Una cuesti¨®n personal y familiar, en efecto
Jordi Pujol no puede limitarse a pedir excusas: debe responder ante los afectados, toda la ciudadan¨ªa catalana
Que el papel lo aguanta todo lo prueba el hecho de que, desde que Jordi Pujol hizo p¨²blica su confesi¨®n el pasado mes de julio, los ciudadanos catalanes han tenido oportunidad de leer las m¨¢s diversas interpretaciones, as¨ª como las m¨¢s variopintas previsiones acerca de los efectos de la autoinculpaci¨®n.
No han faltado quienes, fieles a su costumbre de endosar al enemigo exterior (esto es, a Espa?a) cuantos problemas, dificultades o aspectos negativos se puedan producir entre nosotros, han atribuido ¡°al autonomismo¡± tanto el hecho de que el expresidente de la Generalitat no encontrara el momento de regularizar su situaci¨®n fiscal, como el supuesto enriquecimiento il¨ªcito de sus hijos a trav¨¦s de comisiones ilegales, sin, por descontado, tomarse la molestia de explicitar qu¨¦ nexo causal vincula estructura auton¨®mica del Estado y las mencionadas conductas. A partir de tan injustificada premisa, nada m¨¢s f¨¢cil, contra toda evidencia, que afirmar que la revelaci¨®n de Pujol no solo reafirma el proceso hacia la independencia emprendido en Catalu?a sino que incluso le proporciona renovadas fuerzas.
Pero ha habido una interpretaci¨®n tal vez m¨¢s merecedora de an¨¢lisis desde el punto de vista pol¨ªtico. Es la llevada a cabo por Artur Mas, pretendiendo restarle trascendencia a lo ahora conocido a base de considerarlo una cuesti¨®n estrictamente ¡°personal y familiar¡±. No har¨¢ falta insistir en lo que ya han se?alado diversos analistas respecto a la dimensi¨®n ineludiblemente p¨²blica del comportamiento de Jordi Pujol. Aunque no es la primera vez que el actual presidente de la Generalitat privatiza determinados comportamientos inc¨®modos, consider¨¢ndolos una mera cuesti¨®n personal que debe quedar al margen del escrutinio y el eventual reproche de los ciudadanos.
As¨ª, cuando en alguna ocasi¨®n se le ha observado ¡ªtanto a ¨¦l como a otros pol¨ªticos de diferente color ideol¨®gico, todo hay que decirlo¡ª la aparente contradicci¨®n de que defendiera para las escuelas p¨²blicas y concertadas un determinado modelo de inmersi¨®n ling¨¹¨ªstica mientras mandaba a sus hijos a escuelas privadas en las que no se segu¨ªa dicho modelo, la respuesta ha sido del mismo tenor: ¡°es una cuesti¨®n personal¡±. Nada que objetar a la respuesta si no fuera porque lo inverso es imposible, y cuando alguien ¡ªhemos de suponer que por razones personales tan respetables como las de Artur Mas¡ª ha intentado que en el modelo se introdujera alguna rectificaci¨®n, por peque?a que fuera, de inmediato ha recibido por parte de quienes no parecen quererlo para sus propios hijos severos reproches de marcado car¨¢cter pol¨ªtico, como el de poner en peligro la convivencia en Catalu?a, conspirar contra la supervivencia del catal¨¢n y cosas parecidas.
Si no quedamos enredados en las an¨¦cdotas, comprobaremos que estamos ante una concepci¨®n de la cosa p¨²blica en la que es el poderoso el que decide acerca de qu¨¦ rinde cuentas y acerca de qu¨¦ tiene derecho a guardar silencio. Incluso es tambi¨¦n ¨¦l quien determina el momento para cada cosa (aix¨° no toca). En este sentido, Mas es, como ¨¦l mismo ha reconocido, un digno hijo pol¨ªtico de Pujol.
Alguien podr¨ªa pensar que, al hacer p¨²blica una carta abierta a toda la ciudadan¨ªa catalana inform¨¢ndole y pidiendo perd¨®n por los hechos, ¨¦ste estaba reconociendo que su comportamiento iba mucho m¨¢s all¨¢ de lo estrictamente personal. Pero rep¨¢rese en que el reconocimiento tiene un cierto parecido con el llevado a cabo, hace un par de a?os, por el anterior Jefe del Estado tras sus escandalosas andanzas africanas. Se dir¨ªa que Jordi Pujol se ha mirado en el espejo del rey Juan Carlos y ha llegado al convencimiento de que, como ¨¦l, se trataba de pasar el trago de aparecer en p¨²blico, reconocer lo ocurrido, pedir perd¨®n y prometer que no se repetir¨¢.
Ahora bien, las excusas pueden satisfacer a quienes consideren que la ¨²nica recriminaci¨®n que cabe plantear a determinadas personas es la de haber incumplido la obligaci¨®n de ejemplaridad a la que vienen obligadas en funci¨®n del destacado lugar que ocupan en la sociedad. Pero la ejemplaridad no puede en ning¨²n caso sustituir a la responsabilidad. Por ello, no basta con pedir excusas: hay que responder ante los afectados, que en este caso es toda la ciudadan¨ªa catalana, pues es a toda ella a la que, como m¨ªnimo (posibles enriquecimientos il¨ªcitos al margen), se enga?¨® de manera continuada y persistente a lo largo de d¨¦cadas.
Finalmente Jordi Pujol ¡ªtras un mes remoloneando y arrastrado por la totalidad de los partidos¡ª comparecer¨¢ ante el Parlament, no sin antes haber presentado una denuncia contra los responsables de haber vulnerado el secreto bancario andorrano, en una actitud calificada con toda justicia por Joan Herrera como indecente pero que, en todo caso, acredita la concepci¨®n de lo p¨²blico y de lo privado (incluyendo en este ¨²ltimo apartado a la familia) que el expresidente tiene. El dinero de los Pujol solo a los Pujol compete, se dir¨ªa que piensa. Lo mismo que parec¨ªa pensar, por cierto, respecto a la Generalitat hace a?os, cuando, con el silencio c¨®mplice de quienes hoy lo repudian, planeaba una sucesi¨®n din¨¢stica al frente de la presidencia de la instituci¨®n. Bien mirado, para Jordi Pujol, Catalu?a por entero ha sido siempre una cuesti¨®n personal y familiar.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona.
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