Una tarde plomiza
La tarde comenz¨® plomiza, con el cielo encapotado y unas gotas de agua en la salida del primer toro, que no volvieron a aparecer y dejaron tranquilos a los espectadores en su traj¨ªn de chubasqueros multicolores de todoacien.
Seg¨²n salieron los toros de Alcurruc¨¦n la tarde pas¨® de plomiza a plomazo. Hab¨ªa que verlo para creerlo, pero la ganader¨ªa triunfadora del a?o anterior sac¨® unos ejemplares que desmerecieron a la confianza con la que acudieron los aficionados a Vista Alegre.
Si algo caracteriza al hierro de Alcurruc¨¦n es su casta, con problemas a veces, pero el desfile de mansos que se vivi¨® en Bilbao no cab¨ªa en la peor de las quinielas. Descastados desde que pisaron el ruedo, se frenaban en el capote, hu¨ªan de los caballos y acababan rajados en tablas impidiendo cualquier esfuerzo de los matadores.
Porque los diestros lo intentaron a conciencia. Enrique Ponce estuvo aseado, pero sin apretarse en el primero y en su segundo se puso muy pesado ante un rajad¨ªsimo de Alcurruc¨¦n de pobres hechuras, al que s¨®lo le salvaba su espectacular cornamenta.
Perera se reivindic¨® cortando una oreja de cada toro
Perera se invent¨® dos faenas y cort¨® dos orejas, de las cari?osas, de agradecimiento por el esfuerzo mostrado. Para ello, sac¨® una encomiable t¨¦cnica para ligar las series, casi siempre despegado y en ocasiones muy ce?ido. A su inv¨¢lido primero lo mantuvo en pie con inteligencia y en el quinto calent¨® al p¨²blico con su inicio vibrante en los medios y con series en las que tuvo inter¨¦s; fue el ¨²nico animal que sac¨® clase a la hora de tomar la muleta. El extreme?o lo puso todo y mereci¨® la recompensa en el quinto.
Iv¨¢n Fandi?o tambi¨¦n porfi¨® con un lote deslucido. Le tocaron los toros m¨¢s inc¨®modos, porque se movieron m¨¢s que sus hermanos, pero con la misma poca clase. El vizca¨ªno realiz¨® un ce?ido quite por gaoneras en el segundo de la tarde, pero cuando tom¨® la muleta no se sinti¨® a gusto. Estuvo entregado, pero no pudo meter en su muleta a los mansos que le tocaron m¨¢s que en dos buenas tandas de derechazos al tercero. Cuando el toro se vio vencido, evit¨® la pelea.
De nuevo una corrida muy terciada, sin trap¨ªo para Bilbao, toros escondidos detr¨¢s de unas cornamentas vistosas que taparon su pobre presencia. A ello, se sum¨® su mansedumbre y falta de casta.
Fue para grabar un documental de mansedumbre, con los toros rehusando de los capotes, emplazados en los medios de salida, con carreras desordenadas hacia los caballos y evitando volver al picador despu¨¦s de ser heridos. Y, por si faltaba algo, no tuvieron ni picante. En resumen, que el mayor aplauso de la tarde debi¨® llev¨¢rselo aquella voz que sali¨® desde el tendido 6 aseverando: ¡°?Ganadero, vaya cabras!¡±
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