La sencillez, mejor que la floritura
El virtuoso vocalista de Manhattan conserva intactas sus habilidades, pero los mejores momentos llegan cuando el intimismo gana a la mera exhibici¨®n
Para un hombre que ser¨¢ recordado por un sinf¨ªn de generaciones gracias a un tema que lleva por t¨ªtulo No te preocupes, s¨¦ feliz, acabar grabando un ¨¢lbum ¨ªntegro de m¨²sica espiritual formaba parte de la l¨®gica aplastante. Si a ello le a?adimos que el pap¨¢ de la criatura, Robert McFerrin, ya hab¨ªa dignificado el g¨¦nero en 1957 con un disco de ¨¦xito considerable, Deep river, casi deb¨ªamos preguntarle a su ilustre v¨¢stago c¨®mo no emprendi¨® antes un camino de tanta implicaci¨®n emocional para ¨¦l. Quiz¨¢s la t¨ªmida reacci¨®n del p¨²blico, con menos de un millar de asistentes a esta entrega del festival Madgarden, responda en parte el interrogante. Pero tambi¨¦n pueda influir que McFerrin parezca m¨¢s c¨®modo componiendo espirituales propios que revisando, algo rutinariamente (Joshua fit the battle of Jericho), los que toma prestados de la tradici¨®n.
Antes de entrar en faena, el neoyorquino chapurrea un par de piezas con ese abanico de habilidades vocales que le han granjeado incontestable reputaci¨®n: tesitura c¨®smica, scat, imitaci¨®n de instrumentos, alteraci¨®n de la fonaci¨®n mediante golpes r¨ªtmicos a la altura del es¨®fago. Y nadie le negar¨¢ su m¨¦rito, pero todo suena tan reiterativo que bordea la autoparodia. El otro entretenimiento de la noche es mucho m¨¢s sabroso: Bobby se arranca con alg¨²n tema popular y sus seis m¨²sicos han de seguirle la pista. As¨ª surgen breves pero sustanciosas lecturas de Fly me to the moon o Can¡¯t help falling in love, y un remedo desternillante de Wild thing, de ?The Troggs!
Al hombre feliz nunca podremos acusarle de infidelidad a tan noble vocaci¨®n. Bobby reparte instrucciones sobre la marcha, le entra la risa contagiosa por cualquier cosa, invita a su amigo Jorge Pardo o nos regala uno de los momentos m¨¢s hermosos del verano con su lectura de Can¡¯t find my way home, aquel fabuloso tema de Steve Winwood (Blind Faith) que Gil Goldstein le ha arreglado como si estuviera a sueldo de Norah Jones. No ser¨¢ la ¨²nica vez que su paisana de la Gran Manzana nos venga a la mente. Uno de los espirituales de autor¨ªa propia, el lind¨ªsimo Jesus makes it good, comparte esas cadencias tan del gusto de Jesse Harris, el firmante de Don¡¯t know why.
Esa vertiente m¨¢s campestre de la velada, con acorde¨®n, viol¨ªn o steel guitar, propicia los momentos m¨¢s gratos: aquellos en los que McFerrin no exhibe a cada rato sus tres o cuatro octavas, sino ese gusto exquisito por la interpretaci¨®n sencilla, casi a un paso del bluegrass, La lectura de I shall be released sirve de ejemplo paradigm¨¢tico: el jefe de filas, lejos de avasallar, mima cada nota, y sus acompa?antes se liberan de la metaf¨®rica sordina y suenan como una preciosa maquinaria ac¨²stica.
Es casi imposible abandonar un concierto as¨ª con mal sabor de boca. Bobby McFerrin constituye un valor tan seguro como un episodio de Bill Cosby, un humorista con el que guarda cierto parecido f¨ªsico y que, sorpresa, aparece en los albores de su biograf¨ªa. Esa buena vibraci¨®n, que dir¨ªan sus antecesores de los Beach Boys, se prolonga hasta un bis tan can¨®nico como Glory glory, en el que pap¨¢ cede parte de protagonismo a Madison, su hija. Y as¨ª se disuelve la reuni¨®n, en paz y buena compa?¨ªa. Sin necesidad de Don¡¯t worry, be happy, que conste.
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