Esclavas en el barrio
Unas 300 mujeres acuden cada d¨ªa a ejercer la prostituci¨®n en la Colonia Marconi
Al traspasar el cartel que anuncia la llegada al pol¨ªgono industrial de Villaverde, lo primero que encuentra el conductor es un inmenso mar de papeles. Son los pa?uelos usados que prostitutas y clientes han dejado amontonados junto a la valla de un descampado.
Estamos en la Colonia Marconi, uno de los mayores centros de explotaci¨®n de mujeres a cielo abierto. Seg¨²n el conteo de asociaciones de vecinos y empresarios de la zona, unas 300 chicas acuden de media al pol¨ªgono. Seg¨²n ese dato y el dinero que suelen ganar, los c¨¢lculos hablan de unos 50 millones de euros al a?o en compraventa de sexo. El lugar es tan grande como el distrito de Centro, a 20 minutos en metro de all¨ª.
¡°Veinte euros el completo y 10 la felaci¨®n¡±, dice Ana, una mujer rumana de apenas 20 a?os en una esquina del pol¨ªgono, a 300 metros de la boca de metro de Villaverde Alto. A diferencia de sus tres compa?eras, en cueros, esta joven lleva unos vaqueros ajustados y una camiseta rosa. Es morena, de mediana altura y pelo liso. Reh¨²ye mirar directamente a los ojos. ¡°?Traes coche?¡±, interroga al cliente. Ante la negativa de este, Ana ofrece ir a una nave del pol¨ªgono.
Las chicas que flanquean a Ana solo ven el pasar de los turismos, en su mayor¨ªa veh¨ªculos de clientes. El n¨²mero de mujeres que ejercen la prostituci¨®n en plena calle en ese momento ronda la centena. Es agosto y, como cualquier otra actividad, la prostituci¨®n funciona a medio gas ante la menor demanda. Son menos clientes, menos chicas y menos proxenetas que cualquier otro mes, cuando el n¨²mero de prostitutas se duplica, seg¨²n los vecinos. Los fines de semana, el n¨²mero tambi¨¦n aumenta. Las empresas del pol¨ªgono echan el cierre y las mujeres permanecen las 24 horas.
De un tiempo a esta parte, la moda son las asi¨¢ticas, fundamentalmente chinas, de entre 14 y 16 a?os de edad. ¡°Todo depende de la demanda. Estamos jugando en un mercado. Y ahora cada vez son m¨¢s j¨®venes¡±, asegura una de las portavoces de la Asociaci¨®n para Prevenci¨®n, Reinserci¨®n y Atenci¨®n de la Mujer Prostituida (Apramp) que prefiere permanecer en el anonimato.
Samy quiere que la vean. Su ¨²nica vestimenta son unas bragas verdes. Baila al son de la m¨²sica que sale de sus auriculares a las dos de la tarde de un jueves de agosto. Ella solo atiende a los que llevan auto. A menos de 50 metros el conductor de un auto blanco la vigila y observa la escena. Cuando se le pregunta por su situaci¨®n se siente hostigada, hace una se?al con la ma?o derecha, coge su bolso y corre hacia el coche. ¡°Lo siento, regresa otro d¨ªa¡±, grita mientras cierra la puerta del veh¨ªculo.
Los grupos de chulos, perfectamente organizados, obligan a las chicas a prostituirse y reparten las zonas en funci¨®n de la nacionalidad, la edad o la sexualidad de las mujeres a los ojos de los agentes de la Polic¨ªa Municipal y Nacional que patrullan por el pol¨ªgono. Las subsaharianas y las de mayor edad al este; las latinoamericanas y las transexuales en la zona norte del pol¨ªgono; las b¨²lgaras y rumanas, al oeste.
Unas pocas ejercen en naves industriales que sus proxenetas han convertido en aut¨¦nticos prost¨ªbulos carentes de las m¨ªnimas condiciones de salubridad. Este hecho ha sido denunciado por la Junta Municipal de Distrito y por varios vecinos de San Crist¨®bal pero, hasta que los tribunales decidan, seguir¨¢ operando como burdel improvisado. A las puertas del edificio prolifera la basura, testigo del olvido institucional que sufre el barrio.
La prostituci¨®n lleg¨® a Marconi hace m¨¢s de una d¨¦cada y, desde entonces, no ha parado de crecer. El cierre de la Casa de Campo y del pol¨ªgono industrial El Juncal, en Alcal¨¢ de Henares, ha desplazado a las chicas y a los grupos organizados que las explotan. ¡°Es la esclavitud del siglo XXI¡±, afirma un vecino de San Crist¨®bal ¡°harto¡± de observar escenas de violencia con las chicas a pocos metros de su casa.
Las mujeres que viven en la zona y tienen que atravesar el pol¨ªgono para ir al supermercado o coger el metro, son confundidas con prostitutas por los clientes. ¡°?Cu¨¢nto cobras?¡±, les inquieren en tono agresivo. Los consumidores de prostituci¨®n en Villaverde dan por sentado que la presencia de estas mujeres en la calle es sin¨®nimo de que ejercen de meretrices. ¡°Es algo muy desagradable¡±, se?ala un miembro de una asociaci¨®n de vecinos de la zona.
Por sorprendente que pueda parecer, en plena crisis, con la tasa de paro de Madrid rondando el 20%, lograr que una mujer trabaje all¨ª se ha convertido en todo un reto para los empresarios del pol¨ªgono. El precio de alquiler de las naves tambi¨¦n refleja la realidad de prostituci¨®n que tiene lugar a sus puertas: cinco euros por metro cuadrado frente a los 10 de Getafe Norte-Las Margaritas, a menos de un kil¨®metro del lugar, y a los 12 de media de El Bercial, tambi¨¦n en Getafe.
La alcaldesa de Madrid, Ana Botella, prometi¨® para el primer semestre del a?o una ordenanza ¡°de convivencia ciudadana¡± que, entre otras cosas, vigilar¨ªa ¡°la oferta y demanda de servicios sexuales¡±. Pas¨® el periodo y Madrid sigue sin contar con una normativa que regule la prostituci¨®n. Al menos una asociaci¨®n de vecinos de Villaverde afirma haberse reunido, a t¨ªtulo consultivo, con representantes del Ayuntamiento que les han prometido que la ordenanza estar¨¢ lista ¡°antes de final de a?o¡±.
Ana, la joven rumana de 20 a?os, inicia su jornada a las 11 de la ma?ana. Desde su primer y ¨²ltimo cliente, ning¨²n otro solicita sus servicios. As¨ª que saca el m¨®vil para distraerse. El sol le obliga a ponerse debajo de un ¨¢rbol. No puede sentarse, eso no es parte del trabajo: ¡°S¨¦ a qu¨¦ hora llego¡±, pero no a qu¨¦ hora me voy¡±.
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