¡®El bar¨®n Wenckheim vuelve a casa¡¯, de L¨¢szl¨® Krasznahorkai: al borde de otra percepci¨®n de la belleza
La imaginaci¨®n apocal¨ªptica del autor h¨²ngaro, que recibe el Premio Formentor, posee una fuerza expresiva extraordinaria sin hacer concesi¨®n alguna al lector
De L¨¢szl¨® Krasznahorkai puede decirse que es un escritor apocal¨ªptico, no porque ¨¦l lo sea personalmente (eso no puedo saberlo) sino porque esta novela ¡ªy otras suyas¡ª est¨¢n construidas de un modo apocal¨ªptico. Es, sin duda, un escritor dif¨ªcil debido a las caracter¨ªsticas de su escritura: enigm¨¢tica, confusa, desprendida de todo prejuicio literario. Ni se siente atado por las convenciones explicativas m¨ªnimas para centrar al lector ni est¨¢ dispuesto a hacer concesiones: las cosas son como ¨¦l las cuenta y no tiene por qu¨¦ dar explicaciones de d¨®nde surge tal actitud o de la procedencia de cada escena: lo que hay es lo que lees, parece decir, y all¨¢ te las compongas; no tengo por qu¨¦ decirte qui¨¦n aparece por el texto y de d¨®nde viene, est¨¢n ah¨ª y punto. La escritura de Krasznahorkai es desesperantemente detallista, asentada en el humor de lo grotesco como modo de expresi¨®n.
Como en otras obras suyas hay un modelo de comienzo: a una comunidad ¡ªuna ciudad provinciana en este caso¡ª llega un cuerpo extra?o; un viejo bar¨®n que en su d¨ªa sali¨® de ella y de la familia de abolengo a la que pertenec¨ªa y que ahora, en su ancianidad, decide regresar en busca de su primer amor. Como sucede en estos casos, apenas se conoce la noticia comienza un revuelo de conjeturas, todas las cuales se resuelven en la idea de que el bar¨®n vuelve a su lugar de origen para donar su fortuna sobre sus conciudadanos. La plasmaci¨®n del acontecimiento adquiere un obsesivo sentido del humor impagable: un ejemplo ser¨ªa la recepci¨®n al bar¨®n en la estaci¨®n del tren (una especie de plano-secuencia de un imposible Berlanga austroh¨²ngaro) donde el alcalde y las fuerzas vivas declaman los discursos de recepci¨®n al ilustre visitante que vuelve de su largu¨ªsima estancia en Buenos Aires mientras un coro de se?oras entona el No llores por m¨ª, Argentina, ahogado por las palabras del alcalde y el tumulto de la multitud enardecida para la que se han organizado los fastos posteriores, como la carrera de cochecitos de beb¨¦s para madres j¨®venes.
A una comunidad llega un viejo bar¨®n que en su d¨ªa sali¨® de ella y que ahora, anciano, regresa en busca de su primer amor
Honestamente, hay que se?alar la dificultad de lectura. Son 500 p¨¢ginas a caja llena de texto, sin otro respiro que alg¨²n punto y aparte. La voz narradora salta sin aviso previo de un personaje a otro y las frases se retuercen como si buscaran morderse la cola. En fin, que el lector ha de trabajar. Su actitud me recuerda la imagen del ¡°poeta como vidente¡± con que defendi¨® su estilo Rimbaud cuando vino a decir, en defensa de sus poemas aparentemente incomprensibles: ¡°Yo no s¨¦ bien lo que he visto, pero lo he visto¡±. Krasznahorkai no responde a la figura del vidente, pero, embebido en su creaci¨®n, parece desentenderse del lector. Como ha dicho el gran cr¨ªtico James Wood: ¡°El mundo ficticio se tambalea al borde de una revelaci¨®n que nunca llega del todo¡±, e incluso imagina una escena que define a la perfecci¨®n el sentido de la escritura de Krasznahorkai: ¡°Sus abismos son insondables y est¨¢n lejos de ser l¨®gicos. Leerlo es un poco como ver a un grupo de personas de pie en c¨ªrculo aparentemente calent¨¢ndose las manos en torno a un fuego s¨®lo para descubrir al acercarse que no hay fuego y est¨¢n reunidos alrededor de nada en absoluto¡±. Aqu¨ª est¨¢, en diversa medida, la atm¨®sfera de Kafka, Musil, el Hrabal surrealista, Beckett o los posmodernos americanos, que el autor desgrana del mismo modo que las relaciones fragmentarias y los mensajes indescifrables.
Tras esta introducci¨®n, poco cabe a?adir. En la novela asistiremos a la aproximaci¨®n del bar¨®n a su ciudad en tren, se descubrir¨¢ el enga?o y se constatar¨¢ que no le quedaba un c¨¦ntimo de una fortuna quiz¨¢ tirada en los casinos bonaerenses y que ni siquiera le quedaba nada del modesto dinero de bolsillo que la familia le hab¨ªa entregado en Viena para sus gastos de viaje. Asistiremos a la impagable escena en la que el alcalde, tras haber sido advertido de la ludopat¨ªa del bar¨®n que viene de camino, antes de saberse la verdad sobre su dilapidada o inexistente fortuna, plantea en el Ayuntamiento la retirada de todas las tragaperras de todos los bares de la ciudad para evitar tentaciones. Y veremos que no reconoce y humilla a su envejecido amor, Marika / Marieta, sabremos del Zarzal, donde se inicia la novela, refugio en un conf¨ªn de la ciudad de la otra eminencia del lugar, el Profesor, que le prender¨¢ fuego, perdida la chaveta; y, en fin, acompa?aremos al bar¨®n, escapado del su hotel, al bosque municipal de su infancia, discurriendo por las v¨ªas del tren que lo arrolla. En fin, todo se viene abajo y la ciudad colapsa con la apocal¨ªptica llegada masiva de los camiones que deb¨ªan cargar las tragaperras.
Pero s¨®lo hay que sentarse a leer; la prosa es magn¨ªfica, sugerente, de extraordinaria fuerza expresiva. Entrar en ella es una experiencia a partir de la cual, sin prisas, se ir¨¢ revelando un mundo disparatado, nos guste o no, pero reconocible y capaz de llenar nuestra imaginaci¨®n y, si nos deshacemos de la obsesi¨®n de entender, nos situar¨¢ al borde de otra percepci¨®n de la belleza.
El bar¨®n Wenckheim vuelve a casa?
Traducci¨®n de Adan Kovacsics
Acantilado, 2024. 512 p¨¢ginas. 30 euros
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