Un pa¨ªs de cabreados
La derecha espa?ola, valga la redundancia, nunca ha tenido problemas con la cr¨ªtica a la pol¨ªtica porque son profundamente antipol¨ªticos
?ltimamente tengo la impresi¨®n de que en vez de vivir en un pa¨ªs, he tomado un taxi en hora punta con un taxista cabreado de los que insultan a trocho y mocho y solucionar¨ªan los problemas ¡°en cinco minutos¡±, endureciendo leyes, tomando medidas dr¨¢sticas y cortando pescuezos si es necesario.
Primero fue una justa indignaci¨®n ante la crisis pero, ante la falta de salidas, una gran parte del pa¨ªs se desliz¨® por la pendiente de la desesperaci¨®n y han encontrado una isla apocal¨ªptica donde reina la exasperaci¨®n, que es una especie de picor que te produce cierto placer al rascar violentamente y donde las expresiones de rabia y de irritaci¨®n sustituyen todo an¨¢lisis sosegado y tranquilo. Sus an¨¢lisis se resuelven en tres palabras: ¡°Son unos sinverg¨¹enzas¡±. Su conclusi¨®n: no creer en nada. Su humor, negro sin asomo de ingenio.
No son los m¨¢s necesitados los que est¨¢n encolerizados y rabiosos. Los de abajo, los que realmente viven al borde de la necesidad, no pueden permitirse el lujo de pisar el territorio de la desesperaci¨®n. Ni siquiera juguetear con ¨¦l, porque necesitan conservar una brizna de esperanza para afrontar su supervivencia cada d¨ªa. Normalmente, los m¨¢s cabreados, son personas que han bajado alg¨²n pelda?o en la escala social pero que todav¨ªa sobreviven con cierta holgura.
Los motivos de su irritaci¨®n, tomados de uno en uno, son en su mayor¨ªa justos, pero cuando hacen un ramillete con todos ellos los convierten en una bomba de destrucci¨®n masiva de esperanza. No hay rinc¨®n alguno que no impregnen de sospecha. Han llegado a la conclusi¨®n de que todo lo que llega de la esfera p¨²blica es malo y abominable. Como consideran que han sido enga?ados en la letra peque?a del contrato social han tomado como norma la desconfianza absoluta incluso hacia los comportamientos m¨¢s honestos y generosos.
Hay un t¨®tem que une a todos y que a todos alimenta: el odio a la pol¨ªtica y a los pol¨ªticos. De los sindicalistas, ni hablamos, porque en su imaginario son todav¨ªa peores que el peor de los imputados. Cualquier insulto es insuficiente; cualquier mal chiste, gracioso; cualquier infundio, una verdad incuestionable. Y no es que la pol¨ªtica no haya dado motivos para la indignaci¨®n o que no necesite con urgencia una reforma profunda, pero no deja de ser muy sintom¨¢tico que los due?os de las grandes finanzas, los verdaderos responsables de la crisis, no susciten ni una d¨¦cima parte de hostilidad de la que se emplea en un pol¨ªtico de provincias. Perd¨®nenme la suspicacia, pero tengo la impresi¨®n de que han embridado la indignaci¨®n popular y la han dirigido al punto donde son menos vulnerables: los ideales.
La derecha espa?ola, valga la redundancia, nunca ha tenido problemas con la cr¨ªtica a la pol¨ªtica porque son profundamente antipol¨ªticos. Ellos niegan el papel social de la pol¨ªtica, su capacidad para cambiar las cosas. La reducen a una simple gesti¨®n t¨¦cnica, aunque la orientaci¨®n de estos t¨¦cnicos sea siempre la misma: beneficiar a los de arriba. La antipol¨ªtica y el antisindicalismo pueden ser, sin embargo, un bumer¨¢n para la izquierda porque conduce directamente a la abstenci¨®n y al populismo.
Estas ser¨¢n las primeras elecciones de un pa¨ªs cabreado y veremos su fruto en las urnas. Es posible que los cabreados de la derecha visiten, a pesar de todo, el colegio electoral y depositar¨¢n su voto. Los dem¨¢s quiz¨¢s comenten en el bar, con una cierta superioridad, que ellos no piensan votar, que todos son iguales, que no sirve para nada. Y cuando se levanten, al d¨ªa siguiente, el Gobierno les dar¨¢ las gracias desde el televisor de plasma.
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