Votad, votad, malditos
Quienes cre¨ªan disponer de una consigna poco menos que invencible, la del derecho a decidir, parecen haberse encontrado con la horma de su zapato. En los ¨²ltimos tiempos ideas-fuerza como la de la tercera v¨ªa o la llamada a la moderaci¨®n por parte del diario La Vanguardia han irrumpido en el debate pol¨ªtico. Lo caracter¨ªstico de todas ellas ¡ªlo que define su eficacia¡ª es que de salida la propuesta que aparentan defender resulta casi universalmente aceptable, de manera que colocan en un lugar inc¨®modo ¡ªatribuy¨¦ndole la totalidad de la carga de la prueba¡ª al adversario que pretenda criticarlas. De paso, deslizan la sospecha de que ¨¦ste se alinea en contra de algo que casi nadie sensato osar¨ªa impugnar.
A nuestros decisionistas su propia medicina les ha sabido a rayos. Han percibido, en concreto, que el lenguaje de la moderaci¨®n les enviaba, sin mencionarlo expl¨ªcitamente, hacia uno de los extremos y se han apresurado a hacer profesi¨®n de fe moderada. No deber¨ªan quejarse tanto: tambi¨¦n su insistencia en la necesidad, por principio democr¨¢tico, de la consulta deslizaba la idea de que quienes se opon¨ªan a ella eran dudosamente dem¨®cratas, y bien que han explotado la asociaci¨®n (utilizando como refuerzo sistem¨¢tico expresiones como unionistas, espa?olistas y otras que desprend¨ªan un inequ¨ªvoco tufillo franquista).
Lo que diferencia realmente el soberanismo de las terceras v¨ªas no es la democracia sino la forma de entenderla
Pero est¨¢ claro que enredarse en una discusi¨®n de este tipo cumple la funci¨®n de mantener fuera del foco de la atenci¨®n colectiva lo que deber¨ªa importar, que es la pol¨ªtica (esa pol¨ªtica que antes algunos defend¨ªan casi como si de la piedra filosofal se tratara y que ahora, cuando de verdad tocar¨ªa recurrir a ella, la sustituyen por el an¨¢lisis m¨¢s coyuntural). Si planteamos la cosa en ese terreno, lo que salta a la vista son dos cosas. La primera, que determinadas propuestas alternativas al independentismo (ll¨¢mesele moderaci¨®n, tercera v¨ªa o como se prefiera: no me alineo entre los fetichistas de las palabras) lo que persiguen es dotar de contenido a la pol¨ªtica, de manera que se le pueda ofrecer a la ciudadan¨ªa una propuesta satisfactoria, concreta y viable. La segunda que, en cuanto ello ocurre, surgen de inmediato voces oficialistas que, sin el menor an¨¢lisis de fondo, apuestan por el problema y no por la soluci¨®n, aline¨¢ndose en alguna variante del tenim pressa.
Rep¨¢rese en que esto ¨²ltimo, lejos de constituir una respuesta articulada y definida a aquellas propuestas, lleva tiempo siendo un automatismo acr¨ªtico, un dispositivo de argumentario que soslaya de manera invariable el debate de ideas. Me permitir¨¢n un peque?o recordatorio. Hasta hace muy poco, el mensaje que el oficialismo se dedicaba a lanzar desde todas las plataformas que controla era el de que el conflicto en el que estamos inmersos deb¨ªa ser interpretado como el choque entre dos realidades monol¨ªticas, un¨¢nimes y uniformes. Su razonamiento era tan simple como rotundo: dentro de Catalu?a no hab¨ªa nada que discutir puesto que la inmensa mayor¨ªa del pueblo catal¨¢n estaba de acuerdo en las propuestas soberanistas. Fuera, no hab¨ªa con qui¨¦n discutir, ya que todo lo que cab¨ªa encontrar m¨¢s all¨¢ del Ebro eran partidarios de la Espa?a ¡°una, grande y libre¡±.
Hasta hace poco, el mensaje del oficialismo era que el conflicto deb¨ªa ser interpretado como el choque entre dos realidades monol¨ªticas, un¨¢nimes y uniformes
En este momento, en que se hace incontrovertible la evidencia de que tanto Catalu?a como Espa?a son plurales y que en ning¨²n caso la disyuntiva entre blanco y negro da cuenta de dicha pluralidad, ?cu¨¢l es la respuesta del oficialismo catal¨¢n? Un confuso juicio de intenciones que atribuye a cualquier propuesta diferente de la suya, por m¨¢s que marque distancias con lo que representa el PP, la secreta voluntad de defender el statu quo (como si los soberanistas fueran guerrilleros de Sendero Luminoso, o cosa parecida), o de querer silenciar a la ciudadan¨ªa. Cuando lo que diferencia realmente las posiciones no es la democracia, sino el modo en el que se la entiende. As¨ª, lo espec¨ªfico de la propuesta que est¨¢n presentando muchos federalistas, tanto en Catalu?a como en el resto de Espa?a, es que, lejos de rehuir el momento de la decisi¨®n, lo colocan en un punto muy preciso: no al principio, sino al final de un proceso de profunda reforma constitucional, precisamente porque trabajan para que dicha decisi¨®n tenga el m¨¢ximo contenido pol¨ªtico. De forma que se le pueda ofrecer a la ciudadan¨ªa una posibilidad real de optar entre alternativas cuyo contenido en ning¨²n momento se le estar¨ªa ocultando.
Qu¨¦ diferencia con un soberanismo que identifica la democracia con vac¨ªo decisionismo y que, tal vez precisamente por ello, a¨²n no nos ha dicho qu¨¦ piensa preguntar y, sobre todo, para qu¨¦ reclama una respuesta afirmativa. ?Quiz¨¢ por temor a que no resultara muy atractivo para muchos catalanes esa fantas¨ªa que acaricia un sector del bloque soberanista de convertir a una Catalu?a fuera de Europa en la Singapur del Mediterr¨¢neo? Por lo que respecta, en fin, a la moderaci¨®n, no ser¨¦ yo el que me deslice hacia un juicio de intenciones de signo contrario al suyo, pero por lo menos me reconocer¨¢n que no parece precisamente un prodigio de moderaci¨®n un proyecto independentista que tiene como uno de sus ejes fundamentales convertir en extranjeros (St¨¦phan Dion dixit) a la mitad de los ciudadanos de este pa¨ªs. Sigamos hablando pero, por favor, no empujen.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la UB.
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