Armando Raposo, el ¡®piloto¡¯ del botafumeiro
Capitaneaba el gran incensiario de la catedral de Santiago

Armando Raposo respond¨ªa a la mitad de la mitad de las preguntas. El resto del cuestionario lo despachaba con rodeos, iron¨ªas y medias sonrisas. Conoc¨ªa la importancia del silencio y cultivaba el arte de saber callar despu¨¦s de haberlo visto casi todo. A su hijo, al que prepar¨® como sucesor a pie del altar durante los ¨²ltimos a?os, tambi¨¦n le inculc¨® la necesidad de ser discreto para perdurar. Raposo, que falleci¨® el domingo pasado cumplidos los 83 a?os, era desde 1964 el tiraboleiro mayor de la Catedral de Santiago, es decir, el jefe de los turiferarios, el se?or del incienso que en esta bas¨ªlica se consume a mansalva y de forma espectacular. Porque pocas palabras definen mejor que la de espect¨¢culo el rito de hacer volar el botafumeiro, un vaiv¨¦n por el transepto a 68 kil¨®metros por hora que ha permitido fotografiar con cara de pasmo a toda clase de personalidades planetarias, asistiendo boquiabiertas al memorable baile del incensario gigante.
Raposo era consciente de su poder en la casa. Conoc¨ªa hasta el ¨²ltimo escondrijo de este templo laber¨ªntico, y tambi¨¦n todos sus secretos. Tras el esc¨¢ndalo del robo del Codex Calixtinus todav¨ªa se volvi¨® m¨¢s reservado. Intentaba mantenerse al margen del oscuro episodio, aunque tambi¨¦n, como casi todos en la catedral, fue investigado. ¡°?Y si en vez de llevarse el c¨®dice se hubieran llevado los huesos que la Iglesia Cat¨®lica atribuye al ap¨®stol?¡±, le preguntaron un d¨ªa. ?l, con esa sonrisa tan suya, muy en bajito y como de broma, respondi¨®: ¡°Si pasase eso, aqu¨ª se les acababa la bicoca¡±.
Raposo entr¨® al servicio del cabildo en 1950 y ya entonces aprendi¨® el secular oficio de tirar de la recia maroma que impulsa el botafumeiro. Quince a?os m¨¢s tarde alcanz¨® el puesto de piloto, y desde entonces marc¨® el ritmo de los ocho hombres que hacen falta para controlar el proyectil. Sus conocimientos del efectivo mecanismo compuesto de incensario, contrapesos, cuerda y un sistema de tambores que giran sujetos al cimborrio fueron reflejados en un par de estudios por Juan Ram¨®n Sanmart¨ªn, catedr¨¢tico de Ingenier¨ªa Aeron¨¢utica en la Polit¨¦cnica de Madrid. El tiraboleiro mayor guardaba en su taquilla aquellos trabajos cient¨ªficos cargados de ecuaciones, los ¨²nicos que consideraba ¡°autorizados¡± en la materia, y solo se los ense?aba a aquellos que demostraban verdadera admiraci¨®n por su trabajo.
La investigaci¨®n llevada a cabo por Sanmart¨ªn revel¨® que el botafumeiro puede ser un arma peligrosa sin una mano maestra que lo maneje. Con sus 62 kilos de lat¨®n ba?ado en plata, en cada desplazamiento por los brazos del crucero este invento que en el medievo serv¨ªa para desinfectar y tapar el mal olor que tra¨ªan los peregrinos recorre 65 metros sobre las cabezas de la gente, describiendo a toda velocidad un arco de 82 grados. A nadie un poco avisado se le ocurre cruzar el altar mientras se completa, sonando al ¨®rgano el himno del ap¨®stol, la sucesi¨®n de 17 ¡°ciclos¡± o vaivenes del ritual. Raposo, que vio c¨®mo el aparato romp¨ªa tres costillas a un ac¨®lito y la nariz a un turista alem¨¢n, era siempre el encargado de frenarlo caz¨¢ndolo en pleno vuelo. Al ver a aquel hombre peque?o dominando el artefacto, el p¨²blico estallaba muchas veces en aplausos.
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