Los chinos, en su salsa
La comunidad asi¨¢tica es la ¨²nica de extranjeros que sigue creciendo en Madrid. Tienen su propia red de ocio y sus costumbres, que mantienen con discreci¨®n
La luz de la bombilla se refleja en las u?as de la profesora. Est¨¢n pulidas. Brillan. Apoya la del ¨ªndice en el mapa y dice: "?Ves?, esto es Zhejian". Es un trocito diminuto pegado al azul clarito del mar. De all¨ª, de ese pedacito de China cerca de Cant¨®n, proviene la inmensa mayor¨ªa de los 46.426 chinos que viven en Madrid. Pero el mapa enga?a. "Esa regi¨®n es casi como media pen¨ªnsula", se r¨ªe la mujer, que da clases de espa?ol en una academia. "Es gente humilde que proviene del campo", prosigue en su explicaci¨®n frente a una especie de mesa camilla. Gente sencilla que vive de manera discreta. A veces, tan discreta que parece que solo se dedicasen a vender cosas diversas en las tiendas de alimentaci¨®n o de cachivaches.
Pero no es as¨ª.
La comunidad china en la regi¨®n es la ¨²nica que crece. El resto de extranjeros disminuyen en las estad¨ªsticas. Los chinos, no. Ya son m¨¢s de 25.000 en el barrio de Usera. Y tienen su propio tejido social. Sus costumbres y su ocio. En la calle de Nicol¨¢s S¨¢nchez, un estrecho callej¨®n empinado, hay varios bloques en los que sus moradores son solamente chinos. En la planta primera de uno de ellos vive Wei, fot¨®grafo de bodas. Su hija Mar¨ªa, de 10 a?os, se mueve a su aire por el barrio y va sola a casa a hacer los deberes. Sus padres est¨¢n trabajando en la tienda. "Si saco un 10, me dan 10 euros, si saco un nueve, nueve euros y si saco un ocho, me dan un peque?o regalo", explica con una verborrea irrefrenable. "?Y si sacas menos?" "Entonces no me dan nada", dice. Pero saca buenas notas y con ellas se ha comprado un bolsito rosa de las mu?ecas Monster Highs. Mar¨ªa habla espa?ol y mandar¨ªn. Eso es porque su ni?era le hablaba en chino de peque?a. La mayor¨ªa de las mujeres que se ven por el barrio paseando carritos de beb¨¦ son empleadas. Tienen que ser chinas para hablar a los ni?os en chino. "Antes aprend¨ªas en casa el dialecto de tu zona, el chitan¨¦s, y el espa?ol en el colegio", dice Wei. Ahora no. Ahora los ni?os saben mandar¨ªn. Todos. Lo que no saben tan bien algunos es espa?ol. No es raro ver j¨®venes que apenas chapurrean. Pero ninguno tendr¨ªa el menor problema en leer los peri¨®dicos que repasa con sus gafas de vista cansada el padre de Eva. Los editan en Fr¨¢ncfort y en Par¨ªs. Los compra en la librer¨ªa Zhong Hua, a la vuelta de la esquina. All¨ª venden de todo. Novelas de moda en su pa¨ªs de origen, material de papeler¨ªa, c¨®mics, pel¨ªculas y pornograf¨ªa de importaci¨®n.
Las pel¨ªculas les gustan de producci¨®n propia. "?Es que son muy distintas!", exclama Nicol, de 18 a?os y fan de conectarse a las redes sociales (chinas, claro) para mantenerse en contacto con sus amigos de Zhejian. Lleg¨® a Espa?a hace cuatro a?os. Trabaja en una tienda de ropa y se ha ido a vivir a una habitaci¨®n con una amiga. No es raro que los chicos j¨®venes se independicen, pero a los padres no les gusta, claro. "Son muy distintos a m¨ª, no les gusta hacer nada", explica la chica mientras manipula el tel¨¦fono y el ordenador al tiempo. A ella le gusta pasar la tarde en el Bubble Tea, una franquicia taiwanesa de moda en ciudades como Nueva York y que ha llegado al Chinatown madrile?o de la mano de Siyan, un joven emprendedor y su mujer. Tambi¨¦n "ir al karaoke de Legan¨¦s, que es donde nos juntamos los chinos j¨®venes", seg¨²n Nicol. Todas las semanas hay fiestas con pinchadiscos chinos especiales en distintos locales de la periferia, como Parla o Fuenlabrada.
Los chinos se suelen levantar tarde, cerca de las diez de la ma?ana. Comen m¨¢s o menos a la misma hora que los espa?oles y cenan a¨²n m¨¢s tarde, sobre las diez y media. Se acuestan al filo de las dos de la ma?ana. Eso es lo normal. Las comidas son las tradicionales cantonesas, que incluyen berenjenas, anguilas o cangrejos que compran vivos en sus supermercados. "Yo ahora me voy al Alcampo a comprar cosas normales, como cualquiera", dice Eva, que estudia segundo de derecho aunque no sabe si podr¨¢ ejercer: "Cuando mi hermano peque?o llegue a la edad de la universidad mis padres solo podr¨¢n pagar los estudios de uno y le elegir¨¢n a ¨¦l", dice mientras bromea con su padre.
Los chino-madrile?os en cifras
- La comunidad china es la ¨²nica de extranjeros que crece en la regi¨®n. Son 46.426, cuando en 2010 eran 43.923 y en 2009, 37.855.
- Son la s¨¦ptima nacionalidad. La primera es la rumana, con 216.845 ciudadanos (un 2,55% menos que hace un a?o).
- El 53,17% son hombres y el 46,83%, mujeres; 9.464, menores de 16 a?os.
Muchas de las comidas las hacen en los comercios. "Los mayores no tenemos ocio. Un poco de bar y trabajar y trabajar", explica Wei. Las tiendas siguen funcionando aunque tengan las persianas echadas. Solo descansan los domingos. Entonces son muy dados a las celebraciones familiares. Generalmente, fuera de casa. Eso, cuando no es fiesta. Porque sus fiestas son largas y llenas de actividades. Entre ellas, sienten debilidad por el d¨ªa de los enamorados, San Valent¨ªn.
Es infrecuente ver personas mayores asi¨¢ticas en Madrid. Y mueren pocos. La explicaci¨®n es muy sencilla. La ejemplifica Mar¨ªa: "Mi abuelita se ha ido a China a que le arreglen la salud". Cuando un ciudadano chino tiene un problema de salud regresa. "Es much¨ªsimo m¨¢s barato y adem¨¢s entiendes bien a los m¨¦dicos que te atienden. ?Por eso no hay entierros de chinos en Europa!".
Los chinos siguen comprando viviendas. En la inmobiliaria Bafre trabajan siete comerciales chinos y una espa?ola. "Los chinos son muy serios con sus pagos, piden hipotecas muy bajas porque ya tienen ahorrado y adem¨¢s sus familias les siguen avalando", explican en las modernas oficinas, publicitadas con un ne¨®n m¨®vil que ilumina la calle de Marcelo Usera.
En la casa del "contable", adem¨¢s de ¨¦l, viven sus hijos y su mujer. Tambi¨¦n tiene all¨ª su oficina. Lo avisa una placa en el portal. ?l se compr¨® la casa, pero los del tercero, por ejemplo, viven en habitaciones de alquiler. "Pueden vivir uno si le va bien o tres o cuatro por dormitorio y as¨ª ahorran compartiendo", simplifica.
Las sonrisas casi perennes son siempre desde el quicio de la puerta. La intimidad es sagrada. "No somos americanos haci¨¦ndonos fotos en casa con una barbacoa", ironiza Ye, un joven empresario.
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