Desasosiego
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La dureza de esta crisis econ¨®mica nos tiene en vilo. Estas ¨²ltimas semanas la preocupaci¨®n y el inter¨¦s se centran en cuestiones dolorosas que inciden de manera brutal en la vida o incluso en la muerte de ciudadanos cercanos. El paro, los recortes, la quiebra de empresas, la falta de solidaridad europea, est¨¢n afectando al ¨¢nimo de muchas personas porque el sufrimiento y la desdicha se est¨¢n generalizando y no parece que estemos en un contexto en el que esto pueda amainarse prontamente.
La realidad ofrece datos econ¨®micos malos y hechos estremecedores. Los telediarios empiezan las noticias con los desahucios, los partidos se re¨²nen con urgencia para cambiar una ley que ahora se cataloga y, es vox populi, como antigua, poco equilibrada e incapaz de dar protecci¨®n a las personas con hipoteca que no pueden pagar su deuda. Es un asunto muy deprimente. Pero hay otros que se?alan en la misma direcci¨®n.
La ministra Ba?ez nos hace saber que los planes de reestructuraci¨®n de Iberia, encuadrados dentro de la ¨²ltima reforma del mercado de trabajo, han de hacerse con ¡°sensibilidad¡±. Podr¨ªa pensarse que la reforma, defendida hasta hace poco como un instrumento para dotar de flexibilidad y ayudar a generar empleo, se ha convertido en algo que, de utilizarse ¡°sin sensibilidad¡±, va a conseguir consecuencias no deseadas e innecesarias. Pero la sensibilidad no es un atributo que todo el mundo posee y a nadie se le obliga a ser sensible frente al sufrimiento ajeno.
A estas alturas del juego ya tenemos la certeza de que ni un euro del endeudamiento de Espa?a con el Banco Central Europeo va a ser ¡°socializado¡±, que pagaremos con sudor y mucho esfuerzo nuestros errores y que el hecho de que la arquitectura institucional de la zona euro no sea la acertada no va a ser un factor a tener en cuenta a pesar de las asimetr¨ªas existentes.
No s¨®lo importa que la gente pierda su puesto de trabajo, sino en qu¨¦ contexto se produce ese trauma
Podr¨ªamos mencionar m¨¢s ejemplos, pero los citados bastan para ilustrar que escudri?ar bien los efectos que ocasionan sobre el bienestar ciudadano las leyes que nos permiten vivir, trabajar y progresar, es una tarea ineludible.
No s¨®lo importa que la gente pierda su puesto de trabajo, sino en qu¨¦ contexto se produce ese trauma. Con esta crisis estamos descubriendo aspectos de nuestra realidad que no conoc¨ªamos. No s¨®lo es que la crisis est¨¦ siendo mucho m¨¢s larga, dura y dif¨ªcil de tratar de lo habitual, sino que hay ciertas especificidades de nuestra estructura legal y del dise?o de las instituciones que no sirven para conseguir que ¨¦sta sea algo m¨¢s llevadera. Que la burbuja inmobiliaria se haya producido en una sociedad en la que la protecci¨®n del peque?o inversor, del deudor con hipoteca, sea pr¨¢cticamente inexistente es una coincidencia lamentable. La ley que ahora se pretende reformar tiene que aunar, como m¨ªnimo, dos principios b¨¢sicos; el primero es que no se puede dejar a personas en la calle sin darles tiempo y oportunidades de negociar, de tener margen para enderezar sus finanzas y sin explorar todas las posibilidades; el segundo se resume en pocas palabras, las deudas hay que pagarlas.
La crisis nos est¨¢ haciendo comprender que ciertas leyes vigentes tienen como efecto que las consecuencias de las disminuciones de actividad, de la falta de liquidez, de la falta de ofertas de trabajo se manifiesten con mucha mayor crudeza. Sab¨ªamos que algunas regulaciones dificultaban la llegada de la recuperaci¨®n o incluso el desarrollo econ¨®mico; de ah¨ª la necesidad de que la pol¨ªtica econ¨®mica contenga reformas estructurales. Ahora sabemos m¨¢s. Hay al menos una ley que hace que la crisis econ¨®mica produzca m¨¢s dolor del que es imprescindible. Pero no nos consta que sea la ¨²nica. Y esto genera mucho desasosiego.
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