Vigo aport¨® 4.500 informes de ¡°rojos e indeseables¡± durante la Guerra Civil
El libro ¡®Vixiados¡¯ arroja luz sobre la red de vigilancia y delaci¨®n en Galicia
In¨¦s Castelo y Mar¨ªa de Dios trabajaban en el asilo municipal de menores de A Coru?a. No consta que se saltasen el horario ni maltratasen a los chavales. A¨²n as¨ª, el alcalde no se fiaba. Escribi¨® al delegado de Orden P¨²blico y le pidi¨® un informe. Los investigadores interrogaron a los ni?os, a la madre superiora y a los vecinos. En dos d¨ªas lo ten¨ªan. A Mar¨ªa le sobraba el apellido: la acusaban de negar la existencia del alt¨ªsimo, no pisar la iglesia y airear su fe republicana sin pedir permiso, aunque no era mala inquilina. Lo de In¨¦s parec¨ªa peor: izquierdista y antirreligiosa, guardaba duelo por anarquistas, se dejaba ver con un se?or de tanto en tanto, se hac¨ªa la sorda cuando los cr¨ªos pisoteaban crucifijos y simpatizaba con la causa del proletariado. Y encima, sol¨ªa apuntarse de las primeras a cualquier acto de mujeres en ¡°la situaci¨®n pasada¡±. O sea, en la II Rep¨²blica.
A su manera, los golpistas quer¨ªan saberlo todo. La represi¨®n no era suficiente. Adem¨¢s de muertos, miles en Galicia, la construcci¨®n del Nuevo Estado ped¨ªa control, silencio y obediencia. A describir e interpretar la forja de ese ¡°consenso totalitario¡±, como lo llama el profesor Emilio Grand¨ªo, se dedican las 260 p¨¢ginas de Vixiados. Represi¨®n, investigaci¨®n e vixilancia na Galiza da Guerra Civil (Laiovento, 2011). Coordinado por el historiador coru?¨¦s, este libro colectivo compendia una investigaci¨®n financiada con ayuda del Ministerio de Presidencia en la que ha colaborado el equipo Nomes e Voces de la Universidade de Santiago. Su web ofrece un resumen con apoyo multimedia.
Todos eran sospechosos, incluso los propios delatores
Los sabuesos eran exhaustivos. Ten¨ªan la consigna clara: hab¨ªa que confeccionar un fichero de ¡°rojos e indeseables¡± a la mayor urgencia. Solo en Vigo, entre 1936 y 1939 perpetraron casi 4.500 informes. A veces los traicionaba su propia obsesi¨®n, como cuando el alcalde de Sada le pidi¨® al gobernador civil que sacase del pueblo a una mujer que ped¨ªa limosna. Cre¨ªa que su demencia era fingida y pod¨ªa ser una esp¨ªa. En ocasiones tambi¨¦n daban palos de ciego. A Fernando Blanco Andr¨¦s, carpintero del barrio coru?¨¦s de A Falperra, lo denunciaron porque en su radio no sonaba el himno nacional. La comisar¨ªa no tard¨® en conjurar la amenaza: ten¨ªa el aparato estropeado.
El traspi¨¦ resulta c¨®mico, pero entonces no ten¨ªa ninguna gracia. La torpeza evidenciaba que los golpistas estaban empezando a tejer la malla totalitaria y Galicia, retaguardia por antonomasia y enclave estrat¨¦gico para los militares, era el ¡°laboratorio de pruebas¡±. La madeja, al principio, se le iba de las manos. En Vigo tuvieron que llamar al orden a los suyos porque la Guardia C¨ªvica hab¨ªa empezado a ¡°vender¡± sus servicios. En la primavera de 1938 la red ya era m¨¢s s¨®lida. Mart¨ªnez Anido, ministro de Orden P¨²blico, acababa de firmar un acuerdo secreto con el jefe de la seguridad nazi, el sanguinario Himmler. Pronto se convocaron mil plazas para la unidad de Investigaci¨®n y Vigilancia. Sueldo: 1.300 pesetas al a?o. Requisitos: ser espa?ol, entre 23 y 40 a?os, con aptitud f¨ªsica, sin antecedentes penales ni asomo de relaci¨®n con el Frente Popular y la masoner¨ªa.
Emilio Grand¨ªo documenta la forja del ¡°consenso totalitario¡±
Todos eran sospechosos, incluso ellos mismos. Lo demuestra Vixiados: la Iglesia, la Falange, los cargos p¨²blicos, los empresarios, las trabajadoras, todos en causa. En agosto de 1937 decidieron peinar el Banco Pastor. Al presidente del consejo, Ricardo Rodr¨ªguez Pastor, lo acusaban de haber concedido un cr¨¦dito al Partido Galeguista y financiar el diario El Sol y el Atlantic Hotel, cuya propiedad atribu¨ªan a Casares Quiroga y Wonemburger. De 115 empleados de la central, 77 resultaban sospechosos. En las sucursales hab¨ªan marcado a otros 15. El director del banco, Pedro Barri¨¦ de la Maza, acat¨® la depuraci¨®n: seis a la calle y 51 sancionados.
Contra el tumor de las ¡°ideas avanzadas¡± que Franco quer¨ªa combatir se inocul¨® otra enfermedad a¨²n m¨¢s contagiosa: la delaci¨®n. Uno de los cap¨ªtulos del libro analiza el fichero de la Delegaci¨®n de Orden P¨²blico de A Coru?a, conservado incompleto en el Arquivo do Reino de Galicia. Aunque la polic¨ªa, Guardia Civil, Ej¨¦rcito, Falange y Gobierno contribu¨ªan al pan¨®ptico, el 34% de los informes proced¨ªan de la sociedad civil. Eran chivatazos y denuncias, a veces infundadas y a menudo sin recompensa econ¨®mica. Alertaban de que aquel era un ¡°confidente rojo¡± o este otro hab¨ªa hecho mofa de la toma de Teruel. Cualquier excusa serv¨ªa. La identidad de los delatores, eso s¨ª, se ocultaba bajo un nombre en clave. Ese era el problema. Cualquiera pod¨ªa ser el agente 190-A.
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