Cae la noche tropical: el arte de Sol Calero regresa con iron¨ªa y tristeza a la tierra perdida
Tras su presencia en la Bienal de Venecia y Art Basel, la artista venezolana, instalada en Europa desde los 17 a?os, expone su obra en una nueva exposici¨®n en el CA2M de M¨®stoles. Sus instalaciones y pinturas parodian la imagen occidental respecto a lo latino y lo caribe?o
Sol Calero recibe tan tranquila a menos de 24 horas de su inauguraci¨®n en el CA2M en unas salas todav¨ªa muy patas arriba, con operarios por doquier, paredes por pintar y videos que reprogramar. Lo hace con un sobretodo gris con las solapas y faldones cubiertos de pinceladas de colorines y una sonrisa franca y relajada. Claramente tiene un plan y claramente reina un orden bajo el caos aparente, y se hace evidente durante la visita ¡ªcasi m¨¢s bien el paseo¡ª a la exposici¨®n. Charlamos como si tuviera todo el tiempo del mundo, nadie de la cohorte de personas trabajando interrumpe con emergencias o alarmas de ¨²ltima hora, y su claridad de ideas y su don para la expresi¨®n certera confirman lo que uno de todas formas ya no dudaba despu¨¦s de seguir su trabajo durante a?os: que bajo el abigarramiento colorido y supuestamente ¡°tropical¡±, detr¨¢s de las instalaciones voluntariamente hospitalarias y atractivas al ojo y el trasero del visitante (abundan siempre los buenos asientos en los montajes de Calero) hay mucho rigor conceptual y much¨ªsimas horas de trabajo previo en el estudio de una artista para quien la palabra ¡°multidisciplinar¡± se queda corta.
Calero es una excelente pintora, dise?adora de muebles y casi arquitecta autodidacta, con una capacidad llamativa para conformar su propio vocabulario y sintaxis reconocibil¨ªsimos (las falsas ventanas y columnas, los colores pastel, las enredaderas de pl¨¢stico y tapicer¨ªas ultra kitsch recuerdan a veces a Sottsas y Memphis, a Aldo Rossi y al seminal Learning from Las Vegas de Denise Scott-Brown y Robert Venturi). Y para concebir con esos elementos nuevas especies de espacios mediante los que transforma hasta el lugar m¨¢s endiablado y g¨¦lido que la instituci¨®n que la invita pueda proporcionarle. Tambi¨¦n escribe los textos de los audios que acompa?an alguna de sus piezas, y rueda pel¨ªculas, y hasta saca tiempo para la curadur¨ªa de su propio espacio en Berl¨ªn, donde vive desde que sali¨® de su Venezuela natal en 1999, a los 17 a?os, previas escalas en Tenerife o Par¨ªs.
Su obra alude con iron¨ªa y tristeza al paisaje mental de los desplazados sobre una tierra que idealizaron y desdibujaron al repensarla
Calero lleva a?os encadenando obras magn¨ªficas e intervenciones que quienes vieron y vivieron in situ no olvidan: ahora mismo sigue en los Giardini de Venecia su Pabell¨®n Criollo (ojo, porque mientras tantos artistas de por aqu¨ª se empe?an en titularlo todo en ingl¨¦s, ella no ha abandonado nunca su lengua materna a la hora de nombrar sus proyectos: que traduzcan ellos), una tramoya brillante a base de elementos reciclados de bienales pasadas, como una falsamente fr¨¢gil casita de los tres cerditos, ef¨ªmera en el tiempo e indeleble en la retina y la memoria. Y antes ya mont¨® en Art Basel una complet¨ªsima Casa de Cambio como las que pod¨ªan verse en Caracas en 2016, y tambi¨¦n, a lo largo y ancho de los m¨¢s selectos centros de arte de Europa una sauna, y una agencia de viajes, y un Shopping Amazonas. Espacios que a la vez estaban cuidadosamente proyectados y luc¨ªan estudiadamente desali?ados, como si se hubiesen armado con cuatro perras y muebles de liquidaci¨®n la v¨ªspera. Parec¨ªan puras bromas pero enseguida helaban la sonrisa, y bajo la supuesta amabilidad costumbrista empezaban a percibirse tensiones y hasta tragedias: la del que viaja (o se exilia incluso) lejos de su tierra, la de quien tiene que ¡°integrarse¡± y agradecer que lo toleren en el pa¨ªs de ¡°acogida¡±, la de quien a?ora lugares que se van desdibujando en la memoria y cambiando en la realidad hasta que la nostalgia se vuelve chillona, fren¨¦tica, casi desquiciada.
Esa provisionalidad, ese aire de quita y pon de sus mejores trabajos y volanderos chiringuitos coloridos no son, para nada, una parodia de ¡°lo tropical¡±, o ¡°lo caribe?o¡±, o ¡°lo latino¡±, o ¡°lo hispano¡±. Son en todo caso, y m¨¢s a¨²n vistos en los pa¨ªses de la Europa rica donde m¨¢s a menudo se han mostrado, una parodia (a veces realmente sangrienta e iracunda) del modo en que se piensan o se imaginan all¨ª esos lugares y esos t¨®picos y se fuerza a millones de personas llegadas de ese ¡°m¨¢s all¨¢¡± a conformarse y al mismo tiempo a despojarse de esas identidades.
Y tambi¨¦n, de una forma m¨¢s meditativa, m¨¢s intimista, sus arquitecturas y sobre todo su pintura son una alusi¨®n algo melanc¨®lica, con sus gotas de iron¨ªa y de tristeza llevada con humor, al paisaje mental de todos los desplazados que a?oran una tierra que han ido idealizando y desdibujando a fuerza de repensarla: el recuerdo del recuerdo del recuerdo que no existe ya m¨¢s que en su memoria. Esos paisajes a caballo entre lo recordado, lo inventado y lo disparatado se ven pasar en el CA2M a bordo de la instalaci¨®n El autob¨²s, que retoma las ideas y formas de las que ya mostr¨® en la Tate Liverpool y en el Museo Kiasma de Helsinki. Los visitantes nos convertimos en turistas o viajeros por una Am¨¦rica Latina que desfila por las ventanillas-pantallas de v¨ªdeo, y que reproduce con sarcasmo en sus clich¨¦s e ingl¨¦s macarr¨®nico un locutor/gu¨ªa tur¨ªstico que lee los textos (muy divertidos) escritos por la propia Calero. Tras las ventanillas se ven tambi¨¦n los murales y pinturas de gran formato en los colores pastel y formas arquitect¨®nicas marcas de la casa: reproducen lujuriantes telones vegetales con resabios mordaces de pintura colonial y fachadas de autoconstrucci¨®n del archipi¨¦lago de Los Roques, lugar de veraneo privilegiado de las elites venezolanas durante d¨¦cadas, un lugar parad¨®jicamente humilde y a la vez prohibitivo para el turista medio.
M¨¢s adelante, las salas se adornan con neones y luces bajas para reproducir el ambiente nocturno de una peque?a ciudad del interior. Los cortinajes y letreros luminosos invitan a entrar en un improvisado cine popular donde se proyecta el pastiche de telenovela venezolana Desde el jard¨ªn, escrita y dirigida por Calero y Dafna Maimon y otros miembros del colectivo Conglomerate. Entramos aqu¨ª en un terreno que no anda lejos del que explor¨® Manuel Puig en sus novelas y obras de teatro, de Boquitas pintadas a Cae la noche tropical: el del follet¨ªn, la fotonovela y los g¨¦neros menores entendidos como expresi¨®n alienada y alienante de unas clases populares desprovistas de referencias y a la vez el del cine como ¨²nica v¨ªa de escape, de reflexi¨®n cr¨ªtica y de sublimaci¨®n de realidades pol¨ªticas y econ¨®micas hostiles. Lo c¨®mico y lo tr¨¢gico se entremezclan en la pantalla y m¨¢s all¨¢ de ella, y el sabor de las guan¨¢banas que dan t¨ªtulo a esta exposici¨®n resulta, una vez m¨¢s, como siempre con Calero, dolorosamente agridulce.
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