Confesi¨®n y silencio entre corruptos
Los que acusan a otros, al reconocer sus delitos, son coautores o c¨®mplices; nunca jefes ni capos, son secundarios
Entre corruptos, aun despu¨¦s de las traiciones en autodefensa, siempre se guardan espacios de silencio y blindaje. Se odian para siempre y se acusan para salvarse, pero van a medias. Esclavos de tantos secretos, socios c¨®mplices de muchos negocios furtivos, procuran mantener oculto aquel capital que se quiere proteger. Esos reos tienen su iceberg, la masa de su existencia criminal no desvelada. Esperan no cargar con nuevas penas y a ser libres para gozar de su tesoro, los r¨¦ditos secretos de su biograf¨ªa total. Los delincuentes mantienen cap¨ªtulos in¨¦ditos de su acci¨®n criminal.
El argumento de su historia de supervivencia est¨¢ en callar y ocultar ese pasado no destapado, en blindar los fondos y bienes preservados. Existe un capital creado y no intervenido en manos de personas leales, las guardianas y administradoras de ese patrimonio. En todos los golpes y favores desde el poder corrupto hubo socios beneficiarios, los que motivaron y compartieron los actos desviados de autoridad. Es un negocio mutuo en un delito cruzado.
La inevitable conexi¨®n solidaria, el respeto entre reos, es su religi¨®n, la protecci¨®n mafiosa. Los presos y los imputados ¡ªy los que viven libres en su clandestinidad absoluta¡ª buscan salvar lo que queda fuera de los sumarios, sociedades y bancos, lo que existe a recaudo en manos de otros. El resentimiento se omite para no romper la cadena solidaria de escudos y mandantes. Los que ganaron mucho dinero recuerdan qui¨¦n mec¨ªa la cuna que multiplic¨® el capital, qui¨¦n era el padrino.
Desde la c¨¢rcel se mandan emisarios directos a esa gente que ampara a la familia y tiene a recaudo el cofre del tesoro. El preso subsiste entre el rencor por su fracaso y la esperanza de una futura libertad.
Nada ser¨¢ igual ya para los corruptos encarcelados. Extramuros, ning¨²n expreso come o cierra los ojos en la cama sin retornar a los momentos duros de su existencia de condenado. La historia de Baleares comenz¨® a cambiar por la acci¨®n de los fiscales y jueces implacables, que casi siempre refrenda el Tribunal Supremo. Los pactos de arrepentidos, confesi¨®n, delaci¨®n, de colaboraci¨®n con la justicia, ayudaron a desentra?ar, en parte, los actos mafiosos desde la pol¨ªtica y alrededores.
Las confesiones, las narraciones de coimputados, son por su naturaleza parciales. Hay excepciones peliculeras. Los reos que acusan a otros, al reconocer sus delitos y desvelar qui¨¦nes eran coautores o c¨®mplices, nunca son jefes ni capos, son secundarios.
En su estrategia de autoprotecci¨®n, quien explica lo que pas¨® omite hechos, protagonistas y por norma no identifica bienes ni da nombres de los hombres de paja.
Uno que pasar¨¢ a?os preso, poco antes de ingresar, fue visto con fajos de billetes en un despacho abierto al p¨²blico, con un cliente-testaferro-socio, mientras consumaban la compra de un inmueble millonario.
Poner a buen recaudo el bot¨ªn de los cohechos y negocios sucios es la obsesi¨®n de todo corrupto. El empe?o de la autoridad est¨¢ en destaparlo todo, pero pocas veces se descubre d¨®nde habita el dinero.
En el mundo hueco y crujir met¨¢lico de la c¨¢rcel hay quienes repasan los porqu¨¦s de su existencia abreviada. Resumen su vida y buscan otros culpables de sus penas y sus condenas.
Esos reclusos que fueron mandamases en la pol¨ªtica quieren ver en las palabras y actos de otros la causa y raz¨®n de su desgracia. Su versi¨®n ideal est¨¢ hecha de espacios en blanco y pactos rotos.
Dos alcaldes de los 90, de sus territorios tur¨ªsticos, del norte y el oeste mallorqu¨ªn, se?alaban la mesa de sus despachos como l¨¢pida de los negocios sucios que rechazaron. ¡°Si hablara esa madera¡±, dec¨ªan. ¡°Nunca fue una mesa de juego¡±.
En la tumba de los secretos no habitan testigos, grabadoras, notas, llamadas de tel¨¦fono o mensajes. Por ello el maremoto sinf¨ªn de la corrupci¨®n fue tan impune.
Se exig¨ªa el sigilo, el lenguaje de gestos y sobrentendidos, un trazo invisible, indetectable, sin palabras o cifras de compromiso en documentos, cheques o transferencias.
La carga de prueba en la confesi¨®n de arrepentidos, la realidad explicada por coimputados derriba muros y ha quedado consagrada con fuerza del acero por el Supremo, dos veces en cuatro d¨ªas.
La lealtad y la fidelidad entre delincuentes son el enlace que imanta afectos y meras relaciones comerciales. No caducan, no impera el olvido. Solo entre amigos pol¨ªticos se impone el cerco del vac¨ªo.
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