El cielo por asaltar es La Moncloa
Podemos ha reaccionado a las cr¨ªticas de una forma que en muy poco se diferencia de la habitual en los viejos partidos
No albergo la menor duda respecto a algunas de las motivaciones que explican la sa?a de los ataques que est¨¢n recibiendo desde hace semanas los l¨ªderes de Podemos. Por supuesto que la primera motivaci¨®n es de tipo reactivo. La posibilidad de que esta nueva fuerza pol¨ªtica irrumpa en ayuntamientos, parlamentos auton¨®micos y Congreso de los Diputados, obteniendo, seg¨²n las encuestas, un magn¨ªfico resultado, ha puesto de los nervios no s¨®lo a las formaciones tradicionales ¡ª¨¦sas que componen lo que algunos denominan el statu quo (y que va m¨¢s all¨¢, como el caso de Catalu?a deja claro, del bipartidimo PP-PSOE)¡ª sino tambi¨¦n a algunas de sus terminales medi¨¢ticas.
Junto a este elemento, no habr¨ªa que descartar la importancia de otro, que a algunos nos retrotrae a ¨¦pocas pasadas. Concretamente, a aquella intervenci¨®n parlamentaria de Miquel Roca, con ocasi¨®n del esc¨¢ndalo por los dudosos negocios en Andaluc¨ªa del hermano del entonces vicepresidente del gobierno de Felipe Gonz¨¢lez. ¡°Sr. Guerra, a usted, mucha gente le ten¨ªa ganas¡±, le espet¨® el l¨ªder de CiU, no sin parte de raz¨®n. Pues bien, se dir¨ªa que tambi¨¦n ahora no eran pocos los que parec¨ªan ten¨¦rsela guardada a los dirigentes de la nueva formaci¨®n, tan desenvueltos y deslenguados en sus iniciales intervenciones televisivas. A¨²n recuerdo las insidiosas palabras ?precisamente de I?igo Errej¨®n! cuando un representante del PSOE intentaba que las cr¨ªticas a los diferentes partidos pol¨ªticos no desembocaran en un descalificador totum revolutum en el que no quedara t¨ªtere (pol¨ªtico) con cabeza excepto la formaci¨®n de Pablo Iglesias: ¡°Ustedes dir¨¢n que son diferentes, pero los detienen juntos¡±.
En todo caso, y m¨¢s all¨¢ de la real importancia de las acusaciones recibidas por los fundadores de Podemos (calderilla, en comparaci¨®n con otros esc¨¢ndalos a los que nos hab¨ªamos terminado acostumbrando), tal vez lo significativo sea la manera en que esta formaci¨®n ha respondido a ellas. Una manera que en muy poco se diferencia de la habitual en los viejos partidos. De la negaci¨®n inicial al cierre de filas pasando por la teor¨ªa de la conspiraci¨®n, no parece que nos encontremos ante lo esperable en quienes anuncian el advenimiento de una nueva forma de hacer pol¨ªtica.
Deteng¨¢monos, en concreto, en el argumento, inequ¨ªvocamente victimista, seg¨²n el cual estar siendo atacados por seg¨²n qui¨¦n (El Mundo, el PP, La Raz¨®n, la COPE...) constituir¨ªa la mejor prueba de la propia inocencia. Como si el solo hecho de recibir un ataque injusto en alguna medida exculpara autom¨¢ticamente y por completo a la v¨ªctima. Es obvio que uno puede ser objeto de una agresi¨®n desproporcionada, utilizada con las m¨¢s aviesas intenciones, pero que disponga de un cierto fundamento in re. En tal caso, tiene perfecto sentido que se puede reclamar la oportuna rendici¨®n de cuentas. Negar tama?a obviedad es comportarse como aquella tertuliana cavern¨ªcola que le vociferaba a su interlocutor, cr¨ªtico con la l¨ªnea oficial de la AVT: ¡°?Conv¨¦ncete, ?las v¨ªctimas siempre tienen raz¨®n!¡±.
Al margen de la necesaria dosis de autocr¨ªtica exigible a quienes aspiran a ser representantes p¨²blicos, se ha echado en falta por parte de los l¨ªderes atacados una reflexi¨®n acerca de las condiciones que han hecho posible que el debate haya terminado por plantearse en los t¨¦rminos en los que hoy se est¨¢ haciendo: de denuncia de dudosos comportamientos personales, por decirlo resumidamente.
Y es que, en efecto, estamos ante una de las consecuencias de utilizar la categor¨ªa de ejemplaridad como arma arrojadiza con la que descalificar al adversario pol¨ªtico. En el fondo, en ella se sustancia una de las m¨¢s profundas contradicciones que atraviesa a la nueva formaci¨®n. Podemos, desde el convencimiento de estar del lado de la inmensa mayor¨ªa (?existe un concepto m¨¢s abarcador que el de gente?), considera, por un lado, que el fin de asaltar el cielo de La Moncloa para ponerlo al servicio de tan oce¨¢nica magnitud justifica cualesquiera medios (abundan las declaraciones de Pablo Iglesias en este sentido), pero, por otro, expulsa del tablero pol¨ªtico, desautoriz¨¢ndolas moralmente, a la pr¨¢ctica totalidad de fuerzas con el reproche de su poco ejemplar condici¨®n de casta, i. e., de no ser ¡°gente decente¡± (Monedero dixit).
Este planteamiento le result¨® de enorme eficacia a Podemos hasta un cierto momento (mientras pudo mantener una apariencia casi ang¨¦lica), y se encuentra en el origen de su espectacular ¨¦xito inicial. Sus ataques a la casta, como quedaba meridianamente claro en la r¨¦plica de Errej¨®n mencionada, no matizaban, con pincel fino, que iban dirigidos tan solo a aquellos que no buscan el inter¨¦s com¨²n sino el propio, como ahora algunos simpatizantes de esta formaci¨®n se apresuran, nerviosos, a reinterpretar. Eran brochazos toscos y sumarios que descalificaban por entero al resto de partidos, por m¨¢s de izquierdas que pudieran ser, salpicando en la descalificaci¨®n a todos sus militantes (excepto a los que aceptaran sumarse al proyecto de Podemos). Quiz¨¢ sea en esta profunda contradicci¨®n entre maquiavelismo banal y moralismo inconsecuente donde se encuentre una de las claves explicativas de lo que le est¨¢ empezando a suceder a Podemos.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.