?Te¨®ricos del mundo, un¨ªos!
El pensamiento de Guattari impregna una muestra sobre el concepto posindustrial de m¨¢quina en el Reina Sof¨ªa, con muy buenos artistas pero lastrada por su inaccesibilidad discursiva
Hace a?os, un psicoanalista lacaniano dej¨® las cosas muy claras a mi juvenil vehemencia te¨®rica, ansiosa por leer (y entender) a Jacques Lacan: emprender el camino en la lectura de los textos lacanianos era la labor de una vida. No val¨ªa el apoyo de esos readers norteamericanos en los cuales alguien selecciona para el lector extractos de libros, los que han conformado el barniz te¨®rico que desde hace d¨¦cadas necesita toda cultura visual que se precie. Adem¨¢s, sigui¨® reflexionando, para entender a Lacan no bastaba con leer los escritos y los seminarios. Era imprescindible pasar por el div¨¢n.
Debi¨® o¨ªr una historia semejante el joven F¨¦lix Guattari, presencia fantasmal que regresa desde su indiscutible glamur en los ochenta del siglo XX, quien se acaba de convertir en protagonista de la exposici¨®n Maquinaciones en el Museo Reina Sof¨ªa, un proyecto de colaboraci¨®n entre casi 20 personas que han pasado los cinco ¨²ltimos a?os trabajando para poner en pie la propuesta. Aunque la suerte de Guattari en el campo lacaniano fue compartida por muy pocos: no solo asisti¨® a los m¨ªticos seminarios del doctor Lacan, sino que tuvo el honor de ser uno de los poqu¨ªsimos psico?ana?li?za?dos por ¨¦l en un div¨¢n nada barato, por cierto. Incluso se dir¨ªa que, pese a los fundamentalistas que han tratado de escribir una historia customizada ¡ªde ambos lados, lacanianos y activistas¡ª, las diferencias entre Lacan y Guattari no fueron tantas.
Queda patente en los diagramas del segundo que abren Maquinaciones, una t¨¦cnica que aprende de Lacan, y hasta en el concepto de ¡°m¨¢quina¡± de Guattari y su c¨®mplice de p¨¢gina Deleuze, entendida como ente liberador que subvierte a la m¨¢quina productiva del capitalismo y ya enunciada en las m¨¢quinas deseantes de Lacan. El equipo de cinco comisarios ha organizado la muestra a partir de este concepto, rele¨ªdo desahogadamente, para configurar tres ejes: M¨¢quinas de guerra, M¨¢quinas esquizo ¡ªreferencia al m¨¦todo para tratar las cuestiones mentales fuera del marco al uso y pr¨®xima al concepto lacaniano de ¡°locura¡± como discurso alternativo, y no ¡°patolog¨ªa¡±¡ª y M¨¢quinas del cine y los cuidados.
De cualquier manera, el protagonista de Maquinaciones, Guattari, lo ten¨ªa todo para ganar la batalla a Lacan en la conformaci¨®n del discurso te¨®rico que ha dominado el mundo desde Estados Unidos a partir de los ochenta. Hijo del 68, Guattari se hab¨ªa formado en Par¨ªs 8, la escisi¨®n de la Sorbona capitaneada por H¨¦l¨¨ne Cixous. Ten¨ªa fama de activista y estaba imbuido por lo alternativo, que llevaba a las terapias de la Clinique de la Borde. Para algunos ten¨ªa un toque californiano y lis¨¦rgico. Igual que Guy Debord a?os despu¨¦s, Guattari era, con sus desplantes al sistema, el elemento perfecto para dar una vuelta de tuerca a esa ¡°cr¨ªtica institucional¡± que, desde el mundo norteamericano, se convert¨ªa en un mantra global. Con sus identidades n¨®madas, muy populares en los ochenta, se infiltraba en los readers, campo de batalla para la french theory, como se la empez¨® a llamar en las universidades estadounidenses en los setenta.
La french theory, con los cambios esperables, ha ido construyendo unos textos escritos en ingl¨¦s que parecen haber sido escritos en franc¨¦s y textos en espa?ol traducidos de los francoingleses; farragosos, autorreferenciales ¡ªla teor¨ªa por la teor¨ªa¡ª y excluyentes por la dificultad de su lectura. Desde EE UU, la french theory se ha ido implantando por todas partes en una maniobra neocolonial acallada, que en los proyectos curatoriales a menudo se lava la cara recurriendo a artistas cuanto menos conocidos, mejor, o a pa¨ªses fuera del ¡°circuito establecido¡±, por lo que valga ya la categorizaci¨®n.
Este modelo internacionalista rige Maquinaciones, con un discurso te¨®rico tras el cual desde hace d¨¦cadas nos hemos parapetado profesores, conservadores y directores de museos, comisarios o expertos en visualidades de todo tipo y para todo uso, en aras de la citada ¡°cr¨ªtica institucional¡±. El concepto, que sobrevuela esta igual que otras exposiciones del Museo Reina Sof¨ªa, se relaciona con una puesta en cuesti¨®n de las instituciones culturales y la b¨²squeda de modelos alternativos ¡ªtema ligado a Guattari¡ª, si bien, sumergido en su propia inaccesibilidad te¨®rica, termina por ser un lavado de cara para el propio sistema que permite la disidencia en lugares prefijados y solipsistas: el aula, el museo, la sala de exposici¨®n¡ De eso sabe mucho el feminismo, desactivado cuando se convierte en ¡°estudios de g¨¦nero¡±.
Si bien es loable que instituciones como el Reina Sof¨ªa se hayan esforzado estos ¨²ltimos a?os en que ¡°dentro¡± llegue ¡°fuera¡± y ¡°fuera¡± llegue ¡°dentro¡± con proyectos como el Museo Situado, mientras haya control de mochilas y humedad, la frontera sigue estando clara, dir¨ªa la escritora marroqu¨ª Fatema Mernissi. Lo anunci¨® Lucy Lippard en los setenta y lo puso en pr¨¢ctica Griselda Pollock cuando se propuso escribir un libro feminista que entendieran su hermana, su prima y la vecina de al lado. ?No pierde todo discurso su eficacia pol¨ªtica si se teoriza en exceso?
Lo denso y farragoso de la muestra trae a la memoria otra exposici¨®n de tesis en este museo, ¡®Principio Potos¨ª'
Podr¨ªa ser el principal problema de este proyecto: la densidad te¨®rica vac¨ªa el contenido y construye discursos paralelos y parad¨®jicos ¡ªlo que se dice, lo que se ve, lo que nos dicen que tenemos que ver, lo que necesitamos que nos digan para verlo¡ª. Ocurre durante el itinerario, pese a las explicaciones ajustadas de uno de los comisarios, Pablo Allepuz, joven y brillante investigador que se ha incorporado al equipo el ¨²ltimo a?o. Si, como dijo otra de las comisarias, Teresa Vel¨¢zquez, hay formas alternativas de visitar la muestra, m¨¢s sensoriales, m¨¢s libres, m¨¢s n¨®madas ¡ªdir¨ªa Derrida¡ª, y la propuesta te¨®rica de los tres ejes no se corresponde con el recorrido, ?para qu¨¦ un empe?o de enunciaci¨®n tan cerrado?
Lo denso y farragoso de la muestra trae a la memoria otra exposici¨®n de tesis en el museo, Principio Potos¨ª. Tampoco en Maquinaciones fallan los artistas, much¨ªsimos magn¨ªficos, como Cian Dayrit o Rayyane Tabet, aunque el concepto ¡°mediterr¨¢neo¡±, tan de moda, se haya entendido de forma laxa. Algunos son, adem¨¢s, viejos conocidos de la ¨²ltima Documenta o hasta del IVAM, como Tabet. En una sala escondida tras unas cortinas gastadas, nos damos de bruces con la sutileza de Isma?l Bahri y su cine transparente, radical. Sentados en la sala solos, lejos de los textos, vuelve a la memoria John Giorno, poeta underground y amigo de Warhol, y su tel¨¦fono gratuito. La recompensa no pod¨ªa ser m¨¢s molesta para el sistema en su fr¨¢gil precariedad: del otro lado, apenas la lectura de una poes¨ªa. A esto s¨ª lo llamar¨ªa ¡°cuidados¡±, la ¨²ltima adquisici¨®n ret¨®rica.
En la obra de Bahri, una frase queda detenida, casi premonici¨®n: ¡°El pueblo est¨¢ agotado¡±. Tal vez lo est¨¦ ante tanta french theory y necesite aires nuevos. A lo mejor, como acaba de hacer el MoMA, urge en el Reina Sof¨ªa un tel¨¦fono desde el cual nos vuelvan a leer un simple poema, como hiciera Giorno en 1968. No estar¨ªa mal.
¡®Maquinaciones¡¯. Museo Reina Sof¨ªa. Madrid. Hasta el 28 de agosto.
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