En el vientre del submarino ruso
Hecho un manojo de nervios, en mi af¨¢n por escapar, trat¨¦ de atravesar a toda pastilla la escotilla del submarino ruso como hab¨ªa visto hacer en tantas pel¨ªculas: lanzando las piernas por delante. Pero, falto de la elasticidad suficiente, solo consegu¨ª pasar a medias mientras notaba un doloroso tir¨®n en los ri?ones. Una parte del cuerpo me qued¨® en la sala de torpedos y la otra, en la zona de los alojamientos de la oficialidad. No pod¨ªa ir adelante ni atr¨¢s. Estaba absurdamente inmovilizado y a solas en el j... interior de un sumergible sovi¨¦tico clase Tango. Me puse a sudar. Imagin¨¦ el reactor del K-19 fundi¨¦ndose, el Octubre Rojo a punto de recibir un impacto fatal, el Kursk precipit¨¢ndose al fondo del mar de Barents con todos sus 118 tripulantes. Atrapado en las opresivas estrecheces de las tripas del submarino me pareci¨® que las aguas clamaban afuera por mi cuerpo agolp¨¢ndose ansiosas contra las paredes cubiertas de ¨®xido, enigm¨¢ticos instrumentos y letreros en cir¨ªlico.
El destino y mi maldita curiosidad me llevaron el pasado domingo hasta el submarino B-515 amarrado en un muelle del puerto de Hamburgo. Nevaba, hac¨ªa un fr¨ªo de mil demonios y el taxista llevaba rato mascullando cuando dimos con el sumergible ruso, apropiadamente cerca del Mercado del Pescado, Fischmarkt. Aquello parec¨ªa Mursmank, oigan. Incluso el taxista se qued¨® impresionado con la estampa del submarino. Gris y amenazador se alzaba entre el agua helada con sus 90 metros de eslora, como una imagen perfecta de todo lo de atractivamente terror¨ªfico que tienen esos monstruos armados de las profundidades.
Desde ni?o soy un medroso fan de los submarinos. Me atraen y me aterran. Algo me viene de familia. Entre mis parientes se cuentan varios marinos relacionados con los sumergibles. Mi primo, el teniente de nav¨ªo de la reserva Jaime Ant¨®n, est¨¢ ahora precisamente reivindicando que se le ponga el nombre de su bisabuelo, el almirante Augusto Miranda, creador del arma submarina espa?ola, a uno de los cuatro nuevos sumergibles S-80 que se construyen en Navantia Cartagena y el primero de los cuales se botar¨¢ en 2015, coincidiendo con el Centenario del Arma Submarina en Espa?a. No puedo m¨¢s que estar de acuerdo. Mientras no me hagan tripularlo...
El B-515 ruso no tiene nombre, aunque a los de su clase, enormes submarinos di¨¦sel convencionales de ataque, los mayores no nucleares de su ¨¦poca, se los denomin¨® gen¨¦ricamente Som (pez gato). Se construyeron 18 y se emplearon para emboscar en las profundidades a los submarinos de la OTAN en los peligrosos juegos b¨¦licos de la Guerra Fr¨ªa. Pod¨ªan pasar una semana sumergidos, destacaban por lo silenciosos que eran (como dec¨ªa el capitan Ramius-Sean Conery, ¡°el mundo temblar¨¢ con el sonido de nuestro silencio¡±) e iban armados hasta los dientes. El que nos ocupa, botado en los astilleros Krasnoe Sormovo de Gorki en 1976, realiz¨® adem¨¢s tareas de espionaje en la costa Este de EE UU. Desde su periscopio los sovi¨¦ticos atisbaron la Estatua de la Libertad, en plan ?Qu¨¦ vienen los rusos! Ha ido a dar con sus met¨¢licos huesos en Hamburgo al ser adquirido para funcionar como museo flotante.
Con el irreflexivo arrebato que me caracteriza y del cual me arrepiento luego tanto, me dirig¨ª directamente a la cubierta sinti¨¦ndome Jack Ryan. Una joven me indic¨® que antes ten¨ªa que pasar por taquilla (nueve euros). Recorr¨ª el flanco del nav¨ªo mientras las aves marinas clavadas en el cielo gris plomo graznaban una advertencia sobre mi cabeza. La vela del sumergible (la torreta) luce un oso blanco rampante y la denominaci¨®n U-434, por darle un toque alem¨¢n supongo. Entr¨¦ por una escotilla en la proa y descend¨ª una angosta escalera de caracol mientras mi entusiasmo se enfriaba r¨¢pidamente.
En el seno herrumbroso me sobrecogi¨® lo opresivo del espacio, ocupado por una incre¨ªble multitud de cables, interruptores, v¨¢lvulas y controles. Todo parec¨ªa viejo y obsoleto. Me golpe¨¦ la espinilla con una llave de paso y la cabeza con un man¨®mero. Avanc¨¦ a toda prisa por el interior del gran pez, cada vez m¨¢s atemorizado. Imagin¨¦ lo que deb¨ªa sentirse a 500 metros de profundidad en semejante artefacto atiborrado de tantas cosas susceptibles de averiarse. Para dar ambiente sonaba una intranquilizadora musiquilla de fondo que recordaba el coro de marineros de La caza del ¡®Octubre Rojo¡¯. ¡°Da svidania, rodina \[adi¨®s, tierra querida\]¡±. Fui atravesando mamparos y compartimentos en esa especie de casa de la bruja en versi¨®n ?uh! flota del B¨¢ltico. Recuerdo fugazmente la visi¨®n de torpedos, la cabina del capit¨¢n, el ¨¢rea de cifrado, la c¨¢mara de aislamiento (!), los almacenes de comida, los indescriptibles lavabos. Maniqu¨ªes ataviados de marinos rusos punteaban el fantasmag¨®rico recorrido.
Escuchaba en el sumergible ecos del ¡®K-19¡¯, del ¡®Octubre Rojo¡¯ y del ¡®Kursk¡¯
A medio camino, me dio much¨ªsimo mal rollo. Me vinieron a la cabeza im¨¢genes de los marinos del K-19 con radiotoxemia aguda, vomitando a chorros, los supervivientes (eventuales) del Kursk atrapados en el noveno compartimento y el oficial Kolesnikov (sic) escribiendo notas p¨®stumas sobre el desastre: se las encontraron protegidas por el brazo, carbonizado como toda la parte superior de su cuerpo...
Escuch¨¦ voces a mi espalda. Sonaba a ruso. Horrorizado, trat¨¦ de escapar a trav¨¦s del claustrof¨®bico laberinto del submarino. Y, entonces, qued¨¦ atrapado en la escotilla. Los que llegaron no eran espectros radioactivos y ahogados, sino turistas rusos. Tres hombretones. Uno llevaba una petaca y me la ofreci¨® con una sonrisa. Vodka. Di un trago recordando que el capit¨¢n Zat¨¦yev del K-19 (el marino real en el que se basa el personaje que interpreta Harrison Ford en la pel¨ªcula de Kathryn Bigelow) recomendaba, a falta de algo mejor, el alcohol para resistir la radiaci¨®n. Y luego otro. Y otro. El p¨¢nico se disolvi¨® mientras me palmeaban la espalda y me ayudaban a cruzar.
Segu¨ª a mis nuevos amigos hasta la popa y la salida, y cuando se marcharon, yo regres¨¦ al interior del submarino, dispuesto a escudri?ar en el vientre del monstruo las ra¨ªces profundas de su fascinaci¨®n, y de mi miedo.
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