Arte de irse o quedarse
Admiro a los que saben irse de verdad y con todas las de la ley y a los que se quedan tranquilamente en un solo lugar
He querido ¨¢vidamente marcharme muy lejos y cuando lo he hecho me he encontrado perdido. He regresado y he decidido quedarme y al poco tiempo me he sentido atrapado, estancado, con la imaginaci¨®n aletargada por el sedentarismo. Por eso admiro a los que saben irse de verdad y con todas las de la ley y tambi¨¦n a los que se quedan tranquilamente en un solo lugar, el de su origen o el de su elecci¨®n, y obtienen de ¨¦l todo lo que necesitan y lo que desean. Admiro a Walt Whitman, que no se quedaba quieto nunca, y a su casi exacta contempor¨¢nea Emily Dickinson, que apenas se movi¨® de su casa, y que para mayor retiro lleg¨® a restringir sus movimientos a su cuarto y a su jard¨ªn. Admiro m¨¢s a Giorgio Morandi porque, con breves excepciones, pas¨® su vida entera en Bolonia, y no se mud¨® nunca de la casa en la que hab¨ªa nacido, y en la que una peque?a habitaci¨®n interior le bastaba como estudio. Y alguna vez, mirando un cuadro de Morandi, o leyendo uno de mis poemas favoritos de Dickinson, he sentido el remordimiento de haberme tal vez equivocado de vida, no por haber llevado una m¨¢s viajera, sino por no haber sabido instalarme en un camino o en otro, en el desarraigo o en el anclaje, por no haber sabido ser ni un viajero aventurado ni un habitante asiduo de un solo lugar, de un solo mundo. Joyce, ahora que lo pienso, fue n¨®mada y sedentario a la vez, porque se pas¨® la vida dando tumbos, de ciudad en ciudad y dentro de cada una de ellas de domicilio en domicilio, pero imaginativamente no sali¨® nunca de Dubl¨ªn, aunque en el curso de la escritura de Ulises los personajes y los lugares de su ciudad natal se le fueran contaminando de la atm¨®sfera de la otra ciudad en la que pas¨® la mayor parte de ese tiempo, Trieste. Lo cuenta John McCourt en un libro admirable, The Years of Bloom, que ha publicado en espa?ol Turner (James Joyce en Trieste,1904-1920), traducido por Juan Jos¨¦ Utrilla. Estuviera donde estuviera, James Joyce no sali¨® nunca de Dubl¨ªn, igual que Faulkner segu¨ªa habitando su rinc¨®n de Oxford, Misisipi, para¨ªso y c¨¢rcel a la vez, en las largas temporadas que pasaba por obligaci¨®n en Hollywood, trabajando en guiones de pel¨ªculas en las que nunca tuvo el menor inter¨¦s.
Se ve que hay un arte de saber irse o de estar siempre y¨¦ndose y otro de quedarse o de no perder nunca el centro de gravedad de la propia vida, del trabajo, de la imaginaci¨®n de uno. Lo pienso una vez m¨¢s visitando dos exposiciones contiguas de dos fot¨®grafos que me gustan por igual, pero que no pueden ser m¨¢s distintos entre s¨ª, Paolo Gasparini y Carlos P¨¦rez Siquier. Paolo Gasparini naci¨® en Gorizia, en el norte extremo de Italia, y desde que emigr¨® a Venezuela en su primera juventud no ha parado de viajar por el mundo, llevando siempre su c¨¢mara y su mirada de cronista y de visionario de las posibilidades est¨¦ticas de la fotograf¨ªa. Carlos P¨¦rez Siquier naci¨® en Almer¨ªa, que tambi¨¦n tiene o ten¨ªa algo de periferia extrema, y durante los 90 a?os de su vida, pasados sobre todo en su ciudad natal, no parece que su mirada tan perspicaz se fijara de verdad en nada que estuviese fuera de ese territorio. Gasparini ha retratado multitudes humanas, calamidades, acontecimientos revolucionarios, ciudades colosales y hormigueantes de vitalidad y de pobreza, ciudades erigidas o desbaratadas por la extrema modernidad de mediados del siglo XX. Gasparini fotografi¨® el arranque ca¨®tico de la prosperidad del petr¨®leo en Venezuela, los primeros fervores colectivos de la revoluci¨®n cubana, la confusi¨®n y la belleza de la vida callejera , los escaparates y los carteles publicitarios gigantes en Ciudad de M¨¦xico, el esplendor congelado y la inmensidad inhumana de las perspectivas de Brasilia. P¨¦rez Siquier se concentr¨® durante bastantes a?os en un solo barrio de Almer¨ªa, la Chanca, primero usando el blanco y negro y luego el color, y despu¨¦s, cuando lleg¨® el turismo, desplaz¨® su inter¨¦s hacia una playa de su misma ciudad, en grados cada vez mayores de concentraci¨®n y cercan¨ªa: de las casas que hab¨ªa fotografiado a distancia y en blanco y negro le interes¨® m¨¢s tarde en exclusiva la superficie de sus muros, el modo en que los desconchones, las humedades, el paso del tiempo creaban texturas como de cuadros abstractos, juegos visuales que necesitaban la a?adidura del color para revelar toda su plena vehemencia.
Carlos P¨¦rez Siquier transform¨® su aislamiento en originalidad, e hizo fotos de una audacia inaudita, como esos organismos que alcanzan su esplendor extrayendo los nutrientes m¨¢s valiosos de un entorno casi est¨¦ril
Gasparini alimentaba su talento con la variedad del mundo y la amplitud de los horizontes, con la acumulaci¨®n de las cosas y de las presencias humanas. El de P¨¦rez Siquier le conduc¨ªa a un laconismo visual cada vez mayor, a una desnudez que ¨¦l asociaba con los paisajes ¨¢speros de Almer¨ªa, el cielo y el mar y el desierto del Cabo de Gata, los vol¨²menes elementales de la arquitectura popular. Gasparini vivi¨® la ¨¦poca de m¨¢ximo cosmopolitismo y riqueza cultural de Venezuela, el apogeo de la literatura y las artes en Am¨¦rica Latina de los a?os sesenta. P¨¦rez Siquier se educ¨® en el aislamiento espa?ol de los cincuenta, y en una capital de provincia que estaba lejos de todo, incluso del resto de Andaluc¨ªa. Pr¨¢cticamente solo, rodeado de indiferencia, con informaciones muy limitadas sobre la actualidad de la fotograf¨ªa, transform¨® su aislamiento en originalidad, e hizo fotos de una audacia inaudita, como esos organismos que alcanzan su esplendor extrayendo los nutrientes m¨¢s valiosos de un entorno casi est¨¦ril.
Pero el camino del sedentario y el del ambulante acaban cruz¨¢ndose, y no solo porque sus obras coinciden en plantas sucesivas de la misma galer¨ªa, en la lujuriante primavera fotogr¨¢fica de Madrid. P¨¦rez Siquier, sin propon¨¦rselo, hace una cr¨®nica del cambio de los tiempos y de las transformaciones sociales, desde el blanco y negro de la pobreza de la Chanca a los coloridos sint¨¦ticos de los ba?adores de los turistas en los a?os setenta, desde las facciones austeras de los pobres a las carnes rollizas untadas en cremas de los que se tuestan al sol en la indolencia de las vacaciones pagadas. Y Gasparini, en esas series fotogr¨¢ficas en las que parece que hay una ambici¨®n de muralismo, est¨¢ tan atento como P¨¦rez Siquier a la textura de las cosas, a la poes¨ªa de lo banal y lo concreto, a la dignidad sagrada de los excluidos. Irse o quedarse puede que sea secundario. Lo ¨²nico que importa es haberse fijado de verdad.
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