20 minutos a solas con la cat¨¢strofe
?ngel Rabat lleg¨® el primero a los restos del avi¨®n que se estrell¨® en el Montseny en 1970
Llegu¨¦ el primero al lugar de la monta?a donde se hab¨ªa estrellado el avi¨®n. El silencio era absoluto. Ni siquiera se o¨ªa un p¨¢jaro. Estuve veinte minutos all¨ª completamente solo, mirando a ver si quedaba alguien vivo. Era una cosa dantesca. Trozos del aparato y de la gente por todas partes, en el suelo y colgados de los ¨¢rboles. El ¨²nico cuerpo entero era el de una ni?a de diez o doce a?os con la cara totalmente morada, casi negra¡±. ?ngel Rabat desgrana los recuerdos de forma serena, casi notarial, sosteniendo el par de amarillentas hojas de libreta escritas a l¨¢piz de su declaraci¨®n de aquel suceso a la Guardia Civil, que conserva; pero le traicionan la mirada h¨²meda y un leve temblor de las manos. Estamos en su despacho en su casa de Viladrau, rodeados de sus cosas. Es un d¨ªa maravilloso de primavera con la retama en flor y los colirrojos volando fuera en el jard¨ªn. A trav¨¦s de la ventana se ve el pl¨¢cido perfil del macizo del Montseny.
El 3 de julio de 1970, un d¨ªa con mucha niebla, sobre las siete de la tarde, Rabat levant¨® la cabeza de los terrenos que estaba marcando para ver pasar un avi¨®n que volaba fuera de ruta e inusalmente bajo. Lo observ¨® con aprensi¨®n dirigirse hacia la monta?a y pens¨®: ¡°?D¨®nde va este!, no pasar¨¢ de Buc d'Oriol¡±, un collado bajo la imponente silueta de Les Agudes y el Tur¨® de l'Home. El aparato, un De Havilland DH. 106 Comet 4 de la compa?¨ªa Dan-Air de Londres que cubr¨ªa en vuelo charter la ruta Manchester-Barcelona con 105 pasajeros y 7 tripulantes, se estrell¨® poco despu¨¦s, a 450 kil¨®metros por hora, en un paraje boscoso, una ladera por debajo de la carretera de Sant Mar?al a Santa F¨¦. El impacto fue terrible, el avi¨®n se desintegr¨® y no hubo supervivientes.
Ha pasado mucho tiempo, Rabat (Viladrau, 1931) tiene hoy 84 a?os, pero la memoria de aquella antigua cat¨¢strofe regresa como una pesadilla en las alas del Airbus A 320 que Andreas Lubitz precipit¨® el pasado 24 de marzo sobre los Alpes. ¡°?Vaya si me lo ha recordado!¡±, se exclama. ¡°Lo he seguido cada d¨ªa en la televisi¨®n y los diarios. He pensado mucho¡±. Con las noticias del vuelo 9525 de Germanwings le ha vuelto, dice, la cara de la ni?a muerta en aquel infierno entre las hayas rotas y las rocas.
¡°Cuando el avi¨®n desapareci¨® de mi vista pens¨¦ que quiz¨¢ hab¨ªa podido remontar el vuelo porque no se oy¨® ning¨²n ruido. Fue al d¨ªa siguiente, cuando lleg¨® la noticia de que hab¨ªa desaparecido un avi¨®n y lo estaban buscando que supuse inmediatamente que era ese y que se hab¨ªa estrellado. Me traslad¨¦ con el alcalde, Ramon Arx¨¦, y otras cuatro personas de Viladrau a la zona en la que calculaba que hab¨ªa ca¨ªdo. En Sant Mar?al, donde ya hab¨ªa gente buscando, nos enviaron a Santa F¨¦ a ver a un teniente coronel de la Guardia Civil que coordinaba los esfuerzos. Pero yo, con Josep Creus y un guardia nos metimos con el jeep por un sendero que sale de la carretera de Sant Mar?al. Por la direcci¨®n que hab¨ªa visto volar el avi¨®n, ten¨ªa que haber ca¨ªdo por ah¨ª. Dejamos el coche en una curva y nos dividimos en abanico para cubrir mejor el terreno. Hab¨ªa neblina. A los diez minutos encontr¨¦ las ruedas. Y un poco m¨¢s arriba todo lo otro¡±. Rabat hace una pausa; levanto suavemente el bol¨ªgrafo del papel. ¡°Estaba todo triturado. Excepto la ni?a no se pod¨ªa reconocer a ninguno, no hab¨ªa ninguna persona entera¡±. ?Qu¨¦ sinti¨®? ¡°Como si no existiera. Aquel silencio. Grit¨¦ y o¨ª a lo lejos que el guardia civil disparaba los tiros, doce, en series de dos, que hab¨ªamos convenido para avisar a los dem¨¢s. Estuve esos veinte minutos all¨ª solo, mirando¡±. ?Y qu¨¦ ve¨ªa?, le pregunto sintiendo un antiguo espanto crecer dentro de m¨ª. ?ngel Rabat regresa con la memoria a aquel lugar en el que nunca ha vuelto a poner los pies, ni siquiera para contemplar el monolito instalado en recuerdo de la cat¨¢strofe por el Ayuntamiento de Arb¨²cies, a cuyo t¨¦rmino pertenecen aquellos parajes y en cuyo cementerio se enterr¨® a las v¨ªctimas, recogidas penosamente en bolsas de pl¨¢stico, en una fosa com¨²n. ¡°No se c¨®mo explicarlo. Hab¨ªa cuerpos mutilados colgando de las ramas. A algunos las tripas, los intestinos, les colgaban varios metros hasta el suelo. Eso me ha quedado grabado¡±. A m¨ª tambi¨¦n, pienso tragando saliva, sin decirle nada a Rabat, y lo he llevado conmigo muchos a?os. ¡°Aquellos veinte minutos fueron para volverme loco. No me desmay¨¦ de milagro. Pero entonces era valiente, no como ahora. Ahora me hubiera desmayado. Ten¨ªa sed y no hab¨ªa agua. No, no hab¨ªa a¨²n hedor, ni se?ales de carro?eros (Rabat usa la palabra feram). Fue llegando gente. Me sent¨¦ un momento en el suelo y encend¨ª un calique?o que llevaba, para notar algo familiar en la boca. Luego ayud¨¦ a recoger restos, y cosas. Cargamos el jeep de m¨¢quinas de fotos, bolsos, papeles, ropa¡±. Recuerda que al llegar a la carretera se cruzaron con el jefe del sector a¨¦reo de Catalu?a, Joaqu¨ªn Puig y de C¨¢rcer, en un 850. Rabat conserva un billete de cinco libras que encontr¨® en el suelo.
Para ¨¦l no fue un fallo de navegaci¨®n como estableci¨® la investigaci¨®n oficial (la tripulaci¨®n cre¨ªa estar sobre Sabadell y empez¨® a descender) sino falta de combustible
Durante los trabajos en la zona cero del desastre alguien llam¨® su atenci¨®n: ¡°?Mira que hay aqu¨ª ?ngel!¡±. Era, dice, la gorra del comandante. ¡°Me sorprendi¨® que el adorno no fuera dorado sino blanco. Al levantarla, debajo hab¨ªa una mano¡±.
Rabat no ha subido a un avi¨®n desde que encontr¨® los restos. ¡°Me cogi¨® p¨¢nico¡±.
El entonces teniente de alcalde y luego empresario de la construcci¨®n y coleccionista cinematogr¨¢fico tiene su propia teor¨ªa de lo que ocurri¨® aquel funesto 3 de julio. Para ¨¦l no fue un fallo de navegaci¨®n como estableci¨® la investigaci¨®n oficial (la tripulaci¨®n cre¨ªa estar sobre Sabadell y empez¨® a descender) sino falta de combustible. ¡°Por eso no hab¨ªa se?ales de explosi¨®n, ni fuego, y los cuerpos, pese a lo que han dicho algunos testigos, no estaban quemados¡±. Rabat, que, aspre i ferreny, adusto (como lo describi¨® su t¨ªo el poeta Felip Graug¨¨s, Mestre en Gai Saber), no es hombre de adornar relato, abona sin embargo la teor¨ªa tan cara a los amantes de los misterios de un pasajero desconocido o una v¨ªctima en tierra del accidente, sosteniendo que se recuperaron restos (cabezas, ¨²nica manera de identificar en aquella ¨¦poca pre-ADN) de 113 cad¨¢veres, uno m¨¢s de los 112 rese?ados oficialmente.
Hablamos antes de irme de los otros accidentes a¨¦reos en el Montseny, que Rabat tiene bien documentados: el del DC 47 de Transair estrellado en el Tur¨® de l'Home el 19 de agosto de 1959 (murieron las 32 personas a bordo) o el primero, el 9 de mayo de 1933 cuando cay¨® en el robledal de Can Gat, cerca de La Sala, ?un Lat¨¦co¨¨re 28 de la legendaria A¨¦ropostale! (la compa?¨ªa de Saint-Ex¨²pery y Mermoz), en vuelo de correo Casablanca-Toulouse, que hab¨ªa repostado en el Prat (murieron los tres tripulantes y los tres pasajeros).
Al salir de la casa de ?ngel Rabat contin¨²o caminando unos metros hasta la torre vecina. El jard¨ªn est¨¢ completamente abandonado y en la casa hace tiempo que no vive nadie. Me encaramo en el muro de piedra y cruzo la cerca de alambre. Un mirlo chilla alarmado. Camino como en un sue?o apartando zarzas, observando los viejos rosales que tanto le gustaban a mi madre y el ¨¢rbol bajo el que yo acostumbraba a leer libros de aventuras. Llego hasta la terraza y me siento en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Cierro los ojos y oigo hablar a ?ngel Rabat, un ?ngel Rabat casi medio siglo m¨¢s joven. Es de noche. Le est¨¢ explicando a mi padre su relato, muy fresco, del accidente del avi¨®n. Le cuenta angustiado lo de los cad¨¢veres en las ramas, las v¨ªsceras colgando. Todo. Ninguno de los dos se ha dado cuenta de mi presencia, la presencia de un ni?o que aterrorizado y fascinado no puede dejar de escuchar, y que sufrir¨¢ pesadillas todo ese verano y mucho m¨¢s tiempo. El primer encuentro con la muerte, el miedo enquistado como un par¨¢sito en la carne. Abro los ojos y entre un estallido de luz veo las estelas de los aviones que trazan cruces blancas sobre el Montseny.
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