Escepticismo contra la digitalizaci¨®n del mundo
El utopismo tecnoliberal ha ganado la batalla de las ideas y los tecn¨®cratas actuales, due?os de los algoritmos, son la versi¨®n moderna de los antiguos sofistas. Frente a ellos, el escepticismo, si de algo puede sernos ¨²til, es como custodio y promotor de la libertad humana
El charlat¨¢n es aquel que se conforma con las palabras. Quien dice palabras, dice signos. El charlat¨¢n cree que no hay nada fuera del texto, que todo es informaci¨®n. Vivimos tiempos charlatanes. Y todos los escritores somos, en cierto sentido, charlatanes. El texto dominante hoy ya no es ideol¨®gico, sino tecnoliberal. Un texto rentable pero superficial y un tanto ingenuo. El infantilismo se ha apoderado de las inteligencias. Mientras, los ingenieros edifican la nueva Babel. Nuestra ¨¦poca ofrece una imagen invertida del mito. Vamos hacia una ¨²nica lengua, la del algoritmo.
Hay ignorantes por falta de instrucci¨®n e ignorantes por instrucci¨®n excesiva. Los segundos son m¨¢s peligrosos que los primeros. Nietzsche los llamaba ¡°le¨ªdos hasta la ruina¡±. El peso de la instrucci¨®n les impide pensar. El experto ha cavado un pozo tan profundo que ha perdido de vista el horizonte. Frente al veneno del especialista hay un contraveneno, el escepticismo, origen y fundamento de la filosof¨ªa.
Pit¨¢goras fue el primero en llamarse fil¨®sofo. Se defin¨ªa frente al sabio y frente al sofista. El fil¨®sofo no es sabio (sophos), sino alguien que aspira a la sabidur¨ªa. El fil¨®sofo es aquel que sabe que no sabe, que prefiere ser amante de una verdad inalcanzable, de ah¨ª su condici¨®n caminera. El fil¨®sofo tampoco es como el sofista, que cree que todo puede reducirse a signos y s¨ªmbolos. Eso es precisamente lo que quieren hacernos creer hoy los administradores digitales de mundo. Los tecn¨®cratas actuales, due?os de los algoritmos, son la versi¨®n moderna de los antiguos sofistas. Y comparten, como aquellos, su af¨¢n de lucro.
?Qu¨¦ dir¨ªan los esc¨¦pticos de la digitalizaci¨®n del mundo? La palabra griega ¡°esc¨¦ptico¡± significa mirar cuidadosamente, examinar atentamente las cosas. Su marca es la cautela, la moderaci¨®n ante entusiasmos y promesas. El tecnoliberalismo es pr¨®digo en promesas: optimizaci¨®n de la productividad, ping¨¹es beneficios, resoluci¨®n automatizada de todo tipo de situaciones. Sus promesas carecen de l¨ªmite, como muestra Lionel Trilling en La imaginaci¨®n liberal. Sospecho que ver¨ªan en los tecn¨®cratas una amenaza para el pensamiento. Vencen, por aplastamiento informativo, en todos los debates, vencen incluso al ajedrez. Dirimen qu¨¦ es verdadero y qu¨¦ no lo es. Y reinvierten sus beneficios en poder conminatorio y propaganda. Cuando el lenguaje pesa como una losa (ChatGPT), entonces ya no es posible el pensamiento. Pues pensar es, precisamente, poner en suspenso el lenguaje, desafiarlo, poner al descubierto la nader¨ªa del signo. Esa suspensi¨®n del juicio que trae el escepticismo, esa suspensi¨®n del lenguaje, dar¨¢ lugar, inevitablemente, a un nuevo lenguaje. Eso hacen los poetas genuinos y los cient¨ªficos innovadores: hacen avanzar los lenguajes, renuevan la magia de lo simb¨®lico, abren nuevos horizontes, alentando nuestra condici¨®n caminera.
Narraci¨®n e informaci¨®n son fuerzas contrapuestas. El esp¨ªritu de la narraci¨®n est¨¢ siendo anegado por la marea de los datos. Byung-Chul Han denuncia la falta de sentido que campea por las sociedades de la informaci¨®n. Hace falta un nuevo relato que logre congregarnos de nuevo junto al fuego. Philippe Squarzoni ofrece un ensayo gr¨¢fico sobre los gigantes tecnol¨®gicos y su impacto en el clima y nuestras vidas. En Tecgnosis, un cl¨¢sico de la cibercultura, Erik Davis dibuja el paisaje del tecnomisticismo, donde la c¨¢bala, la alquimia o el LSD, alternan con el ciberpunk, el poshumanismo y la carrera cibern¨¦tica, desvelando algunos de los impulsos ocultos que alimentan los sue?os (pesadillas) de nuestro tiempo.
Todos ellos dejan muy claro que la humanidad es capaz de prescindir de s¨ª misma. Esa es nuestra grandeza y nuestra miseria. La cuesti¨®n es si dicha renuncia conduce a una mayor libertad o a una mayor servidumbre. A este dilema se a?ade otro: el estatuto de lo verdadero. Eric Sadin lleva a?os asociando la aletheia algor¨ªtmica con el antihumanismo radical. No se trata tan s¨®lo de que el libre ejercicio del juicio se sustituya por protocolos automatizados, que tomar¨¢n por nosotros las decisiones en las encrucijadas de la vida, sino de que la ¡°verdad¡±, que es la b¨²squeda siempre diferida del organismo vivo, es ahora dictada por un dispositivo autom¨¢tico. Y ello es posible gracias al fetiche de nuestro tiempo, que es creer que la informaci¨®n es conocimiento. El viejo culto a los dioses se sustituye por el culto al dato. El dato (algo que hemos fabricado) adquiere la condici¨®n de un dios externo y trascendente. Un dios con un poder conminatorio que sobrepasa la severidad del m¨¢s iracundo de los dioses.
?Qu¨¦ quiere decir que el dato es algo fabricado? El dato presupone un instrumento de medida. El instrumento, una teor¨ªa cient¨ªfica. La teor¨ªa, el ejercicio de la imaginaci¨®n humana. Y, si es innovadora, una imaginaci¨®n capaz de poner en suspenso los idiomas previos de la ciencia. El dato es algo que hemos hecho, que hemos cocinado, y lo tratamos como si existiera ah¨ª fuera, indiscutible, como pura realidad objetiva. ¡°Yo no especulo, yo traigo datos¡±, dice ufano el pol¨ªtico. El dato es un h¨ªbrido naturaleza-cultura y lo tratamos como si fuera s¨®lo naturaleza. As¨ª es como lo digital se erige como ¨®rgano habilitado para enunciar la verdad y dar cuenta de lo real.
La libertad ha pasado a ser una molestia. La fantas¨ªa tecnocient¨ªfica aspira a la interpretaci¨®n robotizada de la experiencia. Los seres humanos podemos contener la respiraci¨®n, suspirar, sentir el p¨¢lpito del anhelo, todo ello ser¨¢ ahora interpretado mediante axiomas reductores. No deja de ser curioso que el t¨¦rmino ¡°inteligencia artificial¡± se acu?ara en la misma ¨¦poca (en torno a 1955), en la que Huxley, Michaux y Gordon Wasson iniciaban sus experiencias psicod¨¦licas, buscado, frente a la inteligencia artificial, una inteligencia vegetal que puede hacernos entender qui¨¦nes somos.
El utopismo tecnoliberal ha ganado la batalla de las ideas. Tiene su l¨®gica, quien trabaja con ecuaciones ve ecuaciones por todos lados. Inventa dispositivos para despejar la inc¨®gnita. Pero siempre habr¨¢ quienes no quieran renunciar a la duda o al misterio, quienes descrean que la experiencia es un sudoku o algo que haya que ¡°resolver¡±. Ni privarnos de utilizar nuestra energ¨ªa (y nuestras dudas) de un modo creativo (Weil). Ahora bien, los que reh¨²sen regular su vida mediante protocolos automatizados pasar¨¢n a la zona de exclusi¨®n. ¡°La IA erradicar¨¢ la raza humana¡±, dice Hawking, hace casi una d¨¦cada. El programador trabaja duro para empobrecer el lenguaje. Alinea secuencias de c¨®digos con vistas a ejecutar, de modo autom¨¢tico, la soluci¨®n final. Un reduccionismo miserable y peligroso (Orwell).
Queda, eso s¨ª, la cuesti¨®n del eros. ?Puede la inteligencia ser inteligencia sin amor? ?Tiene sentido para la vida una inteligencia que ha perdido el factor er¨®tico que une a las cosas? El silicio carece de ese magnetismo (o lo tiene ralentizado y torpe, si hemos de creer a los alquimistas). Es una inteligencia monocorde, ¨²til para un ¨²nico fin, la voluntad de poder. La t¨¦cnica no es neutral. Pretende eliminar competidores y potenciar la productividad. No puede entenderse sin el af¨¢n de lucro. Tras la fr¨ªa m¨¢quina arden pasiones muy humanas, demasiado humanas. Y su alto coste favorece las estructuras asim¨¦tricas de poder.
Cuando al esc¨¦ptico se le reprocha que se instala en la paradoja (¡°s¨®lo s¨¦ que no se nada¡±), responde que esa es la condici¨®n esencial del cuerpo vivo y deseante. El escepticismo total es tan imposible como el dogmatismo completo. Queda entonces el relacionismo. Santayana lo dej¨® claro: no es posible sustraerse a la fe animal. Somos cuerpos vivos. Se nos impone el deseo y la supervivencia. Todo conocimiento ¡°es una fe con interposici¨®n de s¨ªmbolos¡±, todos ellos falsos, todos ellos provisionales. De hecho, en sentido estricto, no es posible oponer al escepticismo el dogmatismo. Ambos se mueven dentro de un mismo ¨¢mbito, el de la vida. El dogmatismo permite el avance de las ciencias. El escepticismo, si de algo puede sernos ¨²til, es como custodio y promotor de la libertad humana. Pero no nos confundamos. El escepticismo no es una doctrina, tampoco una teor¨ªa del mundo. Es una actitud, una cultura mental, que evita dejarse atar por el lazo de las palabras, que es insurgente a la imposici¨®n de los signos. Podr¨ªa decirse que, m¨¢s que un modelo de mundo, es un instinto. La sospecha de que, al fin y a la postre, la actitud esc¨¦ptica est¨¢ m¨¢s cerca del fondo de lo real que cualquier sistema simb¨®lico.
Los esc¨¦pticos antiguos acumularon argumentos para mostrar que lo m¨¢s juicioso y razonable era la suspensi¨®n del juicio. El trilema de Agripa o el principio de incompletitud de G?del desconf¨ªan de la posibilidad de justificar cualquier tipo de proposici¨®n, incluso en ciencias formales como las matem¨¢ticas o la l¨®gica. Pero mientras el escepticismo antiguo fue una actitud, el moderno exige posicionarse. Una muestra excelente y no tan reciente es Montaigne y, en filosof¨ªa de la ciencia, los disc¨ªpulos d¨ªscolos de Popper (Feyerabend, Skolimowski). Niels Bohr y Bruno Latour podr¨ªan a?adirse a la lista. El conocimiento cient¨ªfico no s¨®lo ha de ser replicable, sino falsable. S¨®lo se puede conocer lo falso. Eso es lo que define a la Ciencia (no el m¨¦todo, que hay tantos como ciencias e ingenios). Todo lo que conocemos es provisional, a la espera de que otro conocimiento lo desplace. Si hubiese un conocimiento seguro, no habr¨ªa cambios en el conocimiento, y el saber no podr¨ªa avanzar. Y vemos que a veces avanza en direcciones siniestras.
Las ciencias han de ser provisionalmente dogm¨¢ticas, no hay otro modo de trabajar. Hay fundamentos que no se pueden replantear. Hacerlo supone desatar una revoluci¨®n cient¨ªfica, como explic¨® Thomas Kuhn, y la ciencia no puede vivir permanentemente revolucionada. Hay dogmas que pueden durar 300 a?os, como ha ocurrido con el espacio-tiempo newtoniano. ?C¨®mo se podr¨ªa medir si el espacio y el tiempo no se est¨¢n quietos? Frente a ese dogmatismo, que exige postulados, axiomas, fundamentos, el esc¨¦ptico ofrece la magia del relacionismo. Esto es como aquello, un principio muy budista.
Pero el escepticismo no exige abandonar la filosof¨ªa o dejar de entretenerse con ella. De hecho, hay que hacerlo, pero siempre con esa distancia ir¨®nica que ense?¨® S¨®crates, con esa disposici¨®n a cuestionar las propias opiniones o re¨ªrse de ellas. Hay que acabar con la seriedad con la que tomamos las respuestas de ChatGPT o cualquier otro chatbot, cuyos automatismos (basados en el deep learning) no dejan de ser software programado. Esto no implica ning¨²n tipo de actitud irracional; de hecho, los fil¨®sofos ir¨®nicos suelen ser los m¨¢s razonables. Dudan de que pueda descubrirse la raz¨®n necesaria y suficiente de las cosas, la literalidad del mundo (frente al devaneo de la met¨¢fora), pero esa duda no les impide creer lo que consideren necesario. Lo que hace el esc¨¦ptico es limitar el alcance de la l¨®gica. A veces sugiriendo otro tipo de narraci¨®n, no silog¨ªstica. Otras descartando todas, incluso la suya propia.
?Qu¨¦ pretende el esc¨¦ptico? O bien probar que no es posible ning¨²n conocimiento cierto (que s¨®lo podemos conocer lo falso, como sosten¨ªan Popper y Nisargadatta), o bien que las pruebas son siempre insuficientes. Pero hay una tercera posibilidad y esa es la que m¨¢s nos interesa hoy, en esta era en que el pensamiento y las narraciones est¨¢n siendo aplastadas por la informaci¨®n. La limitaci¨®n de las veleidades del lenguaje y, en general, de toda l¨®gica simb¨®lica. Esa es la docta ignorantia de la que hablaba Nicol¨¢s de Cusa. Una actitud que se distancia de la confianza en lo racional-discursivo. Francisco S¨¢nchez, un gallego de origen hebreo, sospechaba que en todo silogismo hab¨ªa un c¨ªrculo vicioso. Eso nos dice en una obra que tiene nombre de canci¨®n: Que nada se sabe (1576). En el primer silogismo, las premisas est¨¢n sacadas de la conclusi¨®n. Hace falta del particular, S¨®crates, para formar los conceptos generales de hombre y mortalidad. El silogismo no sirve para fundar ninguna ciencia, sino para echarlas a perder. Las ciencias definen lo oscuro con lo m¨¢s oscuro y s¨®lo sirven para apartarnos de la contemplaci¨®n de lo real. S¨¢nchez, como N¨¡g¨¡rjuna o los pirr¨®nicos, inicia su obra afirmando que ni siquiera sabe si sabe nada. Sospecha de abstracciones y generalizaciones, a las que acusa de poco emp¨ªricas, anticipando el empirismo radical de William James. La demostraci¨®n l¨®gica es un sue?o de Arist¨®teles, tan sue?o como las utop¨ªas de Moro o Campanella.
En cualquier caso, las dudas del esc¨¦ptico seguir¨¢n siendo de gran valor para las ciencias. La certidumbre o es convencional y colectiva (un acuerdo com¨²n), o personal. En el primer caso es asumida por almas gregarias, absorbidas por la instituci¨®n que las alimenta. En el segundo, cuando es interna, nos ayuda a conducirnos por la vida, a resolver dificultades y tomar decisiones, y carece de sentido convertirla en algo externo. Como dec¨ªa Emerson, nadie convence a nadie de nada. Mucho menos, un chat.
Hacer disidencia. Una pol¨ªtica de nosotros mismos
Traducci¨®n de Mar¨ªa Pons Irazaz¨¢bal
Herder, 2023
248 p¨¢ginas. 22 euros
Tecgnosis. Mito, magia y misticismo en la era de la informaci¨®n
Traducci¨®n de Maximiliano Gonnet
Pr¨®logo de Eugene Thacker
Caja Negra, 2023
512 p¨¢ginas. 27,98 euros
La imaginaci¨®n liberal. Ensayos sobre literatura y sociedad
Pr¨®logo de Louis Menand
Traducci¨®n de Roberto Ramos
P¨¢gina Ind¨®mita, 2023
432 p¨¢ginas. 29,50 euros
La oscura huella digital
Traducci¨®n de Elena P¨¦rez San Miguel
Errata Naturae, 2023
272 p¨¢ginas. 22 euros
La crisis de la Narraci¨®n
Traducci¨®n de Alberto Ciria
Herder, 2023
112 p¨¢ginas. 12 euros
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