa, por las canciones militares y el cine sovi¨¦tico: uniformes desali?ados, un humor muy especial, ¡°el soldado le har¨¢ al chico un silbato con la navaja¡±, y una filosof¨ªa particular. Mucho calor humano y poco ardor guerrero. ¡°All¨ª estaba ¨¦l, y su camiseta a rayas, que se cubri¨® de espesas manchas¡¡± ¡ª dice la canci¨®n. En cambio, el ¡°hombre verde¡± es por el contrario completamente fr¨ªo, autosuficiente, la parte inferior de la cara cubierta por una m¨¢scara negra, la radio a la espalda, en el pecho un lanzallamas ¨²ltimo modelo y bajo la chaqueta quien sabe si un aire acondicionado. Siguiendo con la broma, no experimenta ni sed ni hambre, no desea ni mujer ni de hecho a nadie, y si le dan la orden, de un solo manotazo destruir¨¢ una ciudad entera.
Tenemos ante nosotros una parodia de soldado que o bien imita a los videojuegos de ordenador, o a una pel¨ªcula barata de Hollywood, pero la gente, con su Jefe Militar Supremo a la cabeza, se la ha cre¨ªdo.
Una reflexi¨®n a prop¨®sito: la guerra actual representa adem¨¢s un serio golpe para el D¨ªa de la Victoria, la festividad rusa ¡ªel 9 de mayo¡ª m¨¢s importante. Los hijos y los nietos de los veteranos escriben: ¡°menos mal que nuestro padre o abuelo no ha vivido para verlo¡±. Se han vuelto imposibles tambi¨¦n las viejas canciones de la guerra.
En fin, por muy buen tiempo que haga en Erev¨¢n es hora de abandonar Armenia.
¡ª¡±Barev dzez¡± ¡ªsaludas en su lengua al guardia de frontera. Este te interroga durante largo rato: cu¨¢l es el motivo del vuelo a Alemania, pregunta displicente; examina con lupa el pasaporte, exige que le ense?es el billete de regreso. Los guardias armenios est¨¢n en estrecho contacto con la polic¨ªa secreta rusa, forman casi parte de ella. Finalmente el servidor te deja pasar, subes al vuelo Erev¨¢n-Fr¨¢ncfort, y es entonces cuando sientes el fr¨ªo, la verg¨¹enza y la liberaci¨®n. La sensaci¨®n de fr¨ªo, por vivir la historia que se desarrolla ante tus ojos; de fr¨ªo porque una u otra acci¨®n o palabra por tu parte pueden tener consecuencias inmediatas. De verg¨¹enza, porque justamente te sientes liberado. Como ocurre con el ganso navide?o: te cuesta disfrutarlo cuando otros no pueden llevarlo a su mesa.
3
El avi¨®n vuela sobre Alemania, en la pantalla aparecen los nombres de las ciudades. Un recuerdo de juventud: clase de formaci¨®n militar en la Facultad de Medicina; ser¨ªa el primero o el segundo curso. El profesor, un mayor del Ej¨¦rcito, desprecinta un paquete con la inscripci¨®n de ¡°m¨¢ximo secreto¡± y extrae de ¨¦l unos mapas de Europa en los que debemos se?alar la disposici¨®n de las tropas. El enemigo se halla en D¨¹sseldorf y nuestro Ej¨¦rcito digamos que en Coblenza. El enemigo realiza un ataque nuclear de cierta magnitud contra nuestras fuerzas. Calc¨²lese cu¨¢ntas camas, hospitales y m¨¦dicos se necesitan. ?Pero qu¨¦ narices estamos haciendo en Coblenza? A nadie se le ocurre hacerse esta pregunta. ?Y por qu¨¦ el enemigo ataca con misiles nucleares su propio territorio? Se trata de un escenario creado ex profeso por la ?URSS. De este modo nos preparaban de j¨®venes a ser part¨ªcipes de un crimen. Como en una canci¨®n infantil que todos conocemos, que dec¨ªa: ¡°?Y si hemos ofendido a alguien en vano? / El calendario dejar¨¢ atr¨¢s la hoja¡¡±. Es decir, amigos, no os preocup¨¦is: el arrepentimiento, los remordimientos no van con nosotros. La verg¨¹enza no es humo, no nos cegar¨¢ los ojos. No sintamos verg¨¹enza. Somos rusos y Dios est¨¢ con nosotros.
O, por ejemplo, el virtuoso pianista B.B. declaraba en la televisi¨®n: ¡°Yo vengo de las humanidades, de la m¨²sica y todo eso¡ Comprendo que [los ucranios] nos den l¨¢stima¡ Pero ?no se les podr¨ªa cercar y cortarles la electricidad¡?¡±, y con estas palabras el humanista se convierte de inmediato en un criminal de guerra. La sonrisa t¨ªmida de B.B. (¡°la m¨²sica y todo eso¡±) me trae a la memoria el h¨¦roe de la pel¨ªcula El hermano, que mata a un mont¨®n de personas, pero sigue siendo el muchacho dulce y encantador de siempre. Y la impresi¨®n es que, no obstante, incluso la gente que aprecia la cultura rusa, poco a poco van mirando m¨¢s all¨¢ de ese encanto.
Aqu¨ª y all¨¢ se oyen voces preocupadas: ¡ª?Han o¨ªdo? En Polonia se ha suspendido Bor¨ªs Godunov¡ª. Y esta preocupaci¨®n se me antoja fuera de lugar, al menos mientras sigan cayendo bombas. Pushkin y G¨®gol, o Ch¨¦jov y Tolst¨®i sabr¨¢n defenderse solos y nosotros tambi¨¦n nos las arreglaremos. Y el hecho de que los escritores ucranios no quieran participar en actos donde haya rusos, independientemente de sus ideas pol¨ªticas, tambi¨¦n me parece natural: porque t¨² te has marchado a Armenia y a Alemania y no a Mariupol o a Kiev. En opini¨®n de los ucranios, los rusos buenos son los que salen a manifestarse con pancartas en la plaza Roja o est¨¢n entre rejas.
En el avi¨®n te entregan un cuestionario. Llegas al apartado ¡°Nationality¡±. Has de elegir la tuya en la lista: Albania, Argelia, Andorra¡ Qu¨¦ tentador elegir Andorra, o Gab¨®n; pero no, sigue hasta ?Russland. Acost¨²mbrate, eso, acost¨²mbrate: ahora habr¨¢s de escuchar hasta el final de tus d¨ªas frases afables como ¨¦sta: ¡°Que sea ruso o no, no importa, hay muchos rusos buena gente¡±. Puedes considerar esto como el pago por el placer de leer a Pushkin o a G¨®gol en su lengua original.
¡ªAhora sois como aquellos alemanes antifascistas que abandonaron su pa¨ªs con un pasaporte alem¨¢n. A ellos tambi¨¦n los recibieron como ciudadanos de un pa¨ªs enemigo ¡ªme dice una alemana, la directora de una importante instituci¨®n cultural.
Una entrevista para un peri¨®dico belga. Es evidente que el corresponsal no est¨¢ preparado: no sabe, por ejemplo, que Ucrania formaba parte de la URSS, pero repite insistentemente la misma pregunta: ?de modo que usted est¨¢ en contra de esta guerra? Est¨¢s a punto de explotar y soltarle un par de exabruptos. Calma, amigo, contente, baja el tono.
¡ªYou¡¯ll be back in Tarusa some day and that will be a glorious homecoming! ¡ªte escribe un buen amigo norteamericano. Cualquier cosa, pero un triunfo no es lo que esperas: el retorno, si este se produce, no ser¨¢ glorioso. Sobre esto ya se ha hecho un filme. Berl¨ªn, octubre de 1945, un joven alem¨¢n de sonrisa culpable regresa de Estados Unidos con la intenci¨®n de ayudar a su patria, pero la cosa acaba en tragedia.
En cualquier caso, el futuro hoy es menos previsible que nunca: nuestra memoria no recuerda una cat¨¢strofe como esta, de modo que es inevitable, necesario incluso, sentirte algo fatalista.
Uno de los aspectos extra?os de la actual emigraci¨®n es que, para nosotros, en cualquier momento es posible ¡ªno para todos, pero s¨ª para la mayor¨ªa¡ª regresar al lugar que llamamos como antes ¡°nuestra casa¡±, que podemos mirar atr¨¢s sin convertirnos en estatuas de sal. No, no pienses en el regreso, porque te arriesgas a convertirte en un personaje c¨®mico de hace cien a?os, en un emigrante de los que en Rusia hab¨ªan sido algo, pero que entonces peroraba en un caf¨¦ de Par¨ªs, de Berl¨ªn o de Praga sobre los malditos bolcheviques, convencido del pronto retorno al trono de los Rom¨¢nov.
Donde tengas el colch¨®n, esta ser¨¢ tu casa: una circunstancia de la vida que siempre te pareci¨® atractiva. Aprender a vivirla. Hacerla tuya es m¨¢s sencillo de lo que cre¨ªas antes.
Un sue?o de los tiempos de paz (la casa de Tarusa, las lilas), y del que despiertas paulatinamente. Puedes detenerte por un instante en este dulce sue?o, retenerlo. A¨²n est¨¢s all¨ª donde viviste antes, pero luego abres los ojos e irrumpe el presente, y la realidad te envuelve con todo su pavoroso poder: pronto ya habr¨¢n pasado dos meses desde que empez¨® la guerra.
La persona a quien le han cortado una pierna juega en sue?os al f¨²tbol: m¨¢s horroroso ser¨¢ su despertar. En el proceso de la vida te ha tocado experimentar varias veces algo parecido: la ocasi¨®n m¨¢s dolorosa fue la muerte de tu padre. Pero aquello fue una cuesti¨®n personal, algo tuyo. Ahora, en cambio, es un sentimiento parecido el que vive toda la naci¨®n rusa, toda la parte viva de aquellos que, como escribe Mandelstam, tienen ¡°una tumba verde, un rojo respirar y una risa ¨¢gil¡±. Con la necesidad de decidir cada ma?ana para qu¨¦ te has despertado.
17 de abril de 2022. Tarusa, Erev¨¢n, Berl¨ªn. Traducci¨®n de Ricardo San Vicente.
Maxim ?sipov es escritor y m¨¦dico ruso. Su ¨²ltimo libro publicado es Piedra, papel, tijera (Libros del Asteroide, 2022).
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