¡®Los puentes de Madison¡¯: instrucciones para bajarse de una camioneta
Cuando se estren¨® la pel¨ªcula, en 1995, no pude entender a Francesca (Meryl Streep) y pregunt¨¦ indignada por qu¨¦ demonios no se apeaba para irse con Robert (Clint Eastwood). Durante el mes de agosto, la escritora Laura Ferrero plantear¨¢ desenlaces alternativos a grandes iconos del cine moderno
Es un mecanismo sencillo. Siempre lo ha sido. No importa que aqu¨ª estemos en 1965 porque para bajarse de un coche, o de una camioneta, como es el caso, basta con girar la manilla. No es suficiente con desearlo, tampoco con agarrarse con fuerza a ella a ver si por arte de magia se acciona el milagro. Esa mano que vemos en primer plano, agarrada a la posibilidad de bajarse, pertenece a Francesca (Meryl Streep), que va girando la manilla un poco m¨¢s ¡ªest¨¢s cerca, Francesca¡ª a pesar de la lluvia, a pesar de que su marido, con quien tiene dos hijos y una vida hecha en una peque?a granja de Iowa, conduzca ajeno a lo que le ocurre. Francesca desea bajar porque delante de su camioneta, esperando a que el sem¨¢foro se ponga en verde, un hombre, Robert (Clint Eastwood), fot¨®grafo, conduce un veh¨ªculo que no quiere avanzar a pesar de que el sem¨¢foro est¨¦ ya en verde. Francesca ha conocido a ese hombre durante cuatro d¨ªas y se dice que quiz¨¢s cuatro d¨ªas basten ¡ªpero para qu¨¦, adem¨¢s, ?es bastar la palabra?¡ª. Desde el interior de su coche, Robert intuye la dificultad que entra?a abrir una puerta y quiz¨¢s por eso, despu¨¦s de unos segundos que se hacen eternos, su camioneta dobla hacia la izquierda y desaparece bajo la lluvia porque en las pel¨ªculas siempre llueve cuando ocurre, o est¨¢ a punto de ocurrir, lo inexorable.
Es la escena final de Los puentes de Madison, quiz¨¢s una de las m¨¢s m¨ªticas escenas del cine. En 1995, cuando se estren¨®, no pude entender a Francesca e indignada pregunt¨¦ que por qu¨¦ demonios no se bajaba, a lo que un coro de adultos respondi¨® con esa sentencia que zanjaba cualquier posibilidad de di¨¢logo: ¡°Porque si no, no habr¨ªa pel¨ªcula¡±. Alguien como yo, educada en los noventa bajo el lema de que puedes tenerlo todo ¡ªaun a riesgo de terminar sin nada¡ª no entendi¨® que en 1965, un ama de casa de Iowa no puede, o no sabe, o no quiere o no logra bajarse del coche porque, adem¨¢s de ese amor lleno de certezas que ha llegado cuando no esperaba ya nada, conoce eso otro que se llama renuncia.
Hubiera agradecido que Clint Eastwood, director de la pel¨ªcula, hubiera imitado a la escritora Lionel Shriver, que en un libro llamado El mundo despu¨¦s del cumplea?os, planteaba una encrucijada parecida a la que se encuentra Francesca, y a partir de la disyuntiva alternaba dos relatos, el del s¨ª y el del no. De manera que Francesca se baja y se queda simult¨¢neamente en la camioneta, como en el universo cu¨¢ntico, y explora la vida en esas dos direcciones, para ver cu¨¢l es, en definitiva, la mejor opci¨®n. El de Shriver es un experimento literario muy interesante, aunque fallido al mismo tiempo. Fallido no en cuanto a la ejecuci¨®n sino en cuanto a nuestras expectativas con respecto a la noci¨®n de final. Disponer o no de un final feliz depende de d¨®nde decidas detener la historia, contaba Orson Wells, y el libro de Shriver pivota en torno a esa noci¨®n fantasiosa del y si, de los finales alternativos ¡ª?conducen todos al mismo lugar?¡ª, pero tambi¨¦n ahonda en el misterio planteado por Roland Barthes, el de que si es mejor durar o arder. Misterio, que yo sepa, que sigue sin haberse resuelto fuera de la pantalla.
En un momento de la pel¨ªcula, que me pas¨® inadvertido en esa adolescencia m¨ªa del puedes tenerlo todo, Robert le cuenta a Francesca que una vez, en un encargo fotogr¨¢fico, viajaba en un tren y al llegar a la estaci¨®n de la ciudad de Bari le pareci¨® tan hermosa que decidi¨® quedarse unos d¨ªas. Francesca, como si no pudiera creer que con eso bastara ¡ªaqu¨ª s¨ª es la palabra¡ª, sorprendida, le pregunta: ¡°?Te bajaste del tren solo porque te pareci¨® bonito?¡±.
Francesca y Robert no se dicen adi¨®s, si se despidieran significar¨ªa que algo ha terminado. Lo que no termina, de alg¨²n modo perdura
Francesca y Robert no se dicen adi¨®s, si se despidieran significar¨ªa que algo ha terminado. Lo que no termina, de alg¨²n modo perdura y, por eso, algunos amores son eso mismo, ese agarradero irreal para pensar que otra vida hubiera sido posible, pero que ya nunca lo sabremos. Es posible, e incluso m¨¢s f¨¢cil, vivir con la manilla agarrada a una puerta que nunca terminamos de abrir.
Los puentes de Madison est¨¢ basada en el libro hom¨®nimo de Robert James Waller. Ante el ¨¦xito de la novela ¡ªque vendi¨® 12 millones de libros¡ª lleg¨® la secuela, Los caminos del recuerdo: Regreso a ¡®Los puentes de Madison¡¯, que contaba c¨®mo 16 a?os despu¨¦s, en 1981, Robert regresaba al condado de Madison para reencontrarse con Francesca. Sin haberlo le¨ªdo, intuyo que tampoco ah¨ª sabremos si basta o no con cuatro d¨ªas porque en el cine, que no en la vida, siempre es mejor arder que durar. Y determinados finales como ese no poder, no saber o no lograr bajarse de una camioneta, m¨¢s que contar la no-historia de una pareja nos cuentan la nuestra, la de todas esas veces que tampoco nosotros supimos girar la manilla. Por eso, cada vez que llegamos al final, le rogamos a Francesca que esta vez s¨ª, que por favor se baje del coche.
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