Una ¡®Theodora¡¯ reivindicativa: la gran apuesta de cl¨¢sica para el oto?o de 2024
El oratorio de Handel llega al Teatro Real en una moderna relectura de Katie Mitchell. Ser¨¢ la primera vez que se represente esc¨¦nicamente en Espa?a
Cuatro rasgos esenciales han identificado hist¨®ricamente al oratorio: su tem¨¢tica religiosa y edificante; su interpretaci¨®n no escenificada; la presencia frecuente de coros; el uso preferente de la lengua vern¨¢cula. Dado que, al igual que suced¨ªa en la ¨®pera, en el Barroco (que vio nacer simult¨¢neamente a uno y otra) sus argumentos avanzaban por medio de recitativos y arias, el oratorio se vio obligado a marcar su perfil propio de otro modo: nadie lo supo mejor que George Frideric Handel en su doble faceta de empresario y compositor. Cuando la aristocracia londinense se hasti¨® de la ¨®pera italiana y su negocio empez¨® a arrojar p¨¦rdidas, logr¨® reconquistarla con un g¨¦nero af¨ªn, pero diferente, modelado a partir de textos ingleses que cualquiera pod¨ªa comprender, lo que alent¨® a su vez a otros estratos sociales a acudir a los teatros a escuchar los nuevos oratorios. A punto de cumplir 65 a?os, la que hoy consideramos la edad simb¨®lica de jubilaci¨®n, el m¨²sico alumbr¨® la que es probablemente su obra m¨¢s personal y por la que sent¨ªa, al parecer, un apego muy especial: Theodora. Entonces, la historia virtuosa (Handel dixit) de esta m¨¢rtir visionaria cristiana en un Londres atemorizado por los terremotos no tuvo ning¨²n ¨¦xito; hoy, en cambio, llena y causa asombro en los teatros de todo el mundo.
la rentr¨¦e cultural de 2024
Ello es posible porque, desde hace al menos tres d¨¦cadas, est¨¢ cada vez m¨¢s en boga desvirtuar uno de los elementos idiosincr¨¢sicos del oratorio ¡ªsu naturaleza no teatral¡ª al presentarlo como si se tratara de una ¨®pera: con decorados, vestuario, iluminaci¨®n y movimiento esc¨¦nico. No faltan, por supuesto, quienes se rasgan las vestiduras ante lo que ven casi como un sacrilegio, pero ya estamos muy lejos de aquellas prohibiciones seculares de representar temas b¨ªblicos o religiosos en un teatro, cuya sombra lleg¨® incluso hasta la Salom¨¦ de Oscar Wilde a comienzos del siglo pasado. La pregunta m¨¢s bien ser¨ªa si Handel en concreto habr¨ªa compuesto sus oratorios de otro modo en el supuesto de que su destino natural hubieran sido las mismas bambalinas en que se representaban sus ¨®peras.
En su d¨ªa, la historia de esta m¨¢rtir visionaria no tuvo ning¨²n ¨¦xito. Hoy en cambio, llena y causa asombro en los teatros
A poco que se conozcan unos y otras, solo cabe una respuesta afirmativa, ya que la escena impone sus propias e inevitables tiran¨ªas. Pero ?impide eso acaso que se opere modernamente un trasvase que en su momento era irrealizable? A tenor de una jurisprudencia esc¨¦nica ya m¨¢s que notable, hay que rendirse a la evidencia y no cerrar la puerta a una pr¨¢ctica que nos ha regalado espect¨¢culos grandiosos: por circunscribirnos a Handel, el multipremiado Saul (farsa colorista al comienzo, negra tragedia al final) que estren¨® Barrie Kosky en el Festival de Glyndebourne en 2015; o, mucho antes, en 1996, y en este mismo festival brit¨¢nico, la ya hist¨®rica puesta en escena de Theodora firmada por Peter Sellars, que sirvi¨® para derribar muchos prejuicios y conquistar una legi¨®n de adeptos; o, entre ambas, la Jephtha que dirigi¨® en 2003 en Cardiff, en la Welsh National Opera, Katie Mitchell, la misma directora elegida por el Teatro Real para presentar por primera vez esc¨¦nicamente en Espa?a Theodora, un montaje estrenado originalmente en la Royal Opera House de Londres en 2022 (y fue justamente en el Theatre Royal, en el Covent Garden, donde Handel hab¨ªa dado a conocer originalmente su oratorio en 1750).
Que Theodora alberga una sustancia dram¨¢tica que reclama casi a gritos su tratamiento esc¨¦nico volvi¨® a quedar constatado en la propuesta de Christof Loy (una presencia felizmente habitual en el Teatro Real) para el Festival de Salzburgo en 2009, que cont¨® con la direcci¨®n musical de Ivor Bolton, que ser¨¢ quien dirija tambi¨¦n la producci¨®n de Mitchell en Madrid, donde se ver¨¢ del 11 al 23 de noviembre.
Los tres montajes abandonan la Antioqu¨ªa y el siglo IV originales para trasladar la acci¨®n a nuestros d¨ªas. Si Sellars ¡ªpol¨ªtico y espiritual a partes iguales¡ª hac¨ªa morir a Theodora y Didymus atados a sendas camillas tras recibir una inyecci¨®n letal, y a Loy le bastaban un pu?ado de sillas como toda escenograf¨ªa para edificar un drama casi existencialista, huis clos, Katie Mitchell, en l¨ªnea con una de las principales se?as de identidad de su trabajo, y aprovechando el enorme potencial tr¨¢gico de su hero¨ªna, se decanta por una lectura feminista: este mismo verano, en el Festival Aix-en-Provence, repuso su montaje de Pell¨¦as et M¨¦lisande adapt¨¢ndolo, seg¨²n confesi¨®n propia, al post-Me Too, reforzando la polaridad entre v¨ªctima femenina y abusadores masculinos. Su enfoque hunde sus ra¨ªces en la obra literaria (The Martyrdom of Theodora and Didymus, 1687) que inspir¨® a Thomas Morell, el libretista de Handel, escrita por el cient¨ªfico Robert Boyle, firme defensor de los derechos y la autonom¨ªa de las mujeres, y en cuyas ideas resuenan las reivindicaciones de Aphra Behn o, algo m¨¢s tarde, Mary Astell o Lady Mary Wortley Montagu, figuras pioneras del feminismo brit¨¢nico.
Mitchell decide trasladar la acci¨®n a una moderna embajada, con tres escenarios deslizantes que pueden verse sucesiva o simult¨¢neamente: una gran cocina (en la que sirven Theodora e Irene al tiempo que preparan bombas en secreto), un sal¨®n y, no por capricho, sino por exigencias del libreto, ya que la protagonista ha sido forzada ¡ªen lo que Mitchell ve un gesto inequ¨ªvocamente mis¨®gino¡ª a prostituirse en un burdel, una cama y un club de alterne dominados por el color rojo; imposible olvidar a Theodora cantando su aria With Darkness Deep, as is My Woe mientras dos prostitutas bailan y se contonean a su lado en sendas barras.
Cuando se representan, los oratorios dejan de ser ¡°¨®peras de la mente¡± o imaginadas diversamente por cada uno de nosotros una vez que el director de escena elimina toda ambig¨¹edad e impone su propio criterio. As¨ª, Katie Mitchell decide incluso trastocar el final y salvar a su hero¨ªna, que ella ve no solo como una persona de fuertes convicciones, sino tambi¨¦n, y sobre todo, de acci¨®n: basta ya de mujeres pasivas en manos de hombres crueles que manejan los hilos del poder. Desoye as¨ª, claro, al libreto original, pero no es este el lugar para desvelar los detalles del c¨®mo y el porqu¨¦. Mucho mejor verlos en el Teatro Real en noviembre y entrar as¨ª a formar parte del cada vez m¨¢s nutrido coro de admiradores entusiastas de Theodora, una obra cuasitestamentaria ¡ªSp?tstil en estado puro¡ª, lib¨¦rrima, reflexiva, honda, intimista, tr¨¢gica (que los coros finales de cada una de sus tres partes, que no actos, est¨¦n en Re menor, Fa menor y Sol menor es un hecho tan ins¨®lito como revelador) y, sobre todo, un oratorio con una irresistible alma teatral.
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